Ruiz-Vargas, experto en memoria: «El envejecimiento no es el responsable del déficit de la memoria»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

José María Ruíz-Vargas es catedrático emérito de Psicología de la Memoria en la Universidad Autónoma de Madrid.
José María Ruíz-Vargas es catedrático emérito de Psicología de la Memoria en la Universidad Autónoma de Madrid.

El catedrático de Psicología de la Memoria explora la naturaleza de los recuerdos, en los que el olvido es una parte fundamental

14 jul 2023 . Actualizado a las 19:14 h.

No seríamos nada sin nuestra memoria. Esa que a veces, es tan caprichosa. Puede que le empiece a dar vueltas a un recuerdo que en nuestros adentros, hubiéramos preferido borrar, o que ella misma reconstruya recuerdos que, en realidad, nunca han sucedido. Lo cierto es que solo los expertos en ella son capaces de arrojar luz sobre cómo funciona y José María Ruiz-Vargas es uno de ellos. Catedrático emérito de Psicología de la Memoria en la Universidad Autónoma de Madrid, donde imparte esta materia y otras afines desde el año 1974. 

Desde que realizó su tesis doctoral sobre memoria y esquizofrenia, su labor investigadora se ha centrado en cómo funciona la memoria de las personas. Tanto la de aquellas que tienen alteraciones neuropsicológicas, como las que no. También ha escrito diversos libros. El último y fruto de esta entrevista, La memoria y la vida (Debate 2023). 

—¿Nuestra memoria es como una especie de grabadora?

—Se parece a una grabadora en tanto en cuanto retiene cosas que ocurren fuera de nuestra memoria, pero hay muchísima diferencia. La primera es que una grabadora registra las cosas tal y como ocurren fuera de nosotros, pero nuestra memoria no guarda lo que ocurre, sino lo que experimenta cada uno. Eso implica una serie de filtrados, por una serie de estructuras o componentes psicológicos. Por lo tanto, lo que guarda la memoria no es lo mismo que lo que puede guardar una grabadora. De hecho, si nuestra vida fuese grabada en vídeo, probablemente cuando lo viéramos, no entenderíamos casi nada, y diríamos: «Esa no es mi vida». Cuando uno dice: «Mi vida», refiriéndose a lo que tengo en mi memoria, en mis recuerdos, eso no es una reproducción fiel a lo que sucedió. 

—Pongámonos en un supuesto: ¿es probable que su memoria guarde de una forma diferente a la mía esta entrevista que estamos teniendo?

—Efectivamente. 

—Acaba de decir que si nos pusieran una película de nuestra vida, seguramente no la reconoceríamos. ¿Es posible recordar hechos fuera de nosotros mismos, es decir, desde la perspectiva observadora de eso que hemos vivido?

—Lo que hay en la memoria es el producto de una serie de filtrados donde intervienen unos factores como las actitudes, las creencias, los prejuicios, los hábitos, la escala de valores, y todo el conocimiento previo que cada persona tiene de la vida que ya lleva vivida. Realmente, lo que hacemos es filtrar lo que ocurre fuera de nosotros y darle un significado, así que lo que queda  guardado en mi memoria es algo significativo, con valores, para mí. Por lo tanto, si yo viese lo que una grabadora está registrando al mismo tiempo que yo experimento cosas, con el paso del tiempo comprobaría que eso no es lo que yo recuerdo sobre lo que ocurrió, porque es algo que no tiene significado. Sería una grabación fría de lo que está ocurriendo, pero los seres humanos no somos máquinas ni rocas, sino que somos individuos cargados de propósitos, de trascendencia. Y, por lo tanto, todo lo que percibimos, lo que entra en nosotros y queda en la memoria, lo cargamos de significado. De ahí, que lo que tú recuerdes en un futuro de esta situación no tiene porqué coincidir con lo que yo recuerdo. En lo esencial sí, la fecha y la hora, pero todo lo demás no pueden ser igual por definición. 

—Si en algún momento recuerdo esta entrevista, ¿mi memoria añadirá cosas?

—Sí, seguro. Toda tu experiencia. Como periodista que eres, por ejemplo, ya tienes una serie de sesgos. Una experiencia vital que no puede ser la misma que la mía por razones obvias.

—Imagínese que en un encuentro social, una persona cuente una anécdota en la que otro de los presentes también es protagonista. Y este le comenta que lo que está contando, no sucedió así. ¿Estas pequeñas discrepancias significan que una de esas personas miente o que en realidad, aunque vivieron lo mismo, lo recuerdan distinto?

—En Psicología se habla del efecto Rashomon, que es un filme del año 1950, de Akira Kurosawa, uno de los grandes directores del cine. En esa película lo que se aborda de una forma magistral es el contenido de los recuerdos. Presenta el testimonio por separado de varias personas que presenciaron lo mismo y cada uno, cuenta una historia diferente, con la particularidad de que ninguna es falsa. Así funciona la memoria humana. Por eso, ciertas personas que están compartiendo el mismo evento cuentan historias, que si bien no tienen que ser radicalmente distintas, nunca son coincidentes. Ninguna está mintiendo. Ninguna es falsa, todas son auténticas, pero han sido traducidas a partir de las gafas cognitivas de cada persona. 

—Hasta ahora hemos hablado de experiencias positivas. ¿De qué forma influyen las que son traumáticas en nuestra memoria?

—Son recuerdos de experiencias muy dolorosas, experiencias terribles y traumáticas, lo que tiene una carga emocional negativa extraordinaria. Naturalmente hay muchos grados. Si nos vamos al caso extremo, al trastorno de estrés postraumático, sería la respuesta patológica de determinadas personas a situaciones traumáticas. Eso implica que van a quedar atadas al terror y ellas solas no pueden superarlo. Eso tiene una serie de consecuencias terribles. Desde la reexperiencia, el hecho de que están continuamente siendo torturados por esos recuerdos, porque son intrusivos; implica un estado de alarma permanente que los mantiene con un nivel de activación nervioso, que les impide relajarse o dormir; y luego, también implica un aplanamiento emocional que los convierte en pacientes psiquiátricos que precisan tratamiento. Esto puede durar muchísimo tiempo, porque todos los expertos en estos asuntos, lo califican como un trastorno crónico y, hoy por hoy, tienen difícil tratamiento. Se están buscando, pero no es fácil encontrarlo. Todo eso es memoria. Es más, según todos los expertos, el trastorno de estrés postraumático en el fondo implica una alteración de la memoria autobiográfica. Hay diferentes sistemas de memoria y cuando hablamos de la memoria en términos genéricos se está refiriendo a la autobiográfica, es decir, la de los recuerdos personales. 

—¿Es posible que nuestro cerebro 'apague' una experiencia traumática?

—Efectivamente. En algunas ocasiones sí. Como principio básico general acerca del trauma y los efectos que tiene sobre la memoria, las situaciones traumáticas siempre van a traer consigo formas de memoria extremas en el paciente. Pueden ir desde un recuerdo permanente e intruso que no nos deja vivir ni de día ni de noche, eso se llamaría hipermnesia (un exceso de memoria) y luego tendríamos el otro extremo, que sería la amnesia.

Hay pacientes que tras una experiencia traumática entran en una fase de amnesia respecto a ese acontecimiento, e incluso hay otros casos en los que se produce una amnesia global. Todo esto son formas extremas de memoria provocadas por situaciones en las que el sujeto, su mecanismo de control, quedan desmantelados y son invadidos por el miedo o el terror. En esas situaciones, efectivamente, el cerebro es tal la cantidad que tiene que procesar y analizar, que tampoco puede. Entonces, hay un mecanismo de defensa que es la supresión. Esto ocurre naturalmente al margen de nuestra conciencia y percepción, no sabemos cómo ocurre, pero el resultado es que esa persona no recuerda absolutamente nada y puede estar un período indeterminado, desde meses a años. 

—¿Cómo se pasaría de la experiencia al recuerdo?

—En este momento, nosotros estamos teniendo una experiencia muy concreta, entonces la información está entrando por nuestros sentidos, esto llega a nuestro cerebro y después será elaborado, categorizado, etcétera. Hasta ahí habrá una impresión, una huella en nuestro cerebro en algún lugar. Pero todavía no de memoria porque tiene que ser analizado y fijado, y se consolidará parte de la experiencia de lo que cada uno de nosotros hayamos seleccionado o elegido. Nuestra memoria es muy selectiva y lo habrá convertido en un recuerdo. Después, tenemos que evocarlo y, una vez que lo transformamos en esa historia, que primero nos contamos a nosotros, construimos una narración. En el momento en el que se produce esa narración tanto a nivel externo como a nivel compartido, ya podemos decir que eso es un auténtico recuerdo. 

—¿Qué es la amnesia infantil?

—Los adultos no tenemos recuerdos de los primeros años de la vida. Ese es el período que se denomina, sin que eso implique patología alguna, amnesia infantil. Esto es muy variable según la persona. Más o menos, parece en su formato denso y fuerte, abarcaría entre los dos y los tres primeros años de la vida. De ese período, las personas no tenemos recuerdos. Luego, esa amnesia no desaparece del todo, sino que se habla de una que es menos densa y llegaría hasta los 8 o 9 años, donde ya los recuerdos se hacen mucho más estables.

—¿Cómo son esos primeros recuerdos?

—En realidad tienen prácticamente las mismas características que los de los adultos. Algo que está comprobado es que la memoria autobiográfica, una vez que se desarrolla en el niño, hecha a partir de los tres años, prácticamente sigue la misma dinámica que la memoria de los adultos. Los recuerdos más antiguos son muy escasos y, como ocurre en los adultos, los recuerdos que más se mantienen suelen ser los que tienen mucha carga emocional. Aunque puede ser que haya algunos que sean más fríos o neutros emocionalmente, pero esto no es lo frecuente. 

—¿Cómo se ha estudiado esa amnesia infantil?

—En los últimos años, en contra de lo que se había hecho tradicionalmente, que se había estudiado con adultos, la amnesia infantil se está estudiando con niños. Y lo que se ha comprobado es que dura menos de lo que se pensaba cuando se estudiaba en adultos. Cuando el niño ya maneja el lenguaje, ahí ya empiezan a crear recuerdos. Los recuerdos de experiencias cercanas alrededor de los tres años, luego a los cinco o seis, las han olvidado. Sin embargo, los recuerdos que crean a partir de los seis, siete u ocho años ya no se pierden. Es una pregunta que ha surgido en el seno de este campo de investigación que ha llevado a planteamientos muy interesantes. Existe una hipótesis neurocognitiva, muy interesante. Los neurocientíficos han comprobado que los hipocampos, que son dos estructuras que tenemos en cada uno de nuestros hemisferios y resultan fundamentales para nuestra memoria, hasta los cuatro o cinco primeros años, el nivel de neurogénesis que se da en ellos es altísimo.

—¿Qué es la neurogénesis?

—La creación de neuronas nuevas. Es decir, hasta los cuatro o cinco primeros años, en el hipocampo, se están creando neuronas nuevas a un nivel altísimo, cosa que después se rebaja. Entonces, la hipótesis es que precisamente el proceso de creación de nuevas neuronas entorpece o deteriora las redes que mantenían los recuerdos de los primeros años. Por eso, los recuerdos de los dos a los siete años se han perdido, o se recuerda uno. Después ya no, los recuerdos de los niños se vuelven muy estables. No solo porque el ritmo de neurogénesis es mucho más bajo, sino porque el desarrollo del lenguaje es fundamental, los procesos de consolidación ya están mucho más maduros, etcétera. Todo esto explicaría esa escasez de recuerdos desde los primeros años.

—¿Y el olvido, qué es?

El olvido no es lo contrario de la memoria, es la amnesia. El olvido es parte de la memoria. Gracias a él, nuestra memoria puede funcionar de esa manera tan eficaz. Lo que ocurre es que, muchas veces, el olvido nos molesta, nos irrita y nos enfada. El olvido más frecuente, en general, lo que se ha comprobado es que es un proceso que está al servicio de la memoria. ¿Qué hace realmente el olvido? Apartar lo que pueda interferir con la recuperación de la información relevante para la persona en ese momento o en cualquier otro. Se entiende como un proceso inhibitorio. Lo que hace es que reduce el nivel de accesibilidad de determinada información que en un momento determinado podría entrar en competición con la que tú realmente necesitas.

Podríamos poner muchos ejemplos, pero pensemos en las contraseñas que todos tenemos que utilizar con tanta frecuencia en cantidad de mecanismos que nos rodean hoy en día. Como todo el mundo sabe, de vez en cuando, por distintas razones, tenemos que cambiar de contraseña. No nos gusta, pero hay que hacerlo, por seguridad. Tenemos que aprender la nueva. Si la vieja, la que ya no nos sirve, no se inhibiese, no se olvidase, tendríamos siempre un conflicto a la hora de colocar la contraseña correcta. Lo que ocurre es que, sin que nosotros hagamos prácticamente nada, o por lo menos a nivel consciente, la vieja contraseña se va inhibiendo y cuando tratas de recordar la contraseña que necesitas en ese momento no hay una competición entre la vieja y la nueva, sino que suele aparecer la nueva por lo general. 

—Antes me dio un apunte de la imaginación, de crear recuerdos falsos. ¿En qué momento es falso si para mí es verdadero?

—No hay recuerdos puros. Todos los recuerdos tienen algo de falso. Todos contienen elementos que no se dieron en la realidad cuando se formó ese recuerdo. Esto es así como una idea básica. Pero es que luego hay recuerdos que son totalmente falsos. Es decir, una persona puede evocar situaciones de su pasado en las cuales recuerda, con todos los componentes que implica un recuerdo como son las imágenes visuales, pero ese recuerdo es falso y tiene las mismas características que un recuerdo veraz, que se ajusta a un acontecimiento que ocurrió y que esa persona vivió. La pregunta que haces es interesante para saber si realmente me ocurrió o es el producto que me han contado, he leído o me he imaginado. No hay manera de saberlo, salvo en aquellos casos en los cuales otras personas también estaban presentes y te pueden corregir.

Hay recuerdos falsos muy famosos como el que nos contó el gran psicólogo y epistemiólogo Jean Piaget. Cuando tenía dos años, lo llevaba su niñera por los Campos Elíseos y un individuo trató de raptarlo. Él lo recuerda perfectamente de adulto, recuerda cada detalle. Pero resulta que cuando ya tenía 15 años este señor, la niñera que ya no estaba en su casa escribe a los padres y les confiesa que toda esa historia fue una invención suya. Es decir, no había ocurrido nada de esto. Sin embargo, de adulto, él sigue teniendo el recuerdo tal cual, se sigue viendo así. Según las última investigaciones, porque esta es una línea de investigación muy reciente, lo que cambia cuando uno se entera de que un recuerdo que ha dado hasta entonces veraz, resulta que no ocurrió y es falso, es la creencia autobiográfica, pero el recuerdo no se modifica en absoluto. Tú lo recuerdas con todos tus componentes, pero ya no te lo crees.

—Esto confirma lo que se suele decir de que una mentira contada mil veces puede llegar a convertirse en realidad. 

—Claro., claro. Nuestro cerebro se guía mucho por la frecuencia. Las cosas repetidas con mucha frecuencia tú te la llegas a crear automáticamente. Aunque lógicamente intervienen otros factores como puede ser la sugestión de la persona. 

—Siempre se dice que a medida que cumplimos años, es inevitable tener peor memoria. Usted considera esto un mito, así lo define en el libro. ¿Por qué?

—El mito sería que a medida que envejecemos, perdemos la memoria hasta que desaparece. La ciencia está demostrando desde hace mucho tiempo que no es cierto que la capacidad de memoria disminuye invariablemente con la edad. Esa idea de que todos, a partir de los 60 o 70 años vamos a empeorar en cuanto a memoria, no es así. Lo primero es que hay que distinguir entre personas sanas cuando tengan 80 o 100 años y personas con una salud precaria, y ya no digamos enfermedades neurodegenerativas. Naturalmente, todos los planteamientos que hago sobre el envejecimiento no son siempre desde una perspectiva de la salud, no entro en la patología de la memoria. Lo que está comprobado es que el envejecimiento como tal no es el responsable del déficit de la memoria, ni de los déficit cognitivos como tal que se le atribuyen al envejecimiento. Cuando hay una pérdida considerable de memoria, eso es el resultado del recorrido de toda la vida de esa persona. Este es un planteamiento de todo el ciclo vital que es muy interesante, porque le quita al envejecimiento una serie de atribuciones erróneas.

—¿Hay unos tipos de memoria más vulnerables?

—Sí, de los diferentes sistemas de memoria, los más vulnerables son solamente dos: uno que es la memoria a largo plazo, la memoria episódica, que forma parte de la memoria autobiográfica; y la memoria a corto plazo u operativa, también llamada la memoria de trabajo. Los otros no se alteran nada. Y solo se alteran en personas que tienen una serie de factores nocivos y que, cuando llegan a esa edad, se manifiesta con otras muchas alteraciones. Pero la vejez como tal no es el factor que explicaría la pérdida de memoria en algunas personas sanas. 

—¿Qué consejo proporcionaría para cuidar nuestra memoria?

Existen una serie de consejos que se vienen manejando desde hace años acerca del estilo de vida. Ahí está la clave de todo. Existen una serie de factores concretos que generan en el cerebro una serie de recursos, conocidos como la reserva cerebral y cognitiva, que siempre es una salvaguarda frente a los posibles deterioros del envejecimiento. Uno de los factores que aumenta la reserva para defenderse o amartiguar el deterioro es el nivel de estudios. Esto es así, se han hecho muchos estudios en el ámbito de la neurociencia. Se observa que las personas con niveles de estudios superiores tienen una serie de diferencias en la estructura, ya no solo en la función. Por ejemplo, la materia gris tiene mayor grosor y hay un mayor número de conexiones neuronales. El trabajo es otro, la profesión que se tiene; así como la dieta, la actividad física y las relaciones sociales.

Cuando hablamos de trabajo influye muchísimo lo que se conoce como trabajo mental, por eso desde hace muchos años, incluso intuitivamente, se aconsejaba a las personas que empezaban a tener algún problema, ejercitar más la memoria. Sobre el ejercicio físico, antes se decía que era muy sano intuitivamente, pero no se sabía dónde estaba la conexión entre el ejercicio físico y el mantenimiento de una buena memoria en la edad avanzada de las personas. Nos los hizo saber Eric Kandel, Premio Nobel en Fisiología, que se dedicó a estudiar la neurobiología de la memoria. Hace unos años, en Madrid, dio una conferencia que se centró en el papel de una hormona, la osteocalcina, que en su laboratorio trabajando con animales se vio cómo mejoraba la memoria. Se genera en el momento en el que nuestro cuerpo entra en actividad. Esta tiene una serie de propiedades, entre ellas, que puede atravesar la barrera hematoencefálica y va al sistema hipocampal. Ahí ya hay una serie de vínculos bioquímicos y mejora la memoria. La mantiene en forma. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.