Conchi Fernández, nutricionista especializada en trastornos alimentarios: «No sabía cómo explicarle a mi madre que tenía que subir 20 veces las escaleras»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

CESAR QUIAN

La coruñesa convivió, durante ocho años, con anorexia nerviosa y una vez recuperada, decidió estudiar nutrición para tratar esta enfermedad en consulta

21 abr 2023 . Actualizado a las 11:34 h.

Conchi Fernández es dietista-nutricionista especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria. Con sus pacientes habla desde la experiencia y empatía que le dio convivir con un TCA durante ocho años. Su camino no empezó como el de la mayoría. Esta coruñesa no quería perder peso, ni estaba descontenta con la imagen que veía en el espejo. De hecho, todo lo contrario. En su familia nunca se hicieron dietas, ni se le dio a la comida más importancia de la que tenía. 

En cambio, sí presentaba el tipo de personalidad que se suele asociar al desarrollo de un trastorno de esta clase. Era una niña perfeccionista, con buenas notas y a la vez muy introvertida. «Tenía un mundo interior dentro que no compartía y que me hacía sufrir mucho. Me veía diferente al resto de mis compañeras, sentía que no encajaba sin llegar a sufrir ningún episodio de acoso», cuenta. Es más, tenía un grupo de amistades y se sentía querida por ellas, solo que nunca se mostraba tal cual era. 

Se define como sensible y atenta, «era tan tan sensible que sufría internamente cuando un peluche estaba mal colocado por si le dolía la postura que tenía o no podía salir de mi cuarto sin despedirme de mis muñecos por si se sentían abandonados». Se fijaba en el detalle más pequeño y reprimía todos sus sentimientos para hacerse la dura. Así, cuenta, pasó doce años en un estado que le hizo caer en depresión. «En primero de secundaria empecé a tener mucho miedo a crecer y ahí se gestó una depresión que se juntó con ansiedad y que, a su vez, me repercutió en el apetito», explica. 

Se le cerró el estómago y empezó a perder peso sin intención. «Como era una niña muy pequeña, nadie se esperaba que pudiese tener ese tipo de problemas. Además, mi rendimiento estaba perfecto, tenía amigas, así que la atención tanto de mis padres, como de los médicos, se centró en esa pérdida de peso», recuerda. Conchi era sincera con lo que le ocurría, se encontraba muy mal, «hasta el punto de decirles que no tenía motivos para vivir». Con todo, el tema central seguía siendo el número de la báscula. Así que, a modo de respuesta, de rebelión, dejó de comer. «Pensé que si solo eso era importante, no iba a hacerlo». 

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Dice que tuvo el diagnóstico de anorexia nerviosa antes de tenerla, aunque después, acabara desarrollándola. Poco a poco fue sustituyendo las preocupaciones de antes por la motivación de esconder comida, de simular que ingería más o de aprovechar el cambio de clase para subir y bajar escaleras. Esto alertó cada vez más a su familia que, sin aviso previo, la inscribieron en un centro de día para comenzar su recuperación. Allí se sentía igual de incomprendida que antes. 

Mientras que sus terapeutas pensaban que su objetivo era adelgazar por una cuestión física, Conchi les explicaba que no, que nada de lo que ella hacía estaba planeado. No les mentía. Pese a que en el papel ponía anorexia nerviosa, con la perspectiva que le da el tiempo, cree que su debut en el mundo del TCA fue de la mano del trastorno evitativo restrictivo de la ingesta (Teria), aunque con el paso de los años, y recaída tras recaída, acabase en la línea de la anorexia. Hasta el momento en el que su enfermedad se desencadenó, ella mantenía una buena relación con la comida. «Recuerdo que comía en el cole en torno a la una del mediodía. Pero para mí era algo más de picoteo, teniendo en cuenta que mis platos favoritos eran el caldo gallego y el potaje. Así que cuando llegaba a casa a las cinco de la tarde, me tomaba un bocata y lo que hubiese sobrado de la comida de mis padres», precisa. 

La comorbilidad con el trastorno obsesivo compulsivo

El TCA hizo de cada día un ritual. El mismo, para ser exactos. Tanto, que llegó a desarrollar también un componente de Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Describe su vida como un puzzle: «Todo debía encajar debidamente y todo tenía que estar controlado, minuto a minuto, como lo había hecho el día anterior», detalla. 

Recuerda un ejemplo de esta especie de infierno: «Suena el despertador, no debo tardar más segundos en levantarme que ayer, mi cuerpo no usa la misma energía para estar de pie que dormido. (...) Preparar el desayuno, los procesos en el mismo orden de siempre, no puedo sacar la leche de la nevera sin coger antes los cereales del mueble (...). Subía otra vez al baño, aunque no tuviese ganas de mear, por subir las escaleras». La protagonista reconoce que subía y bajaba ese conjunto de peldaños que hasta discutía con su madre: «No sabía cómo explicarle que tengo que hacerlo 20 veces porque son las que hice ayer». 

No sucede en todas las historias de TCA, aunque es habitual que en la mayoría haya un patrón que reproduzca y controle lo relativo a las comidas, al movimiento físico o a los horarios.

Signos de alerta en un trastorno de la conducta alimentario

La anorexia lleva implícito, por etiología, la negación de alimentarse. Como síntoma es lo principal, pero no lo único: «También afecta a la relación con el ejercicio físico; a las relaciones con los demás, a la relación con el dinero y al riesgo de padecer otros trastornos como el TOC, adicciones a sustancias tóxicas como el alcohol, depresión o ansiedad». El control lleva al aislamiento del paciente,  «y relacionarse es, en sí mismo, un acto que supone incertidumbre porque no puedes controlar las respuestas del otro». 

Los trastornos de la conducta alimentaria podrían ser vistos como un continuum. Saltar de uno a otro. «Es una respuesta adaptativa que intenta ayudar a sobrevivir a algo, gestionar algo, pero es necesario abordar por qué está sucediendo. La comida es un molde que se adapta al problema», explica Conchi, que señala que es muy común que una persona debute con un tipo de trastorno y que, a lo largo del tratamiento, «si no se ha logrado entender bien y solucionar la conducta que le hacían encajar en un criterio diagnóstico» se acabe adoptando otras. 

El origen de este problema es multifactorial, no hay una causa concreta y aislada. Para el desarrollo del TCA deben existir unos factores predisponentes, «la genética, la personalidad, el entorno del individuo, el nivel socioeconómico o la cultura en la que ha crecido», así como factores precipitantes, los cuales actúan sobre los anteriores. El más conocido en este punto son las dietas, aunque no todos los casos empiecen por un régimen alimenticio. En la detección, la familia y amigos resultan imprescindibles. El trastorno lleva consigo una conducta alterada en comparación a la normal, a lo que siempre hacía esa persona. «Por eso, el entorno puede encontrar lo anormal en la persona», detalla.

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¿Cómo se manifiesta? Bajo un amplio abanico: «Algún cambio drástico en la forma de alimentarse, y tienda a ocultar más su cuerpo, que empiece  a relacionarse de una forma diferente con cierta compulsión, que rechace alimentos que antes le gustaban y, por supuesto, que manifieste ciertas preocupaciones o rechazo hacia su cuerpo», describe Fernández. La manifestación clínica empieza poco a poco, de manera tenue, y evoluciona a pasos agigantados: «A medida que te vas metiendo, se acelera y caes en picado», añade la profesional. 

Así, el cuerpo de Conchi estaba llevado a su extremo. Su historia sirve para ilustrar cómo esta enfermedad afecta al organismo. El frío siempre la acompañaba: «Las dificultades del cuerpo para regular su temperatura en respuesta al ambiente, ya sea frío o calor extremo, son muy frecuentes cuando no existe una ingesta de energía suficiente para que el cuerpo pueda funcionar», aclara la dietista-nutricionista. A nivel físico, también señala que puede haber edemas y retención de líquidos, problemas dentales, «debido a déficits nutricionales o purgas», debilidad de piel y pelo, marcas en el dorso de las manos y los dedos o glándulas salivales inflamadas y sangre en ojos. De igual forma, la persona puede presentar «tonalidad amarilla en palmas de manos y pies por la ausencia de grasa corporal y/o alta ingesta de verduras, difícil cicatrización de heridas, bradicardia y alteraciones en el corazón, en el perfil lipídico, fatiga, amenorrea y osteoporosis, entre otras», añade la experta.

A nivel mental, la lista continúa. Vivir con un TCA significa tener una falta de tolerancia a las emociones negativas y a la incertidumbre, «con la consecuente necesidad de control», alexitimia, miedo al rechazo «debido a la baja autoestima» y al error, gran rigidez en los patrones de comportamiento y pensamiento, cambios bruscos de humor, «así como ambivalencia constante, problemas de sueño y de concentración, hiperactividad o inquietud motora», indica Fernández. El último escalón, en lo que a alteraciones se refiere, se produce en un aspecto más conductual. «La persona no puede comer sola o acompañada, o mastica mucho o no mastica, corta en trozos muy pequeños la comida, usa siempre los mismos utensilios de cocina, huele la comida pero no come, cocina para otros y puede intentar cebarlos, tira comida o la coge de la basura, se pesa continuamente, tiene un cese drástico de la vida social o tiene miedo a quedarse sin comida, o por el contrario, a comer», precisa Fernández.

El efecto de las dietas y los comentarios inofensivos

Conchi Fernández puede entender que ciertos comentarios no se hagan con mala intención, o tal siquiera se centren en una sola persona en concreto, pero insiste en que pueden actuar como precipitantes. Asociar el peso a la belleza o hablar de quemar todo lo comida después de una larga celebración «asocian el éxito a un determinado cuerpo», indica. De igual forma, cuando una persona crece en un entorno lleno de dietas, en el que su padre o madre se han puesto a régimen en más de una ocasión, puede desencadenar una mala relación con la comida. «Es un factor de riesgo que podría ser predisponente, porque son los aprendizajes que la persona adquiere, o precipitante, con un evento en concreto», detalla la dietista-nutricionista.  

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Se estima que un 40 % de los adultos han tratado de adelgazar en los últimos cinco años y un tercio de ellos han ganado más peso del que perdieron. ¿Hacer dieta engorda? Le preguntamos. Conchi Fernández da una respuesta afirmativa. «Dieta es lo que comemos habitualmente cada uno de nosotros, pero el sentido que le damos hoy en día significa desconectar de mi cuerpo y verlo incapaz de regular las señales de hambre, de saciedad, de lo que le apetece y de lo que no», indica la experta. En suma, puede llevar a una mala relación con la comida: «Empiezo a ver alimentos como buenos y como malos», añade. Si bien Fernández reconoce que no todos los productos alimenticios son iguales desde un punto de vista nutricional, también destaca la parte emocional que tiene la comida: «Es una necesidad fisiológica, pero también cumple muchas otras funciones. Si voy a Italia y pruebo pasta no lo hago porque a esa latitud mi cuerpo lo precise, sino porque lo veo igual que visitar un monumento», aclara. Para ella, la comida va mucho más allá de masticar.  

 El camino de la recuperación y estudiar nutrición

A la protagonista le resulta imposible marcar una fecha concreta en el calendario para hablar de total recuperación. «Es un proceso gradual difícil de explicar, pero cuando llega, lo sabes. Entiendes para qué te sirvió la enfermedad, tienes nuevas herramientas y formas de ver las cosas; has aprendido a enseñarle al TCA que no lo necesitas y hasta te parece absurdo el volver a esas conductas», precisa. 

De sufrirlo a tratarlo, ¿puede ser una buena opción? Conchi Fernández señala que tanto ella, como su familia, tenían miedo de que estudiar la carrera de nutrición le hiciese recaer, «pero tengo que decir que fue una de las primeras decisiones que tomé escuchándome a mí y no a lo que se esperaba de mí», indica la experta. Era un interés que mantenía desde hacía años alimentado, en parte, por su pasión por la biología. Con todo, reconoce que es arriesgado, pues aunque en su caso salió bien, «estudiar nutrición durante o justo tras la recuperación suele ser una “una excusa de la enfermedad” para no desaparecer de la vida de la persona», indica Fernández, que añade que muchas investigaciones han encontrado «una mayor prevalencia de trastornos de la conducta alimentaria en aquellos que estudian nutrición o ciencias de la actividad física». 

Conchi Fernández publica Sobrevivir a mí, vivir conmigo. Entender y sanar un trastorno de la conducta alimentaria (Oberon, 2023), un libro con el que trata de poner el foco en todo aquello de lo que no se habla cuando se trata esta enfermedad. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.