El índice de masa corporal (IMC) ha muerto: por qué no es buen indicador de salud

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

La grasa que se sitúa a nivel abdominal suele ser más perjudicial que en otras partes de nuestro cuerpo.
La grasa que se sitúa a nivel abdominal suele ser más perjudicial que en otras partes de nuestro cuerpo.

Los profesionales recomiendan que, por lo menos, el uso de este se vea complementado por otras medidas, como la circunferencia de la cintura

01 abr 2024 . Actualizado a las 10:01 h.

El índice de masa corporal (IMC) se ha considerado durante muchos años como una de las mejores fórmulas para saber si nos encontrábamos en un buen estado de salud. Se calcula dividendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros. Pero a día de hoy, los profesionales sanitarios concuerdan que no es el mejor medidor. 

«Existe mucha controversia. Evidentemente nos indica un peso relativo a lo que medimos, pero hay deportistas que están al límite. No es que tengan sobrepeso, sino que el cálculo del índice de masa corporal no refleja esa realidad. Porque no solo es importante cuánto tejido adiposo tengas, sino cómo esté distribuido», adelanta María del Mar Malagón, presidenta de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo). De esta forma, se consideraba sobrepeso un IMC igual o superior a 25 y obesidad cuando era igual o superior a 30. 

Cálculo del IMC:

Peso [Kg] / estatura [m2]

Resultados: 

  • Peso insuficiente: IMC igual o inferior a 18,5.
  • Peso saludable: IMC superior a 18,5.
  • Sobrepeso: IMC igual o superior a 25.
  • Obesidad: IMC igual o superior a 30.
  • Obesidad mórbida: IMC igual o superior a 35.

Los orígenes del IMC 

Este índice fue creado por un astrónomo y estadístico belga, Adolphe Quetelet, en 1832. En realidad, cuando lo inventó no buscaba conocer la salud de los individuos, sino que quería medir comportamientos humanos y encontrar promedios. Así lo confirmó en numerosas publicaciones. Su intención era saber, mediante el peso y la estatura de los sujetos de su estudio, cuáles eran las proporciones del «hombre blanco europeo promedio». Pero no fue él quien estableció este índice como un marcador de obesidad. Ese tipo de investigaciones son muy posteriores a su época.  

En la década de los 70, las compañías de seguros en Estados Unidos empezaron a estimar el nivel de riesgo de sus clientes al comparar su peso con el promedio. A los que se les consideraba de mayor riesgo, se les cobraba más. Años más tarde, Ancel Keys, fisiólogo y biólogo experto en dietoterapia criticó estas tablas de datos y puso en marcha un estudio con 7.500 hombres de cinco países diferentes con el objetivo de encontrar mediciones de grasa corporal más precisas y así hacer más prácticas las visitas al médico. Estudiaron a hombres europeos y estadounidenses blancos y concluyeron que el índice de Quetelet, o el «índice de masa corporal», era sin duda la herramienta más útil y práctica. 

En 1985, los investigadores J. S. Garrow y J. Webser, en su trabajo «Quetelet's index (W/H2) as a measure of fatness»lo apodaron como un indicador «conveniente y fiable» de la obesidad. Las últimas modificaciones las llevó a cabo la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) que adoptó el IMC en 1993. Creó un grupo de consulta de expertos y los resultados se publicaron como un informe técnico en 1995. Establecieron cuatro categorías: «bajo peso», «normopeso», «sobrepeso» y «obesidad». 

Así, las referencias actuales que se usan para medir el IMC se siguen basando en un ideal caucásico y no tienen en cuenta género, etnia, porcentaje de grasa o de músculo; ni ningún otro tipo de factor de riesgo o determinante de salud. 

Por qué no es un buen indicador de salud 

Hace unos días se presentaba la Guía GIRO, fruto de un acuerdo de participación de 14 sociedades y entidades científicas relacionadas con el abordaje de la obesidad. Y uno de los puntos clave que recoge esta publicación es «mirar más allá del IMC»: «Debemos ser capaces de superar la simple medida del peso y la talla si queremos obtener una imagen real del paciente con obesidad. Cabe recordar que la obesidad es una enfermedad compleja y multifactorial, y cada individuo puede tener diferentes características y necesidades». 

Aunque reconocen que el IMC es una medida sencilla, objetiva y reproducible, alertan que esta tiene ciertas limitaciones que deben ser reconocidas por los profesionales que utilizan esta herramienta en la práctica clínica diaria. Y exponen siete razones que apoyan esta recomendación.

  1. La primera es que no es una medida directa de la grasa corporal, por lo que debe considerarse una medida de tamaño, pero no de salud.
  2. Se aplica sin distinguir entre hombres y mujeres. 
  3. Tampoco indica la distribución de esa grasa corporal en el organismo. «La grasa que se sitúa a nivel abdominal es más perjudicial que la que se encuentra en otros niveles. Por ejemplo, la glútea, que es característica de la mujer en nalgas, caderas y piernas, es menos perjudicial que la grasa que se sitúa en el abdomen, que es más característica del varón», explica Fernando Cordido, especialista en endocrinología y nutrición, miembro del Grupo de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
  4. Tal como indicaba anteriormente la presidenta de la Seedo, no tiene en cuenta la masa muscular, por lo que subestima la grasa corporal en personas con obesidad sarcopénica y la sobreestima en aquellas con una mayor masa muscular. 
  5. Relacionado con lo anterior, pueden existir pacientes con un IMC considerado como normal (18,5-24,9 kg/m2) y tener un porcentaje de grasa corporal dentro del rango de la obesidad. 
  6. Es un índice que se creó a partir de la población caucásica, por lo que es menos preciso en otras etnias. Pero también en determinados grupos de la población, «como personas de edad más avanzada, menores de 18 años, mujeres embarazadas o tras la menopausia, y en pacientes con ascitis (acumulación de líquido en el abdomen) o edema grave (hinchazón causada por exceso de líquido en los tejidos del cuerpo)». 
  7. Por último, la guía considera que el IMC promueve el estigma social «al popularizar la relación que existe entre corpulencia y los problemas que genera la obesidad en la sociedad». Y ponen como ejemplo el impacto económico a la sanidad atribuible a personas con un IMC elevado. 

¿Qué método es más preciso?

Como mínimo, los profesionales abogan por combinar ese IMC con la circunferencia de la cintura (CC). Una idea que también apoya la propia OMS. ¿Cómo se realiza esta? El sujeto debe estar de pie, sin ropa y relajado. Con una cinta métrica flexible y milimétrica, se debe colocar a medio camino entre la última costilla y la cresta ilíaca, fácilmente palpable en todos los individuos. «Si tienes sobrepeso (teniendo como referencia el IMC), pero circunferencia de la cintura alta, tienes más riesgo para la salud. Aunque existen varios valores, se establece que por encima de 102 centímetros en el hombre y 88 en la mujer es indicativo de enfermedad metabólica por exceso de grasa», indica Cordido. 

De esta forma, la circunferencia de la cintura debe medirse en todos los pacientes durante el cribado de obesidad y evaluación de comorbilidades relacionadas con ella. «Especialmente cuando el IMC es superior a 35 kg/m2, proporcionando una valiosa información para identificar a aquellos pacientes con un fenotipo asociado a un mayor riesgo cardiometabólico», expresan en la guía. 

«A nivel práctico, la medición de la circunferencia de la cintura puede ofrecer información valiosa relacionada con la eficacia del tratamiento de la obesidad durante el seguimiento a corto y medio plazo, ya que algunas personas observan cambios en la distribución del tejido adiposo antes de que se produzca un cambio significativo en el peso corporal o en el IMC», precisan. 

Con todo, apuntan a importantes limitaciones que también pueden darse con la circunferencia de la cintura (CC): no es una medida directa de la grasa visceral; requiere formación y estandarización para garantizar su reproducibilidad; es sensible a la distensión abdominal; y medirla requiere una mayor exposición del cuerpo y puede ser percibida como una medida incómoda para algunas personas. Además, se pierde sensibilidad para estimar la grasa intraabdominal en casos de IMC elevados. 

Otros métodos: el foco en la funcionalidad

Javier Butragueño, doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, coordinador del grupo de trabajo de ejercicio de la Seedo, explica el tipo de medidor que él suele proponer: «En la clínica, la densitometría o la bioimpedancia, aunque esta última tiene unas recomendaciones que si no se cumplen pueden verse comprometidos los resultados. Los médicos están empezando a recurrir a los ecos para evaluar la densidad del músculo. Por otra parte, los entrenadores recurrimos a diferentes pruebas que evalúan la condición física de la persona. Por ejemplo, hacemos que se sienten y que se levanten, que marchen o que hagan sentadillas. Con esto vemos si su estado es funcional o no». 

Una de esas pruebas es sit-to-stand (STS), validada y estandarizada como prueba de desempeño funcional de bajo coste, fácil, rápida y de uso común. Indica la rapidez con la que un individuo es capaz de sentarse y levantarse. Los primeros en introducirla fueron los investigadores Csuka y McCarty, en 1985. Desde entonces, se ha aplicado a pacientes con gran variedad de afecciones médicas como enfermedades degenerativas, ictus, EPOC, párkinson, artritis reumatoide, operaciones en la rodilla, etcétera. 

Así, Butragueño considera que pueden existir varios grupos: «Hay gente que tiene un exceso de peso con una mala condición física, normalmente son personas sedentarias que no han hecho actividad casi nunca. Después, también hay sujetos que tienen una condición física media, y por último, gente con obesidad que tiene una buena condición física». Es decir, personas que, independientemente de su exceso de peso, «pueden tener unas cualidades que son buenas para su estado de grasa». 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.