Isidro Vitoria, pediatra y jefe de una Unidad de Nutrición: «Abusamos del filete y nos olvidamos de la patata»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Isidro Vitoria, pediatra y jefe de la Unidad de Nutrición y Metabolopatías del Hospital la Fe.
Isidro Vitoria, pediatra y jefe de la Unidad de Nutrición y Metabolopatías del Hospital la Fe.

Las nutricionistas Dámaris Martínez y Verónica Vélez analizan, junto al doctor, cómo debe ser la alimentación de un niño pequeño

20 abr 2022 . Actualizado a las 10:48 h.

Isidro Vitoria es pediatra y jefe de la Unidad de Nutrición y Metabolopatías del Hospital la Fe, en Valencia, y coautor del libro La alimentación del niño pequeño junto a las dietistas-nutricionistas, Dámaris Martínez y Verónica Vélez. La alimentación, y por lo tanto, nutrición, son dos aspectos clave en el desarrollo adecuado de los más pequeños de la casa. ¿Qué es lo nunca debería faltar en la dieta de un niño desde que se acuesta hasta que se levanta? «En todas las comidas principales debe haber verduras, alimentos proteicos como carne, pescado o huevo, y alguna toma de frutas, ya sea como postre o merienda». 

—¿Por qué se preocupan más los padres en consulta respecto a la nutrición: que su hijo coma sano o que coma poco?

—Por las dos cosas. El que come poca comida, no solo me preocupa a mí, sino también a los padres, porque muchas veces ellos interpretan lo que es poco o mucho. Y respecto a comer sano, nos interesa tanto a los profesionales como a los padres. Tenemos que tratar de encauzar y educar a las familias en este asunto. 

—Precisamente, me habla usted de encauzar a los padres para que mejoren, ¿cuáles son los errores que cometen a la hora de alimentar a los pequeños?

—Uno de los errores es pensar que las proteínas son lo más importante que el niño tiene que comer. Actualmente, creemos que no es necesaria tanta, sino que tienen que tomar más hidratos de carbono. Otro error es que a veces extrapolan la manera de comer de los padres, tipo sin grasa o light, a los propios niños que están creciendo y necesitan tomar más lípidos. Y por último, se confunden a la hora de encontrar dónde están los azúcares libres en las etiquetas. 

—Por lo que comenta, ¿podría decirse que abusamos del filete y nos olvidamos de la patata?

—Así es. Antes creíamos que las proteínas eran lo más importante para el crecimiento, y aunque sigamos sosteniéndolo, hemos visto que es suficiente con tomar de un a un gramo y medio por kilogramos de peso en la infancia. Por ejemplo, le dan un bocadillo de queso al niño para merendar. Si no lo quiere, le dicen: «Bueno, al menos cómete el queso». Lo mismo cuando comen un filete, y dejan las patatas. Es decir, el hidrato de carbono se tiene en menor consideración. 

—Es más, comentan en el libro que un exceso de proteína hasta los dos años puede estar asociado con padecer obesidad de mayor. 

—Exacto, antes se creía que darle un exceso de grasa en los primeros meses de vida era la causa por la que los niños podrían tener obesidad de mayores. Ahora sabemos que esta relación solo se produce de los dos a los ocho años, aproximadamente. Sin embargo, hasta los dos o tres años, es el exceso de proteína lo que condiciona, porque hace que se segregue más insulina, y que a su vez, las células crezcan más y obtengan una forma de almacenar mayores cantidades de grasa. Parte de la epidemia actual de obesidad podría estar relacionada con este aspecto. Hay períodos de tiempo en los que unos macronutrientes tienen más efecto que otros, algo novedoso. 

—Antes también mencionó que uno de los errores principales es que el pequeño de la casa tome productos lights. ¿Cuánto de malo es que los niños consuman solo lácteos desnatados?

—Yo creo que, en el padre que es sedentario, no hace demasiado ejercicio, que necesita evitar el aumento de peso y por lo tanto tiene que controlar sus calorías, este tipo de estrategias están bien. En cambio, en los niños, el porcentaje de calorías a partir de las grasas tiene que ser de entre un 30 y 40 % de su dieta, cuando en un adulto será de un 20 % o 30 %. Por ello, el menor necesita más grasa y más cantidad de esta. Aunque hay que recordar que siempre sea saludable como el aceite de oliva, aguacate o pescados azules. 

—Claro. Ustedes mismos recomiendan añadir una cucharada de aceite de oliva virgen extra a las verduras en puré, y son los padres los que pueden mostrarse más reticentes. 

—Sí, porque siguen pensando que sus hijos tienen que comer tipo light para evitar la obesidad. Están equivocados. Hay que seguir dándoles grasas saludables, que están presentes en los aceites, sobre todo en el ácido oleico, ácido linoleico, y ácido alfa linolénico, una fuente de sustancias como el ácido DHA, el EPA, necesarios para el cerebro del niño. 

—En el otro lado de la balanza, ¿nos estamos pasando con los azúcares que les damos?

—En algunas ocasiones sí. Pero, cada vez hay mayor concienciación respecto a evitar este tipo de azúcares añadidos. Hoy en día la gente ya es más consciente de que los niños no tienen que pedir de postre un dulce o una tarta, sino que, si hablamos de alimentación saludable, lo conveniente sería una fruta. Por supuesto, un día extra pueden hacerlo. En este sentido es importante decir que la leche de vaca, por ejemplo, contiene ocho gramos por litro de lactosa, y esto se refleja como azúcar en la etiqueta. Aunque no es una bebida azucarada, sino con lactosa. Y ojo, mucho cuidado con evitarla, porque es muy sana y necesaria para la absorción del calcio y del desarrollo cerebral. 

—¿La moda de los adultos relativa a quitar lactosa o gluten se refleja en los pequeños?

—Por desgracia, estamos empezando a verlo. Muchos padres, pensando que es lo mejor, se quitan el gluten y las proteínas de la leche de vacas, y a veces hacen lo mismo con los niños. Esto puede acarrear déficits nutricionales importantes de no equilibrar la alimentación.  

—¿Ocurre lo mismo con frutas como el plátano?

—De todo he visto en la consulta. Hay padres, más que abuelos, que van con cuidado con el plátano. Sin embargo, no opinan lo mismo del aguacate, cuando este tiene más calorías. Es cuestión de pensar que no hay que prohibir alimentos, sino saber combinarlos y comerlos de manera variada para llegar a una alimentación equilibrada. 

—¿Hasta qué punto es bueno no dejarles comer azúcar?

—El sentido común tiene que estar detrás de la mayoría de situaciones que tienen que ver con la educación infantil, por eso, creo que las restricciones extremas o prohibiciones no pueden estar. No podemos evitar que el niño se tome un trozo de tarta en un cumpleaños, o que se coma la chocolatina con sus abuelos, porque seguramente, no esté con ellos todos los días. El niño podrá tomar ese dulce y no pasará nada. De hecho, creo que hay que recordar que cuando un niño tiene fiebre y está decaído, o se encuentra muy mal, hay que darle agua con azúcar. Esa energía rápida que proporciona la glucosa hidrolizada a partir de la sacarosa es clave en este sentido, y hay gente que lo ha olvidado. No hay que demonizar alimentos, sino saber cuándo utilizarlos. 

—Moverse en el parque, y pasar menos tiempo delante del televisor o de la consola es la otra clave.

—Efectivamente, cuanto más se pueda, mejor. Lo ideal es que los hijos lo aprendan de los padres, por ello es importante que la familia también se mueva. A los hijos siempre hay que tratarlos con respeto, empatía y con una autoridad horizontal, sin imponer cosas. 

—En el libro recomiendan introducir la alimentación complementaria a partir de los seis meses, ¿cuáles son algunos de sus beneficios?

—La lactancia materna exclusiva hasta los seis meses ha demostrado ser lo ideal, a partir de esta edad, hay una serie de nutrientes como el zinc, o el hierro, que o lo aportas con alimentos o no se consiguen cubrir las necesidades nutricionales solo con lactancia materna o fórmula infantil. De ahí que sea tan importante. 

—¿Qué puede indicar que un niño está mal nutrido más allá del crecimiento?

—Los niños tienen una característica que los adultos a veces hemos perdido, que es la capacidad de sonreír ante la presencia de cualquier rostro humano, de estar alegres y de tener ganas de jugar. Cuando se apaga, los padres saben distinguirlas perfectamente, y puede ser una señal de que a nivel nutritivo hay cosas que están fallando.  

—Mencionan en sus páginas que verduras de hoja verde, como la espinaca, son ricas en nitrato que tras convertirse en nitrito son capaces de transformar la hemoglobina en sangre en metahemoglobina, y con ello, no logra transportar el oxígeno en sangre. ¿Es esto un peligro real?

—Yo creo que sí. Hay que saber que hasta el año de vida, la capacidad del intestino es limitada para poder gestionar este paso de los hidratos, aunque a partir del año de vida, exista una mayor capacidad enzimática para resolver este problema. Esta afirmación es real y de hecho, hay casos publicados de hemataglobinemia en niños que tomaban antes del año verduras como la acelga,  la espinaca o la borraja. Además, también hemos aprendido que cuando se haga un puré con estas verduras no es correcto colocarlo en la nevera y utilizarlos en las siguientes 24 o 48 horas porque hará que aumente de manera exagerado el contenido en nitritos del agua. 

—¿Qué opina de utilizar la comida como premio?

—En primer lugar, no hay que hacerlo. Y en segundo, tampoco es recomendable premiarles por haberse acabado la comida. 

—Y la típica frase: «hasta que termines todo lo que hay en el plato no te levantas». 

—Yo pienso que hay que respetarles más. Tratar de ponerse en su lugar. A veces, los mayores tampoco nos acabamos todo lo que tenemos en el plato y nadie nos riñe. Por eso hay que entender que si ha tomado poco en una comida, a la siguiente podrá compensar. Hacer de la comida la cosa más importante llega a ser traumatizante tanto para niños como para padres.

—Desde el punto de vista de la salud, ¿como de importante son los buenos hábitos de alimentación para prevenir enfermedades?

—Parece que los mil primeros días de vida, incluyendo el embarazo y los primeros meses, son claves para después tener un estado de salud óptimo en el que evitemos la hipercolesterolemia, la obesidad y hasta la hipertensión. Por lo tanto, seguir estos hábitos saludables desde el principio podría evitar enfermedades crónicas a largo plazo.

Así debe ser la alimentación del niño pequeño

La alimentación complementaria puede realizarse mediante el método tradicional con purés, o con el baby led weaning.
La alimentación complementaria puede realizarse mediante el método tradicional con purés, o con el baby led weaning.

La alimentación, y como consecuencia la nutrición del niño pequeño no es cuestión de matemáticas. Nada de sumar dos filetes más dos filetes, y mucho de multiplicar sentido común por unas pautas básicas de profesionales. Isidro Vitoria, pediatra y jefe de la Unidad de Nutrición y Metabolopatías del Hospital la Fe (Valencia), Dámaris Martínez, dietista-nutricionista en el Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona) y Verónica Vélez, dietista-nutricionista en la unidad del doctor Vitoria, saben bien de lo que hablan. Son coautores del libro La Alimentación del niño pequeño, donde hacen una revisión de los principales métodos de introducción de alimentos y recuerdan la importancia de una dieta saludable

Los problemas en el plato comienzan a surgir a partir del sexto mes cuando la alimentación complementaria hace acto de presencia. «La lactancia, de los 0 a los seis meses, ha de ser la alimentación exclusiva del bebé. Después, se irá sustituyendo poco a poco por alimentos sólidos, sin abandonarla, hasta los doce meses», apunta Dámaris Martínez. ¿Cuándo se puede dejar por completo? La Organización Mundial de la Salud marca la pauta general: «Se puede mantener hasta los dos años, o hasta que el niño y la madre así lo deseen», señala la dietista-nutricionista. El abanico queda, por lo tanto, abierto. 

Lo ideal será que una vez cumpla doce meses, «todos los grupos alimentarios como las frutas, las verduras, los carbohidratos, las proteínas y las grasas se hayan introducido. Mientras tanto, el niño tomará aproximadamente medio litro de lactancia materna al día», explica Martínez. Dosis «difícil» de calcular porque dependerá «de las tomas que haga, de las heces o de la absorción que tenga de los nutrientes», añade. 

La nutrición de los primeros mil días de vida es determinante en la prevención de enfermedades como la hipertensión o la obesidad. Y ojo, porque esto impactará en un buen desarrollo neurológico. De ahí, que las cantidades importen. Cantidades de alimentos que, lógicamente, a medida que el niño avanza en edad se van incrementando. «También se reducen las tomas de lactancia que hace el bebé hasta que llega el año», apunta la dietista-nutricionista del Hospital Sant Joan de Déu. 

Por lo tanto, una vez se pasa página exclusiva de la lactancia y la dieta del pequeño comienza a incluir otro tipo de alimentos es conveniente saber cuáles son las opciones con las que cuentan los padres. Por un lado, los autores del libro proponen el método tradicional a base de papillas, «de textura progresiva y con la ayuda de la cuchara». Por otro, se encuentra el baby led weaning, con el cual el bebé podrá alcanzar, desde el principio, los alimentos en su versión sólida o semisólida e ingerir así los que considere. ¿Cuál es mejor? Esto es una decisión que pertenece tan solo a la familia. 

Con todo, existen una serie de recomendaciones para introducir (o no) la alimentación propia del destete y no correr ningún tipo de riesgo. Estas son las señales que indican que tu hijo puede comenzar la dieta complementaria.

  • La aparición del reflejo de extrusión. O lo que es lo mismo, el reflejo de expulsión. Algo fundamental porque permitirá saber «si el niño es capaz de deglutir alimentos con mayor textura», señalan los autores en el libro. 
  • Sostenerse la cabeza de manera correcta cuando se encuentre sentado o incorporado. 
  • Sentarse sin ayuda a los seis meses. 
  • Participar de manera activa con quien le ofrezca la comida, para conocer si acepta o rechaza el alimento. 
  • Coger un alimento utilizando toda su mano. «Asimismo, es capaz de llevárselo a la boca y pasárselo a la otra mano». 
  • Realizar movimientos de masticación, aun sin dientes. 

Los consejos pronunciados por estas dos profesionales bien pueden resumirse en introducción progresiva, y adaptación a la familia y por lo tanto, al niño. «Lo único que aconsejaría es que no se retrase la introducción del alimento sólido más allá de los diez meses, porque luego, será más difícil», apunta Vélez. A mayores, Dámaris Martínez insiste en no caer en la obsesión: «Debemos contemplar la alimentación complementaria como algo progresivo. Teniendo en cuenta que la lactancia siempre será la fuente de energía principal en esta primera etapa, no debemos angustiarnos con el alimento. Todo lo contrario, debemos trabajar para introducirlo de manera que el bebe amplíe la gama de los alimentos que consume», indica la dietista-nutricionista. También importa la calidad del alimento: «La dieta tiene que basarse en cosas que le nutran, pero yendo poco a poco. Los padres no pueden pretender que el niño se vaya a comer todo cuando le hagan una papilla», señala Vélez. El esquema será parecido a probar, rechazar, volver a probar y aceptar. 

¿Tienen algún tipo de preferencia cuando comienzan a comer unas cosas u otras? Todo parece apuntar a que no. «Los seis meses es una edad en la que tienen una ventana muy abierta para probar diferentes sabores», explica Martínez, que continúa: «Después, de los doce a los 24 meses, mantienen una alimentación bastante similar en cuanto a gustos. Y finalmente, a partir de los dos o tres, empiezan a mostrar cierta selectividad. Esto viene muchas veces marcado por las texturas. Pasa con las verduras crudas, por ejemplo». 

Muchas familias caen en el error de ocultar las verduras la primera vez que se ofrecen. «Los niños se acostumbran a tomarla tal cual, sin problema», apunta Vélez. Prueba de ello es el baby led weaning: «Cuando se comienza con este método, no suelen llevar ningún camuflaje, y es precisamente la mejor forma para que los niños las toleren. Si escondemos los vegetales, pueden aparecer mayores problemas para consumirlos en el futuro», explica la dietista-nutricionista del Hospital La Fe. Eso sí, si fuese necesario, «se podrían hacer croquetas o hamburguesas», señala. 

Frutas y verduras en la base de las comidas principales

Si hablamos de alimentos obligatorios, el puesto número uno lo ocupan las frutas y las verduras. El primer grupo como postre o merienda, y el segundo, para crear la base del plato. «Las frutas constituyen un grupo importante de alimentos por su contenido en carbohidratos (sacarosa y fructosa), fibras vegetales, vitaminas (sobre todo, la tipo C), minerales y agua. Los zumos naturales merecen mención aparte. Esta bebida pierde calidad nutricional en comparación a la pieza entera. Ni que hablar tiene el zumo industrial. «Cuando haces un zumo, el niño toma tres naranjas en lugar de una. Al exprimirlo, le quitas la pulpa, la fibra, la masticación y por lo tanto, la saciedad. Recomendamos no tomarlos, sobre todo en los niños pequeños», responde Verónica Vélez, experta en nutrición. 

«Cuando haces un zumo, el niño toma tres naranjas en lugar de una. Al exprimirlo, le quitas la pulpa, la fibra, la masticación y por lo tanto, la saciedad»

Lo mismo para las verduras. Su introducción debe ser progresiva para que el bebé pueda adaptarse. En el libro señalan a la patata, el puerro, la calabaza, el calabacín, al tomate, la zanahoria, las judías verdes o la cebolla como «las más comunes en España». Otras como la coliflor o el apio son aptas, pero pueden causar malestar intestinal en el menor. 

Si bien un vegetal es una dosis de vitaminas, existen algunas que no se deben dar hasta después del año de vida, y de forma controlada. Hablamos de las hojas verdes, por el riesgo de la metahemoglobinemia. ¿Un ejemplo? «La espinaca o la acelga», responden los autores. 

El lácteo también tiene una buena posición. Se encuentra entre los productos a consumir de forma diaria propuestos por el doctor Isidro Vitoria. El yogur natural elaborado con leche entera se podrá ofrecer a partir de los nueve meses. Para otorgar más variedad, es posible alternarlo con cuajada, requesón o queso fresco. Si el lactante consume poca leche, «supondrán una fuente importante de calcio». 

¿Qué ocurre con el primer yogur indicado para bebés? Si tiene azúcar añadido, mejor no comerlo de manera habitual. Y ojo, porque nada de productos lights para imitar la dieta de los progenitores: «El niño está en pleno crecimiento y tiene unas demandas energéticas elevadas. No solo porque su actividad física sea superior a la de un adulto, sino porque se está desarrollando», indica Dámaris Martínez. 

La proteína, representada por la carne, el pescado o los huevos, sigue teniendo su peso. Eso sí, menos que antes. «Se sabe que con un gramo o gramo y medio por kilogramo de peso es suficiente». Con ello, los autores animan a comer más carbohidratos y no obligar al niño a que coma una cantidad superior de embutidos, lácteos o filete. En la actualidad se sospecha que un consumo excesivo de proteína antes de los dos años está relacionado con un mayor porcentaje de obesidad en el futuro: «Este fenómeno puede estar detrás de las cifras actuales», apunta Vitoria. 

A mayores, los autores del libro destacan la importancia de las proteínas de alto valor biológico (de gran calidad) como pueden ser el yogur, la leche, o el huevo, entre otros. 

El mayor aporte de carbohidratos viene de parte de los cereales. Los más utilizados en alimentación infantil son el trigo, el arroz, el maíz, la cebada, el centeno, el mijo y la avena. El gluten, que no está presente en el arroz o en el maíz, podrá introducirse en la dieta complementaria entre los cuatro y los doce meses de vida. La fruta también forma parte de los hidratos.

Azúcar añadido y azúcar intrínseco, ¿cuál se debe evitar?

¿Nos estamos pasando con el azúcar presente en la dieta infantil? «A día de hoy se sigue normalizando mucho su consumo, tanto en las primeras etapas de vida como en infantil. Además, existe una gran tendencia a dárselo de forma sutil: en un yogur, o en una galletita», observa Dámaris Martínez, dietista-nutricionista en el Hospital Sant Joan de Deu. 

¿Cómo diferenciar el azúcar naturalmente presente del añadido?

«Los intrínsecos de los alimentos son la lactosa, en los productos lácteos, y la fructosa, en las frutas», explica Martínez, que añade: «Los azúcares añadidos al producto tienen nombres como sacarosa, jarabe de glucosa, fructosa, u otros endulzantes», precisa. 

El aceite de oliva virgen extra, el oro lípido de la dieta

La grasa principal de las preparaciones debe estar protagonizada por el aceite de oliva virgen extra, tanto para cocinar como en crudo. Por el contrario, se recomienda evitar grasas saturadas como la margarina o la mantequilla. Las cremas de frutos secos, o el aguacate, son también buenas opciones de lípidos para el plato de los más pequeños. 

Hay más. Para formar el plato perfecto de los menores de dos años, las familias deberán prestar atención a tres elementos: «Siempre decimos que tiene que poner una base de verduras, una parte de proteínas, y otra de hidratos», explica Verónica Vélez. Esta combinación es la ideal en las comidas principales. 

¿Qué ocurre en las meriendas? «Hasta los doce meses, las opciones se basarán más en frutas, pan, pues a partir de los once se puede introducir también el queso», cuenta Martínez. En definitiva, opciones más sencillas que amplíen la gama de sabores. 

Ideas de meriendas para los más pequeños de la casa

En cambio, en la etapa infantil, la merienda comienza a obtener protagonismo. «Bocadillo sin embutidos grasos como el fuet, la mortadela o el chorizo, y acercándonos a otras opciones como puede ser el atún en lata, la caballa, el hummus o los quesos. También podemos recurrir a tostadas con tomate o aceite, o cremas de frutos secos». Todo ello acompañado con fruta y con un vaso de leche. 

Mucho cuidado con los frutos secos enteros. No se deben ofrecer antes de los 4 años, ya que existe un riesgo de atragantamiento. 

A modo resumen, una vez el bebé cumpla doce meses, las tomas diarias tendrán un esquema similar al siguiente: 

Varias tomas de lactancia materna o fórmula infantil. 

Dos comidas completas al día que, igualmente estarán adaptadas a la mesa familiar, fundamentada en conceptos de alimentos saludables. 

Uno o dos tentempiés al día a base de frutas o cereales. 

Ya en la mesa, ¿cómo debe ser la relación que se establezca entre el niño y la comida? 

Aquí no hay castigos o chantajes que valgan. «No podemos obligar a que el niño termine toda la comida del plato si no quiere más. En la siguiente ingesta, podrá recuperarlo. También debemos evitar amenazarlos o todo lo contrario, premiarlos con un dulce», recomienda Verónica Vélez. Entonces, ¿cuál es la manera adecuada de enfocar su relación con la comida? «Lo importante es que los hábitos vengan desde casa. Muchas veces, nos centramos en darle una alimentación saludable, y nos olvidamos que vivimos en un núcleo familiar en el que todos debemos procurar llevar la misma dieta», precisa Dámaris Martínez.

De esta forma, el pequeño entenderá las opciones menos saludables tienen un consumo esporádico, «de manera que los alimentos más superfluos como los que son ricos en azúcares, grasas no saludables, las galletas, la bollería o los zumos son para una ocasión especial», indica. Todo ello sin olvidar que los productos más saludables también tienen cabida en cualquier celebración. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.