Luna, un caso farmacorresistente entre un 99 % de pacientes que se curan: «No reacciona a ningún medicamento»

ENFERMEDADES

Luna, en el centro, es paciente de síndrome nefrótico infantil. A la izquierda, su madre Silvia.
Luna, en el centro, es paciente de síndrome nefrótico infantil. A la izquierda, su madre Silvia. La Voz de la Salud

La pequeña padece síndrome nefrótico infantil, una patología que en el 99 % de los casos responde a los corticoides, pero todos los tratamientos han fallado con ella; sus padres buscan a otras familias en una situación similar para ejercer presión y encontrar financiación para investigar

11 oct 2023 . Actualizado a las 13:52 h.

La enfermedad de Luna (11 años) se dejó ver por primera vez en una consulta pediátrica más del año 2022. La irrupción no fue escandalosa: no había sangrados, crisis ni pérdidas de conciencia. Nada de lo que suele anunciar problemas en las ficciones médicas. Simplemente, la tensión fuera de los estándares, demasiado alta. Y nada más. Suele pasar que a estas cosas no se les dé importancia, «tensión de bata blanca» la llaman. Y así, muchos futuros problemas quedan camuflados bajo el nerviosismo de una visita al médico. Luna y Silvia, su madre, se marcharon a su casa. Pasaron los meses. 

La segunda vez que la enfermedad de Luna se dejó ver lo hizo en sus ojos, que una mañana amanecieron hinchados. Como un acto reflejo, el pediatra habló de alergia. El cuerpo es complejo y, aunque sumes uno y uno, no siempre se ve el dos. Más si el paciente es tan joven, que debiera ser sinónimo de sano. La matemática resulta algo más sencilla si, como en el caso de Silvia, detrás hay una formación sanitaria —ella es auxiliar de enfermería—. «Yo ya me quedé con la mosca detrás de la oreja y siempre le tomaba la tensión en casa. Y siempre la tenía alta», explica. Así, la cuenta fue más fácil. En pediatría le midieron la tensión. Otra vez. Y de nuevo alta. Es ahí cuando se da el salto que produce el vértigo: del ambulatorio al hospital con un papel de la mano. 

Aunque el debut del problema se produjese en una consulta, Luna lo llevaba dentro. De entre los 20.000 genes que tiene el ser humano, basta con que tres se rebelen para hacer la vida mucho más difícil. Lo que le pasa tiene nombre a elegir: síndrome nefrítico infantil o síndrome nefrótico pediátrico, dos apellidos para la misma cosa. Y lo normal es 'curarse', o que al menos que el tratamiento controle el problema. Es, de hecho, lo muy normal. Luna tuvo mala suerte. Se trata de un síndrome que aparece en entre dos a siete niños de cada 100.000. De todos ellos, el 99 % responde satisfactoriamente a un tratamiento basado en una terapia con corticoides. A ese pequeño grupo de corticorresistentes, todavía les queda por recorrer la senda de la inmunosupresión. A Luna ni lo uno ni lo otro, los tratamientos no le funcionan. Una realidad dura, tan injusta que obliga a su madre a parar de hablar, a guardar largos e intensos silencios. 

El diagnóstico y el fracaso del tratamiento

«La pediatra del hospital la estuvo observando, tocando. Vieron que algo pasaba. Le hicieron una tira de orina, que es una cosa súper fácil de hacer y que es una de las luchas que tenemos. Cuando van los niños con ojos hinchados, siempre es alergia. Es que es tan fácil como hacer un tira de orina para asegurarse», dice Silvia. La tira reactiva de Luna cantó al contacto con su orina, Luna perdía proteína. No era alergia ni tampoco nervios, era su riñón. Estaba funcionando mal, pero había que confirmarlo.

«La pediatra vio que algo no cuadraba y nos derivó por una sospecha alta de síndrome nefrótico o de algún otro problema renal. Nos fuimos a casa y, al día siguiente, tras llevar a las niñas al colegio —Luna tiene una hermana pequeña—, me llamaron del hospital. Algo iba mal y teníamos que ingresar. A partir de ahí, se puso en marcha todo el protocolo por el síndrome nefrótico, que se caracteriza por esa pérdida de proteína en la orina, tensiones altas e hinchazón en ojos, piernas y genitales».

Ese protocolo tiene como primera opción terapéutica los corticoides. Al 99 % de pacientes les funcionan; a un 1 %, no. «Empezaron a probar con corticoides y a los diez días nos dieron el alta mientras esperábamos la evolución. A los dos días, volvió a hincharse. Regresamos al hospital y nos volvieron a ingresar para aplicarle el corticoide por vía intravenosa, pero no funcionó. Ahí ya nos hacen un diagnóstico de síndrome nefrótico corticorresistente». La mala suerte se cebaba con Luna: una enfermedad que padecen un máximo de 7 niños de cada 100.000; solo el 1 % no responde al tratamiento. 

Con una diagnóstico todavía más largo, Luna, que hoy tiene 11 años, continuó su peregrinación por la sanidad. Perseguir una solución conlleva esa penitencia de ir de un lado al otro en un momento tan vulnerable. «Nos derivan del Hospital Infanta Sofía al Hospital de La Paz, donde nos dicen que el corticoide no hace efecto, que hay que hacerle una biopsia renal para ver los tres escenarios posibles que hay: el de cambios mínimos, que se da en el 99 % de los casos; la glomeruloesclerosis focal y segmentaria que significa que ya ha afectado al riñón y empieza a tener cicatrices que no son recuperables o un tercer caso, todavía peor», recuerda su madre. La prueba y su posterior análisis genético aportó algo de luz. Algo, pero insuficiente. «Salieron tres genes 'pintados', pero ni siquiera se ha descubierto todavía que estén relacionados con total seguridad con los problemas renales o el síndrome nefrótico, aunque dos de ellos sí indican que va a ser corticorresistene al tratamiento». La luz era una linterna de excursionista en mitad del océano que es nuestra genética.

Segundo y tercer tratamiento. Otros dos intentos fallidos

Los tratamientos que se aplican a los pacientes con síndrome nefrótico no son medicamentos diseñados originalmente para él. La prevalencia del problema es baja y la inmensa mayoría de los pacientes responden bien a los fármacos que ya tenemos. Es un mal escenario para que nadie con el dinero suficiente se anime a arriesgar en una búsqueda de nuevas fórmulas sin garantías de éxito. «Usamos medicamentos que fueron diseñados, por ejemplo, contra parásitos intestinales, es que no tenemos ninguna medicación específica porque no se sabe el origen de la enfermedad y porque cada niño la desarrolla y evoluciona de una forma totalmente distinta. Está ahí y que no sabemos ni de dónde viene. Es desesperante», se desahoga.

Tras el chasco con la primera línea de tratamiento, que le hizo a su diagnóstico ganarse la coletilla de corticorresistente, llegó el segundo batallón del arsenal terapéutico: los inmunosupresores. «Hay varios, aunque ninguno es específico para su problema. Son medicamentos para otras enfermedades que, por alguna casualidad, se ha comprobado que también funcionaban con niños, que es el perfil que tiene el síndrome nefrótico. Hemos ya probado con cuatro o cinco distintos, pero ella no reacciona a ningún medicamento». Y ante este escenario, hubo que doblar la apuesta. El reposicionamiento de fármacos esta vez les llevó al rituximab, un anticuerpo monoclonal usado frente a determinados cánceres con el que se han obtenido buenos resultados ante enfermedades autoinmunes como el lupus. Había que probar, pero probar implica riesgo.

«Cuando los pacientes no responden, lo que hacen es probar un nuevo medicamento que es una obra de ingeniería médica llamado rituximab. Este fármaco hay que aplicarlo en hospitales, es intravenoso». Y aquí, Silvia se para, dos o tres segundos, que parecen mucho más. Se disculpa antes de seguir: «Puede provocar una anafilaxia. Y es lo que le pasó a ella. Le pusieron el rituximab en el Hospital de La Paz y a la media hora, más o menos, sufrió una anafilaxia grave y terminamos en la uci. Ya metidos en este berenjenal, realmente ella ya no tiene opciones».

Consolar a los que están mejor que tú

Luna es una niña normal y corriente. Luna es feliz. Pero en casa saben que lo que hay. Sin tratamiento que le funcione, es muy probable que con el tiempo Luna acabe sufriendo una insuficiencia renal. Es muy probable que Luna tenga que someterse a diálisis y es muy probable que acabe necesitando un trasplante que, si esta vez hay por fin algo de suerte, les dé paz a ella y a su familia una larga temporada. Son muchas cosas y hay que digerirlo. No siempre, pero se suele llevar mejor si tienes a tu lado alguien que está pasando lo que tú estás pasando. Silvia se hizo socia de Aesni (Asociación Española de Síndrome Nefrótico Infantil), pero una cosa es poner una cuota y otra implicarse. Empaparse de historias de niños que sufren, pero que sufren menos de lo que lo hace tu hija. «Personalmente, me costaba mucho, sabiendo que el 99 % de los niños que me encontrase se iban a curar, ponerme en contacto con otros padres; ver que el tratamiento les estaba funcionando», dice. ¿Alguien se atrevería a juzgarla?

Pero en Valencia —Silvia, Luna y su familia son de Madrid— encontraron un caso como el suyo. «Ver a alguien que está igual de jodida que nosotros nos hizo dar un paso, empezar a acudir a los encuentro». Allí se enteró de algunos de los escasos avances que se dan en la investigación, de la tesis de que la microbiota intestinal pueda tener alguna relación con la etiología de la enfermedad, conoció a nefrólogos y, en definitiva, comenzó a empaparse y saber por qué debía luchar. Silvia busca ahora dos cosas: ruido y ciencia. Que lo primero sirva para financiar lo segundo: «Al final, somos una organización súper pequeñita; ochenta familias, nada más. Pero si tenemos a cinco niños de cada 100.000 afectados tiene que haber más familias que no sabemos dónde están. Están por ahí, desperdigados, y creo que sería interesante que podamos localizar a todos esos niños que están pasando esto y que, juntos, de algún modo podamos llegar a financiar, aunque sea desde la asociación o a través de subvenciones, investigaciones específicas».

Explica con dolor que, en la era del big data, en la que las inteligencias artificiales logran encontrar vínculos que al ser humano le pasan desapercibidas, no existe ninguna base de datos de la enfermedad. «Sé que todos los nefrólogos se conocen entre ellos, pero duele que no haya ninguna base de datos sobre la evolución de estos niños; de en qué rangos de edades funciona mejor una cosa u otra. Al final, el tratamiento que va a recibir mi hija se basa en el ensayo y el error. Y no hablamos de un ibuprofeno. A lago plazo, ni siquiera se sabe qué secuelas puede causar estar probando tanta medicación durante tanto tiempo, sobre todo con medicaciones que no son específicas. Hace dos o tres años casi nadie había oído hablar sobre el rimoximab. No se sabe cuántos ciclos se pueden poner, se hablaba de cuatro, pero ahora están probando a poner cinco ciclos a los niños. Son conejillos de indias, prueban con ellos y es que esos datos, al final, no van a ningún sitio», expone con evidente frustración. Ruido y ciencia, insiste: «Lo que necesitamos sobre todo es financiación de algún tipo, que se empiece a escuchar que esta enfermedad existe, que necesitamos financiar un estudio y encontrar al resto de familias». Mientras no llega la ciencia, se centrarán en el ruido. «Lo que queremos, en realidad, es cualquier cosa que nos den».

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.