Inés Moreno, experta en alzhéimer: «Se está estudiando la depresión como un factor desencadenante de esta enfermedad»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Inés Moreno es investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga y profesora adjunta en el departamento de Neurología de la University of Texas Health Science Center en Houston.
Inés Moreno es investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga y profesora adjunta en el departamento de Neurología de la University of Texas Health Science Center en Houston.

La investigadora, que es presidenta del Alliance of Women Alzheimer's Researchers, ha descubierto una terapia que podría frenar la enfermedad

10 ene 2023 . Actualizado a las 15:47 h.

Inés Moreno lleva años estudiando el alzhéimer. A día de hoy, es investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga, profesora adjunta en el departamento de Neurología de la University of Texas Health Science Center en Houston y profesora adjunta de la Universidad Bernardo O'Higgins de Chile. De 2010 a 2013, fue investigadora posdoctoral en el departamento de Neurología de la Universidad de Texas y de 2013 a 2019 ejerció como profesora allí. Una investigación conjunta con esta misma entidad le ha llevado a descubrir una nueva terapia que podría frenar el alzhéimer y de la que nos cuenta todos los detalles en esta entrevista. Además, es la presidenta del Alliance of Women Alzheimer's Researchers, miembro del Instituto de Biomedicina de Málaga (IBIMA) y del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED). 

—¿Es posible prevenir el alzhéimer?

—La verdad es que a día de hoy no sabemos bien por qué se inicia la enfermedad de alzhéimer. Aproximadamente el 99 % de todos los casos son los que denominamos esporádicos, es decir, no conocemos bien su origen. No es genético. En esos casos lo que sí sabemos es que hay diferentes factores de riesgo que pueden hacer que una persona sea más propensa a desarrollar la enfermedad. Si conocemos los factores de riesgo y podemos evitarlos, de alguna forma podríamos estar evitando, o al menos retrasando, el desarrollo de la enfermedad. 

—¿Qué factores de riesgo se conocen que pueden estar relacionados con poder desarrollar alzhéimer? 

—El principal factor de riesgo para desarrollar alzhéimer es la edad. A partir de los 65 años uno cada vez tiene más probabilidades de tenerla. De hecho, la probabilidad se duplica cada cinco años, es decir, una persona con 70 años tendría el doble de posibilidades de tenerla que una persona de 65. Pero además de la edad y la genética, existen otros factores de riesgo que intervienen. Por ejemplo, es más común en mujeres que en hombres: dos de cada tres casos de alzhéimer suelen ocurrir en mujeres. 

Pero luego hay otros factores de riesgo que podemos intentar modificar o evitar. Se ha visto que uno de los factores de riesgo de desarrollar alzhéimer en un futuro es llevar una dieta poco saludable, alta en calorías, con muchas grasas o con mucha ingesta de carne roja. De esta forma, una posible forma de evitar la enfermedad es llevar una dieta de tipo mediterránea. Además, se ha centrado la investigación en el sueño. Es muy importante tener un sueño de calidad tanto en la duración como en la continuidad. Cuánto dormimos sin que se despierte la persona. 

También es aconsejable tener cierta actividad física. No hace falta que sea de gran intensidad o durante mucho tiempo. Se ha visto que es muy favorable hacer ejercicio moderado treinta minutos al día. Salir a pasear o tener cualquier tipo de actividad física, aunque esta no sea muy intensa, favorece. 

Otros factores de riesgo son consumir alcohol y fumar. Depende de la cantidad, cuanto más se fume, más severa o antes puede presentarse la enfermedad de alzhéimer. 

—¿Y existen factores de riesgo que no tengan tanto que ver con nuestro estilo de vida?

—Sí. También se ha visto que hay otros factores, como haber sufrido cuadros depresivos. Una depresión aguda, clínica, que haya tenido que tratarse a nivel clínico. También sufrir golpes en la cabeza o contusiones cerebrales; otras enfermedades que normalmente tienen que ver con el envejecimiento, como pueden ser la diabetes tipo II que aparece sobre todo en personas de edad adulta; y patologías cardiovasculares como problemas del corazón, hipertensión, colesterol alto… que también podrían incrementar las posibilidades de desarrollar alzhéimer. 

—¿Estos últimos factores de riesgo todavía se están investigando?

—La diabetes se conoce desde hace mucho tiempo que es un gran inductor o favorecedor del desarrollo de la enfermedad de alzhéimer, pero por ejemplo, se está estudiando más detalladamente la depresión como un factor desencadenante del alzhéimer o incluso los patrones y la calidad del sueño. Se sabe que las personas que sufren de insomnio o que tienen apnea del sueño podrían estar en un mayor riesgo de padecer la enfermedad. 

—Se sabe que esta enfermedad se empieza a desarrollar mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas. ¿Cómo podría conseguirse un diagnóstico precoz antes de que empiecen estas señales de alarma?

—Cuando aparecen esas pérdidas de memoria, esa incapacidad de aprender cosas nuevas o incluso cambios en la personalidad... Se sabe que en el cerebro ocurren cambios 20 años antes de que se puedan apreciar. Claro, lo importante es detectarlo con tiempo para darle al paciente una mejor calidad de vida. 

El problema es que a día de hoy los test se realizan cuando el paciente ya tiene los síntomas. El principal test que se realiza es el de función cognitiva para conocer el estado de la memoria y la capacidad de aprendizaje. Son simplemente un grupo de preguntas y actividades para conocer la orientación del paciente en el espacio y el tiempo, su memoria a corto plazo y la capacidad verbal. Además de estos test, en la clínica el diagnóstico puede acompañarse de otros exámenes que pueden ser bastante invasivos, como una punción lumbar para obtener líquido de la columna o un escáner del cerebro con isótopos radiactivos. Pero hay una gran cantidad de investigadores que están intentando encontrar un test rápido para diagnosticar la enfermedad. Del que más se está investigando es un test de sangre, de manera que una persona cuando vaya a una clínica a hacer un examen rutinario anual y le miren diferentes parámetros en sangre, ojalá hubiera uno que nos pudiera indicar si hay o no enfermedad neurodegenerativa.

—¿Qué parámetros se utilizarían en este test de sangre para saber que existe alzhéimer?

—Se están barajando diferentes marcadores, varios de ellos intentarían detectar diferentes sustancias tóxicas que se producen en el cerebro. Son proteínas que se sabe que están asociadas con la enfermedad. Se llaman beta amiloide y tau, se producen en el cerebro y son tóxicas. Se sabe que estas proteínas o moléculas pueden ir a la sangre. Es decir, sus concentraciones en sangre pueden ser una forma de detectar la enfermedad de alzhéimer. 

También se han realizado otros estudios donde se han intentado detectar moléculas que indicarán la existencia de muerte de neuronas o que existe un problema de inflamación en el cerebro, que suele ocurrir también con la enfermedad de alzhéimer. Incluso que encontráramos una combinación de ambas.

—Hace unos meses se conocía que estabas investigando una posible terapia no invasiva que podría llegar a frenar la enfermedad de alzhéimer. ¿En qué consiste?

—Esta investigación la hemos llevado a cabo durante muchos años, intentando encontrar una terapia, cura o tratamiento que sea poco invasivo. Lo hemos hecho en colaboración con la Universidad de Texas, donde yo estuve trabajando mucho tiempo, y el artículo se acaba de publicar hace poco. En relación con estas proteínas que son tóxicas y se encuentran en el cerebro y que se pueden encontrar en sangre, existe una hipótesis donde pensamos que la cantidad de esas proteínas tóxicas que hay en el cerebro se encuentran más o menos en equilibrio con la cantidad de proteínas que hay en sangre. De forma que si hay más en el cerebro, hay más en la sangre.

La idea fue: ¿Y si quitamos esas proteínas de la sangre de forma que arrastramos, drenamos, las que hay en el cerebro? Esa es la teoría. Hicimos una especie de transfusión sanguínea en animales de laboratorio donde quitamos parte de sangre «contaminada» y que contiene esas sustancias tóxicas que provienen del cerebro. Después tratamos de remplazarlas, es decir, añadirles sangre de animales que sanos. La idea es eliminarlas, de forma poco invasiva, es decir, porque es como una extracción sanguínea, e introducir sangre que esté limpia o fresca libre de esa proteína tóxica. Lo que veíamos después de hacer eso varias veces es que evidentemente, había menos proteínas tóxicas en el cerebro y que los animales de hecho ya no tenían tantos problemas en aprender y recordar cosas. Al menos en animales nos parece que funciona y nos gustaría llevarlo a la clínica, saber si eso en pacientes funciona. Porque muchas veces probamos cosas en animales de laboratorio que luego no funciona en la clínica, suele pasar.

Trasladando esto a la clínica sería hacer transfusiones sanguíneas en donde simplemente eliminaríamos sangre del paciente e inyectaríamos sangre de un donante. En el futuro, incluso desarrollar un dispositivo en el que la sangre pasase por un sistema en donde se eliminaran esas proteínas tóxicas y le volviésemos a inyectar al paciente su propia sangre pero ya limpia, como si fuese una diálisis.

Dentro de todas las terapias que uno puede pensar para la enfermedad de alzhéimer esta sería la menos invasiva. Sí que es verdad que la diálisis a la larga puede tener algunos efectos secundarios, pero el hecho de simplemente quitar e introducir sangre es una metodología donde no hay medicación ni potenciales efectos secundarios que sean importantes. Simplemente un pequeño pinchazo. Y queremos seguir con esta idea.

—¿Este tratamiento resultaría beneficioso para aquellas personas que ya están desarrollando la enfermedad de una forma un poco más grave? 

—Sí. Nosotros en los animales de laboratorio lo hemos probado de dos formas distintas. Una antes de que los animales muestren signos y otra en donde los animales ya presentaban la enfermedad muy avanzada. Parece ser que funciona en los dos casos, es decir, podría ser tanto preventiva como curativa. El problema es que cuanto más avanzada esté la enfermedad eso implica que hay más neuronas que han muerto y este tratamiento no reemplaza células. No hacen que vivan más ni hacen que se produzcan más células. Simplemente quita las proteínas tóxicas y evita que avance la enfermedad, pero no la retrasa. El daño que ya se ha provocado, ahora mismo no lo podemos eliminar. 

—¿Cuáles serían las futuras líneas de investigación?

—Por un lado, estamos realizando más análisis. Cuando hicimos este estudio, lo hicimos con una de las proteínas, la beta amiloide, ahora lo estamos haciendo con tau para estar seguros de que funciona bien.

Segundo, cuando añadimos sangre de un animal sano también estamos añadiendo muchas más cosas. La sangre tiene muchos más componentes, no solo las sustancias tóxicas. No sabemos si es simplemente el hecho de quitar esa proteína tóxica o porque estamos añadiendo otras cosas que el animal sano tiene. La sangre no es igual en personas que padecen una enfermedad y las que no la tienen. Eso es lo que estamos analizando ahora mismo. Y luego, sí, en un futuro nos gustaría saltar a la clínica y poder conseguir financiación para poderlo probar en personas. La parte positiva es que como las transfusiones sanguíneas ya se realizan y es un procedimiento clínico que está autorizado, no debería ser un obstáculo. No es como un medicamento nuevo que uno tiene que tener más precaución con los riesgos potenciales que pueden aparecer. 

—El alzhéimer es una enfermedad que se lleva investigando muchos años, sin embargo podría decirse que los avances son muy lentos en comparación con otras enfermedades. ¿Por qué crees que sucede esto?

—Siempre que estemos hablando de una enfermedad del cerebro va a ser mucho más compleja de investigar, analizar y encontrar un tratamiento que cuando hablamos de otro tipo de órganos. El cerebro ya de por sí es un órgano muy complejo que, de hecho, no sabemos bien cómo funciona al cien por cien. Eso le añade un nivel más de complejidad al estudio. Comparado con otras enfermedades como pueden ser, por ejemplo, el cáncer, hay mucho menos financiación para estudiar el alzhéimer. En el caso del cáncer hubo una época en la que se inyectó mucha financiación en investigación para pararlo y gracias a ello se ha avanzado mucho. Pero en el alzhéimer todavía no ha pasado. Por eso creo que es una combinatoria de varias cosas. Hasta hace poco, casi se daba por hecho que era algo normal sufrir ciertas enfermedades cuando uno es mayor. No todo el mundo envejece igual y la enfermedad del alzhéimer y otras enfermedades asociadas a la edad no son obligatorias. Es decir, uno puede tener un envejecimiento saludable, sufrir alzhéimer no es obligatorio.

—¿Qué hay de la demencia senil?

—Es un término que a día de hoy ya no se emplea. Antes se usaba cuando una persona de edad avanzada tenía un problema del sistema nervioso central, pero no se sabía muy bien el qué era, entonces todo se diagnosticaba como demencia senil. A día de hoy sabemos que hay muchos tipos de demencia. Creo que hay que cambiar un poco esa actitud de que si una persona es mayor, tiene problemas asociados y que eso es menos grave que si es una enfermedad que afecte en estadios más tempranos. Todas son igual de importantes, evidentemente. Pero creo que se han unido varios factores que hacen que haya menos financiación en ese campo además de ser una enfermedad compleja. Sobre todo por el hecho de que se desarrolla durante veinte años y aún no sabemos por qué, ni exactamente cómo se inicia, ni cómo avanza. Todavía nos queda. Soy positiva, me gusta pensar que vamos por el buen camino, que hay muchos grupos de investigación y estamos cambiando un poco la forma de pensar en cómo se inicia la enfermedad y cómo se puede atacar. 

—¿Crees que en un futuro más o menos próximo se llegará a conseguir una cura contra el alzhéimer?

—Sí, yo creo que la encontraremos. No es próximo, desafortunadamente. Creo que nos queda mucho por comprender, saber cómo se desarrolla esta enfermedad. Qué pasa durante esos veinte años donde se desarrolla patología en el cerebro, aunque a nivel clínico, del de paciente, no vemos absolutamente nada. También sabemos que hay pacientes que tienen esas proteínas tóxicas en el cerebro y no se ven nunca afectados. Ellos son una diana para centrarnos y ver qué capacidades tienen estas personas para tener esta toxicidad en el cerebro y no padecer la enfermedad. 

Nos queda mucho, creo que es un recorrido largo y lento, pero creo que se ha avanzado mucho en estos últimos diez años. Existen varias inmunoterapias que han aparecido en el mercado, aunque en Europa todavía no se emplean. En Estados Unidos ya se están empezando a usar. Se trata de una inmunoterapia para eliminar esas proteínas tóxicas del cerebro. A día de hoy todavía tiene muchos efectos secundarios. Si uno lo pone en la balanza los beneficios junto con los efectos secundarios, aún no podemos decir que se ha encontrado una buena terapia, aunque actualmente es la única.

—¿El lecanemab forma parte de esas inmunoterapias?

—Sí, es parecido al aducanumab que salió hace unos años. Este último la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos) lo aprobó. Es una inmunoterapia donde se veían algunas mejoras, pero también efectos secundarios graves, ya que algunos pacientes sufrieron hemorragias cerebrales y otros efectos secundarios graves. Además el tratamiento era muy costoso. El lecanemab parece, en los primeros resultados, que tiene una mayor mejora para el paciente y menos efectos secundarios. Todavía no está aprobado, pero creo que vamos por el buen camino. No creo que sea el único. Sin embargo, es posible que resulte necesario tener una terapia múltiple con varias medidas. Este medicamento está indicado contra esa proteína tóxica beta amiloide del cerebro, pero hay muchas otras cosas que suceden con la enfermedad. Con lo cual, ayuda, pero no es la respuesta definitiva. Si bien es una esperanza para los pacientes que están sufriendo la enfermedad.

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.