Nacho Roura, psicólogo: «En salud mental parece que nuestras vivencias ya son extrapolables a las de los demás y podemos dar consejos. Y no es así»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Nacho Roura divulga sobre neurociencia y psicología.
Nacho Roura divulga sobre neurociencia y psicología. Diana Fontenla

El gallego triunfa en redes sociales divulgando sobre temas actuales desde una perspectiva neurocientífica

22 jun 2022 . Actualizado a las 14:54 h.

Nacho Roura quería afrontar temas que ahora mismo son de actualidad entre su generación, «a medio camino entre la millennial y la Z», desde una perspectiva neurocientífica. «Escogí cuatro: la salud mental, el placer sexual, la diversidad sexo-afectiva y las redes sociales. En realidad podría haber más, de hecho había uno que no pudo entrar por cuestiones de espacio. Pero me ceñí a estos porque son los que me permitían explicar el funcionamiento del cerebro de una forma atractiva», confiesa el gallego. Así nace El cerebro milenial. Una aproximación neurocientífica a lo que nos pasa (Random Comics, 2022), un retrato social actual para entender por qué somos, cómo somos y qué define a la generación millennial desde el punto de vista neurocientífico. 

No obstante, esta habilidad divulgadora no es algo que pille por sorpresa a sus miles de seguidores en redes sociales. Más conocido como @neuronacho en Instagram, hablamos con este psicólogo especializado en neurociencia sobre sexo, el orgasmo, si existen diferencias en el funcionamiento de un cerebro masculino o femenino, qué provoca un like en nuestra cabeza y si es verdad que los millennials, ese sector de la sociedad a la que él le dedica un libro, son la «generación de cristal». 

— Uno de los temas que tratas en el libro es el sexo. ¿El cerebro tiene una región especializada en él o en realidad funciona en conjunto?

— Ahora mismo se sabe que funciona en forma de red. Como se suele estudiar en los últimos años es en la aproximación de las redes cerebrales. En función del tipo de estímulo sexual que nosotros estemos procesando, es decir, si es por ejemplo un estímulo visual o si es auditivo, las regiones que vayan a procesar ese estímulo van a ser distintas. Pero lo que viene siendo el placer y la excitación sexual reúne una serie de regiones cerebrales. Son comunes y están relacionadas con la recompensa, el procesamiento emocional y del propio cuerpo. Ahora mismo sí que se habla de una red, que sería la red cerebral del placer sexual, y serían todo ese conjunto de regiones cerebrales que se activan cuando nosotros estamos procesando estímulos sexuales. 

— Hablas sobre el orgasmo. ¿Qué destacarías tú desde la perspectiva neurocientífica sobre él que la gente a lo mejor desconoce?

— Hasta ahora lo que se ha podido ver en las investigaciones que estudian el orgasmo es que la actividad de esta red cerebral del placer sexual va aumentando progresivamente a medida que nos excitamos. En el momento del orgasmo alcanza los niveles de mayor excitación y activación, y justo cuando termina el orgasmo, toda esta activación baja. Es decir, existe cierto continuo o correspondencia con el nivel de excitación que estamos sintiendo y la activación de esta red cerebral. Además, una parte que a mí me parece súper interesante es que justo en el orgasmo una de las zonas cerebrales que muestra una mayor activación es una que se llama giro angular, cuyo funcionamiento se ve modificado cuando estamos en estados alterados de conciencia, como los que se pueden provocar cuando consumimos determinadas drogas o en algunos estados de meditación avanzada. 

— ¿Existe un cerebro masculino y uno femenino?

— Es uno de los apartados del libro en los que me hubiera gustado dedicar más espacio y lo que comento es que a pesar de que tradicionalmente se han descrito diferencias en determinadas regiones cerebrales entre hombres y mujeres, actualmente lo que sí se está viendo es que muchas de estas disparidades no aparecen cuando se realizan estudios comprensivos. Es decir, los metaanálisis que reúnen datos de otros muchos estudios. Aunque sí que se pueden encontrar diferencias en algunas regiones, no podemos decir viendo un cerebro si este pertenece a una mujer o a un hombre. 

En ese sentido, de lo que hablo es de unas aproximaciones de estudio que son las que llevan a cabo unas neurocientíficas que se llaman Gina Rippon y Cordelia Fine, en sus trabajos e investigaciones. Ellas dicen que las diferencias que se pueden llegar a encontrar en el cerebro masculino y femenino probablemente estén debidas a la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro de modular su estructura y funcionamiento a los estímulos que rodean esa persona. Si el mundo está dividido por géneros, lo lógico sería que actualmente se encontrasen esas diferencias cerebrales, porque cada género está o ha estado tradicionalmente expuesto de una manera diferencial a unas tareas, a un determinado tipo de ocupación que es distinto.

Básicamente lo que trata el libro es de la reflexión de que si nosotros quisiésemos estudiar estas diferencias de sexo entre humanos teníamos que ser primero capaces de controlar esas diferencias de género. A los resultados que encontramos, que ya sabemos que no son muy firmes, además se les suma que tenemos ahí otra variable que es el género, que no nos permite saber si esas diferencias son de sexo o son de género. 

— Parece que nuestro cerebro no responde tanto a las etiquetas que suele poner la sociedad. 

— Eso se cree. Sí que parece que nuestro cerebro, por ejemplo, el de una mujer heterosexual, no va a responder ante una imagen erótica masculina como el de una mujer homosexual. Porque la propia vivencia de la persona no va a ser la misma ya en términos de excitación y de atracción. Lo que sí se ve en el campo de las orientaciones sexuales es que los cerebros sí que muestran esos patrones de que a una persona homosexual le vaya a provocar mayor activación cerebral una imagen erótica de sexo homosexual.

Pero si nos vamos después a otros estudios centrados en el campo de posibles diferencias entre cerebro masculino y femenino, lo que vemos es que el cerebro se comporta como un mosaico, es decir, se da una mezcla de características de los dos géneros. Esa parte de las etiquetas va más bien por ahí. Sí podemos decir que a lo mejor hay unos rasgos más típicamente masculinos y otro más femeninos, pero lo que se encuentra en general es que los cerebros de las personas son un mix de ambos. 

— ¿Por qué resulta tan complicado estudiar qué le pasa a nuestro cerebro o cómo se comporta ante este tipo de cuestiones?

— En este caso lo que ocurre es que cuando nosotros estamos estudiando las orientaciones sexuales no estamos estudiando exclusivamente el cerebro. La neurocientífica sería solamente una de las aproximaciones a través de las cuales podemos conocer las cosas que nos pasan. La limitación viene cuando creemos que estudiando el cerebro podemos estudiarlo todo, y realmente no es así. Cuando estamos estudiando el cerebro estamos conociendo el funcionamiento del mismo, pero entender cómo funciona el cerebro de una persona bisexual realmente no es una cuestión neurocientífica. Nos ayuda a entender la base de la excitación sexual, los mecanismos que están implicados, pero no nos dice nada acerca de esa persona bisexual ni tampoco los derechos que deba tener o el reconocimiento que se le deba hacer. No nos dice nada más que la propia autoidentificación de la persona. En este caso yo creo que en la investigación neurocientífica del sexo faltan demasiadas variables de por medio que todavía no se han definido. Y los resultados que tenemos hasta ahora todavía tienen que ser confirmados por metaanálisis. Eso es lo más importante, diría yo. 

— Sobre las redes sociales, ¿cómo afectan los likes a nuestro cerebro?

— Lo que se ha visto en las investigaciones es que el like, a nivel cerebral, actúa de una manera muy similar a la que pueden actuar estímulos que son intrínsecamente reforzantes como pueden ser la comida o el sexo. Es decir, activan regiones de los circuitos de recompensa de nuestro cerebro. Sobre todo de una región que se llama núcleo accumbens que está muy relacionada con la liberación de dopamina que es el neurotransmisor de la anticipación. Es decir, no se trata tanto de placer cuando nos dan un me gusta, sino de que nosotros estamos consolidando un aprendizaje que nos permite anticipar la llegada de ese like. Y con la llegada de estos, se acaban reajustando esos circuitos. El like, al fin y al cabo, no deja ser un símbolo de aceptación social, la cual hemos aprendido a ver y percibimos como algo valioso ya desde el punto de vista evolutivo. Porque todos necesitábamos formar parte de un grupo, porque eso favorecía nuestra supervivencia. Al final, los mecanismos cerebrales son los mismos. 

— Utilizas mucho las redes sociales y hasta hace poco, centrabas tu contenido en la neurociencia. Pero diste paso a hablar también de salud mental. ¿Qué es lo que te ha llevado a abrir también esa puerta?

— El tema de la salud mental era una cosa que quería haber tratado desde hace un montón. Al final mi formación es de psicología, aunque después me especialicé en neurociencia. Y lo que me hizo hablar de ella fue precisamente la pandemia. Porque siendo una situación tan extraordinaria como la que era, lo esperable sería que hubiese todo tipo de reacciones. Diferentes formas de afrontar un confinamiento, que es lo que hubo. Sin embargo, veía en las redes sociales y periódicos que se empezaba a patologizar todo tipo de reacción a la pandemia, como si no fuese normal. De repente nos tenemos que quedar en casa, digo que estoy triste, y de repente ya había diez mil mensajes de «no estés triste». Para mí era como: «A ver cómo te explico que se me apaga la vida». Otra cosa es que no me deje hundir y muchos otros mensajes que se pueden dar. Pero yo veía que se estaban patologizando fenómenos, conductas y pensamientos de ese estilo, que lo más lógico es que se estuviesen dando en el contexto como en el que estábamos. En un contexto de confinamiento, otra cosa no, pero esa ansiedad y ese miedo, eran normales. Pero ya se empezaba a hablar del síndrome de la cabaña y de un montón de cosas más que yo entendía que no se estaban entendiendo del todo bien.

Paralelamente a eso, además de la pandemia, en redes sociales percibía mucho desconocimiento de lo que realmente son las alteraciones y los trastornos psicológicos. A veces creo que se hablaba con demasiada ligereza del tema. Yo siempre digo lo mismo: Si tú te fracturas una rodilla, yo no soy especialista en eso, no te voy a dar ningún consejo de lo que tienes que hacer con ella, te lo tendrá que decir un profesional. Sin embargo, en el campo de la salud mental parece que como todos tenemos emociones, miedo y ansiedad, de repente nuestras vivencias ya son extrapolables a las de los demás y podemos aconsejar en ese sentido. Y no es así, porque hay una ciencia y un conocimiento detrás que se tiene que respetar.

—¿Somos los millennials la generación de cristal?

— Ahí siempre me retrotraigo de que somos la generación de cristal por frágiles o por transparentes. Yo no niego que nuestra generación, al haber crecido en el estado de bienestar, a lo mejor puede haber algunos componentes de falta de frustración o de todas esas cosas que comentan todos los que nos llaman «generación de cristal». No niego que todo eso sea así. Tampoco lo confirmo. Puede ser. Pero creo que también tiene mucho de que formamos una generación que ha vivido y crecido en medio de dos crisis, la del 2008 y la del coronavirus. Crisis que han cuadrado en etapas clave de nuestra incorporación al mundo laboral.

Además, somos una generación que ha estado expuesta a las redes sociales antes de que se supiera cómo funcionan estas. Antes de que lo supiesen padres o educadores. Hemos entrado de lleno en algo que ha cambiado por completo la manera de relacionarnos. Creo que tampoco se nos puede culpar de ello porque formaba parte de una inercia, y no se sabía, ni todavía se sabe bien, en qué consiste un uso responsable de las redes.Y luego también creo que estamos en cierto modo visibilizando, que no estamos de acuerdo con cosas que antes estaban totalmente asumidas. Como es el hecho, por ejemplo, de que tu trabajo te impida vivir o que este te provoque estrés crónico. Obviamente podría haber mucho de esa falta de tolerancia a la frustración que comentaba antes, pero a la vez, hay mucho inconformismo. En el sentido de que a mí, por ejemplo, se me ha vendido que a una determinada edad, a la que tengo ahora, iba a poder tener un trabajo estable e iba a poder vivir yo solo en una casa alquilada. Y lo que nos encontramos es que tenemos que compartir piso entre tres, cuatro y cinco personas o más, y en trabajos precarios después de una determinada formación. Eso, a pesar de lo que se nos vendió, no se ha cumplido y hemos tenido que tragar con esa inercia de que tu trabajo o condiciones de vida porque sí te tienen que causar sufrimiento. Parece que es algo que está muy normalizado, que el trabajo no te deje vivir. Y lo mismo con la salud mental, creo que hemos aprendido que tener dificultades, problemas o incluso trastornos de salud mental no te hace una persona más vulnerable. Te hace una persona con unas determinadas características o incluso unas necesidades más concretas, pero no más vulnerable ni más débil. No eres un quejica. Solo estamos visibilizando que todos, en menor o mayor medida, tenemos dificultades. 

— Tal vez estas dificultades también las tenían las generaciones de antes, pero no tenían estas herramientas para visibilizarlas tanto. 

— Exactamente. Lo de las redes sociales nos ha condicionado mucho porque al fin y al cabo, puede que las generaciones anteriores también tuvieran estas inquietudes, pero la visibilización que se podía hacer de las mismas no era igual porque tampoco había los medios. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.