Metemos una cámara dentro de una caja de medicamentos: así son los robots que lo llevan a la farmacia

Lois Balado Tomé
LOIS BALADO LA VOZ DE LA SALUD

EL BOTIQUÍN

Imagen del funcionamiento del robot de una farmacia, desde el interior.
Imagen del funcionamiento del robot de una farmacia, desde el interior. Álex López-Benito

Una cámara dentro del envase caja de un fármaco atestigua el milimetrado itinerario que completa un fármaco; desde su lugar de almacenaje hasta su botiquín

03 dic 2023 . Actualizado a las 13:32 h.

¿Cómo se consigue que los ciudadanos españoles tengan, en cuestión de horas, el fármaco que les ha recetado el médico en la mano? Porque la farmacia no tiene de todo, pero sin embargo la espera ante cualquier solicitud será mínima. Recapitulemos. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps) tiene un catálogo de 15.467 medicamentos aprobados. El número se multiplica por dos si contamos sus distintas presentaciones. Lógicamente, todos sirven para algo y, evidentemente, no hay botica capaz de acumular tal cantidad. El espacio, como todo lo finito, es codiciado y cuesta dinero. Almacenar material es caro. Más si hablamos de productos sanitarios, que, entenderán, no se pueden dejar tapados con una lona de plástico en el jardín del Ministerio de Sanidad. Sin embargo, todos ellos son capaces de acabar llenando su botiquín con una simple frase al farmacéutico más cercano: «¿Me lo pides?». Tres palabras que activan una maquinaria millonaria que debe estar perfectamente engrasada. Ningún eslabón puede fallar. Si todo va como debe, en un plazo de entre una hora y cinco, el medicamento estará en sus manos. Si no van con prisa y no viven demasiado alejados, tal vez les avisen antes de que les dé tiempo de volver a casa. Pero que lo rutinario no impida ver una ejecución excepcional. ¿Cómo se consigue acortar los plazos hasta tal punto? Nada mejor para entenderlo que seguir el recorrido paso por paso. La Voz de la Salud acudió a una farmacia, pidió un medicamento y forzó el proceso. Esa caja inició su itinerario. Un envase en el que previamente se había colocado una cámara para ver el recorrido en primera persona, plano a plano.

Farmacéuticos unidos frente a las grandes multinacionales

España es un modelo peculiar dentro del paradigma europeo. Los farmacéuticos han logrado resistir al desembarco de las grandes multinacionales del sector y de su gigantesca capacidad económica uniéndose entre ellos; poniéndose de acuerdo para proteger el modelo de la farmacia española. Poder mirar de tú a tú a estos gigantes cuesta mucho dinero. La salida para mantener el modelo fue cooperar y hacer del verbo un sustantivo.

«Antiguamente, hace setenta u ochenta años, había un problema muy grande de suministro de medicamentos que se intentó paliar uniendo fuerzas. De esa unión, surgieron unas 35 cooperativas que operaban hace dos décadas en España», explica Miguel Reviejo, farmacéutico y testigo directo de un proceso de integración que es constante. Porque el caramelo de la distribución farmacéutica es muy apetecible y hubo que seguir creciendo y uniéndose para hacer frente a las grandes firmas. Esas que en Gran Bretaña —por poner un ejemplo— hacen posible que se compre un paracetamol o un ibuprofeno en el supermercado, pero que dejan descubiertas a aquellas pequeñas poblaciones que no son catalogadas como rentables para su modelo de negocio. «Nosotros suministramos a cualquier farmacia, esté donde esté y tenga la capacidad económica que tenga. Aunque sea la farmacia de un pueblo de 300 habitantes con unas posibilidades económicas muy limitadas. Suministramos de igual manera a esa farmacia que a la mejor del centro de A Coruña, Vigo, Ourense o Lugo», explica.

Miguel Reviejo, que ya presidió Cofaga, es la cara de parte de esos cooperativistas gallegos, todos ellos farmacéuticos, que siguieron tejiendo alianzas con colegas andaluces, extremeños o castellanomanchegos. Hoy forman parte de un proyecto común llamado Bidafarma, cooperativa de la que Reviejo es consejero en Galicia. «Es una historia de unión, de ser capaces de montar sinergias para defendernos de aquellos que, en esta competitividad lícita y lógica, intentan hacer lo mismo que nosotros. Pero tienen que hacerlo mejor y con un menor coste. Y nosotros lo hacemos muy bien con un pequeñísimo coste», dice. Y se le escapa una sonrisa socarrona, esa que dibuja el que sabe que le está compitiendo y apretando a un rival superior sobre el papel. La de David frente a Goliath.

La cuadratura del círculo

En el listado de edificios en los que uno espera encontrarse una enorme cúpula presidiendo el espacio, una nave industrial en medio de un polígono no estaría entre los primeros. Una cúpula se asocia a magnificencia y solemnidad, cuando lo único evidente que nos dice una cúpula es que, debajo de ella, la vida se desarrolla de forma circular. O, al menos, se desarrollaba.

Bidafarma cuenta con seis almacenes en Galicia, pero es el de A Coruña, situado en el polígono de Pocomaco, el que reparte juego y suministros al resto. Son 18.000 metros cuadrados llenos de ruido y cajas. Cajas, cajas y más cajas, de todos los colores, tamaños y formas que puedan imaginar. También de brazos, cintas y rodillos que mueven cubetas de un lado a otro en un scalextric bonito de ver. Cada máquina sabe perfectamente lo que tiene que hacer. No es magia, claro. Se intuye una inversión mareante en robótica, porque no hay carreras ni excesivo agobio del puñado de empleados que coordinan el baile, circulando entre los huecos que dejan. Es más bien rutina. La informática corre por ellos.

La cúpula es hoy un elemento extraño. Un vestigio de esos que ponen a los edificios a hablar de su historia. «Es una construcción singular, vanguardista para el antiguo modelo de distribución. La cúpula central seguía la lógica de disponer de una zona más elevada, que favoreciese el control visual de los ritmos de trabajo y de reparto. Bajo ella, se proyectó una estructura que funcionaba como una rueda de bicicleta, con una zona central de la que salían radios», explica Miguel Reviejo. Fue una apuesta que duró poco, apenas cinco años, lo que tardaron los primeros sistemas de IBM en aterrizar en España. Hoy esta parte esencial de aquel proceso es poco más que un mirador del que presumir ante visitas. Por el resto, es casi un estorbo, porque en logística se prefieren los ángulos rectos.

Han tenido que convertir el círculo inicial en un sistema de rectángulos. Lo cual no ha sido fácil, pero sí muy efectivo y eficaz. «Antiguamente, el personal iba con unos cestillos cogiendo los medicamentos con una mano y apuntando con la otra lo que retiraban. Con la llegada de la informática en el inicio de la década de los ochenta, empezó a cambiar toda la situación. La evolución de la robótica y de la ingeniería ha hecho que un pedido que tardaba seis o siete horas en salir de aquí, hoy lo haga en una hora y media o dos. Supuso una revolución en todo el sector. Se puede controlar mucho más lo que se está haciendo en cada momento, mejorando la calidad del servicio. Aquí lo importante es que el medicamento llegue a la farmacia en buenas condiciones en el mínimo tiempo posible. Y eso cada vez se hace mejor».

Del almacén al mostrador en un tiempo récord

En uno de los ordenadores de este enorme recinto, vaya usted a saber en cuál, se recibe nuestra solicitud de pedido. De esto antes se ocupaban una legión de telefonistas. No es nada extravagante. Hemos solicitado recoger en la farmacia una caja de paracetamol de un gramo en sobres de un determinado laboratorio que ha tenido a bien envasar su producto en una caja lo suficientemente grande como para poder poner dentro una cámara. El producto está localizado en un lineal de alta rotación —donde están aquellos medicamentos que más se piden y más se venden—. Al lado de nuestro paracetamol hay líneas de estatinas o de psicofármacos, otros grandes best-sellers de esta industria.

Como si fuese la parrilla de un gran premio, se enciende una luz verde y las cajas se empiezan a mover. Nuestro producto cae sobre una larga cinta transportadora en la que se van sumando otros productos. Todos se van directos a una cubeta. Caen y un mecanismo se encarga de agitarlos para hacer hueco y que, cuando llegue el momento, nada impida que se cierre. Empieza su camino, le ha tocado un viaje largo, porque no todos los envíos recorren todas las paradas. Este sí.

Buena parte del proceso son desplazamientos porque hay muchos kilómetros por recorrer. La cubeta, a la que cuesta seguir el ritmo, alcanza una zona donde se trabaja a mano. Los operarios, con un dispositivo en su muñeca, se encargan de escanear e introducir con el cariño que no da una máquina productos más grandes o que podrían romperse. Lo empujan a los rodillos y sigue viaje.

Sube y baja, desaparece y aparece de nuevo sobre nuestras cabezas. Sin saber muy bien cómo, irrumpe en la zona de envasado donde una máquina le coloca un fleje e introduce un albarán. La caja está más llena de lo que salió, pero es difícil saber en qué estación se han incorporado al recorrido los nuevos viajeros. La cubeta se cierra y una cinta transportadora traslada todos los productos al piso inferior y hay que correr detrás de ellos.

El reparto

«Aquí se mueven cada día unas 30.000 referencias. Si hablamos de unidades —de cajas, para que se entienda—, nos vamos hasta las 60.000», explica José Domínguez, gerente de operaciones para Galicia de Bidafarma. El stock de este almacén guarda en productos sanitarios la suma equivalente a casi diez millones de euros y muchísimas cajas, el necesario para, según su gerente, dar servicio a las cerca de 1.300 farmacias con las que cuenta la comunidad gallega. «En las rutas a los pueblos, que tenemos dos al día, una a primera hora de la mañana y otra a primera hora de la tarde, el intervalo de espera media está entre las dos horas y media y las tres horas. Aunque es cierto que, a alguna farmacia más alejada, podemos tardar un poco más», comenta.

Las furgonetas de reparto de las distintas cooperativas farmacéuticas estacionadas delante de los establecimientos son parte de la vida de pueblos y ciudades.
Las furgonetas de reparto de las distintas cooperativas farmacéuticas estacionadas delante de los establecimientos son parte de la vida de pueblos y ciudades. Álex López-Bonito

Entre tanto, nuestra cubeta ya ha descendido a los puertos de carga, donde las furgonetas esperan que un brazo hidráulico reparta sutilmente cada pedido a su respectivo dique de embarque. A partir de ahí, entran los repartidores a los que todos habrán visto alguna vez cerca de una farmacia. Toman la referencia con su lector que transmite la información y la referencia del albarán a algún lugar virtual donde queda almacenado —la cooperativa cuenta con servidores de seguridad que realizan copias de cada movimiento, en previsión ante posibles problemas informáticos— y salen a cubrir su ruta.

Atrás dejan un almacén que nunca cierra. Por la mañana se reparte y por la tarde se realizan tareas de mantenimiento y de aprovisionamiento para cuando las furgonetas vuelvan a pisar los diques. Por supuesto, aquí tampoco se va nunca la luz. Unos generadores alternativos se activan en caso de que el suministro eléctrico falle —algo habitual, dicen—, un error que no se pueden permitir. Una zona de neveras mantiene a la temperatura adecuada aquellos medicamentos que no les sirve eso de «consérvese en un lugar freso»; medicamentos que, por otra parte, no suelen ser de los baratos.

De robot en robot

Cada vez son más las farmacias que utilizan robots para optimizar el espacio. Nuestro fármaco pasa de las cintas de la cooperativa al robot particular de la farmacia. Está listo para ir a recogerlo. Pedido a última hora de la mañana y recogido a primera hora de la tarde tras un baile que hubiese costado imaginar sin verlo. Al menos, la espera dio para poder tomarse un café.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.