Mi vida con TOC o cómo ser esclava del número tres

TESTIMONIO ANÓNIMO LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

 El Trastorno Obsesivo Compulsivo es uno de los trastornos de ansiedad más comunes en nuestra sociedad. La Organización Mundial de la Salud lo incluye entre las 20 primeras enfermedades discapacitantes
El Trastorno Obsesivo Compulsivo es uno de los trastornos de ansiedad más comunes en nuestra sociedad. La Organización Mundial de la Salud lo incluye entre las 20 primeras enfermedades discapacitantes LA VOZ DE LA SALUD

Tengo 38 años, altas capacidades y puedo decir que convivo con el TOC desde niña. Según la OMS, el TOC es uno de los trastornos más incapacitantes que existen

14 sep 2022 . Actualizado a las 10:39 h.

En este relato no voy a usar mi nombre real. Y no se trata de una cuestión de vergüenza. A mí no me da vergüenza tener TOC y menos decirlo. Lo que sucede es que, desde hace unos años, ya no digo que tengo Trastorno Obsesivo Compulsivo a la ligera, y menos en mi ambiente laboral. He dejado de contarlo después de una escena que viví hace tiempo.

Para mí el TOC forma parte de mi vida. Y sí, soy una de esas afortunadas que puede decir que este trastorno condiciona mi día a día en parcelas muy concretas. Si dejé de contarlo, de pronunciar ante cualquier de situación cotidiana ese «ah, es que yo tengo TOC», fue porque me sentí juzgada cuando lo dije delante del que era mi jefe. A pesar de que a ambos nos separaba un abismo laboral en cuanto a cargo y experiencia, manejábamos un alto nivel de confianza. ¿Qué sucedió? Pues que no lo entendió. No entendió qué le estaba diciendo y me juzgó. Su comportamiento me lo confirmó. Que le hubiese dicho con normalidad y a la cara que tenía Trastorno Obsesivo Compulsivo hizo que cambiase su opinión sobre mí. Modificó las tareas que me asignaba e incluso empezó a usarlo como una excusa cuando cometía algún fallo que podría haber protagonizado cualquier otro miembro del equipo. En definitiva, me retiró su confianza porque algo raro me pasaba.

Tengo 38 años, altas capacidades y puedo decir que convivo con el TOC desde niña. Yo pasé de ser aquella enana inquieta que desbordaba emociones cuando no conseguía saltar de baldosa en baldosa al caminar por la calle a una adolescente con una serie de rutinas imposibles de soportar -y también de entender- para el resto. Dar saltos, querer sortear los pasos de cebra solo pisando las líneas blancas -cosa que aún a veces me permito-, alinear cualquier objeto hasta el extremo o sumar los números de las matrículas de los coches no pasaban de la anécdota. El problema llegó cuando a los 14 años esas mal llamadas manías se convirtieron en rituales que me atrapaban durante minutos e incluso horas. ¿Qué hacía? Simplemente repetía acciones. Ahí fue cuando entró en juego el número de mi vida y ese número es el tres.

El TOC que tengo es de repetición, pero hay otros tipos: personas que tienen obsesión con la limpieza, miedo al contagio, necesidad de comprobar en todo momento que han apagado, por ejemplo, la luz, cerrado el coche o desenchufado la plancha. Con todo esto, no me las quiero dar de experta, pero sí he aprendido mucho en los últimos años. Mi TOC es de esos de repetir y repetir, de ahí lo del tres. Y no, para nada es mi número favorito. No lo soporto. Puedo vivir dando tres golpecitos en mi mesa de trabajo de forma tan ágil que nadie puede detectarlo. Enciendo y apago el interruptor de la luz tres veces. En muchas ocasiones ni lo acciono. Simplemente lo toco tres veces. Y como eso, innumerables cuestiones: abrir y cerrar la cartera tres veces, apagar y encender la tele tres veces, tocar un enchufe tres veces... ¿Qué sentido tiene? Pues ninguno. En una ocasión, una persona con la que conviví observó, sin ser yo consciente, cómo hacía el gesto de abrir y cerrar una puerta. Estábamos en casa y yo nunca le había contado nada de esto. Se quedó perplejo. Ni siquiera abría la puerta, solo hacía el gesto con el picaporte. Ahí me decidí a contárselo de la forma más honesta que sé. No sé por qué lo hago. Solo sé que lo hago y, mientras estoy en ello, mi cerebro me está diciendo: esto que haces no tiene ningún sentido. Y es que ahí está el truco, si así se le puede llamar, del TOC. Tu cerebro no se desconecta en ningún momento. Y a la vez que te dice, «haz esto tres veces», te está diciendo «estás chalada. Tienes que parar esto». Yo he conseguido parar muchas veces estas repeticiones. Con mucha fuerza de voluntad, eso sí. También reconozco que no es la primera vez que me meto en la cama siendo consciente de que detuve la repetición de tocar un objeto y a los pocos minutos he tenido que levantarme y hacerlo.

Sé que, con todo, soy una afortunada. El TOC no condiciona mi vida más que en esos episodios concretos en los que suelo estar sola. Mi entorno más cercano lo sabe y sabe también que no soy una persona incapaz. Saben, eso sí, que me manejo en unos altos niveles de ansiedad y que mis emociones no conocen la escala de grises. Soy nerviosa e impulsiva, aunque los demás podrían decir, desde fuera, que soy un ejemplo de sangre fría para las crisis o los problemas de otros. Sí, todo es un disfraz.

La etapa más dura de mi TOC, la que me hizo conocerme de verdad, la pasé en mi adolescencia. Fue el momento en el que empecé a entender tan bien por qué hay personas incapacitadas. También por qué son unas incomprendidas y muchas veces ridiculizadas. ¿Por qué las entiendo? Porque hubo una etapa en mi vida en la que me sentí incapaz debido a un proceso que realizaba todas las noches. Todo empezaba antes de dormir. Tenía un ritual tan interiorizado que aún lo recuerdo. Entraba en el baño y tocaba tres azulejos de la pared. Siempre los mismos. Abría y cerraba el grifo del lavabo tres veces y me lavaba las manos con golpecitos también por tres (que, por cierto, aún mantengo). A la hora de cortar el papel higiénico, tenía que hacerlo en tres partes perfectas y también le daba tres golpecitos al portarrollos. Todo ello para volver a lavarme las manos de la misma forma, para volver a tocar los mismos tres azulejos, para apagar y encender tres veces la luz y para cerrar y abrir la puerta otras tres veces. A la hora de meterme en la cama también tenía una forma muy concreta de hacerlo, como un gesto con el cuerpo, e incluso una forma de taparme con las sábanas. Todo este proceso podía llevarme media hora, sin exagerar. ¿Por qué? Porque todo tenía que hacerlo del tirón y de esa forma que para mí era perfecta. ¿Qué pasaba si algo fallaba? Pues que tenía que volver a empezar desde el principio. Eso alarmó a mi familia. En concreto a mi hermano, que muchas veces fue consciente a ese extraño ritual. En primer lugar, se cansó de preguntarme: «¿qué haces?» Hasta que un día ya tomó el mando para decirme: «tenemos un problema». El problema de toda aquella repetición era que no podía parar. No podía hacerlo de otra forma y, cualquier mínimo fallo, me provocaba un nivel de ansiedad brutal.

Creo que todo el mundo puede entender qué es una obsesión, pero si ese pensamiento te acompaña siempre, pasas al segundo capítulo: la compulsión. La conducta se repite, canalizas la obsesión. Si lo haces bien, todo estará bien. Bajo esa simple fórmula, no puedes dejar de repetir todo eso que se te ha anclado en el cerebro. Según la OMS, el TOC es uno de los trastornos más incapacitantes que existen porque, al margen de todas las bromas que genera, hay muchas personas con graves problemas. Ansiedad, depresiones e incluso incapacidad para salir de casa.

La pandemia no ha sido de gran ayuda pero, si algo ha cambiado, ha sido empezar a hablar de la salud mental con menos reparos y muchos menos prejuicios. Como esto va sobre mí, y si han llegado hasta aquí les interesa, se preguntarán qué ha pasado con mi TOC en estos dos años en los que el mundo se puso al revés. Pues bien, mi trastorno tiene ahora un nuevo amigo. Se llama gel hidroalcóholico. Qué tentación más perfecta para lavarse las manos en cualquier sitio...y sí, siempre siguiendo el ritual del tres. Al margen de este comentario absurdo, en estos tiempos en los que hablamos más de la ansiedad y la depresión, estaría bien hablar del TOC de otra forma. Sí, yo tengo TOC y no me avergüenzo. Y eso que muchas veces somos objeto de mofa. La mayoría de la gente no nos entiende y, sobre todo, no saben de qué hablan. Yo soy partidaria de las bromas porque creo que normalizan, pero mucho ojo porque hay personas atrapadas y que ni siquiera sospechan que lo que les pasa tiene un nombre. Los números lo dicen claro: podría haber un millón de españoles con TOC. Y para muchos, les aseguro que es un tormento.

El TOC se trata gracias al consejo de profesionales; también con fármacos y con terapia. Cada caso es un mundo, pero lo más importante es darlo a conocer. Porque no, no estamos locos. Y sí, cuando acabe de escribir esto, recogeré mi mesa de trabajo, haciendo todos los movimientos multiplicados por tres. Mis compañeros se darán cuenta del ruido que hago. De que muchas veces me quedo atrapada introduciendo y sacando objetos del bolso tres veces pero, cómo mucho, me dirán esa frase clásica. La que más he escuchado en mi vida: «¿Qué haces?».