David del Rosario, investigador: «Somos expertos pensadores, pero somos pésimos vividores»

Cinthya Martínez Lorenzo
CINTHYA MARTÍNEZ LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

David del Rosario es investigador en neurociencias.
David del Rosario es investigador en neurociencias.

El experto considera que intentar gestionar las emociones en lugar de sentirlas es una «burrada humana»

23 feb 2024 . Actualizado a las 14:28 h.

David del Rosario es investigador en neurociencias y profesor universitario. Es autor del bestseller El libro que tu cerebro no quiere leer y de La biología del presente, coescrito con Sergi Torres. Ahora se le suma otro: Tú has escrito este libro. Neurociencia aplicada al día a día para tu bienestar (Diana, 2024). «Dedico mi vida a investigar cómo nos afecta la manera de relacionarnos con nuestros pensamientos y emociones, acompañando a miles de personas a vivir una vida coherente con la forma de funcionar de su cerebro», indica él mismo. 

—¿Nuestro cerebro nos sabotea?

—Totalmente. A nuestro cerebro no le importa la verdad, sino la coherencia. Está diseñado para imaginar el mundo más que para verlo. Sin embargo, nosotros nos comportamos como si nuestro cerebro fuera una máquina capaz de representarnos la realidad y terminamos haciendo burradas humanas. 

—¿Cómo cuáles?

 —Creyendo que aquello que pienso es mejor que lo que tú piensas o intentando gestionar las emociones en lugar de sentirlas. Terminamos intentando hacer un pensamiento «más positivo» cuando este no es más que una propuesta que nuestro cerebro lanza en una situación de vida. Esto ocurre porque aún intentando hacerlo lo mejor posible, no nos hemos parado mientras llevábamos los niños al colegio, entre ir a trabajar o ir a la compra, a observar cómo es mi relación con el pensamiento. Qué cosas estoy pensando. Cómo es mi relación con las emociones. Estamos todo el tiempo obsesionados con lo positivo, hay como una adicción: «Quiero sentirme o pensar positivo». Cuando empiezas a mirar esta posibilidad desde el punto de vista de la neurociencia descubres que no tiene mucho sentido. 

—¿Por qué?

—Nuestro cerebro piensa con la misma naturalidad que nuestro corazón bombea sangre o los pulmones aire. Es decir, es su función pensar.  Nosotros no podemos controlar el pensamiento, pero sí la atención. Lo que nos permite es controlar el foco acerca de lo que yo pienso. Imagínate que esta mañana estaba en el médico mirando si me ha llegado algún correo de la agenda de medios que tenía programada para hoy. Enfoco mi atención en el correo, de repente veo la entrevista en la agenda y digo: «Qué guay, una entrevista». Empiezo a sentir una emoción coherente con eso. Pero de repente quito mi atención del móvil, la pongo en un señor que está esperando conmigo en la sala y me doy cuenta de que tiene un sombrero que se parecía a uno que tenía mi abuelo. Mi cerebro se ha ido completamente de ahí y ha generado otra propuesta neuronal: mira ese gorro se parece al de tu abuelo. No puedo elegir lo que mi cerebro piensa acerca del sombrero, pero sí que puedo decidir que piense sobre ese hombre dirigiendo mi atención hacia él o devolver la atención al móvil y que me siga proponiendo pensamientos sobre las entrevistas. 

—¿Cómo me relaciono yo con el pensamiento que genere mi cerebro?

—Si por ejemplo yo termino esta entrevista y digo: «Uf, no estoy muy satisfecho», con ese pensamiento tengo dos opciones. Uno, reconocer que es una posibilidad que la entrevista saliera mal; reconocer mi ignorancia. Me ha pasado muchas veces decir: «Qué mal me ha salido, qué cansado estaba» y luego pararte gente por la calle para decirte lo mucho que le ha gustado. En realidad tú piensas: «¿Vemos  mundos diferentes o qué?». Y sí, vemos mundos diferentes. Vemos mundos que son coherentes con nuestro pensamiento. 

—Sin embargo, no nos comportamos así.

—Nos comportamos como si la realidad fuera como pensamos. Y decimos: «Esto ha sido una mala entrevista porque mira lo que siento». Considero sentir como la prueba irrefutable de que eso es verdad, cuando no es así. Si empiezo a ver lo que siento como un indicador de lo que pienso, descubriré que el pensamiento «esta entrevista es una mierda», no es útil en este momento. Y por lo tanto, no lo usaré. Eso que yo he hecho es ser honesto. Es reconocer que aquello que estoy pensando o sintiendo está conectado, que aquello que siento no me dice si lo que pienso es verdad, simplemente me dice si es útil para este momento. Puedo dejar de usar ese pensamiento y liberarme de él. ¿Qué sucede? Que vendrá otro pensamiento. No pasa nada. La función del cerebro es pensar. Pero no importa tanto qué pensamiento vendrá sino cómo te vas a relacionar con él, esa es la clave.

—¿Por qué nuestro cerebro lleva mejor quedar tercero que segundo en una competición?

—En el mundo de la bata blanca, a esto le llamamos pensamiento contrafáctico. Fuera de usar palabras rimbombantes como para parecer que sabemos mucho, esto viene a decir que nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla. Es decir, una cosa es la vida pensada: saber que la medalla de oro es mejor que la de plata y la de plata mejor que la de bronce. Y otra cosa es la vida vivida. Si quedo primero, mi cerebro hace una de sus funciones, lanzar un pensamiento y decir que, después de todo el esfuerzo, lo has conseguido. Después empiezo a sentir una sensación conforme a ese pensamiento que he tenido, pensaciones. En cambio, si gano la medalla de plata, mi cerebro lanza el pensamiento de que he estado a punto de llevarme el oro. Contiene trazas de rabia, es un pensamiento agridulce. No está mal, pero tampoco siento la euforia que me imaginaba que iba a sentir quedando segundo. Si te llegan a decir una semana antes que vas a quedar segundo, estás maravillado: ¿dónde hay que firmar?

—¿Y qué sucede cuando quedas tercero?

—Tu cerebro te lanza pensamientos del tipo: «He estado a punto de quedarme fuera del podio y ni siquiera subir». Sensación de alivio. ¿Te suena el: «Si tengo salud, un buen trabajo, pareja, ¿seré feliz? Pues seguramente no. Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla. Somos expertos pensadores, pero somos pésimos vividores porque nos quedamos todo el tiempo planificando y luego no corremos la carrera. Nos quedamos mucho atascados en el pensamiento y a veces se nos olvida vivir. Este experimento es como una reinvindicación de esa idea. 

—Ahora es inevitable no preguntar cómo dar ese paso: dejar de pensar la vida y vivirla. 

—Fíjate lo sintomático que es que los seres humanos estamos vivos y sostenidos por la vida. Me refiero, la vida es un proceso inteligente y autodirigido. Yo ahora mismo no me estoy preocupando porque mi corazón lata exactamente al ritmo que mi organismo necesita, pero como deje de hacerlo me voy al hoyo. Vivimos tan encerrados en nuestro pequeño mundo, en nuestra pequeña realidad individual, que no nos damos cuenta que formamos parte de algo mucho más grande. Nos hacemos preguntas de este tipo y es normal, todo el mundo debería de hacerse estas preguntas para darse cuenta de que urge vivir. Pero cuando un organismo vivo se pregunta cómo vivir, ahí hay algo muy extraño. Necesito un plan racional que me diga cómo tengo que vivir la vida para vivir... Es absurdo. 

—Vivir con estrés. ¿Cómo influye en nuestra salud?

El estrés es el causante del 70 % de visitas al médico de cabecera. Pero no el que se puede generar en un momento concreto, sino hacerlo una forma de vida. Es decir, nuestro cuerpo está completamente preparado para entrar en ese modo de respuesta de lucha e huida, esa biología del estrés. El problema es cuando vivimos en ese estado. Vamos enlazando pequeños episodios estresantes que hacen que, a nivel de biología, los glucocorticoides, cortisol, adrenalina y noradrenalina se encuentren elevados. Eso hace que en mi organismo exista una redistribución de energía. Estamos más preocupados por cosas inmediatas, por salvar el pellejo, más que por mantener la salud y la homeostasis en el organismo. Es decir, los procesos se detienen y se ponen bajo mínimos y nuestro cuerpo se prepara para luchar contra ese tigre o ese león que vive en nuestra imaginación. La gran mayoría de estímulos que activan la respuesta de lucha o huida en el ser humano occidental actual, es el pensamiento.

—¿Cómo revertir esto?

—Si la primera fuente de luchas e huidas innecesarias son los pensamientos inútiles, lo mejor que podemos hacer es empezar a poner atención ahí. Aquí vienen un poco todas las preguntas que hemos ido viendo a lo largo de esta entrevista: ¿qué es un pensamiento? Solo una posibilidad que mi cerebro lanza en cada situación de vida y que lo construye dejando a un lado el 99,5 % de información. Cuando empiezas a descubrir que un pensamiento solo es una posibilidad puedes asumir tu ignorancia. Eso pone el pensamiento en el lugar que le corresponde. Por tanto, la probabilidad de que eso active una respuesta de lucha e huida innecesaria, disminuye. Es ser honestos y comportarnos de manera coherente con cómo funcionamos. Solo eso. No te promete más felicidad ni un novio nuevo, ni un trabajo, simplemente honrar a la vida. Comportarme a una manera coherente a cómo mi cerebro está diseñado. Quizás la felicidad está más en el vivir y no tanto en el pensar. 

—¿Qué es exactamente el «yo obeso»?

—Llegué a él durante un experimento en el que intentaba ver cómo ciertas imágenes afectivas nos afectaban. Por ejemplo, la imagen de un niño desnutrido suele generar malestar en la gente. Esto podría ser un ejemplo de una imagen afectiva. O el perro de Scottex, que dices: «Qué tierno». Es una sensación afectiva que te genera una sensación de bienestar. Me di cuenta de que las personas reaccionaban de una manera totalmente desmesurada cuando le ponías una imagen que tenía que ver con su coche o abuela; frente a una abuela y un coche genérico. Empecé a darme cuenta que para nuestro cerebro cuando algo atenta a mi perro, mi abuelita o mi coche, es como si estuviera atentando contra él mismo. No había una diferencia entre el dolor físico y el dolor que  le ocasionaban esas cosas que para mi cerebro, están dentro de mi yo. Para explicar y divulgar me inventé el nombre de yo obeso. Son las cosas en las que más conciencia tenemos que poner porque las emociones que nos generan son muy intensas. Todos entendemos que el pensamiento está muy bien. Y que las emociones son coherentes con todo esto. Sí, pero como le pase algo a mi abuela o me hayan robado el dinero del banco, no me vengas con historias. Conocer cómo funcionamos en ese sentido lo único que nos hace ver es que no está pasando nada malo en tu vida. Puedes relajarte. Necesitamos dejar de pensar la vida y comenzar a vivirla. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.