Kelly G. Wilson, pionero de la Terapia de Aceptación y Compromiso: «Hemos medicalizado el sufrimiento humano»

SALUD MENTAL

Kelly G. Wilson es profesor en la Universidad de Misisipi y pionero de la ACT.
Kelly G. Wilson es profesor en la Universidad de Misisipi y pionero de la ACT.

El profesor de la Universidad de Misisipi, que convivió en su juventud con graves problemas de drogodependencia e ideaciones suicidas, es uno de los pioneros de esta modalidad de Terapias de Tercera Generación

22 nov 2023 . Actualizado a las 14:09 h.

En la década de los noventa del pasado siglo, las psicoterapias entraron en una nueva dimensión. Diversos investigadores decidieron cambiar el paradigma. ¿Por qué deberíamos tratar de luchar contra la ansiedad o la depresión si la ansiedad o la depresión forman parte de nosotros?, ¿no sería más fácil aceptarla y aprender a gestionarla sabiendo que nunca se irá? Eran los albores de lo que hoy conocemos como Terapias de Tercera Generación. Kelly G. Wilson, un psicólogo con un historial de salud mental complicado y que había atravesado graves problemas de drogadicción, fue uno de los pioneros de la que hoy conocemos como Terapia de Aceptación y Compromiso (Acceptance and Commitment Therapy, en inglés). Un enfoque que, tres décadas después, arrastra un importante cuerpo de investigación científica sobre su efectividad. Hoy es profesor asociado de psicología en la Universidad de Misisipi y parte de lo que ha aprendido lo ha escrito en manuales prácticos como Las Cosas podrían ir terriblemente mal (Arpa, 2023). 

—De poliadicto a pionero de la Terapia de Aceptación y Compromiso, como mínimo, es un camino llamativo.

—Mi historial psiquiátrico es público, siempre me he mostrado muy transparente sobre él. Yo tuve un problema gravísimo de adicciones. Consumía por vía intravenosa, opiáceos, anfetaminas. Era un drogadicto hasta que cumplí 30 años. También era alcohólico y he sido un suicida depresivo desde, probablemente, mi adolescencia. Es evidente que soy una persona muy vulnerable y que necesito tener un cuidado extra. Soy una persona sensible, soy mi propio enemigo. Durante todos esos años consumiendo drogas, quise medicarme para tratar de controlar esos miedos y esa tristeza que llevo dentro. Ahora tengo 69 años y mi recuperación durante los últimos cuarenta años ha sido un proceso de aprendizaje sobre mí mismo, sobre cómo cuidar a una persona como yo, sensible y que puede llegar a sentir esos niveles de tristeza. Y he logrado mejorar. Este libro contiene esta mezcla de ciencia en la que he estado trabajando en los últimos treinta y cinco años y mi propia experiencia personal sobre cómo hacer las paces conmigo mismo. Si me hubieses preguntado cómo sería mi vida a los treinta años, te diría que no esperaría vivir un año más. Ni de broma esperaría haber llegado a los 69. Hubiese sido imposible sin este proceso de hacer las paces con mi mundo interior. Porque esa sensibilidad que me provocó tanto dolor es la misma que me ha permitido llegar a ser profesor de universidad y terapeuta. La misma que me ha permitido escribir libros como este; entender cómo funciona el sufrimiento. 

—Apuesta por aceptar y abrazar nuestra ansiedad. Pero es que hemos aprendido a que cuando algo nos provoca malestar hay que luchar contra él. Ya sea un tumor, una infección o la propia ansiedad. 

—Es muy interesante el hecho de que, de forma mayoritaria, tendamos a plantearnos nuestros estados emocionales de la misma manera en la que nos planteamos el cáncer o una infección. Damos a nuestras emociones un estatus de enfermedad. De hecho es un punto de vista muy popular, que provoca una especie de medicalización del sufrimiento humano: se trata a los sentimientos ansiosos o depresivos como enfermedades. Pero claro, aceptando esto nos encontramos con un problema. Si creemos que tienes sarampión, paperas o gripe, podemos hacer una serie de pruebas que confirmarán o descartarán que tienes esa enfermedad. Pero no tenemos ningún test que te pueda dar un diagnóstico de ansiedad o depresión. ¿Cómo diagnosticamos estos estados? Es que la propia palabra diagnóstico tiene una carga lingüística. ¿La usamos para hablar de algo que no sean enfermedades? Ya arrancamos desde la presunción de que estamos hablando de estados enfermos, lo cual es, como mínimo, controvertido. Mucha gente piensa en la ansiedad o la depresión de esta manera, pero hay una parte sustancial de la psicología que no contempla las cosas así. Un terreno en el que yo me coloco. 

—¿No contempla la ansiedad o la depresión como enfermedades?

—No diría que ningún trastorno psicológico implique que exista una enfermedad subyacente. Creo que es importante entender cómo funciona esto. Ahora mismo, lo que tenemos es un conjunto de experiencias emocionales, cognitivas y de comportamiento. Según la cantidad de experiencias que sumes, tendrás uno u otro diagnóstico. A diferencia de lo que pasa con, por ejemplo, una infección viral, existe muchísima variabilidad. Ya sabes, a veces poner una etiqueta da una apariencia de mayor estabilidad que hablar de las experiencias psicológicas que una persona arrastra. 

—Sean o no enfermedades, sí son condiciones con las que hay que trabajar, ¿qué alternativa propone?

—Vamos a ponernos en el punto de vista del psicoterapeuta que trata a un paciente. Hay personas que llegan y te dicen que, después de leer no sé qué artículo o una revista, creen que están deprimidos. Ningún psicólogo va a empezar un tratamiento por esto, sino que te pedirá que le cuentes más sobre lo que estás sintiendo. Para obtener un diagnóstico, tienen que estar presentes un número concreto de síntomas diferentes. ¿Qué pasa si se necesitan nueve síntomas, por ejemplo, y tú solo muestras cinco? Es más, puede haber dos personas que encajen en un diagnóstico de depresión y que solo coincidan en uno de sus síntomas. También es muy frecuente que los síntomas de la ansiedad y de la depresión se solapen. Por tanto, creo que lo realmente importante es lograr identificar el significado de estos síntomas y de qué manera interfieren en la vida de esa persona en concreto, ¿cómo afectan a su habilidad para vivir con normalidad?

—Entonces, ¿qué hacemos frente a un problema independientemente de que se le llame ansiedad o depresión?

—Lo realmente importante es que una persona está experimentando sentimientos terroríficos. Una experiencia terrible en su cuerpo, en sus pensamientos y en sus emociones; necesita que se vayan para que pueda vivir su vida. Está experimentando algo que es muy invasivo y que necesita que sea extirpado para que su vida vuelva a ser normal. Y la necesidad de que eso ocurra es tan profunda que, en ocasiones, provoca que la gente acabe con sus vidas porque es una forma de asegurarse de que se acabe. 

—Y entiendo que la terapia de aceptación y compromiso tiene otro enfoque.

—Lo que nosotros creemos es que estos estados emocionales que caen bajo estas etiquetas no son más que parte de nuestra propia historia que, por alguna razón, salen a flote en un momento en concreto. Nuestra forma de ver las cosas, y de hecho es algo que sale en el libro, es que nuestros valores y nuestras vulnerabilidades son vasos comunicantes; se guardan en el mismo recipiente. 

—¿A qué se refiere?

—Si preguntas a alguien qué es lo que más le importa en su vida, qué es aquello por lo que estarían dispuestos, no solo a vivir, sino a morir, será aquello ante lo que también son más vulnerables. La pérdida de eso, o la amenaza de perderlo, sea lo que sea, se vuelve lo más significativo. De alguna manera, nuestros valores y nuestras vulnerabilidades son dos caras de la misma moneda. Las personas quieren librarse de esa vulnerabilidad, pero no quieren librarse de esos valores. ¿Pero es eso posible? Yo no soy capaz de librarme de mi vulnerabilidad sin deshacerme también de las cosas que me importan. 

—Pero tradicionalmente sí solíamos acudir a una psicoterapia con el objetivo de librarnos de esa ansiedad, de esa parte de nosotros que nos convierte en vulnerables.

—La Terapia de Aceptación y Compromiso comparte algunos elementos de las terapias comportamentales previas en el tratamiento de diversos tipos de problemas de ansiedad. Por ejemplo, la fobia a estar en un espacio público. Muchas personas se sienten terriblemente abrumadas por tener que entrar en determinados ambientes sociales, lo que conoceríamos como ansiedad social. Y puede pasar exactamente lo mismo con el miedo a las alturas, el miedo a volar o cualquier otra cosa que te genere ansiedad. El tratamiento considerado el gold standard para estas dificultades consistía en un acercamiento gradual, en aproximarse a estas actividades a las que temes. La vieja teoría dice que la ansiedad es mayor si tratas de evitar las alturas o volar en avión. Que si combatimos esa evitación, si logramos que la persona se habitúe a aquello que le provoca ansiedad, esta bajará. Básicamente, se asumió que a medida que se aumenta la exposición, disminuye la ansiedad. 

—Las terapias de exposición existen desde los años cincuenta, ¿no está de acuerdo con ellas?

—Cuando empiezas a trabajar, la relación entre ambas cosas no tiende a ser tan mecánica. Estas antiguas terapias comportamentales funcionaban muy bien en determinados casos. Si querías mejorar tu estado en espacios cerrados, trabajabas en espacios cerrados; si tenías fobia a las alturas, trabajabas en lugares con altura. Pero sin embargo, cuando tu miedo es a que las cosas puedan salir mal, se trabajaba para descartar esta idea. ¿Por qué todas las soluciones pasan por la aproximación y la exposición menos cuando hablamos de fobias a que las cosas puedan salir mal? Creo que es sensato y consistente con la historia de la terapia comportamental aproximarse a ello. Lo hacemos porque, de forma muy habitual, nuestros temores se sitúan entre nosotros y la vida que nos gustaría tener. Si riges tu vida en base a lo que temes, tu capacidad de vivir se hace más pequeña. Si te asusten los eventos sociales, comenzarás a decir que no a planes. Y posteriormente comenzarás a evitar a las personas que te invitan a estos eventos. Porque somos así, empezará a generarnos ansiedad coincidir con aquellas personas a las que dijimos que no a un plan social. La vida se encoge un poco más. La ansiedad tiene esa capacidad de encoger nuestras vidas. Esto nos pasa también con las relaciones. Alguien te hace daño y entonces pasas a tener miedo de que alguien te pueda volver a hacer daño. Algo en ti te dice que frenes, que retrocedas, que huyas. Es obvio que, cuanto más huyas de una relación, menos probable es que alguien te dañe es un relación; pero hará mucho más probable que acabes dañándote por, directamente, la ausencia de una relación. 

—Hablaba de la medicalización de la salud mental, pero es que en la salud mental nos regimos por un manual llamado DSM que nos ayuda a ponerle nombre a estos síntomas. Y por otro lado, defiende la aceptación y el compromiso de ese sufrimiento, y sin embargo tomamos más pastillas que nunca para corregir un teórico desequilibrio químico de nuestros neurotransmisores. 

—Para empezar, creo que el DSM es terrible. Y sobre la teoría del desequilibrio químico, comentar que ha sido desacreditada tantas veces en los últimos treinta años que ya las he dejado de contar. Sin embargo, siempre parece revivir. Pero en cualquier caso, si es verdad que existe un desequilibrio químico que provoca nuestros problemas mentales, si esta teoría ha sido defendida durante décadas, ¿dónde está la evidencia? ¿Dónde está la prueba que demuestra que este desequilibrio químico del cerebro existe?

—Sé que es discutida, ¿por qué entonces seguimos tomando medicación de manera masiva?

—La gente ha aceptado esta teoría del desequilibrio químico o alguna de sus ramificaciones porque funciona muy bien en la cultura popular. Sobre el tema de la medicación, yo jamás le he dicho a la gente lo que debe hacer. Incluso cuando he mostrado mi preocupación sobre la sobreprescripción de psicofármacos, porque creo que ha existido un problema de sobreprescripción, he sido muy cuidadoso de no culpar a la gente. De ninguna manera he dicho nunca que nadie debiera avergonzarse por la medicación que toma. No digo que nadie debería estar tomando estos medicamentos o que quien los tome deba parar. Lo que yo digo es que, si estás tomando psicofármacos y es algo que te preocupa, debes buscar un profesional que trabaje contigo para lograr ajustar la dosis; conseguir tomar la menor posible y que funcione contigo. Y, a poder ser, que esa dosis sea cero. Yo he trabajado con personas que han estado tomando estas pastillas por períodos de tiempo enormes, te hablo de décadas, y que después de dos años hemos logrado ir bajando lentamente la medicación. Es probable que muchas personas que actualmente toman psicofármacos, les van bien, apenas les producen efectos secundarios y les gustan cómo la medicación les hace sentir. Eso está genial. Pero también hay mucha gente que está bajo tratamiento, a los que les funciona durante un tiempo, pero que llega un punto en el que dejan de ser tan efectivos y que, cuando intentan dejarlos, ven como los síntomas que sentían antes de la medicación se ven incrementados. 

—¿Se refiere a un efecto rebote?

—Prácticamente todos los fármacos que tenemos para las condiciones psiquiátricas producen eso que conocemos como 'efecto rebote'. Aunque quizás un nombre más técnico podría ser el de síndrome de abstinencia. Si tomas una medicación durante un lago período de tiempo, con la retirada repentina sufrirás una avalancha de síntomas que serán muy similares a los síntomas que precisamente estás tratando. Pongamos un ejemplo: si tomas durante mucho tiempo somníferos y dejas de tomarlos, sufrirás insomnio; si consumes ansiolíticos, con la retirada súbita tendrás síntomas de ansiedad; con los antidepresivos, lo mismo. Por tanto, la gente debe tener cuidado. Sí creo que se han sobreprescrito psicofármacos, pero que hay que mirar cada caso a nivel individual.  

—Leyendo su libro uno concluye que la ansiedad es inevitable, que es el coste que tenemos que pagar por vivir.

—Lo es, no podemos escapar de ella. Pero con todo, puedes encontrar variaciones. Troy DuFrene, que es el coautor de este libro, encaja mejor con esa personalidad ansiosa. Yo, por ejemplo, soy más ese tipo de persona melancólica y depresiva. Siempre bromeábamos entre nosotros diciendo que la gente ansiosa es esa que piensa que las cosas pueden ir mal mientras que los tipos como yo pensamos que las cosas ya están yendo mal. Algunas personas, ya sea por su historia o su genética, están más predispuestas a unas dificultades que a otras. Las dificultades psicológicas, ya sean ansiedad, depresión o cualquier otra, son una parte de una vida que ha sido vivida. Algunos somos más vulnerables y otros menos y la motivación para escribir este libro no es otra que la de lograr una relación diferente con nuestro mundo interior.  

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.