«Comemos demasiado y no sabemos lo que es el aburrimiento»: el cambio tras un mes en el lugar más solitario del planeta

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Michael Easter es profesor en la Universidad de Nevada.
Michael Easter es profesor en la Universidad de Nevada.

Después de esta experiencia, Michael Easter, dice tener muy presentes tres aspectos: la necesidad de silencio, su capacidad para pasar hambre y no frenarse ante un desafío

25 mar 2024 . Actualizado a las 16:23 h.

Michael Easter atiende nuestra videollamada en su casa de Las Vegas, al borde del desierto, donde vive con su mujer y sus dos perros. Lo primero que nos dice es que, si no nos importa, va a contestar a nuestras preguntas mientras camina por su hogar. No nos sorprende, teniendo en cuenta que lo estamos entrevistando porque emprendió un viaje en solitario al corazón de Alaska para «huir de la comodidad» que nos proporciona la vida moderna. «Ya no tenemos que hacer grandes esfuerzos físicos, como sudar la gota gorda para sobrevivir. Existen demasiados recursos que adormecen nuestros sentidos, como la comida, los cigarrillos, el alcohol, los fármacos, el móvil y la televisión. Estamos desconectados de las cosas que nos hacen sentir felices y vivos, como los vínculos afectivos, la naturaleza, el esfuerzo y la perseverancia», asegura. 

Según sus palabras, hoy en día vivimos en condiciones de extrema comodidad. Por eso, cuando a este profesor de Universidad de Nevada le propusieron esta aventura, no lo dudó por un segundo. Y para compartir su experiencia, acaba de publicar La trampa del confort (Península, 2024), un libro con el que pretende explicar por qué exponernos a condiciones límite puede ayudarnos «a reconectar con nuestra naturaleza más primitiva y alcanzar así una vida más saludable y placentera». 

El punto de partida

Easter llevaba tiempo reflexionando sobre sus privilegios. «Me di cuenta que vivía rodeado de confort. Hablaré de las estadísticas de aquí, aunque seguro que las españolas se aproximan a estas también: el 98 % del tiempo nos lo pasamos en interiores; comemos demasiado; nos pasamos de 12 a 13 horas delante de pantallas y no sabemos lo que es el aburrimiento. Además, la temperatura es agradable, sobre unos 72 grados Fahrenheit (22 grados Celsius). Vivir así de cómodos es genial para el progreso, pero empezaremos a tener problemas a largo plazo», argumenta.

La aventura comienza en la pista del aeródromo de Kotzebue, un pueblo de Alaska de unos 3.000 habitantes. «Sopla el viento. Me encuentro a menos de 40 kilómetros por encima del círculo polar ártico, en el mar de Chukotka y tengo ante mí dos aviones. Uno de ellos va a llevarme en breve al interior del Ártico alaskeño, un paraje considerado por muchos como el más solitario, remoto y hostil del planeta Tierra. Tengo el corazón en un puño», narra. 

El impacto psicológico

La aventura duró más de treinta días. Tiempo en el que estuvo sin móvil. Ese dispositivo que a día de hoy parece una extensión de nuestro propio cuerpo. «Mi percepción del tiempo se ralentizó mucho, probablemente porque lo que nos llega a través de las pantallas lo hace tan rápido... Un montón de estímulos. Ahí estaba en contacto con la naturaleza, entré en un ritmo diferente. Diría que mis patrones de pensamiento cambiaron para mejor», confiesa. 

Easter se sentía más tranquilo y centrado, a pesar de estar en un entorno totalmente desconocido para él (y un poco más peligroso que Las Vegas). «Tomaba muchas notas y ahora, leyéndolas, me doy cuenta de que tenía mucho más espacio mental que lo que tengo ahora o cuando iba a mi trabajo de nueve a cinco. Fue muy beneficioso». Con todo, recalca que su caso no es algo único. «Existe mucha investigación que sugiere que solo el hecho de pasar tres días en el exterior favorece a nuestro cerebro a procesar la información. Recibimos el estímulo de una forma diferente». 

Pasar hambre, pero estar en la mejor forma física

«He pasado mucha hambre», reconoce. «En nuestra mochila, para comer, teníamos unas 2.000 calorías al día, lo cual está genial si no haces nada, pero llevábamos mucho peso y hacía frío. Nuestros cuerpos quemaban muchas calorías para mantenerse calientes. Sentía que me entraba apetito con mucha rapidez», añade. Su cerebro, dice, pensaba en comida constantemente. «Supongo que es una especie de mecanismo de supervivencia». 

Michael Easter, autor de «La trampa del confort», en la expedición.
Michael Easter, autor de «La trampa del confort», en la expedición.

Mientras sigue paseando por su casa, Easter menciona un estudio de la Universidad de Minnesota. «Es de los años 50, aproximadamente. Trata cómo se puede traer a la gente de vuelta cuando todavía no ha empezado el proceso de inanición. En ese momento lo que haces cuando empiezas a tener hambre de verdad, es que dejas de moverte y respiras mucho más despacio. Y aunque este tipo de hechos nos mantuvieron vivos en el pasado, hoy en día el 'hambre' es mucho más difícil de conseguir. Así como empiezas a perder peso tu cuerpo dice: "Esto no es bueno". Después de unas semanas das con un límite porque el cerebro empieza a centrarse más en la comida sin darte cuenta».

Aunque perdió peso, considera que estaba más en forma que nunca. «Me sentía fuerte y resistente», confiesa. «He hecho ejercicio unas cinco horas a la semana durante casi dos décadas, pero nunca había sometido mi cuerpo a nada parecido a esta expedición. Este viaje ha subrayado un defecto no solo de mi condición física, sino también de cómo entendemos el ejercicio actualmente. Es decir, nuestros ancestros no lo hacían porque casi todas las horas del día se destinaban a hacer actividades que hoy en día clasificaríamos como deporte».

En aquella época incluso «no hacer nada» requería un esfuerzo: «Por ejemplo, muchos de nuestros ancestros descansaban en cuclillas, así que tenían que activar casi todos los músculos del cuerpo para no perder el equilibrio. Se sentaban o dormían en el suelo, y esta dureza los obligaba a cambiar de postura con frecuencia debido a la incomodidad». 

La vuelta 

A pesar de toda esta experiencia, lo que más le marcó del viaje fue, curiosamente, el vuelo de vuelta a casa. Cuenta que para llegar al círculo polar Ártico tuvo que coger cinco aviones. «Que por cierto, cada vez se iban haciendo más pequeños», comenta mientras se ríe. «No me gusta volar. Pero es que además, no es divertido. Los asientos son pequeños, la comida es asquerosa y el café malísimo. Las películas que te mostraban eran terribles y hacía demasiado calor. Tenía muchos motivos para afirmar que la experiencia no era agradable. Pero es que después me pasé un mes en el Ártico, donde no tenía ni café, ni comida, ni mucho menos asientos. Me aburría muchísimo y si quería ir al baño tenía que llevarme un rifle conmigo por si aparecía un oso que me pudiera atacar». 

Por eso, el vuelo de regreso fue totalmente diferente. Easter llevaba sin sentarse en una silla durante un mes. «Imagínate, el asiento de la aeronave me resultó el más cómodo de mi vida». Las películas ya no eran tan malas, el calor del avión se agradecía después de pasar varios días a temperaturas bajo cero y «cuando tenía que ir al baño, no solo no tenía que llevar ningún arma conmigo, es que además apretaba un botón y salía agua caliente con la que podía lavarme las manos. Y todo esto, volando por las nubes». 

Unos meses después 

¿Ha cambiado su vida después de esta experiencia? Su respuesta es que sí. «Es verdad que la intensidad de todas esas sensaciones que comentaba es más fuerte al principio. Luego con el tiempo, se va difuminando poco a poco, pero se mantienen ahí», dice. 

Menciona tres aspectos que sigue teniendo muy presentes de su experiencia en el Ártico. El primero, el silencio. «Allí era tremendo y creo que exponerme a él me lleva a un pensamiento más claro. Por eso es algo que intento buscar, sobre todo a la hora de trabajar. Al igual que paso mucho tiempo en exteriores, porque me he dado cuenta de lo mucho que me beneficia a mi forma de pensar y felicidad». 

El segundo, el hambre. Sufrirla durante esos días le ha servido para darse cuenta de que «puedo un poco más»: «No es una emergencia real en el contexto de un país desarrollado donde tenemos acceso a comida constantemente. Si me siento un poco hambriento no pienso que debo de comer ya, sino que puedo aguantar». Y por último, no frenar ante la dificultad de un desafío. «Siento que puedo meter una marcha más cuando se me presenta un reto; tengo más recorrido. Son cambios sutiles, pero que mantengo». 

Con todo, añade que no es necesario irse a Alaska como él para tener presentes todos estos aspectos. «A veces estamos ''cableados'' para hacer lo más fácil y cómodo. Coger el ascensor en vez de las escaleras, aún sabiendo que no es la opción que nos hace bien a largo plazo. La clave está en buscar la incomodidad. Al igual que esas ganas de volver a mirar el teléfono. ¿Y si pruebo a aburrirme un poco? Resistirme a encender la música o la televisión. O si tengo hambre, ver adónde me lleva esta. Todas estas acciones llevan a beneficios a largo plazo. Todo el mundo tiene momentos en su vida en los que tiene que elegir entre escaleras mecánicas o normales y la elección depende de ti», concluye. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.