Dime cómo huelen tus pedos y te diré qué puede hacerte falta

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Las flatulencias están condicionadas por la microbiota intestinal.
Las flatulencias están condicionadas por la microbiota intestinal. La Voz de la Salud | iStock

Si huelen están causados por el ácido sulfúrico o sulfuro de hidrógeno, en cambio el gas metano provoca los que solo hacen ruido

06 may 2022 . Actualizado a las 15:35 h.

Algunos los esconden y otros los hacen públicos. Su olor y sonido son característicos. Tanto, que han sido motivo de risillas nerviosas y situaciones bastante incómodas. Hablamos de flatulencias, pedos, cuescos, gases o ventosidades. El diccionario español cuenta con más formas de llamarlos que las clasificaciones que existen. Una clara muestra de lo mucho que se ha contado sobre ellos. ¿Cuánto tiene de verdad?

Los gases pueden materializarse en dos formas: flatulencias o eructos, y su composición variará según el segmento digestivo en el que se formen. En el esófago y estómago «existe una mayor presencia de nitrógeno, oxígeno y dióxido de carbono procedentes de la deglución del aire o de la respiración», apunta Javier Alcedo, jefe de sección de Motilidad y Patología Funcional y coordinador del Grupo de Neurogastroenterología de la Asociación Española de Gastroenterología (AEG). Las bebidas gaseosas también tienen su parte de culpa: «Al consumirlas, tanto en el estómago como en el intestino delgado, se producen regularmente reacciones químicas que aumentan el volumen de este Co2». 

Sin embargo, a medida que se avanza por el tubo digestivo, entran en juego las bacterias que son capaces de fermentar los alimentos y generar otro tipo de gases: «Compuestos por hidrógeno, metano, y en mucha menor cantidad de sulfuro y volátiles diversos», precisa el doctor Alcedo. 

Así, el aumento en su producción estará determinado por dos causas: «O bien por una deglución excesiva de aire o de bebidas gasificadas, o por un incremento en su producción intestinal», indica el miembro de la AEG. 

Dime cómo huelen tus pedos

Expresiones apoyadas por el saber popular como «tener mariposas en el estómago» o «cagarnos de miedo» tienen su parte de razón. «El cerebro y el intestino están conectados como una autopista de doble sentido. Los nervios y el estrés pueden condicionar la manera en la que cambiamos la forma de comer y relacionarnos con la comida», explica Marta Romero (@martaromeronutricion), dietista-nutricionista especializada en obesidad, conducta alimentaria y patologías digestivas, que añade: «Tanto los microbios como las células nerviosas que hay en el intestino se comunican con el cerebro para saber todo lo que ocurre en ambos extremos. Por ejemplo, el nervio vago conecta unas cien millones de neuronas con la base del cerebro en la médula espinal», comenta. 

No solo esto, sino que según apunta la profesional, en el intestino se produce el 90 % de la serotonina y hasta el 50 % de la dopamina, de ahí que «la alimentación tenga mucho que ver en nuestro de ánimo», precisa la experta. Así, esta parte del aparato digestivo se ha ganado el nombre de segundo cerebro. 

Esta relación es a veces matemática. Por ejemplo, tienes una prueba importante y el aumento de deposiciones no tarda en llegar. Las emociones importan mucho en nuestra salud intestinal. Es más, un estado nervioso o de estrés aumenta la motilidad en el intestino delgado, un proceso que tiende a derivar en heces pastosas y diarreicas. Por el contrario, si la movilidad del estómago se reduce, los gases se alojarán en su parte alta y las deposiciones se volverán más duras.

La máxima implicada en esta ecuación es la microbiota intestinal. «Al ser algo bidireccional, las bacterias del intestino también pueden tener cierta influencia en cambiar nuestro comportamiento. Crecen, se reproducen, se transforman y mueren. Cada microorganismo se alimenta de una cosa, y para sobrevivir hará lo posible para pedirnos la comida que les gusta. Por ejemplo, puede aumentar la ansiedad que sentimos hacia ciertos alimentos», explica Romero. De ahí, que cuanto más saludable sea el patrón dietético, mejor alimentado estará el huésped y sus bacterias. 

Es más, una clara consecuencia de la disbiosis es el aumento de la permeabilidad intestinal: «Actúa como un colador y filtra para que no pasen a la sangre virus, bacterias, parásitos o sustancias tóxicas», señala la dietista-nutricionista. Si esta función falla, «los agujeros del colador no serían tan pequeños y tendrían acceso más microorganismos», añade la experta en nutrición. Precisamente, el estrés puede empeorar esta situación. 

El olor de las flatulencias tiene mucho que decir. Cuando huelen a huevo podrido «están causadas por el ácido sulfúrico o sulfuro de hidrógeno». Son gases que no hacen ruido, y que a su vez, suelen ir acompañados de un período de heces pastosas y diarreicas. Son obra de las bacterias proteolíticas, que en su justa medida son beneficiosas, y si se exceden, perjudiciales: «Se encargan de la digestión de proteínas. Si hay un exceso de estas en la alimentación, desencadenará un aumento de estas bacterias, alterando la distribución normal de la microbiota», señala Marta Romero. 

Pero esta no es su única sintomatología, «la persona puede tener tensión baja, colon irritable, dolores crónicos o sangrado de encías incluso, porque la salud bucal interfiere mucho en la microbiota», precisa la profesional. A mayores, este olor (tan característico y detestable) puede estar provocado «por la fermentación de las heces, lo que se ve por ejemplo, en personas estreñidas», puntualiza la experta. 

La solución pasará por devolver el equilibrio a esta comunidad microbiana: «Podríamos intentar consumir más alimentos ricos en quercetina, presente en trigo sarraceno, manzana, ajo o cebolla, aumentar los polifenoles como los arándanos, frambuesas, granada, cacao o frutos secos, e incrementar las proteínas de buena calidad como los huevos, el pescado, la carne o las legumbres», recomienda la experta. 

Eso sí, con calma. «Si una persona no está acostumbrada a consumir alimentos integrales, por ejemplo, no puede pasar de tomar pan blanco a integral de repente. Tiene que ser algo progresivo y paralelo a un mayor consumo de frutas y verduras», explica Marta Romero. 

Para este tipo de gases olorosos «sería interesante, también, disminuir de la dieta, durante un tiempo, alimentos ricos en azufre y sulfitos, aumentar el consumo de vegetales (excepto los ricos en azufre como el ajo, la cebolla, el puerro y los espárragos), las grasas saludables como el aceite de oliva o el aguacate, y finalmente los fermentados», señala Romero. ¿Cuáles son estos alimentos? «Kéfir, el miso o el chucrut», responde la dietista-nutricionista. 

¿Qué ocurre si los gases no huelen mal pero hacen ruido? «Significa que estarán provocados por el gas metano y se relaciona con el estreñimiento y la existencia de heces flotantes», apunta Romero. A su vez, son varias las condiciones que pueden estar asociadas: «Sobrepeso, alteración de lípidos en sangre, diabetes tipo II, colon irritable con tendencia al estreñimiento y niveles bajos de serotonina que se manifestará en dolor de cabeza, insomnio, irritabilidad o depresión», explica la experta. 

En este sentido, Marta Romero también puede dar recomendaciones: «Convendría aumentar el consumo de grasas saludables, alimentos ricos en sulfitos, algas y frutos rojos», apunta la experta. Los hábitos también importan: «El sueño afecta muchísimo, por lo que si podemos hacer un ajuste de la higiene de este sería beneficioso. El desajuste de los ritmos circadianos se relaciona con problemas intestinales», señala. 

El ejercicio cuenta pues aumentará la diversidad de la microbiota, «y cuanto más variada sea, mayor capacidad de adaptarse a situaciones adversas tendrá», señala. La salud bucal es igual de importante y los antibióticos, por su parte, pueden interferir. 

Además, el ayuno intermitente puede ser una buena estrategia: «Dependerá de la persona. Pero dejar descansar el estómago doce horas entre la cena y el desayuno, y comer tres veces al día, en lugar de cinco, puede ayudar», indica Romero, que añade: «Cuando el cuerpo pasa de tres a cuatro horas sin ingesta, hace una especie de autolimpieza. Los movimientos intestinales, que hacen llegar la comida desde el estómago hasta los intestinos, también se encargan de barrer o limpiar los restos que se han quedado en su ausencia. De ahí, que si dejamos este espacio entre horas puede ayudar», explica.

Con todo, se debe tener en cuenta el contexto individual: «Si a una persona no le gusta, y esto le supone un estrés, puede derivar en el efecto contrario», reconoce Romero. 

Obesidad y microbiota, ¿causa o casualidad?

El sobrepeso y la obesidad no solo están causados y sostenidos en un aumento de la ingesta calórica: «Interfieren otros factores como los ambientales, genéticos, sociales o mentales», explica Marta Romero, dietista-nutricionista especializada en obesidad. 

No solo esto, sino que han sido varios los trabajos publicados que sugieren que esta comunidad microbiana, y en concreto, sus cambios en composición y diversidad, tienen un papel importante en el desarrollo de trastornos metabólicos, especialmente de la obesidad. «Las bacterias de la microbiota tienen relación con los cambios en la alimentación y buscarán que le demos el alimento que les gusta y les haga crecer. Estas son capaces de promover un estado de inflamación crónico de bajo estado, que define la obesidad y el sobrepeso, y se caracteriza por la resistencia a la insulina y el riesgo cardiovascular», apunta Romero.

Así, varios estudios realizados en ratones demostraron que tener una microbiota poco diversa «hace aumentar las calorías durante la digestión», explica. Esto significaría que dos personas que coman lo mismo podrían extraer diferentes calorías en función de su microbiota y diversidad.

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Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.