Luz Torreira, la vida con trastorno bipolar: «En la fase maníaca tienes aumentos de energía muy grandes, puedes estar sin dormir dos o tres días»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

XOAN CARLOS GIL

Fue diagnosticada con trastorno bipolar hace catorce años, y ahora, con 61, cuenta su historia para dar visibilidad a una enfermedad en la que el estado de ánimo fluctúa entre extremos

01 abr 2022 . Actualizado a las 15:22 h.

Luz Torreira conoció lo que era el trastorno bipolar hace catorce años, cuando ella tenía 47, a través de una terapeuta privada. Acudió a esta profesional porque había sufrido una gran crisis de ansiedad. Llevaba diagnosticada y medicada durante mucho tiempo por un cuadro ansioso depresivo, pero recuerda que había pasado unas Navidades en las que «me encontraba tan mal que no cabía dentro de mí, era horrible». Aun así, después de tres meses de baja, quiso volver a trabajar. Luz era profesora en Formación Profesional y se sentía capaz de retomar la enseñanza. «La terapeuta me dijo que no, que no estaba preparada», rememora. Pero no hizo caso a estos consejos y volvió a ejercer durante seis meses. Al acabar el curso académico, tuvo que recurrir de nuevo a esta profesional: «Me encontraba fatal otra vez». Después de otros tres meses acudiendo a consulta, por fin llegó el diagnóstico: sufría trastorno bipolar

Confiesa que nunca había escuchado nada de esa patología hasta que fue verbalizada por la especialista. Tampoco sospechaba de que algo raro sucedía, pero sí que «estaba harta y veía que mi psiquiatra no me atendía lo suficiente». Este, paradójicamente, sí intuía algo: «Cuando le lleve el informe que me dio la terapeuta privada me dijo 'ya me imaginaba, ya'. Después de casi diez años estando diagnosticada y medicada por un cuadro depresivo. Si lo sospechaba, bien podía decirlo o preocuparse de darme la medicación adecuada».   

Su primera reacción al saber el diagnóstico preciso después de años padeciendo depresiones severas fue de «consuelo porque por fin se ponía nombre a mi enfermedad». Reconoce que ha pasado mucho tiempo y que no se acuerda exactamente de cuál fue la respuesta de su entorno cercano al diagnóstico, pero al preguntárselo a día de hoy a su hermana esta le contesta que «con cierto alivio por saber cuál era el problema, porque eran conscientes de que no estaba bien y no sabían el porqué». Si bien se le sumaba una cierta preocupación, ya que Luz reside en Vigo, alejada de su familia, desde que tiene quince años: «Como vivo sola se les complicaba el hecho de saber cómo estaba yo, por lo que sé que fueron etapas de mucha angustia e impotencia». 

El siguiente paso fue comenzar con el tratamiento. Por una parte, el farmacológico, y por otra, la terapia. «Empecé a tomar medicación y a acudir a psicólogos. Pasé por varias profesionales, pero no llegué a sentirme bien con ninguna porque además, a la última que fui, yo tuve un cuadro de euforia y no fue capaz de detectármelo, por eso perdí la confianza en ella», admite.

Ese cuadro al que hace referencia es uno de los polos entre los que fluctúa el estado de ánimo de una persona que sufre este esta enfermedad crónica y recurrente. Así, tal como recoge la Guía de Práctica Clínica sobre Trastorno Bipolar del Ministerio de Sanidad, se pasa de una fase de manía, en la que predomina la exaltación, euforia y grandiosidad, a una depresiva en la que predominan la tristeza, la inhibición e incluso las ideas de muerte

Así es vivir con trastorno bipolar

Existen tres tipos de trastorno bipolar: en el tipo uno se incluye la aparición de cuadros depresivos y maníacos, en el tipo dos cuadros depresivos y de hipomanía, mientras que el tercero corresponde con trastorno ciclotímico. Luz sufre el segundo patrón, en el que predominan más las depresiones. Sin embargo, también sufre episodios maníacos de menor intensidad. De hecho, se acuerda perfectamente de cuál fue el primero: «Me compré tres alfombras para mi casa. Llevaba mucho tiempo viéndolas en un escaparate. Las podía pagar a plazos, pero decidí hacerlo en el momento en efectivo. No eché cuentas ni del dinero que tenía y me quedé sin un duro en el banco. Siempre muy hormiguita, porque desde que me vine a Vigo con quince años, estuve trabajando y estudiando y nunca necesité la ayuda de nadie. Pero me quedé sin nada y tuve que pedirle un préstamo a una amiga para pagar la medicación y poder seguir el mes».

Este episodio le sirve a Luz para relacionar el buen curso de la enfermedad con dos claves. La primera es encontrar la medicación adecuada para poder mantener a raya el estado de ánimo: «Hace como cinco o siete años, a raíz de que ingresé en un hospital psiquiátrico por una depresión muy profunda, allí me trataron bien el problema y consiguieron darme una medicación que me estabilizó mucho. Es la que tomo hoy en día. Para llevar bien el trastorno hay que adaptar el tratamiento a la persona, porque existen diferentes medicamentos que se tienen que combinar». Y la segunda, engloba el papel de la familia: «Tiene que velar para que se tome los fármacos correspondientes, es muy importante porque claro, es molesto tomar la medicación porque es bastante, y además, engorda». 

«En la fase maníaca tienes aumentos de energía muy grandes. Lo primero que sientes es eso, un estado de ánimo eufórico. De hecho, puedes estar sin dormir tranquilamente dos o tres días. Yo hoy en día paso dos días sin dormir y ya sé que voy a caer en euforia. Además, tienes pensamientos acelerados. Te va más rápido el cerebro y las ideas que tu discurso. Enlazas un poco, pero la persona que te está escuchado no te sigue en lo que le estás diciendo ni de broma», explica Luz, y asegura que «cuánto más alto sea el pico, peor es la depresión».

Ahora mismo toma una medicación que le va «muy bien» y consigue estabilizar sus cambios en el estado de ánimo, pero sigue recordando episodios maníacos que sufrió cuando este tratamiento no era el adecuado: «En una ocasión, sin estar bien medicada, era un viernes por la tarde y entré en un comercio de cosas para casa. Me gasté 600 euros. Me llevé unas pocas cosas y el resto lo iba a recoger el sábado. Pero al llegar a casa me sentí tan mal dándome cuenta de que había caído porque estaba en un pico...». Destaca que es «difícil» darse cuenta de un episodio de manía porque «te sientes tan bien y eres tan feliz que aunque te digan 'cuidado que estás subiendo', tú piensas 'qué va'». 

«En una ocasión, sin estar bien medicada, era un viernes por la tarde y entré en un comercio de cosas para casa. Me gasté 600 euros. Me llevé unas pocas cosas y el resto lo iba a recoger el sábado. Pero al llegar a casa me sentí tan mal dándome cuenta de que había caído porque estaba en un pico...»

Luz nunca volvió a por las cosas. «Fue hace trece años y aún a día de hoy no las fui a buscar. No las quería ni ver en casa. Y las cuatro cosas que sí traje, ahora mismo miro para ellas y la verdad es que me gustan, pero al principio, verlas era un despropósito. Me causaba una sensación horrible». 

Por el contrario, en la fase de depresión, se sufre tristeza patológica, ganas de romper a llorar en cualquier momento, no existe la capacidad de disfrutar con acciones con las que antes sí se hacía, se sufre desesperanza y el paciente incluso llega a abandonarse físicamente. «En una etapa de depresión, consumí todo lo que había en casa. Como ya no tenía nada, una vez fui al súper, pero así como entré salí a toda leche. Me dio mucha ansiedad. Temes que se den cuenta de cómo estás y no pude comprar», cuenta. Pero no solo eso, la fase depresiva también provoca una ralentización de los pensamientos y dificultad para concentrarse: «Cuando me dio un pico de euforia y luego caí en depresión, se me olvidó todo lo que sabía de mi profesión como docente. Me preguntaba '¿cómo voy a dar clase si no tengo ni idea?', e incluso llegué a decírselo a una amiga». 

«En una etapa de depresión, consumí todo lo que había en casa. Como ya no tenía nada, una vez fui al súper, pero así como entré salí a toda leche. Me dio mucha ansiedad. Temes que se den cuenta de cómo estás y no pude comprar»

Además, Luz declara que tal vez muchas cosas por las que haya pasado pudieron influir en su trastorno: «Tuve un matrimonio muy complicado porque sufrí violencia de género. También estuve sometida a un tratamiento hormonal fuerte porque quería quedarme embarazada. Hoy por hoy sé que es un desbarajuste hormonal. Por eso muchas mujeres lo sufren después de dar a luz. Es algo que suele pasar».

«Como te sientes el amo del mundo, llegas a discutir con seres queridos»

Luz confiesa que sí que le contó a sus familiares y amigos: «Yo a mis amistades tuve mucha suerte porque sí que se lo conté a muchos. Sin embargo, en la etapa de depresión si veía a un conocido que iba por una acera, me cruzaba a la otra para no tener que dar explicaciones. Sé que mi primera reacción sería ponerme a llorar, desde luego». 

Pero también afirma que existe estigma alrededor de la enfermedad, y mucho. «Dentro de las personas que lo padecemos, muchos pacientes que conozco cuentan que no lo sabe ni su familia. O que solo lo conocen sus familiares y sus amistades no. Incluso que perdieron amigos precisamente por esto, porque en alguno de los picos de manía, se pasaron con algunas personas. Como te sientes el amo del mundo, el más del más, llegas a discutir con seres queridos y muchos no están dispuestos a pasarte por otro pico». Recalca que las personas que están alrededor de una persona que padece trastorno bipolar tienen que ser muy pacientes. «No deben juzgarte, pero sí cuidarte. Animarte a salir, acompañarte, porque cuesta un montón cuando estás en etapa depresiva. Pero sin forzar. También obligarnos a tomar medidas de higiene, porque cuando estamos fatal no nos queremos ni duchar, nos cuesta mucho». 

Conocer a otras personas diagnosticadas, un antes y un después

Hace siete años, Luz conoció la Asociación Bipolar de Galicia (Asbiga). «No me acuerdo cómo fue, pero sí que fui a una de sus reuniones. Me sentí genial porque por primera vez en la vida me encontré en un sitio en el que podía desahogarme. Decir todo lo que pensaba sin temor a que me juzgasen. Además, me vi reflejada en otras personas que padecían lo mismo pero que estaban mucho mejor que yo. Unas mejor y otras peor. Y yo pensaba 'bueno no estoy tan mal, más o menos en el medio entre los que están bien y mal'», comenta. «Fue un antes y un después, porque me veía plasmada en las otras personas y que lo que contaban era lo mismo que me pasaba a mí. Antes de eso te sientes la rara, la loca, y no te atreves a contarlo», lamenta.  

La asociación llevaba a cabo, y lo sigue haciendo, reuniones cada dos semanas. A estas acuden pacientes y familiares, y en una de ellas, Luz conoció una persona que le dijo que se encontraba bien porque llevaba tiempo estabilizada al tomar la medicación: «Ahí, al ver que se podía vivir con la enfermedad sin tener esos picos, cogí esperanza. Empecé a cuidarme, tener más voluntad y ser optimista». Cuenta que ella se fue concienciando sola y que lleva una vida buena «dentro de lo que se puede llevar con trastorno bipolar». No obstante, recalca: «Para llegar a eso, hay que seguir el tratamiento. Porque muchas personas cuando se encuentran bien, lo acaban dejando. Y claro, caen como moscas. Hay que medicarlas otra vez y empezar de nuevo», explica. 

Desde el año 2020 es la presidenta de esa asociación que le cambió la vida y ahora es ella la que ayuda a otras personas a sentirse mejor: «Muchas veces me llaman llorando. Yo dejo que se desahoguen, e intento darles paz y esperanza. Le cuentas que a pesar de que es una enfermedad crónica, se puede vivir con ella. Que yo estoy bien y que muchas personas que conozco también lo están. Le comento lo que hacemos en la asociación, normalmente quieren entrar en el grupo de Whatsapp. Hacen sus preguntas, le contestamos, y luego ya vienen presencialmente a las reuniones. Lo normal es que la gente se quede tranquila. 'Ya me siento mejor porque alguien me entiende', me suelen decir. Y me pueden llamar siempre que quieran. Yo me pongo en su lugar cuando no sabía lo que era esta enfermedad y sé que me hubiera venido bien hablar así con alguien». 

Aunque el trastorno bipolar lo sufre entre un 2 % y un 4 % de la población mundial y no existen diferencias de incidencia entre varones y mujeres, la presidenta de Asbiga confirma que suelen ser mujeres las que levantan el teléfono. «Nosotras atendemos más a nuestra salud mental y no tenemos tanta reticencia como los hombres para acudir o pedir ayuda», considera Luz. 

La medicación y un estilo de vida saludable: las claves para sentirse bien

«Una persona que no duerme bien, no lleva una alimentación equilibrada, ni un estilo de vida saludable suele ir bastante de un pico a otro si sufre trastorno bipolar. Tienen muy poco tiempo de estabilidad. Pero si te cuidas, logras equilibrarte en poco tiempo. Aunque siempre depende de la persona», señala. En su caso, sus señales de alarma se activan cuando se empieza a encontrar triste: «Me doy cuenta de que se me van acabando las energías. Pero busco solución. Si es depresión, duermo menos, no más de nueve horas, y también intento salir más de casa... y si es fase de manía, hago menos ejercicio físico porque es estimulante, por ejemplo».

Reconoce que la expresión «llevar una vida saludable» suena muy tópica, pero afirma que es lo que se debe de hacer: «Hay que mantener la higiene del sueño, una alimentación adecuada, comer a las mismas horas y hacer ejercicio. Si es al aire libre, mejor. Lo de salir de casa, caminar o quedar con alguien, solo por el hecho de salir venciendo a la pereza, hará que te sientas muy bien al llegar a casa». 

«Se puede vivir con el trastorno. A pesar de ser una enfermedad psiquiátrica y crónica, tiene tratamiento, y al principio de estabilizante solo existía el litio pero hoy en día hay muchos más medicamentos que se sabe que funcionan bien. Aquel que lo sufra, que no dude en ponerse en contacto con Asbiga. Por desgracia tenemos poco dinero, pero seguramente logren encontrarse mejor al poder conocer a otras personas que también sufren trastorno bipolar», concluye Luz. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.