Kathleen Folbigg no mató a sus hijos: cómo la ciencia dejó en evidencia a la justicia australiana

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La defensa de la madre, acusada en 2003 de asesinar a tres de sus hijos y cometer homicidio imprudente con un cuarto, fue liderada por la inmunóloga española Carola Vinuesa

14 dic 2023 . Actualizado a las 13:31 h.

«Nunca ha habido, en la historia de la medicina, un caso como este». Son las palabras que pronunció en su alegato final el fiscal del caso Folbigg, el juicio más mediático de lo que va de siglo en Australia. Lo dijo después de que la ciencia haya convertido a Kathleen Folbigg en víctima del sistema judicial, el mismo sistema que la aupó a la categoría de villana despiadada en el año 2003 tras ser acusada de, supuestamente, haber asesinado a tres de sus hijos y cometer homicidio involuntario con un cuarto. «Kathleen Folbigg debe ser liberada de custodia lo antes posible», dijo el fiscal este lunes. Así se pone fin al caso, después de que un equipo de científicos, liderados por la inmunóloga española Carola Vinuesa, demostrase que los supuestos asesinatos eran, en realidad, muertes naturales.

El caso: tres asesinatos y un homicidio imprudente en diez años

Kathleen Megan Folbigg fue acusada en un juicio que duró siete semanas de matar a tres de sus hijos, todos ellos menores de dos años, y de haber cometido homicidio imprudente con un cuarto, Caleb Gibson, de tan solo 19 días de edad, por negligencia en una muerte que se atribuyó al síndrome de muerte súbita del lactante. Las víctimas de los supuestos asesinatos fueron Patrick Allen (de ocho meses), Sara Kathleen (de diez meses) y Laura Elizabeth (de diecinueve meses de edad). Caleb Gibson fue el primero de sus hijos en morir, en febrero de 1989. Le seguirían Patrick Allen (febrero de 1991), Sara Kathleen (agosto de 1993) y Laura Elizabeth (febrero de 1999).

Las investigaciones sobre las muertes pronto recalaron en el seno de la familia, después de que Craig Gibson Folbigg, marido y padre de los niños, alertase a la policía de que había descubierto en un diario personal de Kathleen Folbigg, su mujer, un texto en el que se planteaba si había sido ella quién había hecho daño a sus hijos. Esta prueba utilizada por la fiscalía, muy criticada por poco sólida, fue uno de los puntos claves del juicio. El pasado turbulento de Kathleen también jugó en su contra —su padre había asesinado a su madre cuando ella tenía 18 meses—. Su actitud en la sala de audiencias, de la que trató de salir huyendo durante el juicio, tampoco ayudó. Se le acusó de asfixiar a sus hijos durante episodios de frustración y fue sentenciada inicialmente a 40 años de cárcel, condena que sería reducida posteriormente a 30 sin posibilidad de libertad condicional durante 25 años. 

Kathleen Folbigg mantuvo en todo momento su inocencia ante la justicia, defendiendo que sus hijos habían fallecido por causas naturales. No obstante, el jurado consideró que la coincidencia de tantas muertes en tan corto espacio de tiempo era tremendamente improbable y se apeló a la llamada Ley de Meadow, muy utilizada en infanticidios y llamada así en honor al pediatra británico Roy Meadow: «Una muerte súbita de un niño es una desgracia, dos es sospechoso y tres es asesinato hasta que se demuestre lo contrario».

«Claro que puede parecer difícil que pase. Estamos hablando de puras matemáticas y de las leyes de la probabilidad. Quienes la condenaron, quienes hicieron el informe pericial desde el punto de vista técnico, no tuvieron en cuenta que algo, por muy improbable que sea, no significa que no sea verdad. Puede ocurrir algo extremadamente improbable», explica el catedrático de genética de la Universidad de Valencia Manuel Pérez-Alonso. Serían Carola Vinuesa y su equipo los encargados de demostrarlo. 

La defensa: todo se debió a un problema congénito 

La genética revolucionó los procesos judiciales desde su aparición. Pensemos que, hasta hace unos cien años, cualquiera podría asegurar ante un tribunal ser hijo de otra persona sin que el supuesto padre tuviese ningún argumento para defenderse. Lo crean o no, el juicio giraba en torno a si el acusado se parecía físicamente al demandante. «Nuestra sociedad era un lugar completamente distinto antes de que pudiésemos mirar a través de los genes de las personas. Había cientos de preguntas imposibles de responder. Ante un tribunal, el guion se limitaba a decir: ''Muy bien, este niño se parece a ti, así que es tu hijo''. Y ya estaba, era un argumento suficiente. Pero es que en las últimas dos décadas hemos visto que este cambio ha tenido, no solo un impacto tremendo en el sistema judicial, sino también para muchísimas personas que se han realizado test genéticos por su cuenta. Gente que ha descubierto que, después de todo, su padre no era en realidad su padre», explicaba en este entrevista el divulgador científico Carl Zimmer, autor de uno de los mayores manuales sobre genética publicados en los últimos años (Tiene la sonrisa de su madre, Capitán Swing). 

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En el siglo XX, la genética supuso un auténtico vuelco a los crímenes en el mundo. Los criminales podían ser ahora identificados gracias a un simple resto (como un pelo, por ejemplo). Aquello fue una auténtica revolución, pero lo que ha ocurrido este lunes en el sistema judicial  australiano supone una nueva frontera, gracias al ahínco puesto por un grupo de científicos liderados por la doctora española Carola Vinuesa, empeñados en demostrar que los asesinatos eran, en realidad, muertes naturales debido a un problema congénito. Para ser precisos, a dos problemas genéticos diferentes. Porque las dos niñas murieron por una mutación cardíaca y los niños fallecieron a causa de otra distinta, menos estudiada, relacionada con la epilepsia. Una trágica y extrañísima coincidencia. tan difícil de creer que llevó a la justicia a un error histórico.

«Es verdaderamente increíble que esto haya sucedido. Pero hay que decir que, hace veinte años, la genética no estaba tan avanzada. Hoy en día disponemos de unas herramientas que por entonces no estaban disponibles. Pero aún así, me atrevería a decir que quien hizo en su momento la valoración desde el punto de vista técnico para considerar que esa probabilidad era casi del 100 %, condenando a esa persona, cometió un error gravísimo», apunta Manuel Pérez-Alonso, catedrático de genética de la Universidad de Valencia y director científico del laboratorio Mendel Brain.

Dos anomalías genéticas, cuatro muertes

La hipótesis de que los niños fueron asfixiados por su madre con la almohada fue una teoría elaborada prácticamente por descarte. Era el único modo que parecía encajar, ya que en los análisis forenses de los fallecidos no se encontraron pruebas concluyentes de cómo la madre había acabado con la vida de los niños. «Cuando ves los informes médicos, ya había indicios de que esas muertes podían ser naturales. Uno tenía una epilepsia muy severa, en otra aparece una miocarditis en la autopsia, cosas que no son patologías normales», explicaba la propia Vinuesa tras la decisión del juez en Onda Cero. Pero la teoría del ahogamiento con la almohada tenía un fallo importante. Dos de los bebés ya tenían dientes en el momento de su muerte, por lo que, en caso de ser asfixiados, deberían haber presentado marcas en la zona del labio que no fueron encontradas.

Comparecencia de Tracy Chapman, amiga de Folbigg y una de las más activas defensoras de su inocencia, tras su liberación.
Comparecencia de Tracy Chapman, amiga de Folbigg y una de las más activas defensoras de su inocencia, tras su liberación. STRINGER | REUTERS

El equipo de Vinuesa pudo encontrar en dos de los niños, una mutación en los genes CALM2. La misión de estos genes es la de producir una proteína que media en los iones de calcio, responsables de muchos procesos intracelulares, como la contracción del músculo cardíaco provocando arritmias potencialmente letales. Es decir, un vistazo al ADN de los fallecidos indicaba que sus corazones tenían altas probabilidades de funcionar mal por un problema genético. Y sin un corazón sano, no hay vida. Las investigaciones sobre cómo este gen puede provocar muerte súbita han sido profundamente estudiados y demostrados por investigadores de tres países distintos.

Esta mutación explicaba la muerte de dos de los cuatro fallecidos, ¿pero y los dos restantes? La causa que argumentó la defensa se basaba en la existencia de otra mutación, menos estudiada que la de la calmodulina 2, pero que parece guardar relación con la epilepsia. Patrick Allen, el segundo de los hijos de Kathleen Folbigg, fue diagnosticado de epilepsia tras su muerte en 1990. Por tanto, detrás de la tragedia estarían dos causas genéticas. Una teoría que ahora el juez acepta como duda razonable, lo que ha supuesto la libertad para la madre. 

Tras el indulto y una vez el tribunal consideraba probada la duda razonable, ahora el caso se dirige hacia la Corte de Revisión de Casos Penales de Australia para iniciar el proceso que confirmará a la acusada como inocente. Un proceso que se espera más rápido. 

¿Cómo es posible que nadie se diese cuenta del error hasta ahora?

Como se ha dicho, el avance de la genética en las últimas décadas ha sido exponencial y, en el año 2003, ni de lejos se disponía del arsenal de técnicas, herramientas y conocimiento de los que disponemos en la actualidad. De hecho, Kathleen Folbigg fue condenada apenas un mes después de que el Proyecto Genoma Humano hubiese anunciado en abril del 2003 que había logrado por primera vez secuenciar el 100 % del genoma humano.

Con todo se ha necesitado de la experiencia de una de las mejores científicas del mundo para poder acreditar la duda razonable sobre las muertes de los niños, lo cual da una idea de lo complicado del proceso. Además debe entenderse que, aunque hoy seamos capaces de secuenciar el ADN, todavía no somos capaces de 'leerlo' con claridad. Por decirlo de alguna manera, tenemos la información, pero no entendemos de todo el idioma, por lo que es todavía difícil de entender la importancia de cada combinación de genes en cada proceso biológico. «Muchas veces, en la genética, lo que manejamos es la relación entre el gen y la enfermedad. Pero el camino, la función concreta de ese gen en un estado normal cuando no existe una mutación, muchas veces, no se conoce con detalle», explica Pérez-Alonso.

Pese a este desconocimiento —o precisamente por todo lo que nos queda por conocer— el catedrático de la universidad valenciana se muestra entusiasta de cara al futuro: «Lo que estamos viendo con respecto a la genética y con las tecnologías relacionadas con la genética y el diagnóstico están avanzando de una forma extraordinaria. Es probable que cosas de esta naturaleza nos las volvamos a encontrar en los próximos años. Cosas incluso más sorprendentes. Porque lo que antes parecía imposible, ahora ya es algo al alcance de los científicos y es una herramienta para poder resolver casos como este». De hecho, en Estados Unidos se está debatiendo la posibilidad de que a todos los recién nacidos se les secuencie el genoma nada más nacer, incorporando estos datos a su ficha médica para que, cuando estemos listos, podamos disponer de información valiosa que pueda advertirnos de un riesgo potencial de padecer enfermedades. Pérez-Alonso no tiene dudas de que el futuro pasa por aquí y que la secuenciación del genoma a toda la población se convertirá en una realidad: «A mí no me cabe ninguna duda. Eso va a ocurrir en las próximas décadas, no sé si dentro de dos o de una. Pero con toda certeza va a ocurrir».

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.