El pecado capital de Carlos Ríos

OPINIÓN

05 jul 2022 . Actualizado a las 14:45 h.

El arte de hacer fácil lo complicado tiene su némesis en Carlos Ríos, que sigue empeñado en vendernos una moto que últimamente va sin frenos. El nutricionista, divulgador e impulsor de una corriente alimentaria que solo pueden seguir esas personas que tienen tiempo para escribir un diario de gratitud y meditar a las seis de la mañana, se está quedando solo en el redil. La cuestión es que su filosofía de vida, el Realfooding, no deja de ser un invento más de esa industria de la felicidad que carga sobre el ciudadano la responsabilidad absoluta de su devenir. Y algunos ya se han dado cuenta. 

Ocurre con sus preceptos lo mismo que con los libros de autoayuda: la teoría muchas veces es buena, pero imposible de llevar a la práctica. La economía doméstica, los atropellos del día a día y el simple hecho de ser seres incoherentes, complicados y absolutamente emocionales, convierte en una quimera la posibilidad de alimentarse exclusivamente de productos sin aditivos, que el único endulzante que entre en casa sea un dátil y saber enumerar al dedillo las grasas saludables que tenemos en la despensa. 

Transformar en divino lo humano es una proeza que no está al alcance ni del propio Ríos; el mismo que asegura, en una suerte de arrebato mesiánico, que el Realfooding es «el cambio que estabas esperando». El onubense cae, como el común de los mortales, en pecados capitales. En su caso la avaricia, para dejarnos al resto la gula. Luchar contra el sistema desde el sistema no ha gustado a algunos de sus secuaces. Muchos le afean que se haya aliado con el enemigo para hacer un business que, traducido, se basa en vender productos que ya eran saludables a un precio más elevado porque cuentan con su sello de calidad. Los mismos yogures sin esta impronta cuestan 2.69 euros, con ella valen 4,55 euros.

En este pastiche había también cruasanes, salmorejo, helados, guacamole o crema de cacao. Hasta que se coló la madre del cordero en forma de tarrina. Si Ríos no tenía ya quebraderos de cabeza suficientes, saca ahora un AOVE (llamarle aceite es de cenar filetes empanados y abusar de los Cheetos pandilla) untable. «El primero en el mercado», dicen. Si les recuerda a algo este concepto, efectivamente, se llama margarina. Y no está muy alejado de lo que vende la marca Realfooding salvo por su importe, pues cuesta tres veces más. Eso sí, este gurú afirmaba ayer que su elaboración dista de procesos como el de la hidrogenación, que acaba con las propiedades nutricionales del aceite, y por el que pasan la mayoría de margarinas.

Consumir estos alimentos en pequeñas dosis no es perjudicial y, por eso, carece de sentido que las redes inviten a dejar de lado este producto, no porque falte a los valores del movimiento Realfooding, sino por lo nocivo del alimento en sí. Carlos, alimentaste a las fieras, pero no como esperabas.