Si no tienes miedo puede que tu cerebro no funcione con normalidad

ENFERMEDADES

El miedo es una reacción de nuestro sistema simpático que prepara a nuestro cuerpo para la lucha o para la huída.
El miedo es una reacción de nuestro sistema simpático que prepara a nuestro cuerpo para la lucha o para la huída. La Voz de la Salud

El miedo es una respuesta del cuerpo para sobrevivir, pero puede ser también un problema para nuestro día a día. ¿Sería mejor vivir sin él?, ¿compensa experimentar pánico?

02 nov 2022 . Actualizado a las 19:06 h.

¿Qué sienten cuando tienen miedo? ¿Son capaces de notar cómo aumenta su ritmo cardíaco al sentirse amenazados?, ¿cómo les empiezan a sudar las manos? Es una respuesta de lo más primitiva que genera nuestro cerebro, preparando a nuestro cuerpo para la huida o la pelea. En definitiva, para la supervivencia. Taquicardias, sudoración, visión en túnel... Una serie de reacciones fisiológicas asociadas a momentos de estrés o pánico. También cansancio. Tener miedo es agotador. Pero necesario.

El culpable de que nos comportemos así ante determinados acontecimientos es nuestro sistema simpático, coordinado por nuestro cerebro y encargado de desencadenar en nosotros un estado de alerta. Cuando tenemos miedo, nuestra parte más primaria es la que toma el mando. 

Todos hemos sentido miedo alguna vez, ¿no? Pues no. Existen casos documentados de personas que son incapaces de sentir miedo. ¡Qué afortunados! O quizás no tanto. Buceemos en qué supone una vida sin ser capaces de experimentar una de las sensaciones más básicas del reino animal: el miedo.

El miedo vive en la amígdala

La amígdala cerebral (esta no está en la garganta y tampoco se extirpa) es una parte de nuestro cerebro localizada en el lóbulo temporal encargada de gestionar nuestras emociones. Se trata de una estructura subcortical, por lo que está en una parte muy «profunda» de nuestro cerebro. Su ubicación hace que todavía guarde muchos misterios, ya que es muy difícil acceder a ella sin métodos invasivos. 

Cuando decimos que la amígdala es una estructura subcortical, queremos decir que se localiza debajo de la corteza cerebral. Si la amígdala es una zona recóndita en cualquier ser vivo, lo es todavía más en los seres humanos, ya que somos la especie que más desarrollado tiene el córtex. En esta corteza cerebral, la parte más superficial y la más reciente evolutivamente es la neocorteza o neocórtex, encargada de las funciones más sofisticadas de nuestra especie como el habla, la motricidad, el control espacial, la percepción sensorial o los pensamientos. Es decir, de nuestra parte más racional. Imagínense lo difícil y delicado que es hurgar bajo funciones tan importantes. En definitiva, si la amígdala activa el miedo, el neocórtex es quien nos dice que «no es para tanto». 

Cuando estamos alegres, asustados, excitados o sorprendidos es culpa de la amígdala.

Pese a su profundidad, sí sabemos que la amígdala se encarga de los procesos emocionales. Cuando estamos alegres, asustados, excitados, sorprendidos, etc., es culpa de la amígdala. También conocemos que mantiene una relación estrecha con el hipocampo y se están estudiando sus conexiones y los circuitos que comparten. Si la amígdala genera emoción, el hipocampo se ocupa de los procesos de memoria y aprendizaje. Y hay evidencias de que ambas zonas (hipocampo y amígdala) trabajan juntas para asociar, por ejemplo, un recuerdo al miedo.

Supongamos que hemos visto a un animal ser devorado por un león. Nuestro hipocampo recordará que el león puede comerte y la amígdala asociará a ese recuerdo una emoción. En principio, el miedo. Pocos disfrutarían siendo la merienda de un gran felino.

Nuestro cerebro y el miedo

Amígdala: es una estructura subcortical del cerebro que se encarga de generar emociones (del miedo a la alegría). Se sitúa en el lóbulo temporal.

Hipocampo: Estructura del cerebro anexa a la amígdala (lóbulo temporal) encargada de los procesos de aprendizaje y memoria.

Neocórtex: Es la parte más desarrollada evolutivamente de nuestra corteza cerebral encargada del raciocinio. Es la parte más superficial del cerebro.

En ocasiones el miedo es un estorbo. Nos lastra en nuestra vida. «Ojalá no tuviese tanto miedo» se habrán dicho alguna vez. Juguemos, pues. Si les diesen la oportunidad de no volver a sentir miedo nunca más, ¿aceptarían? Os lo hemos preguntado a través de Twitter. En nuestra encuesta, recibimos un total de 271 votos. El 54,2 % de la gente se inclinó por el no. Pero más de un 45 % aceptaría eliminar esa emoción para siempre de sus experiencias. ¿Hubiesen hecho un buen negocio?

¿Cómo se comportarían frente a una caída de diez segundos al vacío?, el extraño cerebro del mejor escalador sin cuerda del mundo

El cerebro de Alex Honnold llamó la atención de la neurociencia en el año 2014. No era para menos. Honnold es el mejor escalador en solitario libre del mundo, una disciplina aterradora que consiste en ascender gigantescos desfiladeros sin ningún tipo de protección. Ni cuerdas ni arneses, solo las manos agarradas a grietas de apenas unos centímetros de tamaño que marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Es difícil no estremecerse viendo las imágenes de sus escaladas.

Honnold ya era un gran reclamo (había protagonizado anuncios para BMW, Citibank y había sido portada de National Geographic) cuando, durante una conferencia en Washington, una neurobióloga se acercó a hablar con él. Quería estudiar su cerebro y entender cómo una persona puede enfrentarse a escaladas suicidas sin caer presa del pánico. La pregunta que rondaba a la científica era clara: ¿Era Honnold incapaz de sentir miedo? ¿Había algo en su amígdala fuera de lo común?

En el 2016 comenzaron los estudios en una máquina de resonancia magnética funcional en la Universidad de Carolina del Sur (USC). La neuroimagen reveló que el escalador no era un prodigio de la naturaleza, tenía amígdala como el resto de los humanos y funcionaba de manera aparentemente normal. Su cerebro estaba sano. Pero los investigadores asumieron que «sano» no era sinónimo de normal y siguieron buscando. ¿Por qué su neocórtex era capaz de gestionar el miedo de una manera tan poderosa?, ¿por qué, donde cualquiera entraría en pánico, para Honnold era un día más en la oficina?

Tocaba seguir indagando en su sistema límbico (del que la amígdala forma parte). Y, ¡eureka! Las pruebas constataron que el cerebro de Honnold era extraordinario. Su sistema de recompensa cerebral jugaba en otra Liga y se vio cómo necesitaba retos mayúsculos para secretar dopamina. Se compararon sus reacciones con otros escaladores de su misma disciplina en situaciones de riesgo similar. En palabras de los propios investigadores, las imágenes cerebrales de los escaladores medios parecían un «árbol de Navidad» cuando eran expuestos a estímulos, mientras que el de Honnold era una foto en blanco y negro. Si no fuese por sus reacciones a los impactos visuales, apenas podría confirmarse que estaba despierto. Los resultados fueron llevados a un extenso artículo científico en la revista Nautilus.

La pregunta que deberían hacerse es la siguiente, ¿es Alex Honnold un afortunado? ¿Envidian lo que debe de experimentar mientras asciende una gigante pared rocosa en una disciplina tan espectacular como la escalada libre en solitario? El deportista estadounidense reconoció, que en muchas de sus escaladas, ha dejado de sentir esa emoción que sentía al principio. «No me llenan tanto como espero. La gente espera que este tipo de ascensos me generen una gran sensación de euforia. Pero yo siento exactamente lo contrario», reconoció Honnold. Solo un par de dedos agarrados a un saliente separan a este cerebro de una muerte segura. Pero para Honnold ya no es suficiente.

No es ficción, es realidad: el fascinante caso de la misteriosa «SM»

De entre todas las películas que se hicieron de los cómics de Astérix y Obélix, quizás la más famosa sea «Las doce pruebas de Astérix». La cinta vio la luz en 1976, pero se trata un auténtico clásico imperecedero. La película contenía una escena en la que Astérix y Obélix debían pasar una noche en «la llanura de los muertos», un descampado próximo a Roma en el que los dos galos tenían que pernoctar antes de reunirse con Julio César. Todos los que habían pasado la noche en aquella llanura habían fallecido de terror debido a las apariciones de los espíritus de legionarios romanos muertos en combate. Los fantasmas se dedicaban a infundir miedo hasta la muerte.

Pero nada atemorizó al pequeño galo, inmune al pánico. «No hemos podido dormir. Si quieres aparecer, será mejor que aparezcas mañana», abroncaba un enfadadísimo Astérix al líder de los espíritus. No es ningún secreto que Astérix y Obélix solo tenían miedo a que se les cayese el cielo encima. 

La escena es una pequeña obra de arte humorística, pero es pura fantasía. No tiene nada de real. Todo lo contrario de lo que le se encontraron Justin S. Feinstein y su equipo de la universidad de Iowa y que acabó derivando, en el año 2010, en su estudio «La amígdala humana y la inducción y la experiencia del miedo». Vamos a presentarles a SM.

SM era una mujer de 44 años con la que Feinstein se encontró. Presentaba daños bilaterales en la amígdala de su cerebro como consecuencia de la enfermedad de Urbach-Wiethe, una dolencia genética muy poco frecuente. Los investigadores descubrieron a través de una serie de pruebas algo realmente sorprendente. ¡SM era incapaz de sentir miedo o de interpretar las señales de peligro! Y dirán: «Eso de no sentir miedo debe de hacerte mucho más feliz...» Bueno, vistos los resultados, quizás no esté tan mal que el terror invada nuestro cuerpo de cuando en cuando.

Un experimento fascinante

Las pruebas a las que la sometieron a SM para comprobar si su ausencia de miedo era una realidad tienen miga. Pese a que, antes de comenzar el estudio, SM había reconocido «odiar» a las arañas y las serpientes, los científicos querían ponerla a prueba. Por eso la llevaron a una tienda de animales exóticos, donde SM se dedicó a meter la mano en todos los terrarios para acariciar a los animales. Cuenta el estudio que SM preguntó quince veces diferentes si podía tocar a la serpiente más grande de todo el comercio (pese a que el empleado se encargó de repetirle que el reptil era demasiado peligroso y que podría morderla). Hubo que detenerla cuando también quiso manosear a una tarántula por el peligro de que le inyectase su veneno. Al salir de la tienda, los científicos preguntaron a SM por qué se había comportado así y lo único que respondió fue que sentía «curiosidad».

Tras la experiencia en la tienda de animales, el equipo de investigadores de Iowa llevó a SM a una casa encantada (una especia de tren de la bruja a la americana, es decir, a lo grande). La única persona que reconoció sentir miedo tras la visita fue uno de los actores que ejercían de monstruos después de que SM le diese un golpe porque «sentía curiosidad» por saber cómo sería tocarlo.

SM tampoco supo mostrar miedo durante el visionado de una serie de películas de terror que se proyectaron durante el experimento. Nada. Sin embargo sí mostró los sentimientos adecuados ante otras películas que se proyectaron como la risa ante la comedia o el disgusto ante las cintas dramáticas.

Si los resultados del estudio estaban siendo ya fascinantes, no lo era menos el historial vital de la paciente. SM se había enfrentado a lo largo de su vida a situaciones aterradoras y traumáticas (aterradoras y traumáticas para alguien capaz de sentir miedo). Su residencia estaba situada en un barrio conflictivo con altos índices de criminalidad y a lo largo de los años había sido: amenazada con un cuchillo, apuntada con un arma, atacada por una mujer que le doblaba el tamaño, había estado a punto de morir víctima de la violencia machista y en más de una ocasión había sido amenazada de muerte. La policía corroboró a los científicos incrédulos todos estos datos. No es que tuviese mala suerte (que también), es que SM mostraba una gran dificultad para detectar amenazas y evitar situaciones peligrosas. Simplemente, su cerebro, no sabía interpretarlo. Su caso sigue siendo, a día de hoy, uno de los estudios más famosos sobre la amígdala y la incapacidad de sentir miedo.

Visto esto, vivir con miedo no está tan mal.

Una parada en el Nueva York de 1996

En España, un grupo de científicos también buscan construir el manual de instrucciones del miedo. ¿Es el miedo una sensación racional? ¿Siempre que sentimos pánico lo hacemos por una razón? ¿Es siempre lógico? Son preguntas que la neurociencia se lleva formulando décadas, pero para seguir avanzando debemos tomar primero un vuelo transoceánico hacia Estados Unidos.

En el año 1996, Joseph Ledoux publicaba su obra «El cerebro emocional». En ella, el neurocientífico aventuraba que existía una vía rápida de información a través de la vista que llegaba a la amígdala sin pasar por la corteza cerebral. Es decir, nuestros ojos decidían que debíamos sentir terror saltándose el peaje del raciocinio (el neocórtex). En definitiva, a nuestro cerebro no le haría falta procesar el miedo, sino que sabría reconocerlo a través de un sistema más primitivo, pero también más rápido. Y sabemos que unos segundos ante una situación de peligro pueden ser vitales.

Un estudio único realizado en España

Como hemos dicho, la localización de la amígdala en nuestro cerebro hace muy complicado su estudio sin técnicas invasivas (con el riesgo que estas suponen). La principal herramienta de la neurociencia para desentrañar sus misterios es la resonancia magnética, que permite medir qué zonas se activan del cerebro ante determinados estímulos. Pero buscamos hilar más fino. ¿Cómo podríamos obtener información más precisa sobre ella? ¿Cómo conocer mejor el procesamiento del miedo? Preguntas para las que un grupo de científicos en España abrieron un camino en busca de la respuesta.

«Llevo casi 20 años trabajando en las relaciones entre la amígdala y las emociones con resonancia funcional», explica Bryan Strange, director del laboratorio de neurociencia clínica de la Universidad Politécnica de Madrid: «Al principio, todo empezó en pacientes con lesiones. Aquel famoso trabajo de SM. Fue el inicio de las investigaciones sobre los problemas para reconocer el miedo en pacientes con lesiones en la amígdala. Se trabajó con estudios de resonancia funcional, mostrando las reacciones de la amígdala a fotografías de caras de miedo frente a imágenes de caras neutras».

Strange, junto al doctor Antonio Gil-Nagel Rein, director del programa de epilepsia (unidad de neurología) del Hospital Ruber Internacional, quisieron bucear bajo la corteza cerebral para recorrer esos circuitos que acaban derivando en lo que conocemos como miedo. Y lo hicieron de una manera muy inteligente.

«La teoría  de Ledoux está basada en que hay sistemas de visión o de percepción filogenética muy antiguos. Unos nodos dentro del cerebro que tienen funciones muy parecidas a la corteza. Se trata de unos núcleos pequeños llamados colículos superiores y que tienen un papel importante en la visión, dirigiendo los ojos hacia algo sobresaliente en el mundo sin tener que pasar por la corteza visual, aunque sea solo la información más cruda», detalla el neurocientífico.

Strange y Gil-Nagel, junto al resto de su equipo, se pusieron manos a la obra para tratar de demostrar esta teoría. Lo hicieron con la ayuda de un grupo de pacientes de epilepsia. La epilepsia (como el Trastorno del Espectro Autista -TEA- o el estrés postraumático) es una de las enfermedades que puede afectar al correcto funcionamiento de la amígdala cerebral. «Algunos pacientes de epilepsia sí presentan daño en la amígdala y gestionan mal las emociones, pero la gran mayoría no. En ocasiones, la amígdala participa en las crisis generando una gran sensación de pánico. Un miedo intensísimo y que no tiene ninguna causa», explica Gil-Nagel. Resumiendo, mientras la enfermedad de Urbach-Wiethe producía la supresión de la actividad de la amígdala con respecto al miedo, algunos casos de epilepsia la ponen a funcionar de una manera exagerada.

¿Por eso eran interesantes los pacientes de epilepsia para este experimento? No, de hecho a los investigadores les interesaba que sus amígdalas funcionasen de manera correcta. La razón era mucho más práctica. Se eligió a estos pacientes porque tenían implantados electrodos en su cerebro por necesidad clínica (se trataba de pacientes resistentes a los fármacos para los que se busca el foco de su enfermedad). Contar con esos electrodos ya implantados supuso una oportunidad a la hora de registrar actividad eléctrica dentro de la amígdala sin tener que recurrir a métodos invasivos en otras personas.

Imágenes de las caras mostradas durante el estudio. La fila de arriba, caras en frecuencia amplia; en el medio, en alta frecuencia; abajo, en frecuencia baja.
Imágenes de las caras mostradas durante el estudio. La fila de arriba, caras en frecuencia amplia; en el medio, en alta frecuencia; abajo, en frecuencia baja. Antonio Gil-Nagel / Bryan A. Strange

La metodología para comprobar si nuestros ojos son capaces de activar el miedo sin necesidad de que la información pase por el raciocinio consistía en mostrar fotografías a los participantes en el estudio de personas experimentando miedo. Unas fotos estaban más borrosas y otras eran más nítidas. Los investigadores demostraron que las imágenes borrosas (bajas frecuencias) llegaban a la amígdala sin tener que pasar por el neocórtex. Hablando en plata, que el miedo conoce atajos en nuestro cerebro que se escapan a la razón. «En esa vía rápida para activar la amígdala basada vimos que había una respuesta bastante rápida que discriminaba entre caras con miedo y otras emociones. Una respuesta de unos 70 milisegundos, que es muy rápido. Más rápido que el área de corteza visual que procesa caras y que tardaba unos 40 o 50 milisegundos más en mostrar una respuesta», detalla Strange.

 Descifrando el estrés postraumático

Tras este experimento, el departamento de Antonio Gil-Nagel y Bryan Strange se centran ahora en descubrir qué circuitos se esconden tras el estrés postraumático, un problema estrechamente relacionado con la amígdala. 

«Pensamos que las personas que sufren estrés postraumático pueden sufrir un problema en el acoplamiento de la amígdala con el hipocampo para crear memorias emocionales. Un problema en ese circuito que puede ser la base de la enfermedad. No lo sabemos, pero la pregunta es por qué algunas personas que sufren traumas no tienen estrés postraumático y otros sí», adelanta Bryan Strange sobre su próximo reto.

«Las memorias emocionales son las más fuertes y duraderas, cuando te ha pasado algo negativo te acuerdas muy bien. Y el estrés postraumático puede surgir de un aumento descontrolado de ese circuito. Trabajo bastante en esto, y en este segundo trabajo que tenemos con Antonio Gil-Nagel, que está bajo revisión, mostramos cómo funciona ese circuito, cómo se acopla la amígdala al hipocampo cuando se asocian memorias». Un estudio que podría aportar nuevas respuestas a qué se esconde detrás de los trastornos de ansiedad o del estrés postraumático.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.