¿Por qué tantas parejas rompen cuando nace un hijo? «La relación pasa a un segundo plano o desaparece»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

María Casado y su ex pareja, la artista Martina diRosso
María Casado y su ex pareja, la artista Martina diRosso Álex Zea | Europa Press

María Casado anunció su separación a cuatro meses del nacimiento de su bebé, una crisis por la que pasan muchas parejas cuando se convierten en padres

13 dic 2023 . Actualizado a las 20:41 h.

El nacimiento del primer hijo supone un antes y un después en la vida de una pareja. La familia se amplía con la llegada de este nuevo integrante y las dinámicas necesariamente han de cambiar para ajustarse a la crianza. Pero si toda la vida familiar se pone al servicio del bebé, la pareja puede resentirse.

Por eso, mientras se reacomodan las prioridades, las crisis en esta etapa son frecuentes y no son pocas las parejas que llegan a romper. El caso más reciente es el de la presentadora de televisión María Casado, que anunció su ruptura con su novia, Martina DiRosso, cuatro meses después del nacimiento de su hija, Daniela. «Martina y yo hemos dejado nuestra relación de pareja, pero seguimos siendo familia por y para nuestra Daniela a quien amamos por encima de todo», contó la periodista a sus seguidores en Instagram.

Un cambio de 180 grados

Con la llegada de un bebé, la relación de pareja se transforma radicalmente. «Un primer hijo revoluciona la estructura de la pareja, que pasa de ser una díada a ser una tríada. La atención se vuelca hacia el bebé. La individualidad se pierde y entonces la pareja de amantes se vuelca en construir la pareja de padres. Cuando el bebé es pequeño, esto es normal. La crianza de bebés supone la atención casi exclusiva de los padres y hay que dejar que esto suceda», explica Alexandra Crettaz, psicóloga y sexóloga de la Asociación de Especialistas en Sexología (AES).

Se trata de un equilibrio delicado para ambos padres, pero sobre todo, es un período duro para la persona que ha dado a luz. El puerperio, caracterizado por cambios hormonales profundos y una recuperación del parto que puede durar hasta un año, es una etapa de vulnerabilidad para la madre. A esto se suma, si hay lactancia materna, el cansancio y la fatiga de amamantar.

«Mientras la mamá esté dando el pecho, la hormona de la lactancia, que es la prolactina, dificulta y obstaculiza muchísimo el deseo sexual. Entonces, forzar a una persona que hormonalmente no está para eso, no se puede. El cuerpo hormonalmente está enfocado hacia la crianza y hacia la lactancia, no hacia la copulación. A nivel orgánico está eso, y el posparto no es solo la cuarentena. Durante el primer año, hay que dejar que ese proceso fluya», señala Crettaz.

El problema surge cuando esta dinámica repercute no solo en el deseo sexual y en la frecuencia de estos encuentros, sino en las demostraciones de cariño y afecto. Aunque ambos aspectos de la vida en pareja van de la mano, durante ese primer año del bebé en el que pierde protagonismo la sexualidad, es importante que ambos progenitores hagan el esfuerzo de mantener ese contacto afectuoso. «Si bien la sexualidad puede dejarse de lado temporalmente, la afectividad no. Tiene que haber ayuda, cariño, apoyo. Eso hace que la pareja no se distancie», sugiere Crettaz.

Nuevos integrantes y nuevos roles

Cuando nace un hijo, la naturaleza de todos los vínculos de la familia va a cambiar, porque se ha introducido un nuevo integrante con el que todos los demás vamos a relacionarnos. Esto requiere un período de adaptación en el que se pueden reconfigurar las identidades y los roles. Lo importante es ser flexibles para facilitar esa adaptación sin apresurarnos ni presionar buscando que todo funcione como un reloj suizo. Se trata de un proceso que tiene sus propias reglas y sus propios tiempos.

«Todo el sistema de la relación, las normas implícitas o explícitas, las dinámicas, los ritmos y las obligaciones y beneficios cambian radicalmente y la pareja tiene que conseguir adaptarse a esa situación para poder sobrevivir. Parte del cambio se debe a que, cuando nace un hijo, depende de los adultos. Así como la relación de pareja es horizontal y simétrica, y los dos adultos se presupone que tienen la misma capacidad para dar cuidados, al tener un hijo, pasa a haber una relación vertical», explica la sexóloga y terapeuta de parejas Laura Morán. Esta verticalidad es un elemento nuevo que se introduce y que, frecuentemente, es difícil de gestionar, por más preparados que estén los nuevos padres.

«Donde éramos dos, ahora somos tres y si eramos tres, ahora somos cuatro. Los terapeutas entendemos a las parejas y a las familias como sistemas, es decir, conjuntos de elementos que se interrelacionan. Cualquier cambio a nivel individual en uno de los elementos produce cambios en el sistema completo, y todo ese conjunto tiene que adaptarse para seguir funcionando. Ese adaptarse implica cambios que no siempre sabemos hacer, o que a veces no podemos hacer aunque veamos que es necesario hacerlos», observa Morán.

Madres sobrecargadas

Estadísticamente, observa Morán, quien se suele sobrecargar más es la madre, porque es de quien demanda más el bebé, sobre todo si hay lactancia materna. «El sistema tiene que adaptarse para que esa madre no se agote ni se amargue. Ella tiene que poder pedir sin reprochar y el otro tiene que poder escuchar sin defenderse. Porque al final, esa crisis no es culpa de nadie. Ha cambiado la realidad del juego y ahora no se puede seguir haciendo las cosas como se hacían», dice la experta.

«Un problema que aparece con frecuencia en esa etapa es que el bebé se convierte en el centro de atenciones, principalmente de la madre. A veces, esto es porque hay una necesidad fisiológica como lo es la lactancia, y en ese sentido nadie puede sustituir a la madre. Entonces, el principal problema suele ser que es tan absorbente la crianza y educación de ese bebé que todo lo que implica el cuidado, vivencia y mantenimiento de la relación de pareja pasa a un segundo plano o desaparece», detalla Morán.

Sin embargo, sostiene Morán, «Tampoco hay que renunciar a la pareja. Muchas veces lo que hacemos es renunciar a la relación de pareja para convertirnos solo en padres. Es entonces cuando la plantita de la relación se muere».

Una crisis anunciada

Cuando la relación está en crisis, hay señales que pueden alertarnos de que esto está ocurriendo y a las que hay que prestar atención para poder solventarla. El malestar es el síntoma más evidente de que algo no va bien y, en este sentido, hay que escucharnos a nosotros mismos.

Para la psicóloga Elisabeth Clapés, algunas de las señales más típicas de una crisis son «cuando ya no hay atracción hacia la otra persona, cuando genera más rechazo que otra cosa, cuando no sale dar cariño, cuando se da todo por hecho, cuando todo lo que hace la otra persona molesta a su pareja o, incluso, cuando hay arrepentimiento por no haberlo dejado antes». «Algunos sienten monotonía y aburrimiento. Me dicen que ya no soportan a la otra persona, que les cae mal. Esto sucede cuando no se ha trabajado la relación, cuando es evidente que ya no congenian ni conectan», señala la experta.

¿Qué hacer ante estas crisis? «Lo primero de todo es ser conscientes de que eso va a pasar y poder hablar sobre ello. Que las dos partes puedan expresar sus malestares, sus deseos, llegar a acuerdos e incluso hacer planes y promesas para cuando la tormenta pase», recomienda Morán.

«Sería útil que los dos progenitores puedan decir lo que les gustaría, que hiciesen una tormenta de ideas para ver cuáles de esos deseos se pueden cumplir y cómo se podría lograr. Algunos se podrán cumplir inmediatamente, como ver un capítulo de una serie mientras el bebé duerme, y otros, como pasar un fin de semana fuera y solos, no podrá pasar hasta que el bebé sea más mayor. Pero el hecho de tener proyectos afines y comunes y sentir que la pareja está contigo para vivirlos une mucho y te hace sentir menos solo, ayuda a sentir que la paternidad no ha engullido a la pareja», explica Morán.

Si la situación sobrepasa la capacidad resolutiva de los padres, siempre es buena idea acudir a terapia juntos. «Por ejemplo, cuando la pareja sienta que hay desconexión, distanciamiento, mal entendimiento, discusiones que nunca llegan a buen puerto, cuando se tiene la sensación de estar en una actitud permanentemente crítica y defensiva, cuando llega a haber palabras de desprecio. Son situaciones que el diálogo habitual en casa no puede resolver», sugiere la experta.

Anatomía de una ruptura

«Cuando hay una ruptura pasamos por un síndrome de abstinencia. Es cuestión de neurociencia y de costumbre. Si una persona está acostumbrada a vivir con alguien y a compartir su día a día con una pareja que, de repente, desaparece, tiene que adaptarse a una nueva rutina. Hay que volver a adaptarse y aunque a veces es muy difícil, también es muy bonito», explica Clapés.

Ante una separación, se experimentan, en un orden que puede variar según la persona, las diferentes fases del duelo. «La gente empieza por el shock; es un momento de incredulidad. Después viene la fase de negación, de pensar: «Esto no puede estar pasando» o «vamos a volver tarde o temprano». A partir de aquí, el orden ya varía más. Desde pasar por una fase de ira hacia el otro, de enfadarse y sacar todas las culpas; a una de tristeza, de culpa, de llorar y sufrir. Lo general es que se vaya avanzando hacia la autoaceptación, el querer salir, remontar y ya después se construye esa nueva vida», dice la psicóloga.

Explicar la separación

Cuando hay hijos pequeños de por medio, el rol de los adultos en la separación incluye también la explicación de lo que va a ocurrir de una manera lo más clara posible a los niños. Como explica la Asociación Española de Pediatría (AEP), este tipo de situaciones pueden «acarrear una desregulación saludable». Abordar la situación de manera abierta y teniendo en cuenta el estrés que causará en sus vidas es primordial. «El objetivo es lograr que el sufrimiento emocional sea el mínimo posible, tanto para los hijos como para los padres», indica la AEP.

En primer lugar, «hay que ayudar a reconocer que la ruptura de los padres es algo real de lo que los niños no son responsables», precisa la entidad. Luego, es importante aclararles que esto no cambiará «con un sacrificio personal». Lo más probable es que la situación en casa empiece a ser diferente con la ausencia de uno de los progenitores, algo que hay que aceptar. En este sentido, es clave dejar claro que ambos padres estarán siempre presentes aunque no convivan en el mismo hogar.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.