A peor salud mental, ¿más likes en Instagram?

SALUD MENTAL

La ansiedad o la depresión son una tendencia en las redes sociales y se deambula en la frontera entre dar la visibilidad necesaria a estos problemas y usarlos para generar más impacto

18 abr 2022 . Actualizado a las 18:44 h.

En el año 2010, Marck Zuckerberg fue nombrado persona del año por la revista «Time». En aquella publicación, el creador de Facebook daba un gran titular. Aseguraba que la intención de su red social era «convertir el mundo solitario y antisocial en un lugar amistoso». Más de una década después, basta un paseo por Internet para darse cuenta de que «amistoso» no es el adjetivo que mejor definiría a las redes sociales. El Centro de Investigaciones Pew, en Washington D.C., concluyó en el año 2017 que dos de cada tres estadounidenses habían sido testigos de acoso en Internet. Así nos las gastamos en la red.

En cualquier caso, muchos de nuestros referentes están hoy en ese mundo. Instagram, YouTube, TikTok, Twitch, Twitter... Son muchos y muchas quienes se dedican profesionalmente a crear contenido que sus legiones de seguidores consumen sin cansancio. Son influencers. Muchos de ellos, como se encargan de mostrar, viven muy bien. Al menos aparentemente (viajes, hoteles, fiestas, ropa y complementos de lujo...). A cambio, y tras haber alcanzado la fama, «solo» deben seguir alimentando sus cuentas con historias, experiencias y entretenimiento que sacie a sus fans. Parece un buen trato. Hasta que la salud mental se resiente. Estrés, ansiedad, depresión. De pronto, no todo es tan bonito detrás de una foto en la playa mirando al horizonte.

Grace Villarreal, creadora de contenido en YouTube con 841.000 suscriptores y 630.000 seguidores en Instagram publicó en el año 2016 un vídeo titulado «NO "soy" FELIZ». Ella fue de las primeras. Se siguió desnudando y abriéndose en canal ante sus followers con otro vídeo llamado «me siento VULNERABLE». Acabaría tomándose un tiempo obligado de descanso de su red social. Cuando regresó, explicó los motivos de su ausencia.

Alexandra Pereira, también conocida como Lovely Pepa, cuenta con más de dos millones de seguidores en Instagram y cerca de 200.000 suscriptores en YouTube. Publicó en esta última plataforma un vídeo llamado «8 AÑOS DE ACOSO», que cuenta con más de un millón de visualizaciones. Media hora de testimonio frente a una cámara con la influencer rota y llorando explicando una serie de situaciones traumáticas que le había tocado vivir debido a su exposición en redes. 

Son solo un par de ejemplos, pero hay muchos más. Laura Escanes (con un millón y medio de seguidores en Instagram) tuvo que parar por problemas psicológicos. Marta Pombo (540.000 seguidores en Instagram) relató en una charla con el youtuber Luc Loren que sufrió depresión. «No quería salir de la cama ni pensar. Quería desconectar mi cerebro y no estar», contaba la influencer detallando cómo sus trastornos mentales coincidieron con su auge en redes. 

¿Normalizar la salud mental o un gran cebo para sus seguidores?

Evidentemente, la pandemia ha pasado factura en la salud mental de casi todos. El consumo de psicofármacos se ha disparado y el suicidio crece entre los jóvenes. Algo se ha roto, pero, siendo resilientes, toca admitir que el tabú sobre la ansiedad, el estrés o la depresión ha empezado a borrarse.

Se ha avanzado mucho y la salud mental empieza a ganar peso en los medios de comunicación e incluso ha logrado colarse en el debate político. Y esto es bueno. La gente comienza a entender que lo normal no son unas vacaciones en las Bahamas una semana y, a la siguiente, otras en Formentera. No. Lo normal es tener problemas. «Me creé un personaje que no era, un personaje para gustar al resto. Ahí empezó un poco», contó Marta Pombo sobre los inicios de su depresión. La dictadura de la vida perfecta se terminó en Instagram. Se abrió la veda de la salud mental y el mundo virtual comenzó a exhibir de manera masiva sus problemas y las heridas de sus mentes.

Pero expresar abiertamente los problemas personales, los trastornos de cada individuo, además de ayudar a normalizar lo que en su día fue un estigma, lleva aparejadas otras consecuencias. Los vídeos y el contenido en el que las celebrities de Internet se abren en canal y nos muestran sus heridas mentales gustan mucho a la gente. O si no gustan, interesan. E interesan más que la media. Basta chequear el número de visualizaciones de estos vídeos frente a los de otra temática. El drama llama la atención, hace crecer las reproducciones y las interacciones. Todo el mundo quiere ver qué es lo que ha hecho llorar a su referente en Internet. 

Aida Domenech «Dulceida» (2,19 millones de seguidores en YouTube y casi tres millones en Instagram), publicó el 15 de septiembre en su cuenta de YouTube un vídeo titulado «Vuelvo y os abro mi corazón», un testimonio en el que Dulceida no logra contener las lágrimas anunciando su regreso a las redes sociales tras atravesar una crisis personal. Un documento que cuenta con casi un millón de visualizaciones en Internet. Hubo quien aplaudió su valentía por contar lo que le había sucedido; hubo quien vio en su declaración una forma retorcida de llamar la atención. También Pelayo Díaz (influencer con más de un millón de seguidores en Instagram) confesó haber sufrido problemas de salud mental. De nuevo, hubo quien le aplaudió; hubo quien vio oportunismo.

Aunque quizás el caso que más debate ha generado últimamente sea el rifirrafe que protagonizaron dos influencers a raíz de los problemas de salud mental. Jedet (443.000 seguidores en Instagram) publicó en su cuenta unos mensajes de WhatsApp en los que le exponía a una persona los trastornos que le estaba generando ser sexy. «Quiero dejar de ser sexy», decía literalmente. Acompañaba sus capturas de un selfie en el que se la veía llorando. 

 A su publicación contestó Esty Quesada, más conocida como Soyunapringada (226.000 seguidores en Instagram y 325.000 seguidores en YouTube). «¿Ahora es guay tener traumas y subir fotos llorando cuando os habéis pasado años vendiendo vidas perfectas que eran mentira? Venga chica, seguid en vuestra farsa que los reales no os queremos ni necesitamos». Esty Quesada acusaba a algunas influencers de exhibir sus trastornos con el fin de «rascar likes». ¿Es realmente así? La crítica debía ser, cuando menos, tenida en cuenta dada la trayectoria personal de Quesada, quien sufrió reiterados y graves acosos durante su infancia y que, no solo nunca ha escondido sus problemas de salud mental, sino que se ha hartado de expresar en público sus ideas suicidas. 

La preguntaba está en el aire. ¿Se está produciendo una «glamourización» de la salud mental? ¿Sufrir ansiedad o depresión es tendencia?

¿Tener depresión nos da más likes? Los humanos tendemos al drama

La revista Science publicó en el año 2011 un estudio de Eric Anderson (departamento de psicología de la Northeastern University de Boston) llamado «El impacto visual del cotilleo». El investigador y su equipo concluían que nuestro cerebro presta más atención a aquellas personas de las que sabemos aspectos negativos de sus vidas. Según el sociólogo Francesc Núñez «los actos bondadosos nos atraen, pero tienen menos capacidad de respuesta inmediata».

La Voz de la Salud ha contactado con diversos expertos en el mundo del social media para comprobar si, efectivamente, hablar de los trastornos de ansiedad, depresión, estrés u otros problemas son un seguro para aumentar las reproducciones. Mohamed El Ben es el fundador y CEO de Bushido Talent, una empresa que se encarga de asesor a una larga cartera de influencers y marcas en sus estrategias de redes. Pablo G Show (1.8 millones de seguidores en Instagram y 2.2 millones en TikTok), El Cejas (1.4 millones en TikTok e Instagram), Xurxo Carreño (1.2 millones en Instagram y 992.000 followers en TikTok) o Daniela Blasco (un millón de seguidores en TikTok) son algunos de sus clientes. Le preguntamos directamente si contar sus problemas personales en el ámbito de la salud mental ayuda a ganar repercusión. 

«Tenemos el ejemplo de los programas del corazón, que llevan tanto tiempo en emisión. Las situaciones que se salen de lo común, lo que nadie se espera, aquello que vas a poder comentar con tu entorno y probablemente criticar se vuelve llamativo y genera interés», explica. Mohamed detalla también que la visibilización de los problemas de salud mental por parte de los influencers le debe mucho a plataformas como TikTok: «Creo que todo nace de TikTok, que es una plataforma mucho más cercana, más natural. Ahora se está empezando a trasladar a otras redes sociales, sacando la parte más real de cada uno y prescindiendo de tanta fachada. De ya no fingir que todo es perfecto», comenta.

Begoña Díaz García forma parte del equipo de social media de HMG. Ella trabaja codo con codo con personalidades influyentes del ecosistema virtual y es consciente de la delgada frontera que hay entre la necesidad de dar visibilidad y desestigmatizar la salud mental y aprovecharse de ella para sacarle partido. «Vemos que hay una tendencia a exponerse, a hablar de ello. Creo que la gente que sufre realmente estos problemas ve con buenos ojos que se hable y que sea un debate público, que sea visible para los jóvenes y que mucha gente lo sufre. Que no pasa nada, que se puede hacer terapia, medicarse o cualquier otra cosa», expone. Aunque matiza: «Por ejemplo, el caso de Dulceida. Obtuvo más visibilidad cuando rompió con Alba (su expareja). Se armó un gran follón y tenía mas likes y más apoyos. ¿Qué pasa?, que creo que hay gente que lo frivoliza un poco para aprovecharse. Cuando Dulceida rompió con su pareja, ella dijo que iba a dejar las redes sociales porque le estaban afectando de manera negativa y que lo estaba pasando muy mal. Fue cuestión de un mes y medio. Después de decir que se sentía débil y mal mentalmente, en un mes y medio había vuelto. A mí eso me parece frivolizar un poco con un problema que no se soluciona de hoy para mañana. Hay una línea muy fina entre el apoyo y el aprovecharse de la situación», opina Díaz.

¿Es sano contar a un millón de personas que tengo depresión?

¿Es bueno abrirse en canal ante una comunidad de desconocidos? Como casi siempre, depende del cómo y del hasta dónde. Si hablamos de repercusión en Internet, parece obvio que sí. Los datos están ahí. «Siempre va a vender más que tú llores delante de una cámara y expliques lo que te pasa a que estés en una alfombra roja en una premiere», asegura Begoña Díaz, de HMG. «Hay muchos ejemplos de influencers que no muestran a sus parejas o a sus familias y es totalmente entendible. También hay quienes por exponer demasiado sus vidas, generan más interés. Lo que pasa que muchas veces esto puede jugar a tu contra porque saben demasiado de ti. La decisión es puramente personal», reflexiona Mohamed El Ben, de Bushido.

Pero, ¿y desde el punto de vista más psicológico? Devi Uranga, directora del servicio de atención en adicciones tecnológicas de la Comunidad de Madrid explica las luces y las sombras de entregarlo todo a tu comunidad. 

«Si la solución a los problemas de salud mental pasa por verbalizar que las redes no son una vida perfecta, por poder entender que cualquier persona, hasta la más resiliente, es susceptible de encontrarse mal, entonces lo podríamos comprar», avanza, pero matiza: «Pero mi punto de vista personal es que los temas de salud emocional son sagrados. Pertenecen a la intimidad y la privacidad. Esto no quiere decir que una persona lo tenga que guardar en secreto para que los demás crean que es perfecto o perfecta. Esto quiere decir que merece ser tratado con mucho respeto y mucho cuidado».

Devi Uranga se muestra preocupada por un exceso de exposición en estos asuntos y explica que la cuestión gira en torno a una dicotomía en la que, por una parte, se ayuda sacar a la luz un tema que era tabú y, por la otra, se expone demasiado a los protagonistas. «Vería más saludable que se dijese ''no estoy pasando por un buen momento, voy a retirarme''». O “últimamente no me encuentro del todo bien y voy a acudir a un profesional”. Y dejarlo ahí. Es una cuestión de que a esta generación les vale todo, no hay límites ni censura, van a por todo. Yo creo que se puede hablar, dar a entender que todos susceptibles de rompernos en algún momento y ya. Pero todo lo que tenga que ver con los motivos, con llorar delante de las redes, yo creo que todo eso pertenece a la privacidad. Con las redes se está perdiendo el sentido de la privacidad. No hay límites». Y añade: «Los límites nos protegen»

«Veo en TikTok adolescentes con 3 o 4 millones de seguidores. Creo que es tan importante que cuenten con un apoyo psicológico. Yo echo la vista atrás y recuerdo cómo para mí ya era una lucha solamente gestionar la presión que podía sentir por los comentario de mi clase. ¿Cuántos eramos? ¿25 o 30 personas? ¿Cómo se gestiona que 400,000 personas hagan comentarios sobre tu vida en un vídeo?», reflexiona Alicia González. Ella es psicóloga y de redes sabe un rato. Su consulta salió de Instagram. «Cuando empecé, al 100 % de mis pacientes les atendía por Instagram. Es como una ola enorme que te llega de sopetón y que tienes que saber sortearla», relata sobre su experiencia y sobre la importancia de saberse mantener con los pies en el suelo cuando la fama te alcanza en Internet. 

Las redes sociales son una selva

El mundo amistoso que imaginaba Zuckerberg no existe. O al menos, la otra parte hace más ruido. Es obvio que la hostilidad de los debates es mucho mayor en los foros online que en los presenciales. Verter odio (hate, en inglés) hacia los demás está normalizado. «El tema de los haters (así se les llama a los que impregnan de odio el escenario en Internet), es como cuando ves un documental de La 2, que te quedas embobado dándole vueltas a en qué pensará ese animalito. Qué tiene que pasar por la cabeza de una persona para crearse un perfil falso, ir a una cuenta, dejar un comentario e irse a otra y a otra y a otra. Me fascina», comenta Alicia González. Y a más seguidores, más odio se recibe. En realidad, a los influencers les sobran los motivos para estar mal.

«Hay mucho hate. Cada vez que alguien publica algo, hay una mayoría de gente que lo acepta y lo agradece, pero hay otro porcentaje que siempre piensa en lo malo,en lo peor, te acusan de X cosas», explican desde Bushido. No es que sean más, es que son más alborotadores.

Están en el punto de mira y son juzgadas ante un ruidoso ejército (y en buena parte anónimo) de manera continua. «El primer filtro que haría un usuario común para protegerse sería, capar los comentarios. Pero es utópico, supongo que las influencers de mucho alcance no van a hacer eso, solo queda entrenarse, encapsularse para poder sobrevivir con esto. Eso y seguir conectada con las personas que son mi cable a tierra, eso no se puede perder por nada en la vida, por mucho que vivas en un mar inmenso de personas desconocidas que te dicen cosas buenas y malas. Pero es curioso que, como todo aquello que es malo, parece que resalta más», reflexiona Alicia González.

Aprovecharse del sufrimiento propio. O peor aún, fingirlo

¿Hay influencers que, ante el éxito evidente para su negocio, desean tener problemas de salud mental? Es difícil responder a esta pregunta. A Alicia González le cuesta creerlo. «Al final, hemos pasado una pandemia que ha dejado todo patas arriba. Creo que los problemas de salud mental han existido toda la vida y había un tabú gigantesco solo por expresar que tenías ansiedad. Solo eso ya era raro. Pienso que ahora simplemente están viendo la luz. Y sí, puede ser que se utilice como bombo, pero también te digo que una persona que está sufriendo y que elige compartirlo ante una jungla como redes… Creo que hay que ser muy valiente para hacerlo. Cuesta pensar que se utilice para subirse a esta ola trendy», dice con sinceridad. Le preguntamos si es un argumento retorcido o de ser malpensados. «La realidad supera a la ficción mil millones de veces. Lo que a lo mejor vemos como retorcido, puede ser lo más normal para alguien que utilice esta estrategia. Pero yo prefiero pensar, y esto supongo que es una elección, que estamos en el camino de normalizar la salud mental», dice con esperanza.

 Alertas y síntomas de estar abusando de las redes sociales

Ante los trastornos muy generalizados de la salud mental que se aprecian en muchos influencers, cabe preguntarse si estamos usando las redes sociales de una manera adecuada. También si estos problemas son exclusivos de las personas con muchos seguidores o puede pasarle a cualquier usuario común. Diríamos más: ¿estaba preparada la humanidad para gestionar un escaparate de nuestras vidas sin límite?

Piensen que la gran explosión de plataformas como Instagram llegó en el año 2016. Somos conejillos de indias de este fascinante experimento social del que aún no conocemos todo su alcance y consecuencias. «Es una opinión mía subjetiva y personal, pero creo que no estábamos preparados para las redes sociales», opina Devi Uranga, la directora del centro de adicciones tecnológicas madrileño.

«Han crecido muy rápido y se maneja muchísima energía dentro del mundo virtual. Nos tienen conectados a todo el planeta. Es muchísima energía la que se mueve en el mundo de Internet. Ante cualquier cosa que requiera tanta energía, también hará falta que tengamos información para manejarla y conocer las consecuencias. Leer e informarse; ampliar los conocimientos. Es una cuestión de psicoeducación. Somos la generación que estamos en el punto intermedio entre la explosión de los recursos tecnológicos y el mayor desconocimiento de lo que requiere. Todos somos susceptibles de perdernos dentro del mundo tecnológico ante esta falta de información», asegura y nos da una pequeña lista de «alarmas rojas» que deberían ponernos en alerta.

Síntomas que podrían indicar un problema de abuso de las redes sociales

  1. Podemos estar ante un problema si las redes sociales afectan a la higiene de nuestro sueño. Si no me duermo a las doce porque estoy editando o consumiendo redes con el móvil, es una alarma roja.
  2. Si supero las tres horas de consumo diario. Puede controlarse activando un recuento en el teléfono móvil.
  3. Si mi estado de ánimo se ve afectado cuando estoy alejado del teléfono móvil (ansiedad o malestar, por ejemplo)
  4. Si todos mis intereses giran en torno a lo tecnológico (prefiero estar en Twitch que dar un paseo por el campo)
  5. Si crecen los conflictos a tu alrededor por el uso que haces de las redes sociales

¿Vivíamos mejor antes?

La pregunta es casi filosófica. ¿Vivíamos mejor antes de que las redes sociales llegasen a nuestra vida? Evidentemente a nadie le gusta que le insulten en Twitter o que saquen sus defectos en Instagram. Pero sería una visión muy parcial creer que todo es malo en las redes sociales. Con ambos extremos en la balanza, ¿vivíamos mejor antes de que este tipo de aplicaciones llegasen a nuestra vida?

«No», responde tajante Devi Uranga. Aunque explora los grises de su respuesta. «Si una persona trabaja su equilibrio, la tecnología es una gran fuente de enriquecimiento: de recursos, de avance y de desarrollo. Pero creo que las generaciones futuras van a tener una gran carencia de hacer vida en la calle, algo que que nosotros hemos conocido. Y eso se va a perder. Yo he tenido el privilegio de haber vivido las dos cosas, por eso creo que somos una de las generaciones más completas en ese sentido. Pero que las futuras generaciones no vayan a tener relaciones tan profundas, creo que es una triste noticia. Se va perdiendo ya más de la cuenta, porque los verdaderos recursos y lo que nos hace crecer de verdad está en la vida real. Nunca, nunca, nunca lo virtual nos va a dar tanto como lo real», asegura.

Se le replica argumentando que alguien podría decirle que los jóvenes hacen exactamente lo mismo que hacían las generaciones pasadas. Que la única diferencia es que ellos lo hacen a través de una pantalla. Y ahí sí que no hay matices. «Sería un espejismo pensar que esa diferencia no significa nada, una manera de negar la realidad. La teoría lo dice, esto está puesto en los libros. Estamos programados para crecer en contacto con los demás, en contacto real. Es una cuestión evolucionista, biologicista, antropológica y sociológica. Se explica desde cualquier prisma», zanja con contundencia.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.