Los beneficios de las terapias asistidas con animales

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Los caballos son una de las especies más populares en las terapias asistidas por animales.
Los caballos son una de las especies más populares en las terapias asistidas por animales. La Voz de la Salud | iStock

Desde autismo y déficit de atención hasta Alzheimer, diversas patologías mejoran con el apoyo de un animal entrenado

30 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La sabiduría popular dice que los perros son nuestros mejores amigos. Quizás por eso sean tan buenos aliados en las terapias. Pero los perros no son los únicos animales que han ganado popularidad por sus beneficios terapéuticos en los últimos años. Utilizados como apoyo para pacientes con todo tipo de patologías, desde trastornos de neurodesarrollo hasta problemas de salud mental y rehabilitaciones físicas, las terapias asistidas con animales se basan en las relaciones del ser humano con especies como el perro o el caballo para sacar el máximo provecho de la interacción con estos animales. Y los beneficios son múltiples: asistir a una sesión de terapia con un perro es algo muy distinto a tener un perro en casa. Desde la terapia, se pueden trabajar temas como la motricidad, las habilidades sociales y el control de esfínteres.

¿En qué consiste la terapia asistida con animales?

«Para empezar, no tiene nada que ver hacer terapia con un perro, con un caballo, con un gato o con una gallina. Cada animal tiene sus características, sus habilidades. El terapeuta tiene que saber encauzar esas características y capacidades de cada especie para relacionarse con el ser humano de forma tal de sacar el mayor beneficio de la intervención que realiza», explica Daniel Ramos Veiguela, terapeuta ocupacional e instructor de perros de terapia y asistencia en el centro IncrescenTo. «La terapia con animales es una intervención sanitaria, llevada a cabo por un profesional de la salud, ya sea terapeuta ocupacional, fisioterapeuta, o psicólogo clínico o médico. El animal es una ayuda para alcanzar objetivos determinados», detalla.

Las terapias con animales están indicadas en diversos casos: no solo ayudan a pacientes con problemas de salud mental, sino que se trabaja también con personas que tienen daño cerebral, demencias, Alzheimer y Parkinson. También hay proyectos de trabajo en centros penitenciarios, sobre todo con perros.

Aunque los pacientes se pueden beneficiar de estas terapias a cualquier edad, el trabajo con niños es particularmente popular, especialmente en lo que refiere a niños con trastornos del neurodesarrollo, como autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o discapacidad intelectual. «Siempre se trabaja a través del juego con los animales, porque es la forma de terapia más beneficiosa para los niños. Incluimos los animales durante la sesión, con distintos objetivos. Lo que hacemos son actividades en las que los animales participan y forman parte del equipo en todo momento», dice Bárbara Gómez Bonachía, terapeuta ocupacional del centro Hitos.

En estos tratamientos, se parte de las capacidades y las necesidades del usuario para diseñar un plan de trabajo que se desarrolla a lo largo de varias sesiones. «Diseñamos actividades que van más allá de acariciar al caballo o al perro. Hacemos una entrevista inicial con la familia y a partir de allí trabajamos en unos objetivos según las necesidades y las capacidades de cada usuario. En base a eso, diseñamos una intervención en la que participa el animal. Muchas veces trabajamos con caballos y hacemos actividades desde el suelo, o actividades que tienen que ver con la hípica, con la equitación: el cepillado, el duchado, siempre y cuando las capacidades del usuario lo permitan», describe Gómez.

Bárbara Gómez Bonachía con animales del centro Hitos.
Bárbara Gómez Bonachía con animales del centro Hitos. Bárbara Gómez Bonachía

Bienestar animal

El cuidado de los animales que participan en la terapia es un aspecto central de estas intervenciones, sin el cual el éxito no es posible. Así lo explica Beth Mussull, Técnica en Intervenciones Asistidas con Perros y directora del centro Itcan: «Cuando se habla de terapia con animales se da por hecho que el animal es terapeuta, y eso está mal. Los animales no pueden cargar con el peso de la sesión».

«De cara al animal, no puede haber una sesión sin que se den ciertas condiciones de bienestar animal. El profesional tiene que estar formado para saber compaginar tanto la parte de bienestar animal, de apoyo, de cómo gestionar el perro en sesión, como también la parte humana, porque al final estás trabajando allí en medio de los dos ámbitos y eres quien junta la parte animal con la sanitaria o educativa o lúdica», explica Mussull.

A este respecto, es fundamental que quienes trabajan en terapias asistidas con animales convivan a diario con el animal, para que puedan estar pendientes y al tanto de sus necesidades, monitorizar sus reacciones y funcionar como apoyo para ellos. «El animal no va a sesión solo, sino que es la responsabilidad del técnico o de la persona que está formada para llevarlo y garantizar que esté bien en todo momento», afirma Mussull.

Estas pautas de bienestar van más allá de criterios veterinarios de vacunación, higiene y control de las zoonosis. Tienen que ver con el cansancio físico de los animales, pero también con el agotamiento que les pueda provocar la prolongación del estímulo. «No podemos estar una hora tirándole la pelota a un perro, lo vamos a agotar. Se va a hacer algunas veces y luego vamos a cambiar de ejercicio. Y muchas veces, la motivación para el usuario justamente pasa por que el perro no esté en un plano activo. Podemos hacer un ejercicio, y que la recompensa por hacer el ejercicio sea poder interactuar con el perro, con una caricia o con un premio, lo que sea. El perro no tiene que ir allí a hacer un espectáculo de lo que sabe hacer, sino que está allí para que el usuario trabaje, con lo cual el mejor premio que puede haber es el propio contacto», explica Mussull. 

«Los perros no son como las personas, no pueden estar ocho horas en una sesión. Pueden estar un máximo de 2 horas seguidas en sesión, o entre 6 y 8 horas por semana. Eso sería lo ético, pero no tenemos ninguna ley, es una actividad que no está regulada, entonces, nos basamos en el bienestar animal y en las necesidades que cada profesional detecta en cada animal particular», detalla Mussull. Al finalizar la sesión, el profesional debe cuidar del animal atendiendo a su ánimo y recompensándolo por su participación con un paseo, un juego o un momento de tranquilidad para que pueda olfatear y distenderse.

Estas intervenciones deben de estar siempre basadas en un respeto mutuo entre animales y personas, por lo que, en general, los profesionales se encargan de que los usuarios sepan qué cosas le gustan al animal en cuestión y qué cosas no, y cómo interactuar con él. «Vas con un perro y todo el mundo lo quiere coger, entonces tú tienes que saber poner límites. En el momento en que los animales pasan a ser una herramienta, tienes un problema como profesional, porque el que trabaja tienes que ser tú», señala Mussull.

Cómo se diseña un tratamiento con animales

«Lo primero que tenemos que valorar es si el paciente tiene algún tipo de alergia. Se debe descartar que haya alguna alergia o alguna dificultad a nivel motor, sobre todo cuando trabajamos con caballos, para subirse al caballo. Luego valoramos la situación del usuario, puede haber alguna discapacidad, algún trastorno, o simplemente alguna dificultad en algún ámbito o momento del desarrollo. No tiene por qué haber una discapacidad en el diagnóstico. A partir de allí, planteamos unos objetivos y en base a estos objetivos hacemos las intervenciones», explica Gómez.

Qué aportan las terapias con perros y caballos

El trabajo con animales permite alcanzar distintos objetivos a nivel neurológico, psicológico y social. En los niños, «las habilidades sociales mejoran muchísimo con el trabajo tanto con perros como con caballos. También sirve para trabajar la alimentación. El tema de darle de comer al animal les llama mucho la atención a los niños. Hay niños que no comen verdura, o que solamente están comiendo papilla y ya tendrían que estar tomando sólidos. Entonces, algo que motiva mucho a probar nuevos alimentos es ver cómo los animales comen esos alimentos», observa Gómez.

De la especie con la que se trabaje dependerá también el tipo de actividades que se puedan realizar en el contexto de la sesión. Lo más extendido es el trabajo con perros. «El perro es el animal que más conoce al ser humano, el que más capacidad tiene para comprender nuestra expresión corporal y conocer un poquito cómo nos encontramos emocionalmente y qué queremos decir con nuestro cuerpo. Es también el que más capacidad tiene a nivel de comunicación, de comunicarse con nosotros y aprender de nosotros», explica Ramos.

Mientras que las actividades que se realizan con caballos tienen que ver con la higiene, la alimentación y la equitación, en las terapias con perros, el juego es una parte central que contribuye a la propiocepción y hasta al rendimiento cognitivo en los niños. «Podemos usar el tacto del pelo del perro para trabajar sobre lo sensorial, podemos trabajar el movimiento del perro a través de un juego con pelota, con vallas o a través de un paseo. Esto es bueno para la estimulación cognitiva y perceptiva», ilustra Ramos.

«La tarea que le encomendamos al perro depende del niño con el que trabajemos. Si trabajamos con un niño con TDAH, que son niños más activos que necesitan aprender esperas de turno, a mantener la atención, a aumentar la concentración, el perro sería un estímulo perceptivo para que el niño se vaya centrando, aumentando ese tiempo en el que hace actividades con el perro a su lado», explica el terapeuta.

«En niños que tienen dificultades en la escritura, podemos trabajar el sistema propioceptivo, mejorar la lateralidad con diferentes movimientos, el sistema vestibular, y todo esto va a influir en la escritura del niño, porque va a cambiar cómo entiende su cuerpo y va a poder mejorar después esas habilidades escolares», señala Gómez. «También trabajamos las rutinas. Es muy importante, para niños con discapacidad cognitiva o autismo. Les ayuda a entender el mundo», dice.

«Con niños con autismo, lo que hacemos es trabajar con un perro que sea más juguetón, más activo, para que interactúe con el niño, que se le acerque con una pelota en la boca o le dé un lengüetazo en la mano o en la cara para decirle: "¡Hola! Estoy aquí". Que se mueva para que le llame la atención al niño y le den ganas de tocarlo y explorar. A partir de ahí se proponen actividades y juegos, como que pase por un túnel con el perro, que juegue a la pelota con él, lo peine y le dé de comer. A partir de esas actividades vamos mejorando el desempeño del niño y su interacción con el entorno y las personas», dice Ramos.

«También trabajamos la defecación. Muchos niños tienen dificultades en la transición del pañal al váter. Cuando hay una fobia a entrar al baño, el perro va con el niño y se sienta a su lado, y el cambio se acepta de forma mucho más rápida que si estuviera solo», explica Gómez.

«El perro en sesión debe ser el causante de la motivación. Por ejemplo, si un usuario con discapacidad física está trabajando con su fisio y tiene una buena relación con el perro, las sesiones de fisio van a ir mejor. A la hora de lanzar la pelota para mirar la presión, para mejorar la plasticidad del brazo, en lugar de tirar la pelota e intentar meterla en una cesta, le tiras la pelota al perro y el perro te invita a jugar. Te ríes porque ahora la coge, ahora no, la pelota te vuelve a ti. Todo esto hace que esa parte del tratamiento sea más lúdica, más natural, y la connotación sea más positiva», relata Mussull. «Si el usuario le pide algo al perro y este no lo hace, se gestiona cómo lidia el usuario con la frustración. No se busca la perfección, se busca la naturalidad», añade.

En definitiva, se trata de estimular el cerebro desde lo perceptivo, involucrando los sentidos y poniendo en juego habilidades sociales y de interacción. En niños con dificultades, estos ejercicios son sumamente importantes y traen grandes beneficios para su vida diaria y su bienestar.

Aquí cabe destacar que no es lo mismo trabajar con animales en un entorno terapéutico que tener animales en casa. «Desde luego, tener un perro o un gato en casa resulta beneficioso, porque puede estimularnos de distintas maneras. Pero tenemos niños que, hasta que vienen con nosotros, viven con un perro y no le hacen ni caso, porque no saben cómo interactuar con él y es posible que ese perro, al no estar entrenado, tampoco tenga las habilidades para interactuar con ese niño. Muchas veces las mascotas solo tienen vínculo con los padres y les prestan más atención a ellos que al niño. En terapia, el profesional sabe cómo entrenar y trabajar con un perro para que vaya a interactuar con el niño de manera adecuada», explica Ramos.

«Tener un animal en casa tiene muchísimos beneficios, pero cuando trabajamos en terapia es con un fin, con un objetivo», sintetiza Gómez. En la terapia, los animales ejercen un apoyo; en casa, compañía.

¿Cuántas sesiones se recomiendan?

La duración del tratamiento depende de las necesidades del paciente, según explica Gómez. «Hacemos una valoración según sus capacidades. Decimos, por ejemplo: "Vamos a trabajar el control de esfínteres y el aseo". Para trabajar esas cosas, necesito ir escalando, consiguiendo pequeños objetivos en los que voy mejorando. Superar esos objetivos es lo que se tiene en cuenta a la hora de recibir el alta. Con niños que tienen alguna discapacidad o trastorno, se puede prolongar más el apoyo de esta terapia para ir mejorando en el desarrollo, ir teniendo una evolución», explica.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.