Angélica Joya, psicóloga y educadora: «El deber de un padre no es controlar el comportamiento de su hijo ni ser responsable de su felicidad»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Angélica Joya es psicóloga clínica y autora de Educar sin desesperar (Planeta, 2023).
Angélica Joya es psicóloga clínica y autora de Educar sin desesperar (Planeta, 2023).

La experta en crianza y educación explica que los humanos tenemos una necesidad innata de cooperar, por lo que ofrecer premios o dar castigos para reforzar esa cooperación carece de sentido

12 sep 2023 . Actualizado a las 15:35 h.

Criar de manera respetuosa es un valor que la mayoría de madres y padres sostienen o, al menos, tienen la intención de hacerlo. Sin embargo, los ideales de lo que queremos ser como padres pueden perderse de vista con los conflictos y las situaciones que van surgiendo en el día a día. Como se suele decir, tener un hijo es tener siempre una olla en el fuego. No podemos dejar de estar pendientes de atenderlos, pero tampoco es beneficioso (para ellos ni para los padres) querer darles «todo».

En la búsqueda de ese equilibrio que demanda el rol de madre, la psicóloga y educadora Angélica Joya se dio cuenta de que las herramientas que tanto le habían servido en su trabajo no eran eficaces en la relación con sus propios hijos y que acababa cayendo, muchas veces, en la desesperación. De estas observaciones nació su libro Educar sin desesperar (Planeta, 2023), en el que propone pautas concretas y eficaces que cualquier madre o padre puede aplicar de manera inmediata para mejorar la relación con sus hijos y gestionar temas tan importantes en la crianza como la educación financiera, las mentiras, los valores, el respeto mutuo y la felicidad.

—Uno de los pilares de tu filosofía para la crianza es la conexión en la relación con los hijos. ¿Cómo la describes?

—Es una relación horizontal. Al final, para que haya realmente conexión tiene que haber respeto mutuo. Hay dos tipos de respeto. Uno es el tratar al otro como un ser humano, independientemente de su edad y la relación que tengas con él. Muchas veces, esto no pasa, hemos normalizado algunos comportamientos como sociedad que no son respetuosos con los niños. Y luego hay un respeto más profundo e importante que consiste en aceptar al otro como es, sin intentar cambiarlo a toda costa, respetando su esencia. Cuando eres capaz de hacer esto, la conexión viene por añadidura. Además, en el día a día, la conexión implica que el niño se sienta visto, feliz y seguro a tu lado. También son importantes los momentos de disfrute mutuo. A veces, los padres nos obligamos a hacer cosas que no disfrutamos y creemos que eso ayuda a conectar, pero en realidad, no es así. Es como irte a comer con un amigo y que esté todo el tiempo con el móvil. No estás conectando, eso no va a fortalecer esa relación. Entonces, puedes buscar cosas que tú como adulto también disfrutes y encontrar ese punto intermedio.

—En el libro menciona que es importante para los niños sentir que son útiles para la familia. ¿Qué significa esto en el día a día?

—Para que un niño crezca bien y a gusto a nivel de salud mental, hace falta que su crecimiento esté asentado en dos pilares. Uno de ellos es la conexión y otro es la contribución. Esa contribución implica, por ejemplo, que se sienta capaz de hacer cosas. Entonces, hay que dejar que las haga y que se equivoque. Luego, hay que escuchar sus ideas y pedirle opinión. Los niños pequeños desean mucho contribuir, lo que pasa es que los adultos muchas veces no lo permiten porque es más rápido decir: «Deja que ya lo hago yo por ti». Pero un niño de dos años te dice todo el rato: «Yo ya sé», «puedo solo», «te ayudo». Otro aspecto de la contribución es la soberanía. Los niños necesitan sentir que son soberanos de su propia vida. Cuando son muy pequeñitos, igual no vas a dejar que decidan todo, pero puedes darles dos opciones y que elijan. Y poco a poco vas ampliando esto. Pero a veces vamos muy a saco y decidimos cosas por ellos que podrían perfectamente asumir. Esas son maneras simples de permitirles sentir esa contribución.

—¿Cómo podemos fomentar esa contribución a nivel familiar?

—Una de las grandes herramientas que tenemos es la reunión familiar. Es una gran oportunidad para parar y no solo reconocernos entre todos en la familia, sino enfocarnos en soluciones. Lo fundamental es trabajar, por un lado, la conexión y, por otro lado, la capacidad, la necesidad que tiene cada persona de sentirse necesaria y ver que aporta. Lo ideal sería que fuese una vez a la semana. Yo aconsejo que sean fijas, porque así es más fácil respetarlas, obviamente con la flexibilidad que todos necesitamos a veces. Pero que estén programadas. La idea es que primero tengamos un momento para agradecernos por cosas puntuales y específicas entre todos los miembros de la familia, y luego un momento en el que podamos hablar sobre algún tema que nos concierna a todos. Podemos tener un cuaderno en casa donde cada persona pueda apuntar qué temas quiere hablar en la siguiente reunión familiar para que, cuando nos sentemos en familia, la emoción esté más calmada y realmente podamos centrarnos en soluciones e ideas conjuntas. Al final, habría un momento para conectar. Jugar a un juego o planificar una actividad familiar para hacer todos juntos. Es un momento en el que todos disfrutamos y no va a quitarnos más de media hora a la semana. Cuesta iniciarlo, pero una vez tienes el ritmo, es súper útil tener esta costumbre en casa.

—Hablemos de la gestión emocional de los padres. ¿Cuáles son las frustraciones más frecuentes en ellos?

—Cada padre tiene como un botón que le hace saltar de manera automática. Hay que intentar ver como padres cuál es esa conducta que nos irrita tanto y qué hay detrás de esa irritación. En general, si un padre es capaz de hacer el duelo de aceptar que su deber como padre no es controlar el comportamiento de su hijo, modelarlo como una plastilina ni ser responsable de su felicidad y de ahorrarles sufrimiento, en ese momento hace un gran cambio. La labor de un padre es acompañarle, influirle, mostrarle el mundo, pero no controlar lo que hace en ese mundo.

—Una reacción frecuente de los padres son los gritos. ¿Qué efectos tienen realmente en los pequeños?

—Tenemos normalizada la violencia y hay que entender los comportamientos que reforzamos con el grito. A veces, se entra en una dinámica en la que el niño responde cuando hay un grito. Su prioridad no es recoger, tener la habitación limpia o ducharse. El adulto viene a pedirle algo que no es su prioridad y pretende que el niño salte como un resorte. Obviamente, un niño va a cooperar si ve que es necesario, aunque no sea su prioridad. Pero muchas veces, el adulto acostumbra al niño a que ese momento en el que cooperar es necesario llegue cuando hay un grito. Entonces, es una pescadilla que se muerde la cola. El niño no va a soltar el juguete al minuto 1, sino al minuto 10, cuando viene el grito, porque entonces tiene diez minutos más para jugar. Es normal. Luego, cada vez, el grito llega antes, y se daña la relación. Es un ciclo que se acaba cuando el adulto aprende a poner límites de manera diferente, a expresarse de manera efectiva, a comunicarse y, sobre todo, cuando cambia el chip de creer que es el ingeniero de su hijo, que lo tiene que moldear, y ve que más bien es como un pastor que le ayuda a llegar a un prado y ya él decidirá si come o no.

—¿Cómo podemos poner límites correctamente en la vida de los niños?

—Hay que separar entre límites y normas para que sea más fácil poder asumirlo. Los límites son más fijos y tienen que ver con preservar su seguridad y su integridad. Cambian muy de vez en cuando. Y luego, están las normas, que dependen mucho del sistema de valores de la familia, pero que van cambiando en función de la edad del niño y de las necesidades que tenga. Las normas son como los zapatos. Cada cuatro meses, más o menos, tus hijos cambian de talla de zapatos. Entonces, cada vez que compras una talla diferente, puedes observar las normas y ver si está fallando algo porque les ha quedado pequeña . Ahí entran los pactos. Hay muchas normas que puedo y debo consensuar con mi hijo y que funcionarán mejor cuanto más lo involucre. Luego, hay otras que quizás no consulte con él, se la comunico, le explico la razón detrás de la norma y soy empática cuando no le gusta.

—Las normas no están para ser acatadas el 100 % de las veces...

—Claro. Pretender que un niño, que tiene un cerebro muy diferente del de un adulto, porque le falta maduración, haga algo que no hace ningún adulto, que es respetar una norma absolutamente siempre, es una expectativa demasiado alta tanto para ellos como para nosotros, porque nos genera mucha frustración.

—Recomiendas no usar premios o castigos. ¿Por qué?

—Los premios y los castigos, desde un punto de vista histórico, salieron a raíz de investigar cómo modificar y estimular comportamientos en animales. Se vio que funcionaba, pero cuando se empezaron a estudiar esas técnicas en humanos, se vio que también tenían unos efectos colaterales muy fuertes a medio y largo plazo y que, además, no siempre funcionaban. Se empezó a cuestionar este modelo y a ver que quizás había que buscar otras alternativas, porque el precio que se pagaba por poner premios y castigos era demasiado alto.

—¿Qué consecuencias tienen esos métodos?

—Se encontró que los niños y adolescentes que habían sido premiados y castigados durante la niñez realmente sentían que sus padres no les amaban incondicionalmente, sino que les querrían dependiendo de si se portaban bien o mal. Y esa es la base de una autoestima muy poco sana. Eso hace que la persona no asuma riesgos a nivel creativo, que no pueda gestionar un error, que le cueste expresar sus emociones, tenga muchas inseguridades, dependa de la mirada del otro. Por eso ha habido, en los últimos 20 años, una tendencia cada vez más fuerte a buscar alternativas a los premios y castigos, no solo como heramienta para modificar el comportamiento, sino como manera de ver la educación. Estos cambios cuestan mucho, porque nosotros aprendemos a ser padres siendo niños, sin ser conscientes. Que ahora nos digan que esto no funcionó o que tuvo consecuencias negativas es algo que racionalmente podemos interpretar, pero nuestras acciones automáticas van por otro lado.

—Muchos padres tienen como objetivo la felicidad de sus hijos. ¿Es mejor dejarlo de lado?

—A veces estamos muy empeñados en que nuestros hijos sean felices pero en el día a día confundimos la felicidad con el placer, con que estén sonriendo. Si miramos estudios sobre lo que hace feliz a una persona, entre otras cosas la hace feliz contribuir, sentirse útil. Esa sensación más duradera, plena y tranquila es la felicidad. No es el chute de emoción del placer. Entonces, primero, hay que aprender a diferenciar qué es felicidad y qué es placer y ser conscientes de que cuanto más placer instantáneo le des a tu hijo, menos capaz va a ser de ser feliz plenamente. Está comprobado que esos dos circuitos neuronales se anulan mutuamente. En el día a día, siendo conscientes de esa diferencia tenemos que tomar mejores decisiones. Así, cuando veas a tu hijo luchar con una dificultad o cometer un error, tomar una mala decisión o incluso frustrarse porque algo no le sale bien, vas a entender que eso es parte de la vida y que no estás siendo mal padre y no tienes que rescatarlo. Entonces, va a salir fortalecido a largo plazo. A mí me ayuda en esos momentos pensar que tengo dos opciones: que mi hijo se frustre ahora o que se debilite a largo plazo. Si entro yo en ese momento a resolverle los problemas, tendrá placer, pero no va a desarrollar las herramientas para ser feliz. Entonces, puedo dar un paso a un lado y ser empática con su sufrimiento, ayudarle a transitar esa emoción sin rescatarlo.

—¿Qué estrategias propones para tratar el tema del dinero con los niños y que aprendan a gestionarlo?

—Una parte es enseñarles a postergar la gratificación. Aunque te pidan algo que cuesta un euro, enseñarles a postergar esa gratificación es fundamental para el éxito en la vida. Luego, propongo poder trabajar esa educación financiera a través de una paga. Es clave que la paga no se vincule a que el niño saque buenas notas o haga cosas en casa, porque si yo pago por algo que es su deber, que es estudiar y ayudar en casa, estoy corrompiendo su necesidad innata de contribuir, porque ya lo está haciendo a cambio de algo. Pasa a haber una motivación externa y no intrínseca. Y la paga tiene que ser más bien poca, para que el niño tenga que esperar al menos dos semanas para comprarse aquello que le interesa y se tenga que organizar. Luego, ayudarle en esa educación financiera significa enseñarle a ahorrar. Hay familias que incentivan esto diciéndoles: "Si ahorras esta cantidad, nosotros te damos unos intereses". Hay que ver esa paga como una oportunidad de educación financiera, no para que aprenda a ganarse la vida. Porque si le hacemos ganarse la vida, nos cargamos sus ganas innatas de ayudar.

—¿Cómo se debe gestionar la situación cuando los niños mienten?

—Una mentira es una de esas cosas que desesperan a los padres, pero puede tener muchas cosas distintas detrás. Puede ser que te quiera proteger porque ve que te preocupas mucho, puede ser que se quiera proteger él, porque no quiere experimentar una mala consecuencia, puede que esté protegiendo a otra persona, o simplemente puede ser una expresión de privacidad: no quiero explicar esto y como me preguntas tanto, te voy a decir cualquier cosa para que te calles. Es importante que podamos ver esto y, cuando descubrimos una mentira, o cuando la confiesan, puede ser útil que el padre en ese momento transmita el mensaje de que no pasa nada. Si él confiesa que ha mentido, tú puedes decir: «Gracias por contármelo». Que esa sea tu primera reacción hará que sepa que está en un lugar seguro. Porque si tiende a mentir, puede ser que no se sienta en un lugar seguro, incluso aunque no sea tu responsabilidad. Porque a veces tienen miedos que no sabes de dónde salen. Pero cómo actúas en el momento en el que está mintiendo es más importante que prevenir que mienta. Porque ahí es cuando puedes hacerle saber que eres un lugar seguro.

—¿Qué mitos sobre la crianza deberíamos dejar de creer?

—Que los padres no podemos cometer errores porque cualquier error puede traumatizar a un hijo. Toda esa presión que nos ponemos tiene un impacto inmenso. Más bien, hay que ver que educar es una carrera muy de fondo, que nos caeremos y lo importante es volver a levantarnos. Cuando rebajemos toda esa presión que nos ponemos como padres vamos a poder educar de una manera diferente. Soltar el afán de ser perfectos y de culpabilizarnos cuando no llegamos es fundamental. También persiste el mito de que los niños son malos y tú tienes que encarrilarlos. La psicología dice todo lo contrario. El ser humano, como especie social, innatamente tiene dos grandes tendencias. Una es pertenecer a una tribu que le proteja y otra es hacer cosas por la tribu, para fortalecerla. Esas cosas son innatas y si lo tenemos en cuenta vamos a interpretar el comportamiento de nuestros hijos de manera diferente en lugar de pensar que quieren manipularnos o que son malos.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.