Gemma Durán padece cáncer de ovario: «Luchar no está en nuestra mano, por muchas ganas que tengas»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Gemma Durán, paciente de cáncer de ovario.
Gemma Durán, paciente de cáncer de ovario. La Voz de la Salud

En el Día Mundial del Cáncer de Ovario, esta afectada habla de la culpa que sintió al recibir el diagnóstico

08 may 2024 . Actualizado a las 12:10 h.

Gemma Durán (Madrid) dice que es una paciente de cáncer con suerte. Con fortuna porque se lo diagnosticaron más rápido que a la mayoría y porque, además, desde el 2016, recibe un tratamiento de mantenimiento. Gemma Durán es una paciente crónica de cáncer de ovario, «pero no soy ninguna luchadora ni una guerrera». Detesta el lenguaje belicista que a veces decora la enfermedad. Que intenta darles ánimos, pero solo causa rabia. «Te despiden con un “ánimo”, esa palabra que yo odio». 

Un optimismo impostado por otros que niegan la realidad. «Yo soy una desgraciada en este sentido, porque es lo que me ha tocado vivir. Me toca aguantarlo y es una carga muy pesada», cuenta. Ella y muchas otras mujeres se han hecho las fuertes por evitar el sufrimiento ajeno, «pero es imposible estar ahí como si nada hubiera pasado», apunta. Como si no estuviesen agotadas, como si no les doliesen las articulaciones o como si el cansancio no se quitase ni con días de sueño. Cuenta su caso por teléfono. Lo hace entre un hueco que le permiten las reuniones, porque mientras sea posible, se niega a dejar de trabajar. «Me viene bien para la cabeza», dice. 

El cáncer de ovario es silente, también lo era en el caso de Gemma. Lo descubrió por causalidad, en el 2015, con 48 años. Cada julio, esta madrileña acudía a una revisión ginecológica anual. Pero ese verano, retrasó la cita a septiembre para, finalmente, no poder acudir. «Justo el día que me tocaba me bajó la regla. En cambio, tuve consulta con mi médica de cabecera porque tenía ardor y era algo que nunca me había pasado». Le hicieron una ecografía y vieron que tenía ascitis, acumulación de líquido en el abdomen. Al día siguiente, la misma profesional le dio la voz de alarma y le pidió que acudiese a un ginecólogo de urgencia. El tumor estaba en estadio IIIC, «bastante avanzado», y había hecho un implante en la zona peritoneal. 

Echa la vista atrás y reconoce tímidos síntomas susceptibles de sospecha. Dolor abdominal, «que se asemejaba al de la regla», mayores niveles de cansancio o hinchazón del abdomen. En otras mujeres, el tumor da otra cara, gases o sensaciones continuas de micción. 

Una recaída

En una semana, le habían hecho una histerectomía. Después vinieron seis ciclos de quimioterapia y revisiones habituales, pero un año más tarde, el cáncer reapareció. «Eran dos pequeños implantes, por lo que tuve suerte». De nuevo, operación y tratamiento. En este caso, combinaron la quimioterapia habitual con una terapia dirigida, que suma ya 105 dosis. 

El camino hasta la actualidad ha sido un proceso. «La primera vez que escuchas la palabra “tumoración” tu cabeza se cierra». Llegó a ver el lado bueno, a pensar que hay tumores que no son malos, «incluso creí que era como un champiñón, que se quitaría y ya». Sin embargo, el momento más duro lo vivió en la recaída, cuando le dijeron que tenía implantes y metástasis: «Es una palabra que asociamos a la muerte, aunque no siempre sea así porque hay mucha gente en la que se cronifica», señala Durán.

Le recomendaron visitar a una psicooncóloga, para saber cómo gestionar este ir y venir de las emociones. Todavía sigue viendo a esta profesional de vez en cuando. «Me ayudó mucho, sobre todo, a gestionar la posibilidad de una muerte que podría darse si las cosas se complicasen», reconoce. Tuvo momentos de miedo, de pánico, pero aprendió a saber llevarlos. Hizo mucho trabajo personal para lograrlo, no porque quisiese, sino porque lo necesitaba. No podía seguir negando lo que le había tocado. «Esto es lo que hay, soy una paciente crónica». 

El cáncer de ovario, en datos

Según la Sociedad Española de Oncología Médica, existen tres tipos de cáncer de ovario. El carcinoma epitelial representa entre el 85 y el 90 % de los casos; los tumores de células germinales y los del estroma, estos dos últimos, muy poco frecuentes. El primero es la principal causa de mortalidad por cáncer ginecológico, ya que gran parte de los pacientes se diagnostican en una etapa avanzada de la enfermedad. La media de edad de aparición se sitúa a los 63 años y, generalmente, en etapa postmenopáusica. 

Es habitual que, en etapas iniciales, suela cursar sin síntomas, o con signos muy leves, que pasan desapercibidos y se confunden con otros procesos benignos. Los que primero se suelen presentar son molestias abdominales inespecíficas, sensación de hinchazón o gases. A medida que el tumor crece, ya se producen otros como pérdida de apetito, de peso o sensación de plenitud abdominal. 

«No tenía miedo a morir»

Lo acepta y vive con ello. Como es lógico, no es ni un aprendizaje ni una experiencia vital llena de épica. Durán dice que, simplemente, se adapta a ello. «Echo de menos los cinco minutos antes de entrar a la consulta de mi médica y que me dijese que tenía un líquido», ejemplifica. Cada tres semanas tiene un baño de realidad en forma de tratamiento. 

El pensamiento que más le aterraba era el qué pasaría con sus hijos si algo le sucediese. «No tenía miedo a morir, porque lo tenía asumido por educación, sino a dejarlos solos, a no saber si ellos se podrían manejar la vida sin su madre, aunque tuviesen a su padre», describe. Durán, como muchas otras, se sintió culpable de su enfermedad. «Es algo muy difícil de quitar aunque lo trabajes en terapia», lamenta. 

Durante esos años, asumió la sobrecarga que le supuso acudir a trabajar. Quiso reivindicarse. Ella lo resume con un simple «no perder mi presencia», lo que era antes. El cáncer no es tabú para los pacientes, pero sí para el resto. «La gente no sabe cómo dirigirse a nosotros, no los culpo. Muchas veces te ven con el pañuelo, se compadecen y son muy cuidadosos con el lenguaje que utilizan», ejemplifica. Dan ánimos, aunque no sea lo que uno necesita.

Durán tiene muy claro qué pueden hacer otros para ayudar a un paciente oncológico: «Es mejor no decirles palabras vacías, y quedar con ellos para tomar un café, para comer o llevarle un tupper de comida», indica. Esta madrileña hace referencia a un libro que escribieron un grupo de pacientes para resumir la filosofía: No me llames valiente y tráeme croquetas. «En ocasiones te llegan a decir que tienes que luchar, y no está en nuestra mano. Por muchas ganas que tengas, no puedes», destaca con cierto aire de agotamiento de tantas veces que lo habrá tenido que escuchar. 

Con otros pacientes

Durán es coordinadora del Proyecto de Bienestar de la Asociación de Afectados por Cáncer de Ovario (Asaco), «una de las piedras angulares de la entidad». Este plan coordina el apoyo psicooncológico y fisioterapéutico a pacientes de cáncer de ovario y a sus familiares. Es gratuito tanto para aquellos que son miembros, como para los que no. «Mi labor, muchas veces, es cuestión de escuchar», describe.

Muchas le cuentan su historia, porque alguien que pase por lo mismo siempre podrá entenderte mejor. El trabajo psicológico es esencial en esta enfermedad. «Hay cosas que no quieren contar en casa, o están pasando por un proceso de separación, algo muy habitual en este tumor», ejemplifica Durán. Cambios mentales y físicos que, en ocasiones, «son demasiado para la cabeza».

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.