Sara Tarrés, psicóloga: «¿Por qué no te puede caer mal tu hijo?»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

SaraTarrés, psicóloga especializada en psicopatología infantojuvenil y autora del libro «Mi hijo me cae mal».
SaraTarrés, psicóloga especializada en psicopatología infantojuvenil y autora del libro «Mi hijo me cae mal».

La experta, que está especializada en psicopatología infantojuvenil, asegura que «está más aceptado que unos padres caigan mal a sus hijos, que al revés»

06 oct 2023 . Actualizado a las 16:47 h.

«Las relaciones humanas son complejas, de ellas se desprenden diferentes emociones y sentimientos, no siempre agradables ni fáciles de sentir y manejar. También son dinámicas que cambian, fluyen y se tejen en un entramado de sensaciones, percepciones y comportamientos». Quién habla es Sara Tarrés, psicóloga especializada en psicopatología infantojuvenil. La experta no excluye de esta ecuación a los hijos que, como ya augura en su último libro, te pueden caer mal. 

Es más, así lo expresa en su título: Mi hijo me cae mal (Plataforma Editorial, 2023). Una conclusión a la que llegan muchos más padres y madres de los que se suele pensar. ¿Hay tabú al respecto? «Cada vez menos», responde ella. Sabe que a muchos esta idea les parece un sacrilegio. 

—¿Es posible que tu hijo te caiga mal?

—Sí, ¿por qué no te puede caer mal tu hijo? No deja de ser una persona con la que te relacionas y no todas las relaciones que mantenemos siempre son placenteras y agradables. Quizás, nos hemos pensando que por el hecho de ser nuestro hijo, por haberlo gestado o buscado, esa relación tiene que ser de por sí bonita. Pues no siempre lo es. Hay momentos a lo largo del ciclo vital en los que estas relaciones no son tan magníficas como habíamos creído, en los que aparecen emociones y pensamientos muy desagradables producidos por esa interacción. Ese «me cae mal» no tiene que ser permanente porque las dinámicas de las relaciones son fluctuantes. Con una persona con la que no tenemos un vínculo tan estrecho, no tenemos que hacer nada para trabajarlo; pero con alguien con quien convivimos y tratamos a diario, como son nuestros hijos o pareja, tratamos de buscar un punto en el que este vínculo se pueda recomponer de alguna manera. 

—Y al contrario, ¿es posible que los padres caigan mal a los hijos? Tanto un tipo de vínculo, como el otro, son casi intocables a ojos de la sociedad. 

—Creo que está más aceptado y se habla más de lo mal que nos pueden caer nuestros padres, sobre todo entre adolescentes. Esto, como padres, lo aceptamos relativamente bien, entra dentro del proceso. Pero lo que cuesta más aceptar en los coros es que tu hijo te caiga mal. Ahí hay más dedos acusadores. Por ello, se sienten malas personas, malas madres, por tener ese sentimiento que parece estar prohibido. Este era uno de los objetivos del libro, romper el tabú sobre esto y que habláramos de estas emociones, porque nos están diciendo algo. Hay que escuchar qué necesidad debemos cubrir. Al hablar de todas estas situaciones podremos encontrar mayor tranquilidad y más respuestas. Hagamos tribu, no para ir contra nuestros hijos, sino para saber que en la maternidad, aparte de ese amor incondicional que parece que lo debe cubrir todo, hay otras emociones. A veces hay mucha rabia, mucha culpa, tristeza o miedo. 

—Habla en femenino, ¿las madres tienen un peso añadido?

—Hablo en femenino porque no dejo de ser mujer, madre e hija. Y este libro lo he escrito desde todas estas facetas. No me olvido de los padres y de su importancia. Pero parece que en las madres recae mucho más el peso, la responsabilidad, y se nos juzga con mayor severidad. Sé que los hombres también tienen todas estas emociones o sentimientos que nosotras, pero el libro está escrito en primera persona como madre y profesional. 

—Si titula así el libro es porque ha conocido muchos casos de este tipo. 

—Cada vez me encuentro más. Empecé a hablar de este tema allá por el 2015, porque lo leí en redes sociales de una forma un poco velada, y a raíz de ello, si abres la ventana, las personas saben explicártelo. Primero te vienen diciendo: «No entiendo a mi hijo», «no entiendo su comportamiento», y al final, acaban diciendo: «Es que me cae mal, no lo soporto». Pero para que la persona pueda verbalizar esto tiene que tener un espacio de confianza. No siempre lo consigues. Desde que mi entorno sabe que he publicado este libro, me dice: «Lo has escrito para mí, ¿verdad?». Creo que es muy necesario. Ojo, que te caiga mal tu hijo no quiere decir que no lo quieras, sino que te hace sentir emociones muy desagradables, intensas e incluso de rechazo. Estás con esa personita que has criado, que ha ido creciendo a tu lado, y que de repente, un buen día dices: «No puedo con él, no sé qué me pasa». Hemos de trabajar en nosotros mismos, y a raíz de ese trabajo personal puede que consigamos ese cambio de conducta en esa criatura.

—¿Qué razones suelen estar detrás?

—Hay muchas, pero voy a decir unas cuantas solo. Empezamos por esa idealización que los padres siempre tienen de los hijos. Me incluyo. Es casi inevitable que, en el momento en que se plantean serlo, tengan un ideal tanto de cómo serán ellos como padres y también de cómo será esa criatura que traen al mundo. Les van poniendo cara, una personalidad, planifican su futuro y luego, el hijo es único y la realidad les dice que las cosas no son tal y como se las habían imaginado. Se encuentran con las rabietas, con que los niños contestan mal, con que toleran mal la frustración, les ponen contra las cuerdas y llevan a los límites. Lo intentan un día tras otro. Leen libros y no saben por dónde ir. Es cierto que, además, hay niños que acaban siendo muy tiranos. Aprenden a exigirnos y no hace falta que nos contesten mal, sino que simplemente muestran desaires. En suma a todo esto, está ese duelo que todos los padres deben pasar de las distintas fases evolutivas de los hijos: se tiene un bebé, que se transforma en un niño, después en una adolescente y finalmente en un adulto. Y al final de cada fase hay un pequeño duelo. Los padres ven cómo consolidan su forma de ser y es posible que no encajen con la expectativa que tenían. 

—¿Observa si suele ser difícil dejar ir en cada etapa?

—Bueno, es que el papel de los padres también es cambiante durante el ciclo vital del menor y eso a veces tampoco se acepta bien. Nos encontramos con padres y madres de niños adolescentes que aún pretenden seguir teniéndolos como niños pequeños y no, ese no es el papel de los padres. Tenemos que aprender nosotros también, a medida que nuestros hijos crecen que nosotros como padres también crecemos, y que la familia tiene unos ciclos vitales. Tiene equis duelos que exigen aceptar la pérdida del bebe, niño y adolescente que se convierte en adulto, el cual en un momento determinado se irá de tu casa. Ese es el objetivo también de ser padre. Prepararlo para que vuele. Ahí muchas veces nos perdemos, porque los quisiéramos tener todo el día. 

—¿Cómo se pasa de idealizar una situación a relacionarla con experiencias más negativas?

—Más que negativas, son emociones displacenteras e intensas, que están ahí. Un buen día, sin saber por qué, aparecen como respuesta a algo, porque hay que saber que las emociones son guías, nos dicen que hay algo importante a lo que atender. ¿Qué sucede? Que ante respuestas inesperadas de los hijos, como suelen ser las primeras rabietas, se genera malestar, frustración, porque pensamos que eso nunca nos pasará a nosotros. Estas pataletas forman parte de su desarrollo y no nos cansamos de repetir que no son patología. Si vemos que no sabemos cómo calmarlas, también nos hacen pensar que no somos buenas madres. Al final, ahí se conjugan muchas situaciones. 

—¿Cómo influye el bagaje de los cuidadores?

—Cada persona es un mundo y, como dices, los adultos también llevan sus mochilas. Cada uno tiene que mirar el peso que lleva. A mí, más que dar consejos, me gusta animar a la gente a reflexionar, a pensar cuáles son sus mochilas, por qué se sienten de una forma determinada ante el comportamiento del niño.  

—«Les hemos hecho creer a nuestros hijos que son unicornios, a través de un exceso de protección (...). Nos quejamos de su egoísmo, pero aún así cargamos todos los días con sus mochilas o pedimos sus deberes olvidados a través de Whatsapp». Este párrafo es de su libro. ¿Este error les resta autonomía y capacidad de frustración?

—Totalmente. Nos quejamos de que nuestros hijos no son responsables, la pregunta es: ¿les hemos permitido desarrollar esa autonomía a lo largo de todos los años que llevan a nuestro lado?, ¿qué hemos estado haciendo?, ¿cuando empezó a comer solo?, ¿cuándo empezó a vestirse por sí mismo?, ¿en qué momento comenzó a hacer los deberes por su cuenta?, ¿qué pasaría si no le acompañases?, ¿quién sufriría más? Los padres pueden estar ahí, pero no es su responsabilidad hacérselo. Ya nos decía María Montessori que cualquier ayuda es un obstáculo para el aprendizaje. Esta es la máxima. 

—Y si un día se olvidan los deberes en clase, ¿hay que pedírselos al resto de padres por el grupo de Whatsapp?

—Antes no existían estas tecnologías. Todos hemos llegado al cole con los deberes sin hacer y, o bien hemos aprendido a mentir, o a no olvidar. Esto forma parte de uno de nuestros errores en la crianza, que tiene que ver con este estilo sobreprotector al que cada vez tienen más tendencia los padres y madres. Yo me incluyo. Hubo un momento en el que me di cuenta de que yo estaba preparando más el camino, que no a ellos para que lo pudiesen realizar. Y de eso nada. Sin embargo, por esta necesidad que tienen, e insisto, tenemos, de protegerles, te estás protegiendo más a ti de no enfrentarte a una situación en la que los veas sufrir. 

—¿Es posible que las relaciones con los hijos se vuelvan tóxicas?

—Sí. Fíjate. Esta palabra se usa mucho, pero ¿qué significa ser tóxico? Son esas relaciones difíciles que impiden el óptimo desarrollo de las personas. Mi intención es que esto sea lo menos culpabilizador porque, al final, la madre se acaba sintiendo muy culpable por ser una madre tóxica, por mantener la relación de esa forma, pero por lo general, no hay una intención de hacer daño y de dificultar el desarrollo de la personas a las que quieres. Las personas a veces no sabemos querer. A veces queremos mucho, pero no es la forma en la que el otro necesita que lo queramos. Querer también es poner límites y, a veces, muchos padres piensan que no poniendo normas y límites están queriendo más a sus hijos. Ponerlos también puede acabar en una relación tóxica, debido a estar muy encima de ellos, por exigir por encima de sus posibilidades. Ahí es donde se convierte en tóxico ese amor o relación. Todos podemos acabar siendo tóxicos para alguien.  

—¿Qué tendrían que preguntarse los padres para entender mejor a los adolescentes? Para quién más, quién menos suele ser una etapa más complicada.

—Yo tengo dos hijos: uno de doce, y otro que va a cumplir quince. La adolescencia no deja de ser una etapa más. Como profesional, la veo así. Como madre, muchas veces en las que no entiendo a mis hijos, tengo que entrar en mí y pensar en cómo fui y qué necesitaba. Con esto, pienso: ¿qué me está queriendo decir mi hijo con este comportamiento?, ¿qué necesita? Necesita afirmarse, despegarse, y para hacerlo siempre encuentra la mejor forma. Los adolescentes están aprendiendo, es un proceso, y a veces discuten con nosotros porque así están aprendiendo esas habilidades de confrontación, ya que saben que nosotros estaremos ahí sí o sí, en la gran mayoría de casos. A veces la crianza de los hijos es desbordante, y hasta hay ocasiones en las que yo no los entiendo. 

—Usted explica que, de forma inconsciente, los padres juzgan a sus hijos, a los amigos de sus hijos y lo que hacen. ¿Qué señales muestran juicio?

—«¿En serio vas a hacer eso?». Ahí juzgamos. Lo hacemos de forma muy inconsciente, porque nos juzgamos constantemente, lo hacemos cuando lo comparamos con su amigo, con nosotros mismos, con su hermano. Es muy fácil desprenderse de esto. Entiendo que lo es. A veces, tenemos que escuchar más y juzgar menos. Por ejemplo, cuando nos plantean qué quieren ser de mayores, a veces les tenemos que permitir que sueñen. Te dicen: «Mamá, quiero ser futbolista». Y les decimos: «A eso se dedican cuatro, no pierdas el tiempo». Pues no, habría que preguntarles: «¿Qué piensas hacer para ello?». 

—Antes lo mencionaba, que los padres primero deben sostener y después ponerse detrás para permitir que avance. ¿Qué se puede hacer para dejar que el niño o joven abra su propio camino?

—Esto es un proceso. No es una cosa de hoy para mañana. Es algo que empieza desde el mismo momento en el que traigo al mundo a una nueva persona. Nuestra gran función como padres es permitir que nuestros hijos acaben volando. Eso se consigue permitiendo que poco a poco él tome las riendas de su vida, permitiendo el error, que se equivoque, que se olvide de los deberes y vaya sin ellos al cole. Las preguntas que tendríamos que hacernos es: ¿de qué forma estoy facilitando este proceso de autonomía? En cada caso será diferente, porque habrá familias con más medios que otros. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.