Jordi Gil Martín, psicólogo: «La mayor prevención de un trauma es un buen acompañamiento»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Jordi Gil en compañía de su hijo Aleix, al que le dedica su nuevo libro.
Jordi Gil en compañía de su hijo Aleix, al que le dedica su nuevo libro. Jordi A. Sintes

Considera que las heridas de la infancia pueden ser la explicación de muchas situaciones desagradables que vivimos como adultos

24 feb 2023 . Actualizado a las 17:45 h.

Nuestra manera de estar en el mundo está muchas veces condicionada por las secuelas que nos dejaron las heridas infantiles. Así lo considera Jordi Gil Martín, psicólogo y psicoterapeuta, especializado en terapia individual y psicología del trauma, que defiende que el cómo somos, qué pensamos, qué sentimos y cómo actuamos en nuestras relaciones viene en gran parte determinado por ese período de nuestra vida. 

Por esa razón, acaba de publicar Aprende a cuidar de tu niño interior (Diana, 2023), un libro con el que propone sanar esas heridas latentes que vienen de la infancia y afectan a la edad adulta. «Prestar atención a nuestras heridas infantiles significa acabar con un daño crónico que nos entorpece, nos atasca y nos frena». La buena noticia, dice, es que es posible sanar y recuperarnos de ese daño para mejorar nuestra vida. 

—¿Cuánto tiene que ver lo que vivimos en la infancia con nuestra vida adulta?

—Muchas dificultades adultas tienen que ver con heridas infantiles o de la adolescencia. Una persona que padece de ansiedad social es bastante posible que haya sufrido bullying en el colegio o en algún tipo de contexto social anterior. 

—¿Son siempre experiencias que recordamos e identificamos o muchas veces no las tenemos asimiladas como tal?

—Yo creo que muchas veces somos conscientes de que vienen del pasado, pero otras no. Por ejemplo, no somos conscientes de que el hecho de que yo me pueda poner nervioso en los cumpleaños quizás tiene que ver con cómo veía estas celebraciones cuando era pequeño. A veces tenemos conciencia y a veces no, por eso es importante que, ante cualquier gestión que yo vea que me altera o que me desactiva, es bueno indagar de donde viene. 

—Entonces, puede que yo no me acuerde de esa situación. 

—Claro, existen memorias traumáticas que, si han sido de una intensidad muy alta, lo que hace el sistema nervioso es que las encapsula como medida de autoprotección. En ocasiones sí que se puede tener acceso a ellas mediante un proceso terapéutico o porque vienen tipo flashback, pero otras veces se quedan ahí. Es más importante proteger el sistema nervioso o la mente que el recuerdo en sí. La mente-cuerpo lo que quiere es autoprotegerse y por eso también toma decisiones a nivel autónomo de qué es importante recordar y qué es mejor que se quede en amnesia. 

—¿Cómo definiría una experiencia que resulta traumática?

—Puede haber varias vertientes. Una puede ser que recibíamos un daño que superaba los recursos que teníamos para afrontarlo. Después existe la experiencia traumática que implica un impacto muy fuerte, que puede ser un accidente de coche o que de repente le pase algo a un compañero en una excursión, cosas muy fuertes para un niño. Y después también existe una tercera vertiente que son como pequeños mazazos, por decirlo así, en una dinámica muy variable de tiempo y espacio. Pequeños abusos que sufre una persona durante cuatro o cinco años en el colegio, por ejemplo. Igual son como una especie de «pequeños abusos», pero que como se prolongan a lo largo de un tiempo, también se consolida como una estructura traumática. Esas serían las tres posibles experiencias de eventos traumáticos. 

—No existe un tipo predeterminado de trauma. 

—Claro, el trauma puede ser pequeño, mediano o grande. A veces algo pequeño prolongado en el tiempo es más doloroso que algo grande. Lo bueno de un episodio traumático grande —dentro de lo que supone una experiencia de este tipo— es que es algo inmediato en un espacio y tiempo concreto. En ocasiones es mucho más doloroso haber sufrido pequeños abusos durante mucho tiempo. Eso también depende de cómo cada persona lo organice en su psique. 

—¿Cómo puede influir este trauma en la vida de un adulto?

—Puede influir o no, eso depende del trabajo personal que se haya hecho. Lo que sí creo es que en todos hay como un porcentaje de acondicionamiento del pasado, pero ese porcentaje varía mucho, puede ser un 15 o un 50 %. No es un todo o nada. También, y esto tiene que ver un poco con la pregunta anterior, depende del acompañamiento. Si hemos sufrido daños en el colegio pero hemos sido bien acompañados por nuestros padres, está claro que eso hace mucha menos mella en tu psique y en tu corazón. Insisto mucho en que un factor clave de la consideración o no de lo traumático es el acompañamiento de los padres, de los iguales o de un profesional de ayuda. 

—¿Cómo debe ser ese acompañamiento? 

—Para mí el acompañamiento al niño por parte del tutor —ya sea el padre, la madre o una figura de referencia— es fundamental. Debe acompañar validando la experiencia del niño, poniendo presencia, claridad y límites también. Con un acompañamiento validador y de guía, de soporte. No penalizar al niño porque bastante tiene sintiendo lo que siente. La mayor prevención de un trauma es un buen acompañamiento. 

—¿Es posible curarse de estas heridas que sufrimos en la infancia?

—Es como si tú tienes diez heridas en tu cuerpo, está bien sanar las máximas posibles sabiendo que existirá alguna que solo quede cicatrizada. Quizás algún esguince quede mal curado o quizás tenga que cuidar mi estómago porque estuvo tenso durante muchos años de vida. Se puede sanar, se puede cuidar y se puede atender. A veces no es posible sanar al cien por cien, pero en un 80 o en un 70 %, sí. Lo que yo siempre digo es que lo más importante es intentar sanar la máxima cantidad posible de secuelas postraumáticas

—¿Existe alguna forma de relacionar que eso que estamos viviendo tiene que ver con experiencias que hemos pasado de pequeños? 

—A veces la relación es muy obvia y otras veces queda más invisibilizada. Sí que cualquier persona adulta que se altera mucho, se sobreactiva o se desactiva mucho, es bueno que sospeche o investigue si viene de algún episodio del pasado. Si iba a quedar con una amiga y esta me dice que no y me paso toda la tarde mal, llorando y enfadada, esa sobrerreacción emocional sería un buen indicador de que quizás hayamos vivido algún episodio traumático pasado. También si es una persona que es muy indiferente, si me da igual que me digan que sí o que me digan que no, también esa indiferencia excesiva… Quizás una buena pista es que lo excesivo, ya indique sobreactivación o desconexión, suele indicar que hay algún episodio traumático detrás o en el fondo de todo. Pero claro, a veces se puede detectar y a veces no. Si no hay un profesional que te ayude o un ser querido que te pregunte: ¿Oye y si te ha pasado algo? Además, esto se basa en poner atención y conciencia y también en respetar que si no encuentro el hilo, tampoco pasa nada. Por eso creo que sí que es bueno hacer un ejercicio de autoindagación. Tampoco hay que perseguirse, pero sí buscar un poco las huellas del trauma porque este sí que puede dejar algunas pistas. 

—Autoexplorarse uno mismo puede no ser fácil. 

—Sí, yo creo que hay un miedo a encontrar con emociones desagradables o que me pueden conmover, sea tristeza, enfado o miedo. Después hay la parte esa de que la gente se inventa una historia para justificar esa dificultad, en el sentido de: «bueno, tampoco es tan importante ir a los cumpleaños». Pero hay que pensar que posteriormente vendrá un beneficio muy alto, porque es posible que puedas vivir con más tranquilidad situaciones que antes te eran muy incómodas. Ganas en serenidad y en capacidad de disfrute vital. Es importante no olvidarse de eso porque si solo vemos la parte desagradable nos perdemos o boicoteamos la parte liberadora. 

—Cuando habla de apoyar al niño y de acompañarlo, establece como una diferencia entre hacer eso y la sobreprotección. ¿Cómo acompañar a un niño sin caer en la sobreprotección?

—Esto es como cuando acompañas a un niño al parque. Tiene que haber una distancia que le permita al niño explorar y jugar con otros. Un adulto que esté cercano, pero que tampoco esté en medio ni lo boicotee. Tiene que haber un cierto equilibrio. Estar disponible pero tampoco boicotear la experiencia de que él mismo ponga límites a otros niños o experimentar lo que es hacerse daño cayendo de un tobogán. Es como un helicóptero, puedes estar cerca pero no debes estar en la pista del niño porque sino, le entorpecen el desarrollo. El niño tiene que aprender a tolerar experiencias agradables y desagradables, para poder explorar. 

—En el libro menciona la importancia de lanzar correctamente mensajes a los niños. Si se cae del tobogán, cambiar el «te avisé» por «cómo estás».

—Creo son mensajes que ni siquiera pensamos, típicos de la generación de nuestros abuelos o padres. Pero el primer mensaje cuando un niño se cae es «cómo estás» y atenderlo en la parte física. A partir de ahí, un mensaje más del tipo «bueno, para posibles ocasiones acuérdate que este tobogán es un poco alto y que tienes que tener un poco más de cuidado». Atender la experiencia del niño y poder sugerirle o aconsejarle otro tipo de actuaciones. 

—¿Cree que se dan menos ese tipo de situaciones?

—Creo que se dan menos, que ha bajado el nivel de penalización a los niños y se les cuida un poco más, pero también que existen padres que siguen penalizando a sus hijos. Pero yo creo que sí que hay un avance, más conciencia, adultos que toman conciencia de cómo fue su educación y que quieren poner más luz en la educación que dan a sus hijos. 

—Volviendo a las heridas de infancia en la vida adulta, ¿qué problemas suele ver en consulta que pueden ser consecuencia de esas heridas? 

—Las secuelas que más veo son el miedo, mucha ansiedad. El miedo a la vida, a los demás, dudas sobre uno mismo y en ese sentido también la baja autoestima. Personas que no se han sentido queridas, apoyadas y validadas en su contexto familiar, escolar y social, que provocan una baja autoestima y la pérdida de confianza. Cuando uno le tiene miedo a su padre le tiene miedo al mundo después. Creo que son las dos grandes secuelas: el miedo y la baja autoestima. 

—¿Ambas son curables?

—Para mí es un sí con mayúsculas. Creo que el trauma también tiene una secuela que es la parte incrédula. Que uno está como escéptico hacia la idea de que el trauma no se puede curar o que siempre queda «algo» por ahí. Yo me niego, yo creo que sí, se puede pasar del miedo a la confianza absoluta y de la baja autoestima a una sana. Siempre va haber una parte de la mente que piense que no es posible, pero eso es una secuela postraumática que es la parte escéptica e incrédula: ¿Si me han fallado una vez porque no lo van a hacer dos veces? o ¿quién me dice a mí que este terapeuta no peca de optimista?

 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.