Depresión en niños y jóvenes: «Hay muchos adolescentes que se quieren morir, es la realidad»

SALUD MENTAL

En el caso de los adolescentes, la depresión puede coincidir con cambios en el carácter, rebeldía, desobediencia, incluso con el inicio de consumo de drogas, alcohol y otras conductas de riesgo.
En el caso de los adolescentes, la depresión puede coincidir con cambios en el carácter, rebeldía, desobediencia, incluso con el inicio de consumo de drogas, alcohol y otras conductas de riesgo. La Voz de la Salud

A diferencia de los síntomas que se pueden dar en un adulto, son más frecuentes la irritabilidad y quejas somáticas como dolores de cabeza o intestinales

09 may 2022 . Actualizado a las 12:48 h.

«Muchas veces los niños vienen a consulta porque han bajado el rendimiento académico, no tienen amigos en el colegio, sufren problemas de conducta, no aceptan familiares en casa... son señales que nos indican que están teniendo problemas emocionales», comenta Diego Padilla, psicólogo clínico en el Hospital Universitario Puerta del Hierro de Majadahonda y miembro de la sección de infancia y adolescencia de la Asociación Española de Psicología Clínica y Psicopatología (AEPCP). A partir de ese momento, comienza una fase de diagnóstico para conocer cuál es la patología específica que sufre el menor. En muchos casos, se trata de síndrome depresivo

Si un niño o adolescente se siente triste la mayor parte del tiempo, tiene sentimientos de desesperanza, o deja de tener interés en actividades con las que antes disfrutaba -como jugar con sus juguetes o amigos- prefiriendo estar solo, se activan las señales de alarma de que padezca una depresión. Otros posibles síntomas que se pueden presentar son las ganas de llorar sin motivo aparente, la fatiga o cansancio, la dificultad para concentrarse y problemas de memoria que afectan a su rendimiento escolar, los sentimientos de inutilidad y culpa, o preocupaciones constantes que les pueden producir ansiedad y miedos infundados. 

Los síntomas de la depresión en menores, según su edad 

Podría parecer que es la misma sintomatología que una depresión en adultos, pero hay diferencias. José Alfredo Mazaira, psiquiatra y coordinador responsable de la Unidad de Hospitalización de Salud Mental en la Infancia y Adolescencia del Hospital Clínico Universitario de Santiago, explica que «a diferencia de los adultos es mucho más frecuente y específica la irritabilidad», y añade que «ante un chaval que cambia su temperamento o comportamiento a nivel social, de amistades, o familiar, que se muestra irritable y triste a diario, y persistiendo con las semanas... todo eso es sugerente de que padezca síndrome depresivo». 

«La depresión es muy difícil de diagnosticar porque los niños la muestran más con la conducta, no es la imagen que tenemos de un adulto depresivo, ellos reaccionan de manera comportamental, con irritabilidad, o dejando de comer y hablar», explica Amaia Izquierdo, psicóloga clínica en el Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid y también miembro de la sección de infancia y adolescencia de AEPCP. Según el doctor Mazaira, esa es la razón por la que muchas depresiones no se diagnostican, «porque tienen una sintomatología que no es la típica». 

Otro síntoma característico de la infancia son los cuadros somáticos. Son comunes los dolores de cabeza, las palpitaciones cardíacas o las molestias abdominales, y suelen ser el motivo de la visita al médico. Se conoce como «depresión enmascarada», ya que en esas edades la capacidad para comunicar emociones y pensamientos mediante el lenguaje es limitada. «Los síntomas en los menores de siete años suelen ser muy pequeños porque la depresión es algo raro en esa edad. Cuando se van haciendo mayores, entre los ocho y los diez años, empiezan a aparecer más síntomas relacionados con la esfera cognitiva, la actividad escolar o en el ámbito familiar», apunta el doctor Mazaira. 

En el caso de los adolescentes, la depresión puede coincidir con cambios en el carácter, rebeldía, desobediencia, irritabilidad, e incluso con el inicio de consumo de drogas, alcohol y otras conductas de riesgo. Además, el trastorno depresivo en esta etapa tiene un curso crónico, es decir, la frecuencia de recurrencias es alta, así como su continuidad en la edad adulta.  

Síntomas de una depresión en niños: 

  • Tristeza y llanto
  • Pérdida de interés con lo que antes sí se disfrutaba (anhedonia)
  • Dificultad para concentrarse y problemas de memoria
  • Preocupaciones constantes
  • Sentimientos de inutilidad y culpa
  • Irritabilidad
  • Cambios de conducta como dejar de comer o hablar
  • Cuadros somáticos como dolores de cabeza o molestias abdominales

En adolescentes son más habituales los cambios en el carácter, rebeldía, desobediencia, irritabilidad, e incluso el inicio en conductas de riesgo como consumo de drogas y alcohol. 

Tipos de depresión

Al igual que la depresión en adultos, puede que un menor tenga un solo episodio de depresión mayor en la vida. Si bien, tal como apunta la guía de práctica clínica sobre la depresión mayor en niños y adolescentes del Ministerio de Sanidad, cerca de la mitad de las personas que sufren un episodio tienen, al menos, otro más.

No obstante, la gravedad de la depresión varía, e influye a la hora de clasificar los tipos existentes. Existen personas que solo tienen unos pocos síntomas que afectan a su vida diaria de una forma parcial o solo limitan su funcionamiento en algún aspecto específico. Esta podría considerarse como una depresión leve. En el caso de padecer una sintomatología que impida realizar una vida normal, se hablaría de una depresión moderada o grave

En cuanto a la duración de un episodio depresivo, es variable. La mayoría de las personas, ya sean menores o adultos, se sienten mejor después de cuatro o seis meses, aunque en algunos casos los síntomas pueden persistir más tiempo. 

Posibles causas de una depresión infantil

Es posible que existan diferentes desencadenantes, e incluso ninguna causa externa aparente. Algunas circunstancias que aumentan el riesgo de padecer síndrome depresivo pueden ser: haber sufrido traumas físicos o psicopatológicos como acoso, abusos o negligencias en el cuidado; situaciones conflictivas en su entorno, ya sea familiar o escolar; que alguno de sus progenitores sufriera síndrome depresivo; problemas escolares; pérdida de un ser querido; cambios en el estilo de vida, como mudarse de ciudad o inscribirse en otro centro educativo; padecer una enfermedad física grave o problemas crónicos de salud; algunas medicinas; y el consumo de drogas y alcohol, que además de no ayudar, empeoran la depresión. 

Cabe recalcar que el síndrome depresivo es un trastorno, por lo que no es culpa de nadie, y experiencias positivas como una relación cercana con la familia, los compañeros de escuela y amigos suelen ayudar a prevenir un trastorno de este tipo. 

Sufrir depresión no es lo mismo que estar bajo de ánimo

«Todas las personas pueden sentirse tristes en algún momento de su vida, pero eso no es depresión», recalca el doctor Mazaira. Según sus palabras, resulta normal que un niño o adolescente se sienta triste en algún momento, por ejemplo, cuando saca malas notas, discute con sus padres o amigos. En esos días, puede sentirse deprimido o irritable, dormirá poco, cambiará su apetito e incluso preferirá estar solo. Pero esta circunstancia se pasará en una o dos semanas, incluso antes si la situación que lo ha provocado mejora. «La palabra depresión a veces se relaciona con estar deprimido, y no hay nadie al que no le pase eso, el asunto es que tenga un conjunto de síntomas relacionados, que sean intensos, duren mucho y que se acompañe de un perjuicio en el funcionamiento de la persona», precisa. 

Conducta suicida

Padecer depresión es un importante factor de riesgo de suicidio. El informe «Crecer Saludable(mente)» de Save the Children publicado el pasado mes de diciembre apunta a que la pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales en niños y adolescentes. Después de realizar una encuesta a nivel estatal a 2.000 padres y madres sobre la salud mental de sus hijos y compararlo con los últimos datos oficiales disponibles de la Encuesta Nacional de Salud (ENS) del 2017, el estudio afirma que los trastornos mentales han aumentado del 1 % al 4 % en menores de entre cuatro y catorce años, y del 2,5 % al 7 % en el caso de los trastornos de conducta. Además, un 3% de los menores habría tenido pensamientos suicidas en el 2021. 

Al respecto, Mazaira afirma que «los intentos de suicidio tienen un pico hacia finales de la adolescencia-principios de la vida adulta, pero los suicidios consumados son más frecuentes entre los ancianos». Es decir, suelen darse ideas de querer quitarse la vida en personas diagnosticadas con algún tipo de enfermedad mental en este rango de edad, pero es raro que lleguen a consumarse. Aun así, el doctor recalca que «aunque solo se trate de un caso sigue siendo preocupante».

¿Cómo es el tratamiento de la depresión en menores?

«Se establecen distinciones dependiendo de la intensidad de la depresión y de la edad del paciente», apunta el psiquiatra Mazaira. De esta forma, hay varias opciones que han demostrado eficacia, pero deben ser prescritas por un especialista. Además, destaca que «una cosa que puede que la gente no sepa es que en las depresiones leves no se debe utilizar tratamiento farmacológico, se puede utilizar ayuda, apoyo, o en el último extremo, tratamiento psicológico... pero no medicación». En el caso de que sea diagnosticada como moderada se pueden escoger tres opciones: «Optar por tratamiento psicológico, de medicación, e incluso combinado, y depende de varios factores como la preferencia de las personas que lo padecen y sus familiares, ya que la eficacia de todos es similar».

Como primera elección en infantes «se opta por el tratamiento psicoterapéutico y hay bastante consenso en eso, de hecho en menores de seis años es muy raro el uso de fármacos», indica Izquierdo. Especialistas en salud mental pueden recomendar terapias que han sido diseñadas para personas que sufren depresión, como la cognitivo-conductual y la terapia interpersonal. La primera busca modificar los estilos negativos de pensamiento y conducta que contribuyen a desencadenar y mantener el síndrome depresivo, mientras que la segunda ayuda a las personas que sufren depresión a identificar y manejar problemas específicos en las relaciones con amigos, familiares o compañeros de colegio. «Algunas veces, una psicoterapia con un niño cada quince días o tres semanas, puede mejorar su ánimo y ayudar en su estado de salud. Si la familia lo acompaña, los tratamientos funcionan y van muy bien», añade la psicóloga. 

En cuanto al tratamiento farmacológico, la principal vía son los antidepresivos: unos medicamentos que funcionan incrementando la actividad y el nivel de ciertas sustancias químicas del cerebro denominadas neurotransmisores, que ayudan a mejorar el estado de ánimo. 

La Voz de la Salud

¿Cómo ayudar a un menor con depresión?

Una vez concluido el diagnóstico, toca trasladarlo a sus seres queridos. «Pero cómo es posible si tiene de todo» o «nosotros somos buenos padres» pueden ser algunas de las primeras reacciones. «Los familiares muchas veces se quedan sorprendidos cuando se les transmite que es depresión», declara Padilla. «Lo primero es validar que un niño puede sufrir trastorno depresivo, tradicionalmente venimos de una sociedad que tiende a evitar las emociones negativas y suena muy impactante cuando hablamos de muchos adolescentes que se autolesionan o se quieren morir, pero es la realidad, hay que reconocerlo y gestionarlo», añade la psicóloga clínica Izquierdo. 

Informarse sobre qué es la depresión puede ayudar a entender los síntomas de una persona diagnosticada con esta enfermedad. «Si tienes un hijo que está irritable, y tú piensas que es un maleducado, tu actitud hacia él será distinta al descubrir que en realidad sufre síndrome depresivo», detalla el psiquiatra. También apunta a un apoyo por parte de los progenitores o familiares directos ayudando al menor a solucionar problemas, animándolo o reforzándolo: «Ellos no saben lo que les pasa, es importante llevarlos al médico de primaria y este podrá hacer una primera valoración». En el caso de que sea preciso, se derivará a una unidad de salud mental, en la que intervendrá un psiquiatra o un psicólogo que hará otra evaluación adicional. Como último paso, se prescribirá el tratamiento: «Ya sea farmacológico, psicológico, o incluso ninguno, porque a veces con cambios en el entorno ya es suficiente». 

Según palabras del psicólogo clínico Padilla, tanto en los procesos de diagnóstico como de tratamiento, la familia puede ir de la mano con el especialista porque «muchas veces los padres se culpan y se critican en exceso». Tal como apunta la guía de práctica clínica del Ministerio de Sanidad, los seres queridos del paciente pueden sentir frustración, estrés, e incluso acabar desarrollando también ellos síndrome depresivo.  

Entonces, ¿cómo actuar? Considerándose como parte del equipo de apoyo y tratamiento. Aunque pueda parecer que la persona con depresión no desea mejorar, no es cierto. Se deben ver los síntomas como lo que son: un trastorno. Y con un tratamiento adecuado, se puede superar.

Datos sobre la depresión: 

  • En el año 2020 se cifró que un 5,4 % de la población sufría algún tipo de cuadro depresivo en nuestro país (alrededor de dos millones de personas).
  • De ellas, 230.000 se consideraban graves. 
  • Un estudio de Save the Children publicado el pasado mes de diciembre afirma que los trastornos mentales han aumentado del 1 % al 4 % en menores de entre cuatro y catorce años.
  • La prevalencia de la depresión en mujeres duplica a la de hombres, con un 7,1 % y un 3,5 %, respectivamente.
  • Los cuadros depresivos aumentan según el grupo de edad, alcanzando su valor más alto a partir de los 85 años, afectando al 16 % de ellos. 
  • Preocupa el porcentaje de personas que la sufren incapacitadas para trabajar: un 24,4 % en hombres y 23,4% en mujeres.

Fuente: Encuesta Europea de Salud en España. INE. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.