Abi y Silvia viven sin sentido del olfato: «Trabajé en una droguería siendo incapaz de oler nada»

Lois Balado Tomé
LOIS BALADO LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Abi, que vive en Vilagarcía de Arousa, padece anosmia congénita.
Abi, que vive en Vilagarcía de Arousa, padece anosmia congénita. La Voz de la Salud

Padecen anosmia congénita, nunca han sido capaces de oler lo que las rodea, una condición que descubrieron siendo unas niñas

07 ene 2024 . Actualizado a las 10:47 h.

Vista, oído, gusto, tacto. Y ya. ¿Se imaginan cómo es vivir con solo cuatro de los cinco sentidos con los que cuentan la inmensa mayoría de los seres humanos? Abi es de Madrid y se acaba de mudar a Galicia, pero no huele el mar. Su olfato nunca ha funcionado. Sufre de anosmia congénita, una forma elegante de decir que, desde que nació, es incapaz de oler nada. Algo que supo desde siempre, pero que empezó a entender hace tan solo tres años, cuando escuchó en las noticias por primera vez la palabra anosmia. Ahí fue cuando lo contó. «Nadie sabía que yo no olía. Mis padres alucinaron, nadie me creía», dice. Hasta entonces, estuvo sola. De pequeña creía que, al igual que hay niñas que no aprenden a nadar o a andar en bicicleta, ella nunca había aprendido a oler. «Mis padres son grandes personas y siempre lo han hecho lo mejor que han podido, lo que pasa es que tengo un hermano que es súper inteligente. Siempre escuché comentarios comparándonos, “este niño se lee el tema y se lo aprende, a Abi le cuesta un poco más”. Inconscientemente, esas cosas van forjando tu personalidad. Cuando era niña y estaba con mis primos, que siempre estaban oliendo cosas y yo no podía, lo atribuía a que era tonta. Nunca lo conté. Salí del armario olfativo hace tres años. Hasta entonces, fingía todo el tiempo que olía, lo cual no es complicado porque tampoco es que la gente preste mucha atención a esto. Te dicen, "mira cómo huele esto" y tú dices que sí. No preguntan más, no hay que mentir mucho», explica la propia Abi —de Abigaíl—. 

Durante la charla con La Voz de la Salud, Abi y Silvia se ven las caras por primera vez. Silvia tampoco ha sido nunca capaz de oler. Ese es su vínculo común y lo que les ha llevado a coincidir en la Asociación Española de Anosmia, una organización que engloba a personas como ellas, pero también a los que denominan 'adquiridos'; aquellos a los que alguna patología —el ejemplo más popular y obvio es el covid— les ha llevado a perder el olfato. Son estos segundos los que peor lo pasan, los que desarrollan más patología depresiva. Nadie está libre de perder un trabajo, una pareja, una madre o el pelo, entra dentro de lo posible, pero no nos planteamos perder un sentido. Los que tienen esta afectación de nacimiento, lo viven con más filosofía. 

Darse cuenta de que tu olfato no funciona

Silvia apunta a un objeto muy concreto cuando se le pregunta cuándo se dio cuenta de que era diferente: las gomas de borrar. «Recuerdo cuando repartían el material escolar en clase, ¿sabes esa clásica goma de borrar Milán Nata? Todos en el cole hablaban de lo bien que olía. Y yo me preguntaba si la mía estaría gastada», comenta. Silvia describe cómo intentó resolver el problema, con esa mezcla de ingenuidad y brillantez que solo tienen los niños: «Siempre me decían que los perros tenían un gran olfato y yo me fijaba en que tenían el hocico siempre húmedo, así que yo me ponía saliva en la nariz porque pensaba que igual era eso lo que me faltaba». En su caso, había antecedentes familiares. Su abuela paterna también era incapaz de detectar olores, por lo que había terreno recorrido en su familia.

Silvia vive en Barcelona y nunca ha sido capaz de detectar olores.
Silvia vive en Barcelona y nunca ha sido capaz de detectar olores. La Voz de la Salud

Abi no tuvo ningún referente de anosmia para entender lo que sucedía. Recuerda los viajes familiares en el coche de la familia a Extremadura y la reacción generalizada que provocaba dentro del vehículo el paso por alguna granja de cerdos. Ella les seguía la corriente. Más duro fue el instituto, terreno poco favorable para cualquiera que sea diferente. La adolescencia es una etapa dura, llena de cambios. Y esos cambios, ese baile de hormonas, traen nuevas experiencias, entre ellas la necesidad de vigilar el olor corporal. «A todos nos han intentado hacer bullying en algún momento de nuestra vida, el caso es cómo lo afrontas. Hay gente que tiene herramientas y gente que no. Yo no sé cómo lo hice, pero supe afrontarlo. Recuerdo que con 16 años, unas amigas y un grupo de chicas decían que yo olía mal; me lo contaron riéndose de mí. No te puedes imaginar el trauma que me causó eso. A raíz de eso, voy siempre con un desodorante en la mochila y, con los que tengo confianza, les estoy preguntando constantemente si huelo mal. Si no tengo confianza, estoy todo el rato incómoda, porque al final eres incapaz de centrarte. Te preguntas todo el rato, ¿oleré mal? Estoy sudando, seguro que me huele el sobaco», relata.

El colmo de los colmos

Abi, perdida y sin información en un mundo de 'olientes', se acostumbró a fingir. Y así siguió en su vida adulta. Porque el colmo de una anósmica debe de ser que te toque trabajar vendiendo perfumes. Dicho y hecho. «Esto es algo de lo que se enterarán ahora mis jefes, pero trabajé en una droguería siendo incapaz de oler nada. Como ante todo soy una profesional, me estudiaba las colonias en internet. Leía sus características y luego a los clientes se las describía diciéndoles que tenían un toque de olor amaderado o cosas por el estilo. Eso de amaderado siempre me ha llamado mucho la atención, ¿qué será eso?». comenta entre risas. Esa capacidad para adaptarse ha marcado su trayectoria. El colmo de los colmos es que logró duplicar las ventas. 

Tampoco está exenta de ironía la vida profesional de Silvia. Hace unos años, justo antes de la pandemia, optó a un puesto de trabajo. Era una oferta laboral en la que tenías que ir superando varias entrevistas antes de que la empresa de reclutamiento revelase en qué consistía el empleo. Silvia las fue superando y cuando recibió el dosier, recibió también la sorpresa: se trataba de un nuevo departamento de aromaterapia que quería abrir una cadena hotelera. «Igual que tienes una carta de almohadas, iban a a tener una carta de cinco o seis ambientadores para tu habitación. Yo iba a ser la persona de atención al cliente y además tenía que vender eso. Cuando leí el dosier, me quería morir. Me planteé si ser sincera o seguir peleando por el puesto. Al final, acabé por explicarles que había nacido sin olfato. Me agradecieron la sinceridad y me animaron a que siguiese adelante. Creo que lo hicieron por curiosidad porque la entrevista fue un cachondeo. Tenía que trabajar mano a mano con un perfumista. Al finalizar el proceso, me dijeron que no había sido seleccionada, pero que no era por lo del olfato, sino porque al parecer la otra persona tenía mucho más experiencia», dice con ciertas dudas sobre la sinceridad de aquel veredicto.

El azul del cielo y el sabor de las comidas, ¿igual para todos?

Durante la conversación con Abi y Silvia es fácil entender por qué es tan difícil —y caro— lograr identificar clínicamente una anosmia. Los dos son percepciones ante las que no existen biomarcadores. ¿Acaso podemos saber si la persona que escribe estas líneas y el que las lee ven el azul del cielo del mismo color?, ¿o que sentimos de igual manera en la boca el sabor de una especia? La charla se vuelve más confusa cuando, además del olfato, metemos en la ecuación el gusto. ¿Se ve afectado este último por su condición?

Silvia asegura que ella disfruta de la comida, sin embargo ambas coinciden efusivamente en que, ante una gripe o un resfriado, su capacidad para degustar sabores nunca se ha visto mermada. ¿Se debe a que su gusto, a causa del olfato, es de por sí limitado o a que realmente son compartimentos estancos?, ¿son capaces de sentir el dulce o el amargo de la misma manera de la que lo hace cualquier otro? «Somos capaces de detectar dulce, salado, agrio, amargo y umami. Es cierto que muy probablemente no disfrutemos de la comida como una persona que sí que tiene olfato, porque entra en juego toda esa parte de los aromas». Silvia, por su parte, refiere que si bien es capaz de disfrutar de una copa de vino, las infusiones tiene que edulcorarlas para no sentir que se está tomando, básicamente, agua caliente. 

«Siempre me ha llamado mucho la atención eso de que existan comidas que te transporten a tu infancia», introduce Abigaíl antes de ponerse a hablar de memoria. Porque si hay un sentido evocador, ese es el olfato. A la madrileña le pesa el hecho de no poder vivir esa experiencia sensitiva que trata de paliar con los otros cuatro. «Hace poco tiempo se murió mi perra. Tuvimos que dormirla y yo intentaba quedarme con el tacto, con su nariz mojada, con el calor», rememora con la voz entrecortada. 

Aquellas personas que son capaces de oler no suelen valorar demasiado su olfato. Se da por hecho. A Silvia y a Abi constantemente les preguntan si no «les huele a algo» —gas, humo o cualquier otra cosa—, antes de que esas personas se den cuenta de que no van a ser de demasiada ayuda. «Hasta a mi madre se le olvida», exclama Silvia. 

Oler es útil para sobrevivir

Muchos sabrán que el gas butano es inodoro. Su característico aroma es un añadido para que aquellos usuarios de gas puedan detectarlo en caso de un escape y ponerle solución. Ser capaz de oler el humo, también es un elemento clave a la hora de salvar la vida ante un incendio. Difícilmente a una persona con anosmia le salvará la vida su nariz. Una de las reivindicaciones de este colectivo es que se tenga en cuenta esta ausencia de olfato como una diversidad. «En la nueva normativa de accesibilidad, al menos se nombra a la anosmia. Brevemente, eso sí. Se considera discapacidad siempre que afecte a tu capacidad en el día a día. ¿Pero qué es afectar a tu día? ¿Detectar un incendio o detectar el olor a gas no importa en la vida diaria? Tengo cinco bombonas para la calefacción y lo primero que pensé al llegar a Galicia es que no pienso poner la calefacción en todo el invierno», asegura Abi.

Es muy común destacar, en aquellas personas afectadas por ejemplo por una ceguera, que son capaces de desarrollar más sus otros sentidos. Abi da fe de esta capacidad de adaptación al medio, haciendo de su necesidad virtud: «Siempre digo que soy capaz de escuchar un fuego antes que tú de olerlo. Sabes cómo es el ruido que hacen las llamas, cómo suena algo quemándose. Una vez estaba haciendo unas palomitas en casa y se quedó enganchada la bolsa en el microondas. A mí me tardaban y todo el mundo estaba muy tranquilo. Me levanté y se estaba quemando la bolsa». Han aprendido a resignificar el olfato y recorren de manera diferente todos esos circuitos que un olor provoca en una persona. «Como con cualquier otra diversidad, te adaptas al medio. No sabes a qué huele el jazmín, pero acabas entendiendo que huele bien. Yo pienso en jazmín, no sé a qué huele, pero sé que a mi abuela le gustaba y me acuerdo de ella. Evocas el recuerdo de otra manera distinta», reflexiona Abi.

A Silvia le ocurre tres cuartos de lo mismo. Hace quince años visitó a un otorrino experto en anosmia y los consejos que le dio llegaban tarde; ya los aplicaba en su vida desde hacía tiempo. «Me dio un dosier con consejos para mí y para los que estaban alrededor. Que no dejes nada al fuego y te vayas, que vigiles tu higiene diaria o que comentes tu condición. Yo nunca he tenido problema en comentar a la gente que soy anósmica y animarles, pese a que me pueda quedar un poco cortada en el momento, a que me digan si huelo mal. Porque es que yo no lo puedo saber. Siempre me han dicho que huelo bien», reconoce.

Ambas han aprendido a vivir así, sin manual de instrucciones. Ahora quieren poner su granito de arena para que los que vienen detrás no tengan que ser autodidactas. Es una de las razones por las que se han asociado. Porque sin investigación, no hay soluciones.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.