Un neuropsicólogo explica los fallos de memoria más comunes: ¿dónde he dejado las llaves?

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

No recordar el lugar en el que has dejado las llaves tiene que ver con la capacidad atencional.
No recordar el lugar en el que has dejado las llaves tiene que ver con la capacidad atencional.

Saúl Martínez-Horta detalla que no recordar la tarea que ibas a hacer a la cocina, o «tener una palabra en la punta de la lengua», está lejos de ser patológico

22 mar 2024 . Actualizado a las 15:47 h.

La memoria y el olvido van de la mano. Una no puede vivir sin la otra y ambas son necesarias para un correcto funcionamiento. De la primera, existen muchos tipos: la sensorial o inmediata, que es la capacidad para retener información durante un tiempo muy corto, por ejemplo, un olor; a corto plazo, es información que solo perdura de 15 a 30 segundos, y se relaciona con tareas cognitivas como comprender, razonar o calcular mentalmente; a largo plazo, la cual se divide en memoria declarativa, relacionada con experiencias personales o el conocimiento del mundo general, y en memoria no declarativa, asociada a habilidades motoras como andar en bicicleta. 

Por su parte, el olvido es un fenómeno necesario, natural y normal. Los despistes frecuentes, como ir a la cocina y olvidar la razón, no poder recordar dónde están las llaves o tener una palabra en la punta de la lengua, no son motivo de preocupación. Todo lo contrario, es consecuencia de cómo funcionan los humanos y de la capacidad individual de atención que cada uno le ponga a sus tareas. «Algo distinto sucede cuando los olvidos se convierten en algo diario, van a más y dificultan la forma en la que nos relacionamos con el mundo», precisa Saúl Martínez-Horta, doctor en Medicina y especialista en Neuropsicología Clínica. 

El entorno no facilita el simple hecho de centrarse en las nimiedades, en recordar los pequeños detalles. Luces, sonidos, conversaciones u obligaciones merman la capacidad atencional del individuo, lo que afecta, de manera irremediable, en la memoria —pese a que esta funcione perfectamente—. 

Por el contrario, ¿qué podría hacer para evitarlos? Martínez-Horta lo resume en su libro ¿Dónde están las llaves?, editado por Geoplaneta Ciencia: «Ser conscientes de que la atención juega un papel central en la formación de la memoria y que, por ello, si no nos aseguramos de haber procesado con una mínima profundidad la información, convertimos el proceso en algo susceptible de fracasar», resume.

Cuestión de años y obligaciones

Es posible que haya notado que estos pequeños olvidos aumentan con la edad. La explicación tiene motivación biológica y social. En primer lugar, está claro que, en plena etapa infantil no suele haber demasiadas preocupaciones que distraigan al sujeto de su tarea presente: «La fatiga, el estrés, el descansar mal o estar pensando y haciendo mil cosas a la vez», pone de ejemplo el neuropsicólogo. Y en suma, la edad juega su papel; los años y el envejecimiento merman las capacidades físicas y cognitivas: «Es más fácil que sucedan pequeños fallos, aunque la edad no explica que una persona desarrolle demencia o un trastorno cognitivo», aclara el experto. 

Al contrario de lo que se suele pensar, no todo lo que se etiqueta como olvido lo es. Martínez-Horta explica que para olvidar algo es necesario que exista un proceso de aprendizaje, por ello, cuando alguien tiene esta sensación, no se debe hablar de fallo en la memoria. «Nunca hemos llegado a aprenderlo. Antes de que la información se convierta en un recuerdo, tienen que pasar otras cosas», añade.

«Lo tengo en la punta de la lengua»

Tener una palabra en la punta de la lengua y no poder verbalizarla es una situación tan común como frustrante. Tanto, que tiene un nombre: presque vu, en francés; fenómeno de punta de la lengua, en castellano; o TOT, del inglés Tip Of the Tongue. El neuropsicólogo explica que este es el perfecto ejemplo que muestra la delgada línea entre haber incorporado algo al sistema de memoria y ser capaz de acceder a esa información y poder recuperarla. 

Al igual que un armario con cajones destinados a cada tipo de prenda, la información se organiza en módulos que forman parte de un entramado de redes y ramificaciones, «donde conceptos o palabras que tienen cierta relación se agrupan en nodos próximos, mientras que otros están en nodos alejados», precisa Martínez-Horta en su libro. 

Los conceptos cuentan con varias formas de almacenarse. Una de ellas son las categorías semánticas. Así, desde ese punto de vista, distintas ideas o términos relacionados se agrupan de manera próxima: «Si a una persona le pedimos que nos vaya diciendo nombres de animales que conoce veremos cómo, espontáneamente tiende a nombrar grupos de animales organizados en categorías», detalla el experto, que añade: «Aunque lo que nos diga parezca una lista aleatoria, estos se agruparan, por ejemplo, primero en animales domésticos, luego aves, después animales de la sabana y finalmente, de granja». 

Las palabras también pueden disponerse según sus características fonológicas, «por ejemplo., Paco, palo y pato», por su similitud en el significado, «bueno y óptimo»; o por una asociación que hace la persona con un evento particular. En resumidas cuentas, el cerebro es capaz de acceder a la información de manera rápida y eficaz. Sin embargo, no es una máquina perfecta, «por lo que falla, especialmente, cuando le complicamos un poco el trabajo», indica.

En este punto entra el fenómeno TOT. Una posibilidad para explicarlo es que, precisamente, debido a la proximidad de los conceptos, se produzca una interferencia entre varios, «y la palabra deseada no llega al plano de la consciencia y no se pueda verbalizar». Otra razón puede ser que la persona piense en una pista errónea para llegar hasta ella, por ejemplo, creer que empezaba con la p, y en realidad, era la d. 

«¿Dónde he dejado las llaves?»

Sean sinceros, ¿cuántas veces pierden las llaves —el móvil, la cartera, el mando…— a la semana? Más allá de lo que pueda pensar, esto no prueba ningún problema. El cerebro humano no puede, ni quiere, ni debe, invertir demasiado tiempo y energía en analizar todo lo que le rodea. «Por eso se sirve del conocimiento acumulado para predecir lo que está sucediendo ahí fuera y con ello reconstruye el aspecto global del mundo en el que estamos», indica. Cuando entra en su casa, es probable que no repare en cómo están las figuras del salón o lo que hay en el mueble de la entrada, simplemente, asume que todo está como siempre de manera inconsciente. 

Esto se basa en la automatización de un amplio abanico de procesos, lo que facilita una ventaja desde el punto de vista de la eficiencia cognitiva. «Imaginémonos, si no, cuán saturante y cansado sería tener que desplegar de manera controlada toda la secuencia de acciones que acometemos desde que nos despertamos hasta que llegamos conduciendo al trabajo», expone el neuropsicólogo. 

Como no podía ser de otra forma, dejar las llaves forma parte del piloto automático. Algo automatizado a lo que no se le presta atención, y aquí reside parte del problema. «Si la atención tiene un papel en la formación de la memoria, resulta previsible que, si por algún motivo, no las dejamos donde habitualmente se dejan, no se forme una imagen, un recuerdo del nuevo acto», responde Martínez-Horta. 

De hecho, la neuropsicología va más allá y explica, también, por qué muchas veces no las encuentra, por mucho que estén delante de sus ojos. Mucho de lo que aparece en la periferia del campo visual «son meras invenciones de nuestra mente»; solo a lo que se presta atención se reconoce de manera explícita. Así, cuando usted busca el objeto perdido asume —aunque no lo sabe— que no está en un lugar, por mucho que sí esté. «Es sumamente fácil que nuestra atención no vea objetos que el sistema perceptivo no anticipa que deberían estar ahí», aclara.

«¿Qué venía a hacer yo aquí?»

Uno de los grandes protagonistas en terreno de despistes es el clásico: «¿Qué venía a hacer yo a la cocina?». Martínez-Horta insiste en una idea: la capacidad del cerebro para manipular y retener la información es limitada y sensible a la distracción. Dicho de otro modo, la persona puede, sin darse cuenta, centrarse en una segunda tarea mientras se encamina a hacer la primera. No es de extrañar, por lo tanto, que así no haya quién se centre. «Cuando incorporamos demasiada información que hay que mantener activa en nuestra memoria de trabajo, es fácil que, tras varios minutos o segundos, el sistema se sature y fracase», precisa. 

Si alguien acude a la cocina buscando un tenedor, pero de pronto se para a fregar los platos, es posible que el deseo de la primera acción se desvanezca. Así de simple. En palabras del experto: «La pérdida de la orden sería consecuencia de que la irrupción de una nueva la habría situado por encima de la que previamente habíamos elaborado y que esta, básicamente, se habría esfumado de nuestra memoria de trabajo», resume. Este tipo de fallos guardan relación con la memoria prospectiva, y en la mayoría de los casos, tienen un carácter benigno y no preocupante.

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.