Tuve un ictus y esto fue lo que sentí: «Miré a mi mujer y le dije que me moría»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

De izquierda a derecha, Mario, Manuel, Beatriz, Yago, Óscar y Jaime
De izquierda a derecha, Mario, Manuel, Beatriz, Yago, Óscar y Jaime La Voz de la Salud

En Día Mundial del Ictus, diez personas comparten los síntomas que manifestaron antes de que se produjese

10 nov 2023 . Actualizado a las 13:31 h.

Un ictus es un trastorno brusco en la circulación sanguínea del cerebro, que puede deberse a una oclusión arterial o a una hemorragia. El daño ocasionado dependerá, en gran medida, del tiempo que perdure el problema, así como de la zona afectada. Reconocer los síntomas es vital. Cada minuto cuenta. Según la Sociedad Española de Neurología, por cada 60 segundos en los que una persona tiene una detención o disminución de la sangre en el cerebro «se pierden 1,9 millones de neuronas y 14 billones de conexiones neuronales». Se estima que cada hora supone un envejecimiento cerebral de 3,6 años. Por esta gravedad, el ictus siempre se considera una urgencia médica. 

Las cifras varían entre 110.000 y 120.000 nuevos casos al año. Mercedes, Yago, Manuel, Miguel Menéndez, Mario, Beatriz, Jaime, Óscar, José Miguel y Manuel Rodríguez formaron parte de la ecuación en su momento. Todos comparten el desconocimiento previo de la enfermedad, «yo no sabía que estaba teniendo un ictus», dicen. También la incertidumbre de que se repita. Desde entonces, celebran dos cumpleaños. 

En cuestión de año y medio, Mario Yáñez tuvo dos ictus. El primero, en enero del 2019, ocurrió cuando tenía 54 años. Eran las siete de la tarde, acababa de llegar de trabajar y como hacía frío, decidió ir a buscar algo de leña para encender la chimenea. Se acuerda de los pasos previos al accidente. Para llegar al leñero, tenía que recorrer un camino de unos 20 metros. Un camino que había hecho cientos de veces, un camino que podría cruzar con los ojos cerrados, y un camino en el que se despertó después de perder el conocimiento. «Me quedé sin fuerza en el brazo y en la pierna izquierda y me caí, con la mala suerte de que me di un golpe en la cabeza», describe. Calcula que permaneció inconsciente una hora, aunque a partir de este momento, los recuerdos están borrosos. 

Mario se lo toma con cierto humor. «Entré al hospital por la puerta grande, como sucede cuando tienes un ictus». Casi 30 días después, cinco en UCI y tres semanas en planta, obtuvo el alta. Puso todo de su parte para que la rehabilitación diese sus frutos, y lo hizo. Al menos, en el plano físico. 

Mario Yáñez, vecino de Ribadeo, sufrió dos ictus con un año y medio de diferencia.
Mario Yáñez, vecino de Ribadeo, sufrió dos ictus con un año y medio de diferencia. ALBERTO LÓPEZ

El segundo ictus llegó en junio del 2020 y fue radicalmente distinto al debutante. «Sobre las siete de la mañana, me levanté al baño. Noté que me mareaba», precisa. El ruido que hizo despertó a su mujer, ya preocupada por su estado. «Pensé que no era nada y me volví a la cama, pero ya empecé a balbucear, se me torció la cara. Así que, de nuevo tuve que volver al hospital», cuenta. 

Pasó de Lugo a la unidad de Ictus del Chuac. Allí le hicieron un cateterismo para extraer el coágulo de sangre causante de la oclusión. Las secuelas cognitivas se sumaron a las que había dejado el primero. La preocupación, la duda porque haya un tercero, también. «No lo pienso a diario porque sino no viviría. Soy una persona muy optimista, pero la interrogación siempre está ahí. Además, es algo tan repentino que ni te lo esperas», detalla. Precisamente, un rasgo definitorio del ictus es la repentinidad, la rapidez con la que se presenta. 

Tanto él, como Inés, su mujer, lamentan sentirse olvidados. «Es cierto que te proponen una rehabilitación física, pero la cognitiva te la buscas tú, en centros en los que te puedan atender como Adace, de Fegadace, en Lugo», indica. En su caso, a hora y media de su lugar de residencia. 

Manuel Menéndez: «Siempre le digo a mis amigos que Camilo Sesto me salvó la vida»

Manuel Menéndez despedía el Día del Padre de este año cuando lo sufrió. Se estaba preparando para dormir. Su caso es diferente al resto de testimonios, porque su ictus estuvo provocado por una disección de las carótidas que, tiempo después, supo que le había dejado «el 50 % del cerebro en oscuridad isquémica». Sin riego de oxígeno y nutrientes.

«Llevaba unos días con un dolor de cabeza muy persistente y diferente a una cefalea. Me tomaba un analgésico y no me pasaba», recuerda. No le dio mayor importancia. Tenía una sensación de malestar general al que después se unieron los problemas para tragar y la falta de apetito. El día del accidente decidió quedarse en cama, no acudir a una comida familiar, para tratar de recuperarse. A trancas y barrancas, pasó el festivo hasta que llegó la noche. A los 10 minutos de tumbarse en cama, cuando todavía no se había dormido, notó «un martillo neumático picando en la cabeza, como si se me explotase el cerebro. Miré a mi mujer: “Me muero”». Al dolor, le siguió una náusea, una luz cegadora que no le permitía abrir los ojos y una necesidad de acurrucarse en el suelo.

Para cuando la ambulancia llegó, Manuel había recuperado cierta estabilidad. «Luego supe que al estar acostado, había más riego sanguíneo», explica. No tiene demasiados recuerdos, están borrosos; van y vienen. «Aparte de ese dolor de cabeza tan intenso, sentí una luz cegadora que me hacía estar con los ojos cerrados. Veía siluetas», precisa. La doctora le pidió una lista de cinco animales. Solo pudo dar tres. «En mi cabeza veía un perro, pero me costaba un mundo decir la palabra».

El escáner que vino a continuación solo confirmó las sospechas de los profesionales, que ingresaron a Manuel durante cuatro días en la UVI, sin almohada y con la cabeza inclinada hacia abajo. «No podía hacer nada. El tiempo no pasaba, y como ni me había llevado el móvil, me dediqué a recordar letras de canciones. Ahora de broma, siempre le digo a mis amigos que Camilo Sesto me salvó la vida, porque fue la primera que recordé», dice mientras se ríe. Ahora, tiene una especie de deuda con todo aquello rodea al ictus. «El cariño que sentí en la planta octava del HUCA no se paga con dinero». 

Manuel Menéndez tuvo un ictus en marzo de este año.
Manuel Menéndez tuvo un ictus en marzo de este año.

40 días en la UCI

Miguel Díaz, de Aragón, es de los veteranos en este reportaje. En el 2002, cuando tenía 47 años, tuvo un ictus mientras caminaba por la calle. En su caso, se debió a una subida de tensión. «Tuve un dolor de cabeza muy fuerte, distinto al habitual, y perdí la fuerza en la mitad de mi cuerpo. De hecho, un vecino pensó que iba perjudicado, que me había tomado unas copas, porque no andaba recto». En cuanto llegó al hospital, su caso era motivo suficiente para activar el Código Ictus. ¿La solución? 40 días en la UCI y dos meses en planta. Una etapa que se hizo larga de más y que, «con los avances actuales» se ha logrado acortar. 

«Entré en coma profundo y dos días después, tuve un infarto de miocardio»

Mercedes Hevia, de 54 años y residente de Oviedo, estaba en una reunión de trabajo cuando le ocurrió. No se acuerda de nada y todo lo que sabe lo conoce por los informes y por lo que le contaron sus compañeros de trabajo. Era un lunes, 13 de septiembre del 2010. Mercedes levanta su mano y cae «a plomo» al suelo. Empieza a convulsionar, y pierde la memoria y el conocimiento. En cuestión de 20 minutos estaba en el HUCA, y dos horas más tarde, en un quirófano.«Entré en coma profundo y dos días después, tuve un infarto de miocardio».

Su situación era grave, cuanto menos. «A mis hijos les hablaron de la donación de órganos», detalla. Sin embargo, y a pesar del mal pronóstico, se recuperó. Tuvo que atravesar baches y vivir con miedo, «cuando llegas a casa te sientes desamparada, porque en el hospital estás vigilada bajo su tutela», señala. Desde aquel accidente, han pasado casi trece años y ha podido recuperarse hasta el punto de ser autónoma. «Antes era economista, y ahora el golf es mi nuevo trabajo». Se ríe. 

«Nadie me había contado cómo era tener un ictus»

En la asociación de Daño Cerebral Adquirido de Ourense, que también pertenece a Fegadace, coinciden Yago Mondelo y Manuel Rodríguez, cuando uno sale de la sesión de rehabilitación, el otro entra. Comparten un espacio y también un diagnóstico: el ictus. Los separa, sin embargo, su edad. El primero tiene (y tenía en el momento en el que lo sufrió) 38 años; el segundo, 70. Ambos sienten que tuvieron mucha suerte del resultado. 

«Soy deportista de élite, boxeador. Bueno era», Mondelo pasa de hablar en presente a pasado. «Estaba en mis últimos años, pero no tenía en mente retirarme porque me estaba yendo muy bien». Se cuidaba, pero el destino y la mala suerte decidieron por él ese 28 de diciembre del 2022. «Era por la mañana. Me levanté al servicio y tras unos cuatro o cinco pasos, empecé a marearme muchísimo. Sentí una especie de chasquido de madera y comenzó una centrifugadora en mi cabeza», recuerda. Su cerebro dio vueltas hacia un lado. Llegó la calma y, después, comenzó hacia el otro. Perdió la fuerza del lado izquierdo del cuerpo y no pudo hacer más que tumbarse en el suelo.

Yago Mondelo, que tuvo un ictus con 38 años.
Yago Mondelo, que tuvo un ictus con 38 años. MIGUEL VILLAR

Las causas de su accidente cerebrovascular quedaron entre interrogantes. Los doctores pensaron que podría deberse a una época reciente de estrés, con un alto consumo de estimulantes como bebidas energéticas y café, y parte de genética. Aunque Mondelo nunca lo sabrá. 

Manuel Rodríguez, cuyo ictus sucedió hace un año y medio, reconoce que apenas se enteró. Eso también da miedo. «Simplemente me quedé sin fuerzas y cuando intenté levantarme de la cama, me caí contra el armario». Su mujer, Concha, tiene más datos. «Era la una y media de la mañana, estábamos a punto de irnos a dormir y noté que su respiración no era como de costumbre. Le pregunté qué le pasaba y, cuando me quiso decir algo, ya vi que su discurso no era claro». Manuel no hablaba bien, tenía la boca torcida y «el brazo se le quedó como un trapo». Hasta que se lo explicaron, no pensé en la posibilidad de tener un ictus: «Nadie me había dicho cómo era», alega. 

Un diagnóstico que se demoró

Marzo del 2020, España entra en un confinamiento domiciliario. El sistema médico se colapsa y el covid se convierte en el protagonista de las salas de urgencia. Beatriz Barrera pasa por un mal momento personal, de mucho estrés y preocupación. Al día siguiente, «de que nos tuviésemos que quedar en casa», empezó a tener un dolor de cabeza «terrible».

En cuestión de cuatro días, visita el hospital hasta en tres ocasiones quejándose de este motivo. «En las dos primeras, me mandaron para casa porque me dijeron que no era coronavirus. Incluso, a medida que fui empeorando, llamé en una ocasión diciendo que se me había caído un párpado de un ojo, y me dijeron que me habría picado un mosquito». Era un ictus. No fue hasta que la gravedad del problema era notoria, «veía a la gente caminar por el techo», que la atendieron. «Yo en casa lo pasé muy mal, fue un cristo», dice. Pese a las secuelas, se sigue recuperando. 

Beatriz acude a Alento, la asociación de daño cerebral de Vigo, para sus sesiones de rehabilitación. Allí coincide con Jaime Gil y Óscar Rodríguez, que van por la misma razón. Jaime no recuerda el día exacto en el que sufrió el ictus (las pérdidas de memoria son una de las secuelas), pero sabé que le ocurrió el año pasado y por la noche. «Me fui a dormir normal y por la mañana me desperté en el suelo. No podía mover mi cuerpo». Calcula que estuvo en ese estado unas cinco horas.

Por su parte, Óscar, tenía 7 años menos cuando le sucedió, 44. Era el 5 de mayo del 2022. Como en muchos otros casos, sintió que su mano y pierna izquierda se quedaban dormidos. «Así que pensé que si me ponía de pie, se despertaría. Parecía una situación normal, nada raro». En cuanto se incorporó, se cayó. «Me golpeé la cabeza y me la abrí». Estaba en su caso, así que tuvo la suerte de tener un teléfono cerca. «En cuanto le conté mis síntomas, ya sabían que se trataba de un ictus», dice. 

Jaime, Beatriz y Óscar, pacientes de ictus.
Jaime, Beatriz y Óscar, pacientes de ictus. XOAN CARLOS GIL

«Llevaba varios dias con muy mal cuerpo»

José Miguel Carbonero tenía 48 años recién cumplidos cuando le ocurrió. Llevaba varios días con dolor de cabeza, de cervicales y también del ojo izquierdo. El malestar era general, «muy mal cuerpo», describe. Paradójicamente, el ictus llegó cuando volvía del hospital. «Perdí el habla y la movilidad del brazo y pierna derecha. Pero no recuerdo tener malas sensaciones, diría que entré en una burbuja de bienestar», cuenta.

De hecho, ni siquiera se percató de lo que estaba sucediendo. Fue su mujer, que conducía el coche que los transportaba, quien al aparcar se se dio cuenta. «Me miró y se horrorizó. Debía tener el rostro torcido y ya no vocalizaba. Así que volví al hospital», recuerda. Pese a la gravedad de la situación, Carbonero agradece haber vivido su ictus en una burbuja: «Al menos, no lo pasé con dramatismo». 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.