Lorena Gascón, psicóloga: «Si a alguien le duele un límite nuestro, es su problema»

Cinthya Martínez Lorenzo
CINTHYA MARTÍNEZ LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Lorena Gascón es psicóloga, divulgadora y conferenciante.
Lorena Gascón es psicóloga, divulgadora y conferenciante. Hugo G. Pecellín

La especialista remarca que procrastinamos más por autoexigencia e inseguridad, que por vaguería

25 feb 2024 . Actualizado a las 12:21 h.

Esa voz interna que nos acaba fustigando. Lorena Gascón, más conocida en redes como la @lapsicologajaputa, cree que nos pasamos con nosotros mismos. «Utilizamos una autocrítica destructiva para intentar motivarnos. No debería ser tratándonos mal. Muchas veces, no somos ni conscientes de que lo estamos haciendo. Creemos que nos estamos motivando a nosotros mismos». De ahí el título de su nuevo libro, Deja de tratarte como el culo (Martínez Roca, 2024) con el que la licenciada en psicología pretende que salgamos de la autocrítica. Un problema que se agrava en la era modera, donde el perfeccionismo y la autoexigencia están a la orden del día. 

—¿Por qué nos tratamos como el culo?

—Para empezar, puede ser que esté relacionado con cómo nos han tratado nuestros cuidadores, ya sean padres, abuelos, tíos, etcétera. Pero también como lo hicieron nuestros iguales en el colegio o instituto. Si hemos recibido experiencias de abuso o rechazo. También puede ocurrir que nuestros padres o cuidadores a nosotros nos han tratado bien, pero hemos visto que entre ellos se tratan como el culo y, por lo tanto, es posible que hayamos aprendido que a nosotros mismos también nos tenemos que tratar así, como si fuéramos un espejito de nuestros padres. Está relacionado con haber vivido experiencias de rechazo o de haber aprendido eso de nuestros cuidadores. 

—¿La vida moderna es un factor que empeora todo esto?

—Exactamente. Las vivencias, vivir en una cultura tan perfeccionista y exigente, y tener el canon de belleza tan marcado. Todo esto hace que nos tratemos mal porque comparamos nuestro cuerpo, experiencia o éxito en la vida con la de otra persona. Las redes sociales que hacen que cada vez nos comparemos más. 

—¿Es la procrastinación un problema?

—Depende. En el libro digo que a veces puede ser bueno el hecho de dejar las cosas para otro momento. Si estamos dándole vueltas a algo, muy ofuscados y nos cuesta ver alternativas o ver las cosas con perspectiva, puede ser bueno postergarlo para otro momento, incluido ese día o el siguiente, porque eso puede ayudarnos a verlo con otra perspectiva. El hecho de estar dejando obligaciones continuamente hasta que limita nuestra vida, eso sí que es un problema. 

—«Qué vago eres por dejar esto para otro momento». 

—Vivimos en la cultura de la hiperexigencia, del perfeccionismo y de la productividad, porque parece que está mal descansar. Tengo en consulta muchas personas que me dicen que no son capaces de sentarse en el sofá porque se sienten mal, aunque no tengan nada que hacer. Siempre deben estar haciendo cosas, son incapaces. Vivimos en una cultura que, por desgracia, fomenta todo el rato el perseguir ser mejores y hacer más siempre. Incluso alcanzar objetivos que, muchas veces, son irreales. Todo esto hace que nosotros mismos nos demos cuenta de que no podemos más y acabemos procrastinando. Se procrastina más por autoexigencia e inseguridad que por vaguería.

—¿Por qué?

—Porque a veces nos ponemos unos objetivos tan altos, o nos los ponen, que como no nos vemos capaces de llegar a ellos decimos: «Ya lo haré, ya me enfrentaré a ello; ahora mismo no me siento preparado». Y lo que ocurre es que como pensamos que somos vagos por eso, la etiqueta que nos ponemos a nosotros mismos es la «soy perezosa» o «soy vaga», y me acabo autocriticando. Al hacerlo, aun me apetece menos ponerme a hacer nada y lo que hago es procrastinar más todavía. Es como una pescadilla que se muerde la cola que hace que no hagamos ni el huevo y que encima nos sintamos fatal. 

—¿Cómo salir de esa espiral?

—La manera más fácil es tratarnos de manera amable. Por ejemplo, imaginemos que somos estudiantes, tenemos un examen mañana y estamos muy cansados porque hemos ido a clase. Estamos saturados, son las tres de la tarde y nos obligamos una y otra vez a hacerlo, tratándonos muy mal. Todo esto hará que nos apetezca dormir toda la tarde, viendo redes sociales o yéndonos por ahí. Huyendo. Si pudiéramos tratarnos con cariño a nosotros mismos diciendo: «Ahora estamos saturados, vamos a echar una siesta de media hora, luego nos vamos a poner hasta tal hora». A veces necesitamos ese descanso. Es como darnos un poco de cancha a nosotros mismos, con cariño. Eso hace que al final salgamos del bucle de tratarnos mal. Pero tampoco pasarnos de permisivos, es importante. 

—Todo en su justa medida. 

—Claro, porque si me permito todo, no voy a estudiar nada. Y si no estudio nada me voy a sentir fatal y eso tampoco es bueno para mí ni para mi salud mental. De ahí la idea de darme un poco de cancha. Me motivo a hacer cosas, pero tratándome bien. No me motivo a no hacer cosas.

—¿Por qué odiamos nuestro cuerpo?

—Siempre digo que el odio se aprende, igual que el amor. Si hemos tenido experiencias en las que hemos vivido rechazo a nuestro cuerpo por su forma, lo normal es que al final acabemos pensando que es algo malo, que incluso nosotros mismos lo acabemos odiando o pretendiendo que sea distinto. Si a esto se le suma que tengamos una familia en la que nuestro padre o madre nos haya dicho siempre que tengamos cuidado con cómo vestimos, que no llevemos esa ropa, que nuestro cuerpo no es bonito o que lo escondamos.

—¿Y que se haya visto que ellos tenían esa relación con su cuerpo? 

—Sí. Los niños no solo aprenden cómo se comportan los padres con ellos, sino cómo los propios padres se comportan con ellos mismos también. Si vemos que nuestra madre no va a la playa y que no se pone bikini porque le da vergüenza enseñar el cuerpo, aprendemos que el cuerpo es algo que tiene un valor muy grande por su forma, cuando realmente el valor que tiene el cuerpo es como sustento físico, como vehículo que nos permite relacionarnos, reproducirnos y vivir experiencias maravillosas. A esto encima le sumas que en la cultura no para de haber cuerpos normativos con los que nos comparamos. Todo esto hace que tengamos una idea de que hay un cuerpo perfecto y que el nuestro no es ese. Y que tenemos que llegar a él. 

—¿Esta relación puede cambiar?

—Por supuesto. De hecho, es lo que pretendo. Ojalá consiguiera que cambiara esa relación con el libro. Por lo menos, que cambiemos algunas acciones que hacemos, que a veces nos hacen daño por la imagen que tenemos de nuestro cuerpo. El cuerpo no solo es dieta y ejercicio, es cuestión de temas hormonales, genética, contextuales, situación económica… Hay muchos factores que lo determinan. Pero se puede cambiar la relación que tenemos con él. Podemos aprender a quererlo a pesar de que no cambie la forma.

—¿Crees que las personas tenemos claro lo que son los límites?

—Es complicado. Creo que las personas tienen claro lo que es decir «no». Pero a veces existen unas creencias tan arraigadas que hay personas que se sienten tan mal diciendo «no» que prefieren decir «sí», a pesar de que haciéndolo se sientan mal también. Creo que las personas se sienten mal poniendo límites. Les hace falta cambiar el chip, cambiar algo en su cabeza, para que les resulte agradable ponerlos. Hay muchos factores ahí que hacen que las personas, sobre todo las mujeres, nos cueste decir que «no» o que no sepamos cómo hacerlo. Luego aparte, además de poner límites, está el tema de la consecuencia. Es un límite mejor expresado decir «mejor no hagas esto» a «haz lo que quieras pero si tú haces esto yo me voy a proteger». Y por supuesto, cumplirlo, eso es lo complicado. Teniendo en cuenta que los límites son para protegernos nosotros, no para los demás. Si a alguien le duele un límite nuestro, es su problema. Nosotros los ponemos para protegernos nosotros. 

—Sabemos que esa persona no nos conviene, pero aún así seguimos a su lado. ¿Por qué? 

—Hay una base que es muy importante para mí explicar: no vemos la realidad igual, todas las personas. La vemos según lo que hemos vivido, nuestra crianza, contexto y experiencias. Imagínate, nos comparamos tú y yo. Vamos a ponernos en el supuesto de que he tenido una madre muy manipuladora. Mi madre ha estado siempre haciéndome chantaje emocional: que como me voy de casa, que a ella le puede pasar algo horrible si me voy y yo sintiéndome fatal, siempre pendiente de ella, hablando con ella todos los días, etcétera. En cambio tú has tenido una madre que te ha dejado mucho más libre. Las dos, con veinte años, conocemos a una persona que es bastante manipuladora, victimista y que busca alguien a quien agarrarse, aprovecharse, como para que le cuide. Yo le voy a ver como una persona perfecta para ser mi pareja y tú vas a ver claramente las «banderas rojas»..

Siempre digo que hay personas privilegiadas y que el privilegio no es de clase ni económico, que también, sino un privilegio de salud mental.

—¿Todos los miedos son superables?

—Creo que no se dice que todos los miedos se superan porque nos da miedo que alguno no se pueda superar y que a la persona a la que le pase piense: qué rara soy que todo el mundo lo supera y yo no (ríe). También pienso que si la idea es superar el miedo, de alguna manera es como si se intentara negar o se viera como algo malo tener miedo. Me gusta más la idea de cambiar la relación con el miedo.

—¿En qué sentido?

—Siempre digo que es como la ansiedad. Cuando cambias la relación con el miedo, al final, no es que se vaya, es que solo viene cuando necesitas que venga. Cuando tu supervivencia o vida está en peligro. Tenemos un miedo o una ansiedad útiles. Pero el miedo o la ansiedad que se activan en situaciones seguras, por ejemplo, las alturas (habiendo seguridad), un ascensor, salir de casa o conducir. Puede pasar algo, sí, pero también te puede caer una maceta cuando vas caminando por la calle. Puede que la probabilidad sea la misma. La manera en la que esto se trabaja, los miedos, es enfrentándose a ellos, como todo el mundo se puede imaginar.

—Enfrentarse a él poco a poco. 

—Sí, mí me gusta decir que es como si fuese un videojuego de los antiguos, en los que vamos superando niveles y hay un monstruo final. Vas poco a poco y al final cada vez estás más cerca de que el miedo no se active en la situaciones seguras porque tu mente se convence de que efectivamente, no hemos muerto. No nos ha pasado nada. Tu miedo llega y te dice: «Ah vale, no te has muerto, pues ya no sé si volveré la próxima vez». A la siguiente vuelve, pero menos activado y a lo mejor llega un momento en el que ya ni viene. Tu cerebro ha aprendido que esa situación, aunque en algún momento sufrió y por eso tienes ese miedo, ahora ya no tiene sentido seguir una y otra vez apareciendo. Esa alarma. 

—¿Y si nunca nos enfrentamos a él?

—El problema es que al evitar, estamos haciendo que la bomba se haga cada vez más grande. Esa es la manera. Pero diría que hay que convivir con los miedos por eso de quitarle la connotación negativa que pueda tener. Para mí no hay emociones negativas, todas son útiles y lo que tenemos que hacer, en todo caso, es cambiar la relación con ellas. Siempre digo que las personas que nos parecen valientes, lo que nos pasa es que tienen miedos distintos a los nuestros. Miedo tiene todo el mundo porque si no lo tuviéramos, estaríamos muertos. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.