María Salmerón, pediatra: «Insistimos en que con menos de dos años la recomendación es no usar las pantallas»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

María Salmerón es la coordinadora del grupo de trabajo de Salud Digital del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría.
María Salmerón es la coordinadora del grupo de trabajo de Salud Digital del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría.

La experta reconoce que la tarea educativa de los padres es más compleja que antes, «en parte, por el ritmo de vida que se lleva, y en parte, por la cantidad de información que reciben»

23 sep 2023 . Actualizado a las 12:05 h.

Cada vez conocemos más el riesgo que entraña el uso de pantallas. Es cierto que no será el mismo si el niño utiliza una aplicación para aprender los países, que si juega a un videojuego no apto para su edad. El resultado, según cabe esperar, tampoco. Hasta los dos años, la exposición a dispositivos electrónicos no está recomendada. Después, a medida que el menor crece, el tiempo puede incrementarse hasta las dos horas, aunque el límite máximo actual quede lejos de las estimaciones de uso que se hacen. Según la Asociación Española de Pediatría (AEP), solo el 36 % de los adolescentes cumple con esta recomendación diaria de la Organización Mundial de la Salud. Que ni hablar, queda, del fin de semana. 

Mientras tanto, los pediatras ya consideran un abuso de la tecnología como un factor de riesgo más. «Hay varias preguntas que hacemos: si el niño tiene un dispositivo propio o no, el tiempo que pasa con él, si ha tenido algún problema relacionado con el uso y si existe algún tipo de límite en la familia», describe la doctora María Salmerón, coordinadora del grupo de trabajo de Salud Digital del Comité de Promoción de la Salud de la AEP. La entidad presentó, la semana pasada, el Plan Digital Familiar, una herramienta que enseña a usar el móvil a todos los miembros de la familia, en especial, a los más pequeños. 

Este documento se puede llevar a la consulta del pediatra para que este explique cómo aplicarlo o por dónde empezar. «Se pueden plantear las dudas e incluso hacer un seguimiento», indica la experta. Se trata de un plan que incluye diferentes límites a distintos niveles, «por lo que entendemos que una familia que nunca los haya tenido, no puede establecerlos todos de golpe», añade. 

—¿Qué problemas están viendo en consulta que se relacionan con el uso de dispositivos electrónicos?

—Nos llegan muchas dudas por parte de los padres y, además, vemos muchos factores de riesgo que pueden estar afectando a la salud del niño. Por ejemplo, la disminución de la horas de sueño por el uso inadecuado de pantallas a la hora de dormir o problemas relacionados con la alimentación por un aumento del sedentarismo y de utilizar los dispositivos a las horas de la comidas. También nos llegan problemas atencionales, que no significa que aumente el diagnóstico del déficit de atención, sino que cuando las personas simultanean tareas, como el cerebro humano no tiene la capacidad de hacer varias a la vez, va saltando de una a otra. Por eso, es lógico que si el niño está estudiando tenga más dificultades al estar con el móvil. De forma paralela, estamos viendo dificultades a nivel visual y a nivel motor por dolores de espalda o de manos debido al uso repetido de la tecnología. La problemática es amplia y es cierto que tanto los pediatras como las familias tienen cada vez una inquietud mayor.  

—Algunos expertos apuntan a trastornos del lenguaje como consecuencia. ¿Desde la Asociación de Pediatría están de acuerdo?

—Sí, lo que se está viendo es que la inmersión temprana de la tecnología, y sobre todo, cuando se hace un abuso a esta edad, produce un enlentecimiento en el lenguaje de los niños. Al final, lo más importante para el pequeño es la relación directa con su principal cuidador y otras  personas de carne y hueso. Es como aprenden el idioma y resulta muy importante para la articulación del lenguaje. De hecho, hemos visto dificultades con todo lo que ha acontecido con el uso de mascarillas en las personas adultas. Pero sí, el empleo indiscriminado de pantallas puede causar un retraso del lenguaje. 

—Esta recomendación resulta más importante, si cabe, cuando están en pleno proceso de aprendizaje, ¿no?

—Sí, por eso desde la Asociación Española de Pediatría, en el Plan Digital Familiar, insistimos en que con menos de dos años no hay tiempo seguro y la recomendación es no usar la pantallas. 

—¿En la consulta preguntan acerca del uso que se hace de las tecnologías tal y como se preguntaría acerca de los hábitos del sueño o de alimentación?

—Sí, efectivamente. La recomendación es que los pediatras en la consulta integren todo lo que tiene que ver con la tecnología. Al final, lo que intentamos es que los padres, a través de su ejemplo, puedan ir transmitiendo en esa tarea educativa que tienen con su hijo el buen uso de los dispositivos electrónicos para que los niños lo pueden interiorizar desde pequeños. 

—¿Qué hace que un niño o un adolescente sean tan vulnerables al efecto de las pantallas?

—Todos somos vulnerables. De hecho, el impacto de la tecnología sobre la salud es a cualquier edad. Lo que ocurre es que en la etapa de la infancia y adolescencia el niño está en neurodesarrollo, va a adquirir los patrones de comportamiento y va a formar su personalidad. Entonces, impactos que a lo mejor en un adulto, debido a ese espíritu crítico o capacidad de autogestión, pueden ser menores; en el caso de niños y adolescentes, tiene que estar regulado, como otras muchas cosas, por una tercera persona.

—¿Cuánto tiempo pueden utilizar los niños los dispositivos electrónicos según su edad?

—La recomendación desde la AEP, en el Plan Digital Familiar, es que los menores de dos años no tengan acceso a la tecnología; de los dos a los cinco años, no más de una hora al día; y a partir de los cinco años, no más de dos horas de ocio digital. Esto sería un máximo, no estamos diciendo que tenga que haber equis horas de consumo, sino que es el límite. 

—¿De los 5 en adelante, incluida la adolescencia?

—Sí, y a los adultos también. Así que por eso hablamos del ejemplo, es muy difícil. Cuando preguntas a los adolescentes acerca de su consumo digital y les dices que podría estar bien mejorarlo, lo primero que te dicen es: «Esto lo tienes que hablar con mi madre y con mi padre porque ellos no lo cumplen». Es decir, que lo manifiestan abiertamente. 

—Claro, ¿hasta qué punto influyen las familias?

—El papel que tienen es fundamental. También es cierto que esta generación de padres es la primera con niños que ha tenido una inmersión digital muy rápida, con muy poca formación e información de calidad respecto al uso. Además, es algo relativamente nuevo para lo que ha hecho falta cierto tiempo para saber, con una evidencia científica suficiente, cuáles eran los riesgos. La tecnología avanza cada vez más rápido y nosotros vamos por detrás. Sí que es muy importante que los padres, por lo menos, empiecen a cuestionarse si el uso de la tecnología en la familia y en el hogar es adecuado, qué cambios podrían hacer y cómo. Para ello, el Plan Digital Familiar puede ser de gran ayuda porque tiene recomendaciones para todos, y luego clasificadas por grupos de edad según el desarrollo. 

—¿Cuáles son los momentos indicados para desconectar?

—Cuando se está compartiendo tiempo en familia, comiendo o cuando hay algún tipo de ocio familiar. Hay que establecer una serie de pautas para que los niños interioricen desde pequeñitos cuál es el uso saludable de la tecnología, al igual que interiorizan que comer verduras es importante, pero para eso es necesario que los padres las tomen. 

—Precisamente, comer y ver pantallas. ¿Qué es lo perjudicial de todo ello?

—Al final, depende mucho de la edad. Los primeros años de vida se suele utilizar la tecnología, por regla general, en niños malos comedores. Es una forma de distraerlos del foco de atención que es la alimentación, mientras un tercero le da comida a la vez que ve la pantalla. Luego, en etapas más avanzadas, tiene que ver más con unos patrones de comportamiento familiares. Hay familias que comen con la televisión puesta. Eso no es adecuado por varias razones, es una mala costumbre. Se pierde ese tiempo magnífico en familia, para compartir diálogo, que cuanto mayor se hacen más difícil es. De hecho, ya no solo no se recomienda debido al riesgo de las nuevas tecnologías, sino que se sabe que una comida familiar al día protege del consumo de sustancias. Y luego tenemos toda la parte de tomar conciencia de esa sensación de hambre y saciedad, que el niño la tiene desarrollada y que si dejamos que la sientan, es capaz de decir que no quiere comer más y que no tiene hambre. Al final puede haber una sobreingesta calórica, o incluso se ha relacionado con una dieta de peor calidad debido al tipo de ingesta de alimentos por el consumo de publicidad relacionado con la alimentación. 

—¿Qué otros errores se cometen en las conductas relacionadas con los dispositivos electrónicos?

—Creo que lo más generalizado es que muchas veces el pediatra cuenta esto en la consulta y, si bien hay muchas familias que lo entienden, otras muchas no se plantean que pueda ser un problema. No lo hacen con mala intención, pero la sensación es que todavía hay bastante desconocimiento al respecto. Por eso creo que es importante una herramienta clara y accesible. 

—¿Piensa que hoy en día es más complicado educar a un niño? Mismamente, el control de los niños en redes sociales se les puede escapar a algunos padres. 

—Esto es una opinión totalmente personal, no de evidencia científica. Sí que es cierto que la tarea educativa de los padres en la actualidad es más compleja, en parte, por el ritmo de vida que se lleva, y por la cantidad de información que reciben tanto los padres como los hijos. Además, en esta tarea educativa que tenemos no hay referentes, por lo que hemos sido la primera generación con un uso indiscriminado de la tecnología que nos toca educar a otra persona, cuando ni siquiera hemos sido educados, ni sabemos cómo hacerlo. De hecho, el mal uso de la pantallas se da muchísimo en los adultos. Por eso, tenemos la dificultad de que además de educar nuestros hijos, nos tenemos que educar nosotros antes. 

—Hasta los dos años se recomienda no exponer a los menores a pantallas. No hay tiempo seguro, ¿por qué?

—Hay varias razones. Primero, por la capacidad atencional que tiene el niño a esta edad, que es muy cortita. En realidad cuando se queda embobado delante de la pantalla, ha procesado muy pocos minutos de lo que está viendo, y el resto del tiempo está paralizado ante estímulos que en ese momento su cerebro no está siendo capaz de procesar. El problema es que pasar muchas horas delante de la tecnología, les resta tiempo a cosas que sí son esenciales para el niño. Ahí es muy importante el desarrollo del lenguaje, el control de la frustración, el control de la impulsividad, el desarrollo del lenguaje o el psicomotor. Es decir, tienen tantas cosas que hacer a nivel de neurodesarrollo, que meter algo que en ese momento no le aporta nada más y le resta mucho tiempo, puede ocasionar dificultades. Que ojo, no son irreversibles. Es decir, si se quita la pantalla, el pequeño mejora. Pero sí que es una etapa donde hay muchísima plasticidad neuronal, donde el aprendizaje es muy rápido y se debe aprovechar algo que nos ofrece la naturaleza, y no impedirlo con los dispositivos.

—En el plan digital, explican que se debe dar una autonomía progresiva al menor. ¿Cree que es posible otorgarla a un niño de doce o catorce años respecto a sus teléfonos?

—Si entendemos por autonomía el hecho de darle el dispositivo y que él decida, no. Es decir, el niño necesita un acompañamiento, que sea progresivo, y que también tenga esas estrategias que nada tengan que ver con la tecnología, sino que son herramientas cognitivas de espíritu crítico, de capacidad para poder discernir lo que es una información veraz de lo que no es veraz o de poder controlarse en el tiempo. Todo esto se adquiere mucho después. Lo que siempre digo es que dar el dispositivo no es dejar que el joven haga lo que quiera y que los cuidadores se retiren, sino hacer un acompañamiento activo en límites, supervisión, tipos de contenidos y siendo el mejor ejemplo. 

—Controlar qué consumen y el tiempo que lo consumen. 

—Claro. Hay padres que te dicen que sus hijos no les dejan tener acceso a su teléfono. Pues hay que explicarle a ese adolescente que una condición necesaria para que tenga teléfono es que permita que los padres realicen supervisión y que puedan realizar ese acompañamiento. Si el niño no se deja es que con esa actitud no está preparado para tener un dispositivo propio. Luego, el cómo damos los dispositivos. No es lo mismo comprar el último dispositivo, último modelo y que sea propiedad del niño, a que sea un móvil antiguo, que tenemos por casa, que le dejamos al niño en determinadas circunstancias y que sepa que ese dispositivo no es suyo, sino que es de sus padres que se lo prestan. Además del cuándo se da, es muy importante el cómo y para qué. 

—De forma general, ¿a qué edad, realmente, aprenden a controlarse?

—En la etapa adolescente, que se considera la segunda década de la vida, todavía se está formando el cerebro. Este se desarrolla de la región occipital a la frontal, y esta última es a la que le corresponde el autocontrol. Se termina de formar entorno a los 30 años, pero es cierto que a partir de los 20 es mucho mayor. Así que, efectivamente, en la adolescencia temprana necesita una supervisión estricta porque, por su propio desarrollo cerebral y ya no solo por la tecnología, tendrá tendencia a tener conductas compulsivas y a no ser capaz de medir los riesgos. Todo esto está implícito en la adolescencia. 

—¿Por qué el baño nunca debe ser lugar para el uso de la tecnología?

—Porque son sitios de privacidad donde puede hacer cosas que a lo mejor no se atrevería a hacer si está mamá o papá pululando por el salón. Es cierto que al niño se le puede transmitir que aunque los padres hagan una supervisión, no van a mirar mensaje por mensaje para mantener cierta privacidad, pero claro, si lo hace en su habitación o el baño, donde lo más seguro es que no esté supervisado, el riesgo de conductas no adecuadas aumenta. 

—¿Cómo influyen las redes sociales en la salud mental de los adolescentes? Se ha visto un aumento de trastornos desde la pandemia. 

—Las redes sociales pueden aumentar el riesgo de síntomas depresivos, sobre todo, adolescentes que tuvieran síntomas previos. Respecto a los TCA, no hay estudios que hayan demostrado una relación directa entre la exposición a determinados contenidos y la prevalencia, pero sí que vemos en consulta con mucha frecuencia que aquellos pacientes que ya lo tienen instaurado, consultan información peligrosa acerca de cómo mantener y perpetuar el trastorno, de la cual sus padres nos son conocedores. Sabemos que en pacientes que ya tienen el trastorno, la exposición a este tipo de contenidos es dañino y ahora se ha generalizado con el tema de las cookies. De hecho, en consulta, cuando hay TCA, siempre explicamos a las familias cómo borrar las cookies, el historial de las redes sociales y buscadores, y la importancia de que durante un tiempo no tenga acceso a pantallas por la sobreexposición a este tipo de contenidos. 

—¿A qué edad se le puede dar un móvil al niño?

—Esta pregunta es difícil de contestar porque depende de la madurez de cada niño. Siempre le digo a los padres, que hay una recomendación general que circula por ahí, que es a los 14 años. Es cierto que, en muchas ocasiones, el momento en el que se lo dan es con el paso de la primaria a la secundaria. Sin embargo, el momento en el que el niño tenga un dispositivo es el momento en el que los padres tienen que estar más pendientes, acompañar y que se establezcan unos límites que el adolescente tenga claro. Y si no se cumplen, que se tomen medidas. Si eso se hace, va a disminuir el riesgo. El problema es cuando se le da un dispositivo sin supervisión. 

—¿Hay alguna señal o señales a las que se pueda prestar atención para saber si el niño está preparado para tener móvil?

—Es muy difícil. Hay niños que son más responsables y que entienden los problemas que puede acarrear la tecnología. En este punto es cuestión de establecer un diálogo abierto y previo a dar el dispositivo. Que sepa antes de recibirlo que va a haber una serie de límites y cuáles van a ser. Se pueden negociar hasta cierto punto, pero es importante preparar al niño antes, para que no sepa que va ser barra libre de dispositivo. 

—De hecho, muchos profesionales comparan dar un móvil sin control con dar un coche sin carné. ¿La sociedad debe verlo de esta forma?

—El ejemplo que siempre se pone es que dar un dispositivo de última generación a un niño sin supervisión es como dar un Ferrari sin frenos. Independientemente de que tenga carné o no. Esto tiene que ver con el tipo de información, qué actividades puede realizar dentro de un dispositivo. Se puede hacer de todo. Comprar, intercambiar, consumir cualquier tipo de información. Entonces, el problema es que estamos dando una ventana al mundo que, si no lo trabajamos previamente, puede ser de alto riesgo porque no tienen capacidad crítica, son impulsivos y no ven el riesgo. 

—Sé que la OMS no reconoce la adicción a la tecnología como tal. Sin embargo, ¿llegan a sus consultas síntomas que se podrían describir como parte de una adicción?

—La OMS, en su clasificación internacional que publica cada cierto tiempo, no reconoce la conducta adictiva como general, pero sí reconoce la adicción a los videojuegos. Lo que vemos en la consulta en etapa pediátrica es un mal uso y un abuso, que no podemos catalogar como adicción porque para que exista debe haber una sintomatología concreta como es la tolerancia o el síndrome de abstinencia, pero estamos viendo problemas que podríamos catalogar de adicción a conductas concretas. De hecho, se habla de las conductas adictivas en internet. Por ejemplo, antes era muy difícil ver a un adolescente de catorce o quince años con un problema de compras compulsivas, y ahora los estamos viendo a etapas más tempranas. Lo que observamos es todo lo que produce el sobreuso de videojuegos. Al final, esto conlleva un mensaje importante a las familias de evitar el abuso. Y el abuso tiene que ver mucho con el tiempo y las actividades que se hacen. No es igual de adictivo hacer apuestas online que ver vídeos de youtube. 

—¿Tienen datos sobre si este problema es más prevalente en familias con un estatus socioeconómico menor? Desde luego, hay estudios que muestran cómo el uso de pantallas es mayor a menor nivel de renta. 

—La evidencia científica dice que en general todos los problemas de salud mental se relacionan en una mayor prevalencia con el nivel socioeconómico de la familia, y que a menor nivel, mayor riesgo. Pero hay trastornos que se dan en cualquier escala, pues tienen que ver más con cómo es la relación padre-hijo, y la importancia de una relación de tiempo, y de calidad. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.