Paul Bloom, psicólogo: «Cuando se trata de nuestra vida, nos vemos como el héroe de la historia»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Paul Bloom ha recibido múltiples premios y reconocimientos por su labor investigadora y pedagógica.
Paul Bloom ha recibido múltiples premios y reconocimientos por su labor investigadora y pedagógica. Greg Martin

Él se define como un científico de la mente y es una eminencia en el área de la psicología

08 feb 2024 . Actualizado a las 17:04 h.

Paul Bloom es profesor en la Universidad de Toronto y emérito en la Universidad de Yale. Su investigación, a la que ha dedicado (y sigue dedicando) su vida, está centrada en el desarrollo cognitivo de los niños y en el estudio del placer, la moral y la religión, entre otros ámbitos. Ha recibido múltiples premios y reconocimientos por su labor investigadora y pedagógica, incluido el prestigioso premio de investigación Klaus J. Jacobs en el 2017, sobre cómo los niños desarrollan un sentido de moralidad. 

También ha participado en publicaciones científicas como Nature y Science, y colabora en medios como The New York TimesThe GuardianThe New Yorker y The Atlantic. Es autor de siete libros, entre los que se encuentran Contra la empatía (Taurus, 2018) y Just Babies (Crown Pub, 2013). El último que ha publicado, Psico. La historia de la mente humana (Deusto, 2024), es el germen de esta entrevista. 

—Usted recalca que es psicólogo, pero de los que investigan. 

—Sí. La psicología es un campo muy amplio y muchas veces, cuando una persona escucha hablar sobre psicólogos, piensa en alguien que ayuda con sus terapias, que se dedica al ámbito clínico. Tal vez ayuden a niños, personas deprimidas o ansiosas. Yo no soy ese tipo de psicólogo, no ayudo a nadie. Soy investigador en psicología, estudio cómo trabaja nuestra mente. Estudio cómo pensamos, nuestro lenguaje y sobre la moralidad. Soy un científico de la mente, pero no un terapeuta.

—¿Cree que nos interesamos más por el cerebro que por la mente?

—Creo que a la gente le interesa mucho nuestra mente. Cómo nos enamoramos, por qué nos deprimimos o qué sucede cuando nos enfadamos. También por qué tenemos diferentes personalidades. Son preguntas de nuestra vida cotidiana. La mente y el cerebro son la misma cosa porque todo estas cuestiones que he planteado son fruto de este último. La gente suele pensar que lo que tenemos que estudiar es el cerebro. Y sí, es importante. Pero al mismo tiempo creo que aprendemos mucho desarrollando todas esas cuestiones usando otros métodos, como realizar experimentos con personas y hacerles preguntas. En realidad, no hemos aprendido mucho estudiando el cerebro. Aunque, por supuesto, en nuestra mente, a pie de calle, son lo mismo.

—Centrémonos entonces en nuestra mente. ¿Cuál es la diferencia entre la mente de un adulto y la de un niño?

—Es una buena pregunta. He dedicado gran parte de mi vida profesional a intentar darle respuesta. La obvia es que la mente adulta sabe mucho más, sobre todo. Del mundo, de las personas que has conocido a lo largo de los años. El niño, obviamente, tiene menos experiencia y sabe menos. Es como cuando compras un ordenador por primera vez. Solo tiene aplicaciones básicas, pero con el paso del tiempo se llena de archivos, la adultez. Muchos psicólogos dicen que esa no es la única diferencia, que hay más. Por ejemplo, que la mente adulta es más poderosa y rápida: lee con más agilidad y razona de una manera más eficiente. Sin embargo, hay quien defiende otras mucho más controvertidas como que los adultos pensamos de una manera muy diferente a los niños porque tenemos una forma más sofisticada de ver el mundo. 

—Entonces, no solo se trataría de la cantidad de archivos que tiene ese ordenador. 

—Exacto. No se trata simplemente de que los adultos sepamos más, sino que pensamos de una manera muy diferente. Creo que hay algo de apoyo para esta teoría porque existen algunas cosas que los niños de tres años no pueden entender, pero porque carece de ese modo sofisticado de pensar. Aunque al mismo tiempo, gracias a mi investigación y el trabajo de muchas personas que he analizado, he descubierto que incluso los bebés tienen un conocimiento sorprendentemente poderoso del mundo que conocen. Saben sobre objetos, sobre otras personas. Por tanto, parte del conocimiento que tenemos los adultos, no se aprende. Es algo innato, está programado. Es fruto de la evolución, no de la cultura.

—¿La comprensión de los niños, el funcionamiento de su mente, es diferente porque no tienen desarrollado el lenguaje?

—Efectivamente, no tienen lenguaje. En tu primer año de vida, careces de él y es posible que, en consecuencia, te cueste pensar ciertas cosas. Resulta difícil armar argumentos complicados, de dificultad, en tu cabeza. Por ejemplo, razonar sobre la mente de otras personas, o sobre matemáticas. Ahora, como adulto, sabes cuál es la diferencia entre mil y mil y uno, pero si no tuvieras lenguaje, sería muy difícil tanto entenderlo, como dar con el resulto. Por lo que, sí, la falta de lenguaje es algo que diferencia la mente de los más pequeños de la de los adultos. No obstante, también te diré que en el libro argumento en contra de esta afirmación. 

—¿Por qué?

—Porque ese lenguaje también tiene un papel muy importante en nuestra forma de pensar. Hay mucha gente que piensa que alguien que habla español y alguien que habla inglés verán el mundo de maneras diferentes debido al idioma que aprenden. Es una visión muy popular, pero no parece ser correcta. No hay mucha evidencia que lo confirme. En realidad, cuando se trata de adultos, todos vemos el mundo de manera muy similar y cualquier diferencia que exista no se debe al idioma, sino a la cultura.

—Prosiguiendo con el lenguaje, si yo ahora mismo leo «Paul Bloom es científico», ¿por qué no puedo decir o pensar algo totalmente contrario mientras lo leo? 

—Porque tenemos capacidades de procesamiento limitadas. Y muchas de ellas, son automáticas. Si leo «cuidado con el perro», no puedo no leerlo. No pensar en el perro. Es automático. Algunas cosas que suceden en nuestra cabeza son simplemente automáticas y no puedes desactivarlas: la lectura es un ejemplo, pero el habla es otro. Supongamos que alguien está hablando contigo y le dices: «No quiero escucharte». Aunque te tapes los oídos con los dedos, no podrás evitar escuchar a esa persona. Imagínate, que te está hablando de una película que quieres ver y no quieres sufrir un spoiler. A pesar de que le digas a tu cerebro que no escuche, no puedes no hacerlo. Una vez que te vuelves realmente «bueno» en algo, como por ejemplo leer, no puedes apagarlo. Funciona de manera automática. 

—¿Los humanos nos creemos más importantes de lo que somos?

—Creo que hay mucha evidencia para la psicología social de que cada persona, cada uno de nosotros, se ve a sí mismo como especial y único. Una forma en la que esto se manifiesta es el efecto superior al promedio. Me explico, si le preguntas a la gente qué tan buena es conduciendo, qué tan bueno es su sentido del humor o qué clase de amigo es, siempre te dirá que es muy bueno; el mejor. Pero claro, no todos podemos ser mejores que el promedio. Algunos individuos tienen un desempeño inferior. Es más, la mitad de las personas tienen que estar por debajo del promedio. Pero no lo vemos de esa manera. Creo que, en general, cuando se trata de nuestra vida, la vemos como si fuésemos el héroe de la historia. 

Otra forma de manifestarse esta teoría es que tendemos a sobrestimar el grado en que otras personas se fijan en nosotros. Se ha llevado a cabo un experimento en el que se hizo que diferentes personas entraran en una habitación con una camiseta tonta con la cara de alguien. Todo el mundo pensaba que se habían fijado en él. Decían: «No, es que todo el mundo se fijó en mí». Pero no, solo están pensando en sí mismos, no en ti. Pensamos que somos mejores y creo que sería saludable que, si yo te preguntase qué tipo de conductor eres, me dijeras que estás por debajo de la media si es el caso. O reconocer que tu sentido del humor es horrible si así lo crees.  

—Entonces ¿somos optimistas por naturaleza?

—Sí, en algunas dimensiones de la vida, lo somos. Creo que, en parte, porque vale la pena ser optimista. Existen estudios sobre citas. En particular los hombres, tienden a sobrestimar que las mujeres le van a decir que sí a una cita. Aunque no es tan positivo para ellas, es bueno para ellos si te acaba diciendo que sí, perfecto. Si te dicen que no, te has equivocado, pero en realidad no es un gran problema. Lo peor es si se diera el caso de que esa mujer quisiera contigo pero no ha sido posible porque tú has sido demasiado tímido para preguntar. En definitiva, a veces ser demasiado optimista funciona. 

—Usted considera que la «psicología positiva» es controvertida. ¿Por qué?

—La psicología positiva es una rama de la psicología que estudia la felicidad y la buena vida. Un tema maravilloso para todos porque todo el mundo está interesado en saber cómo llegar a ella. Pero es un campo tan popular y hay tanto dinero y fama en él que creo que la gente hace demasiadas afirmaciones que no están respaldadas por la ciencia. Personas que escriben libros superventas donde te dicen que esto te hará feliz y lo otro no. Y resulta que si investigas el tema de una manera honesta y cuidadosa, en realidad no es tan fácil. Los sencillos trucos que suele dar este tipo de gente no funcionan tan bien y los efectos que se experimentan suelen ser muy sutiles. Simplemente hay una tremenda presión social para exagerar lo fácil que es ser feliz; decir que esto funcionará durante esta etapa de tu vida y de esta manera. Es muy controvertido, pero ojo, es un tipo de psicología que es necesaria. 

—Controvertida pero necesaria. 

—Sí, porque estoy de acuerdo con la gente que decía que la psicología se solía centrar en el lado «malo»: buscar por qué la gente sufría ansiedad o depresión, o por qué se vuelve esquizofrénica. Y sí, es importante, terapeutas que ayudan a otras personas que lo necesitan. Pero también deberíamos estudiar qué hace que las personas prosperen. No solo centrarnos en las personas que están sufriendo. Esas que están prosperando, con una vida maravillosa, también necesitamos saber sobre ellas. Por eso creo que la psicología positiva es un área extremadamente importante para estudiar.

—Es imposible no terminar haciéndole esta pregunta: ¿qué es para usted la felicidad?

—Es buena pregunta. En cierto punto, se basa en tus genes. Al igual que lo alto que eres o cuánto pesas. Depende de tus padres, cuyos genes te han dado la sentencia de lo feliz que eres.

—¿Está determinado por ellos o está influenciado por ellos?

—Evidentemente, hay cosas en la vida de las personas que las hacen más felices. Para algunos, será el dinero y no es sorprendente porque con este se compra todo el tipo de cosas que nos hacen felices: la atención médica, la seguridad física, el tiempo libre, etcétera. Pero creo que la fuerza número uno para ser feliz son las relaciones que tengas. Tampoco debemos exagerar, porque hay quien disfruta mucho estar solo. Con todo, para la mayoría de nosotros, estar en una relación y tener amigos cercanos, rodeados de gente que nos quiere y nos respeta, importa mucho. Existe un gran estudio donde se investigó a las personas más felices del mundo. Claro, para llevarlo a cabo fue necesaria una gran encuesta entre millones de personas en todo el mundo. Un porcentaje de ellas declaró ser extremadamente feliz y tenían puntos en común: hacer ejercicio regularmente para estar en buena forma, tener una vida exitosa... Pero una cosa que casi todos declaraban tener era personas a su alrededor a las que amaban y respetaban, y viceversa. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.