Pobres, ricos, báscula y salud: ¿por qué importa lo que cobras cuando hablamos de obesidad?

Lucía Cancela
LUCÍA CANCELA LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Se calcula que el sobrepeso y obesidad afectan al 36 y al 17 % de la población, respectivamente, en España.
Se calcula que el sobrepeso y obesidad afectan al 36 y al 17 % de la población, respectivamente, en España. M.MORALEJO

Diversos estudios han puesto de manifiesto que, a medida que baja el nivel socioeconómico de los individuos, aumenta su IMC. Los expertos apuntan hacia varias razones como los trabajos más precarios, menor nivel de formación y menos tiempo dedicado al ejercicio

23 nov 2023 . Actualizado a las 09:58 h.

La obesidad es cosa de pobres, de gente con recursos limitados. De personas con un bajo nivel socioeconómico, con trabajos precarios y de un menor nivel educativo. ¿Significa esto que solo los ricos pueden estar delgados? No, pero los datos muestran que lo tienen más fácil. Existe una asociación inversa entre el nivel socioeconómico y la prevalencia de obesidad, de forma que, aquellos con un menor poder adquisitivo son más vulnerables. «Hay multitud de estudios científicos que han observado que la prevalencia de obesidad y los hábitos alimentarios relacionados con ella son mucho más altos en las personas de clases desfavorecidas», así lo confirma el doctor en epidemiología Miguel Ángel Royo, jefe de estudios de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III y coordinador del grupo de trabajo sobre enfermedades no transmisibles de la Federación Mundial de Asociaciones de Salud Pública. 

Según explica la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 1975, la incidencia de esta enfermedad se ha triplicado en todo el mundo. En el 2016, «el 39 % de los adultos tenían sobrepeso, y el 13 %, obesidad», indica la entidad. 

Albert Lecube, vicepresidente de la Seedo: «Hay diversos estudios en los que se pone de manifiesto que uno de los factores de riesgo para el desarrollo de la obesidad es tener un nivel socioeconómico más deprimido. Eso se reporta en todos los países»

Lejos de una mirada superficial, el esquema no es tan simple para explicarse mediante un desequilibrio energético. En primer lugar, porque la obesidad es una enfermedad multifactorial. No solo es cuestión de comer mucho y moverse poco, aunque también importe. «Existe una base genética que predispone a determinadas personas a tener mayor facilidad de ganar peso. Después, entran en juego el estrés, la nutrición, la actividad física, el nivel socioeconómico, o las horas de sueño. En definitiva, hay una multitud de situaciones que inducen a que, hoy en día, la obesidad sea mayor», describe el doctor Albert Lecube, vicepresidente de la Sociedad Española de Obesidad (Seedo). El doctor Royo añade dos más: «No nos podemos olvidar del precio de los alimentos, que influye en la decisión alimentaria de las clases más desfavorecidas, y el impacto de la publicidad». 

En segundo lugar y, como si de un círculo vicioso se tratase, el ambiente es obesogénico. Pone fácil la ingesta de comida ultraprocesada. En los últimos años han ocurrido dos cosas. Por un lado, se ha registrado un aumento del consumo de alimentos de alto contenido calórico que son ricos en grasas y, por otro, un descenso de la actividad física debido a los trabajos sedentarios, a los nuevos modos de transporte y a la creciente urbanización. 

«Cada vez resulta más fácil el acceso a una alimentación más densamente calórica, ya ni hace falta que una persona se desplace. Este ambiente obesogénico es otro de los causantes de que, sobre una base genética, la persona desarrolle más peso», precisa el doctor Lecube. 

Por ello, si alguien piensa que no dejarse influir por este estilo de vida cae, únicamente, en el terreno individual, está equivocado. El problema bien podría resumirse como algo estructural. Para la OMS, los cambios en los hábitos saludables de una población «son consecuencia de transformaciones ambientales y sociales asociadas al desarrollo», que además se explican mediante «la falta de políticas de apoyo en sectores como la salud, la agricultura; el transporte, la planificación urbana, el medio ambiente, el procesamiento, distribución y comercialización de alimentos, así como de la educación».

Mientras tanto, las altas tasas de sobrepeso y obesidad en España, que afectan al 36 y al 17 % de la población respectivamente, se observan desde las consultas médicas como un reto en sí mismo, pues las consideran un importante factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares, la diabetes, trastornos del aparato locomotor como la osteoartritis y algunos tipos de cánceres, como el tumor de mama, de colon o de riñón. 

Dentro de la consulta…

La obesidad se define «como la presencia de un índice de masa corporal, que es la relación entre el peso y la talla, superior a 30 kg/m2», precisa la doctora Inka Miñambres, vocal de comunicación del área de conocimiento en obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). La experta indica que al tratarse de «una medida subrogada de la grasa corporal», puede no resultar útil en ciertas personas, como aquellas que están muy musculadas. 

Sin embargo, al hablar de obesidad en la consulta no solo se debe valorar este índice, ya cuestionado por muchos profesionales. «Más importante que el peso corporal es la valoración de las repercusiones que tiene sobre la salud», detalla la endocrinóloga. Los problemas pueden manifestarse sobre la capacidad física, la salud mental, cardiovascular, la reproductiva e incluso la calidad de vida. «Todo estos aspectos deben valorarse cuando se evalúa a un paciente», añade. 

Renta y salud

Con esto en mente, a nadie le extrañará la afirmación tan tajante que dio el doctor Cristóbal Belda, director del Instituto de Salud Carlos III, a este medio: «El principal determinante de la esperanza de vida es la renta». En otras palabras, que los determinantes sociales tienen un impacto mayúsculo en la salud de una persona y estos, a su vez, «están marcados por la renta y la renta por el nivel educativo». Los factores socioambientales parecen tener la capacidad de condenar. 

Conviene acudir a la raíz del problema. Diversos estudios han visto que la precariedad laboral debe ser tomada en cuenta como un determinante social que afecta a la salud de los trabajadores, sus familias y comunidades. Así, se ha comprobado que más horas de trabajo y salarios más bajos se asocian con un mayor IMC (índice de masa corporal). Así, cuando esta cuestión se pone encima de la mesa, cualquier profesional sanitario tieneclaro que el nivel de ingresos y el tipo de trabajo pueden hacer variar las probabilidades de tener un peso mayor. 

Menos zonas destinadas a hacer ejercicio, más riesgo de obesidad

El barrio en el que una persona vive también entra a formar parte de la ecuación. Tal y como explican desde Save The Children, las zonas más pobres tienden a concentrar un mayor número de restaurantes y establecimientos de comida rápida. En suma, diversas investigaciones confirman la relación entre la disponibilidad de recursos con las enfermedades no transmisibles.

Un estudio de la Universidad de Alcalá, publicado en Diabetología y centrado en el caso de Madrid, observó que las personas que residían en áreas con menos instalaciones para hacer ejercicio presentaban una mayor prevalencia de obesidad y diabetes. La asociación fue más fuerte en áreas de bajo nivel socioeconómico y entre las mujeres. «Las características de los barrios, como por ejemplo, que tenga parques, espacios verdes o instalaciones de ejercicio son determinantes para la actividad física, especialmente en las áreas más desfavorecidas», explicaban. 

Más estudios, menos grasa

Siguiente punto: cuanto menor sea el nivel educativo, más obesidad. Un informe del Ministerio de Sanidad, publicado en el 2013, concluyó que la incidencia de esta enfermedad es cuatro veces mayor entre las mujeres con estudios primarios en comparación a aquellas que habían llegado a la Universidad. Entre varones, el nivel educativo también era importante, pues con menos estudios la frecuencia de obesidad era del doble.

Datos más recientes constatan esta realidad. La Encuesta Nacional de Salud, del año 2017, muestra cómo la obesidad está presente en más del 20 % de trabajadores cualificados o semicualificados del sector primario y en trabajadores no cualificados. En el extremo opuesto, solo supone un 9,29 % de los directores y gerentes, así como de profesiones tradicionalmente asociadas a carreras universitarias. 

La cesta de la compra sale cara

Alimentación y dinero tienen mucho que ver. De hecho, uno de los factores que más influye en el porqué de los hábitos alimentarios es el precio. El informe Aladino, del 2019, permite ver cómo los patrones dietéticos poco saludables eran seis veces más frecuentes entre los escolares pertenecientes a hogares con menor renta en comparación a los de mayor poder.

Para el resultado se utilizó el índice COSI que se basa en seis prácticas: no desayunar, no consumir fruta u hortalizas a diario, beber refrescos cuatro o más veces a la semana y recurrir a aperitivos dulces y salados cuatro o más días, respectivamente. Además, varios estudios realizados en España señalan que, cuando los individuos se encuentran en una situación económica precaria, especialmente inesperada, reducen gastos en todos los niveles, entre ellos, la alimentación. 

El precio de una pizza

¿Se ajusta a la realidad? La Voz de la Salud visita un supermercado para observar cuánto costaría un ejemplo de compra en la que predominen productos frescos, y otra con mayor presencia de ultraprocesados. El objetivo, en ambas, será el de obtener el mismo resultado final. Queremos preparar una pizza de jamón y queso con champiñones. Los precios de las versiones precocinadas oscilan entre los 2,50 euros de la marca blanca y los 4,55 euros para obtener una más premium

Cambio de situación. Ahora, queremos hacer una pizza casera. No contamos con demasiado tiempo, así que la masa será precocinada. Ahí va la lista basada en los productos de marca blanca. 

  • Base de pizza: 1,19 euros
  • 100 gramos de jamón serrano: 2,85 euros.
  • 200 gramos de queso mozzarella rallado: 1,54 euros. 
  • Un bote de salsa de tomate: 1,20 euros. 
  • Una bandeja de 300 gramos de champiñón: 1,39 euros. 
  • Una lata de 150 gramos de aceitunas negras sin hueso: 1,00 euro. 

Total: 9,17 euros. 

Cuanto menor es el tiempo disponible, más se reduce la actividad física

En lo que respecta a la actividad física, el otro gran factor en materia de obesidad, la Encuesta Nacional de Salud concluye que un 46,7 % del grupo de población con menos ingresos tiene un estilo de vida sedentario, la cifra se sitúa en el 24,3 % entre los que más ganan. Por su parte, un informe publicado en el Journal of Public Health reveló que la desigualdad de renta afectaba, en mayor medida, a las mujeres ¿La razón? Que ellas también asumían otras responsabilidades como un aumento en las horas de trabajo y los cuidados familiares. Una muestra clara de que el tiempo vale oro. Precisamente, la Encuesta de Hábitos Deportivos del 2022, elaborada por el Ministerio de Cultura y Deporte, desvela que la principal barrera para estar activo es el tiempo. 

En suma, las tasas de práctica deportiva más elevadas se producen en las personas con educación superior (un 74,1 %), seguida de las que tienen segunda etapa de educación secundaria (60,8 %). Las tasas más bajas (41,3 %) corresponden a aquellos con menos formación.

El estrés como consecuencia y desencadenante

Así, son muchos los factores que influyen negativamente en el cuidado de la salud. A su vez, tener un trabajo precario, la preocupación por no llegar a fin de mes y/o no estar motivado o tener tiempo para hacer ejercicio son elementos precipitantes del estrés.

Aquí reside, además, parte de la cuestión. «Aunque se tiende a pensar que las personas que tienen trabajos de mayor nivel desarrollan más estrés laboral, parece que en realidad son las personas de niveles socioeconómicos más bajos los que experimentan mayores niveles y más problemas de salud relacionados con ello», detalla la doctora María Puy Portillo, catedrática de Nutrición de la Universidad del País Vasco y directora científica del Ciberobn

César Bustos, vocal de la Seedo: «Vemos cómo a medida que baja el nivel de renta, aumenta el IMC, a la vez que varía el perfil del usuario. Suele ser gente con menos formación o trabajos más precarios»

El estrés crónico es una de las posibles causas que forman parte del carácter multifactorial de la obesidad. «Mucha gente lo aplaca comiendo entre horas. Además, este estado conlleva una serie de cambios hormonales, de forma que disminuyen las hormonas que quitan el apetito y aumentan las que lo provocan», precisa Lecube. Así, el hambre crece y la saciedad decrece. En suma, otro aspecto importante es el cortisol, «una hormona que facilita la acumulación de grasa en la zona del tronco», detalla Puy Portillo. 

No solo esto, sino que es probable que también haga que la persona busque alimentos reconfortantes, «ricos en grasa y azúcar, que aportan muchas calorías y actúan sobre los receptores en el cerebro para inhibir las respuestas al estrés», añade la catedrática.

El enfoque normativo del peso y el estigma de la obesidad

En esta misma línea, los trastornos de ansiedad y depresión son mayores en personas con obesidad, en comparación a la población en normopeso, un hecho que se agrava entre mujeres, más sujetas a los cánones estéticos de la delgadez. Además, otras investigaciones concluyeron que las personas con exceso de peso también sufren más discriminación, prejuicios y actitudes negativas por parte de la sociedad.

Por ello, muchos autores hablan del estigma asociado a la obesidad. «Este fenómeno puede suponer profundos efectos en diversos aspectos de la vida de un individuo, como el estado de ánimo, la imagen corporal e incluso las oportunidades laborales», precisa un estudio del 2017 publicado en la revista Annals of Behavioral Medicine.  

Miguel Ángel Royo, jefe de estudios de la Escuela Nacional de Sanidad: «Además de factores como el precio de la comida o el impacto de la publicidad, está la disponibilidad de tiempo, la precariedad del trabajo, el tiempo destinado al desplazamiento o las horas laborales, que no se pueden emplear en cocinar productos más saludables» 

La lista continúa. Varios autores hablan de cómo el enfoque normativo del peso por parte de la medicina, el cual pone énfasis en la pérdida y control del número en la báscula, se ha relacionado con efectos perjudiciales no deseados, como que las personas con exceso de grasa hayan realizado conductas no saludables para manejarlo. La catedrática de Nutrición de la Universidad del País Vasco explica que este enfoque asume que el peso y la enfermedad «están relacionados de forma lineal».

Sin embargo, «los estudios revelan que no es eficaz para la mayoría de los individuos debido a las altas tasas de recuperación de peso y los ciclos de aumento y pérdida como resultado de las intervenciones, que se vinculan con efectos adversos en la salud y bienestar», detalla. Así, señala que esta perspectiva realiza juicios «negativos» sobre los sujetos con mayor talla, y sostiene «que puede ser controlado a través de la fuerza de voluntad, de forma que si una persona presenta un peso excesivo, se debe solo a malos hábitos», detalla la experta. Si bien reconoce que la alimentación y actividad física juegan un papel fundamental, Puy Portillo alude al resto de causas que contribuyen a su desarrollo. 

No es una enfermedad

A pesar de que sea un reclamo de distintas asociaciones médicas, el Sistema Nacional de Salud no contempla la obesidad como una enfermedad, lo que hace que los fármacos disponibles para tratarla no sean financiados. «La gente con más recursos tiene más capacidad para comprarlos y mantenerlos durante unos períodos de tiempo, lo que se suma a que el acceso a la sanidad en un ambiente socioeconómico puede ser más fácil debido a los seguros privados», precisa Lecube.

Precisamente, el vicepresidente de la Seedo considera que hasta que no sea reconocida como una patología será más difícil destinar recursos a las políticas de prevención y tratamiento

César Bustos, vocal de la Seedo, hace un breve listado de los servicios y facilidades a los que una persona en un entorno socioeconómico reducido suele poder conseguir: una mayor cantidad de materia prima fresca, acceso a un nutricionista que le enseñe a elegir las mejores opciones adaptadas a su bolsillo, poder acudir a determinadas instalaciones deportivas o, tal si quiera, tener más tiempo de autocuidado. «Al final, todo se relaciona. Si tengo más tiempo para mí, puedo dedicar más momentos para cuidarme. Tendré menos estrés y por lo tanto, menos cortisol. Si esto se reduce, tengo menos ansiedad y ya, cuando me enfrento a la comida, lo hago de forma diferente. Y si, aún por encima, tengo conocimientos tomaré mejores decisiones», indica. 

Para el experto, el problema se resume en una cuestión de supervivencia. «El nivel socioeconómico influye porque si tengo que trabajar muchas horas al día, el resto lo voy a utilizar para sobrevivir. Si no tengo dinero, mi preocupación principal será llegar a final de mes. Esa es la realidad», reflexiona. 

Desde La Voz de la Salud señalamos que, si bien el exceso de grasa corporal, especialmente, la de tipo visceral, es un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades no transmisibles, no se debe asumir que la delgadez es siempre sinónimo de salud. En un estado de bienestar óptimo intervienen otras variables. 

Obesidad infantil

Inevitablemente, el dinero de los padres o cuidadores también afecta a los niños. Así lo muestra el estudio Desigualdades socioeconómicas y de género en la obesidad infantil en España, publicado en la revista Anales de Pediatría de la Asociación Española de Pediatría, que concluye que la prevalencia de obesidad infantil en los hogares de bajo nivel socioeconómico, con porcentajes de un 26,8 % en niños y 20,4 % en niñas, es el doble de la de los de mayor nivel, con un 12,1 y 8,7 % respectivamente.

«Hay que destacar que su prevalencia en la edad pediátrica es muy elevada. Actualmente, en Europa, es más alta en los países del sur, los mediterráneos, por la pérdida de adherencia de nuestros niños a los estilos de vida saludables de nuestra área geográfica», analiza la doctora Rosaura Leis, coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la AEP, quien también reconoce la mayor prevalencia en entornos más vulnerables. Un problema que, para los expertos, es de salud pública: «Se asocia con múltiples comorbilidades, como la hipercolesterolemia, hipertensión o resistencia a la insulina. Patologías que hoy son las principales causas de morbilidad y de mortalidad en el mundo», añade Leis.

Así la Encuesta Nacional de Salud España del 2017 encontró que los hijos de directores y gerentes con estudios universitarios tenían una probabilidad tres veces menor de tener obesidad en comparación a los hijos de trabajadores no cualificados. Por todo esto, el director del ISCIII precisaba que una nueva forma de identificar la pobreza es la obesidad infantil

En España, el estudio Alimentación, Actividad física, Desarrollo Infantil y Obesidad (Aladino), de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), encontró una prevalencia de exceso de peso del 41 % en niños y del 40 % en niñas. Por su parte, la obesidad era del 19 y 15 %, respectivamente. 

Las causas que explican la obesidad infantil son diversas y están interrelacionadas entre sí. No solo determinan el peso de los niños, sino su salud en general y su calidad de vida. «Las diferencias de renta marcan, más allá de los niveles de sobrepeso y obesidad de los niños, niñas y adolescentes, el tipo de hábitos nutricionales, actividad física y estilo de vida que siguen», precisa el informe Adiós a la dieta mediterránea, elaborado por Save the Children. 

El documento habla de la importancia que tienen los determinantes biológicos y ambientales. El estilo de vida de los padres e, incluso abuelos, puede condicionar la genética de su descendencia. «Niños y adolescentes con progenitores obesos tienen más posibilidad de desarrollar obesidad durante la infancia», precisa. No solo esto, sino que la adquisición de buenos hábitos depende, en gran medida, de la familia. 

María Puy Portillo, del CiberOBN: «La probabilidad de sufrir obesidad en el caso de los hijos de personas trabajadoras no cualificadas es tres veces menor que la de los hijos de individuos con estudios universitarios y puestos de trabajo de alto nivel»

Tal y como indicaba el documento de la ONG, los hogares con un menor nivel de ingresos tienen menos posibilidades de acceder a los alimentos necesarios para una dieta equilibrada, de sufragar actividades extraescolares o de ocio no sedentario que las unidades familiares con rentas más altas.

En cifras, precisa la organización, «el 18,1 % de los niños de hogares con ingresos más bajos consumen a diario dulces frente al 10 % de los de familias acomodadas; más del 71 % de los hogares con ingresos altos practican actividades físicas o deportivas regularmente, pero solo un 41 % de los hogares de renta baja lo realizan». Así, los menores de hogares pobres nunca practican ejercicio o si lo hacen es de forma ocasional.

Como guinda del pastel, el informe atiende a dos variables más. Las horas que pasan delante de una pantalla y el tiempo dedicado al sueño. En el primer caso, se observó que el 79,6 % de los niños que viven en hogares de renta alta destinaron nada o menos de una hora al día a los dispositivos electrónicos, frente a las más de cinco que pasaban el 46,3 % de los pequeños procedentes de unidades familiares con rentas bajas. 

Las cifras fueron más drásticas en lo referente al descanso, ya que el 28 % de los menores cuya familia tiene un alto poder adquisitivo dormía más de 10 horas al día, mientras que este dato se redujo al 9 % en los hogares de ingresos más bajos. 

Publicidad y pantallas

Con lo anterior, se relaciona la exposición a la publicidad y la escasa protección del menor a este respecto. En la actualidad, las entidades deciden cómo autorregularse. Algo que el ministro de Consumo en funciones, Alberto Garzón, calificó en el 2021 como «insuficiente». Pese a las intenciones de controlarlo por parte de esta cartera ministerial, «la realidad es que en España, no existe ningún tipo de restricción a la publicidad de alimentos o bebidas no saludables», precisa Royo.

BENITO ORDOÑEZ

El equipo del epidemiólogo calculó, en números, la influencia de este márketing: «La presión publicitaria que los niños reciben, solo por televisión, de alimentos y bebidas no saludables, es de diez impactos al día. Es decir, 300 al mes y cerca de 4.000 al año. Otros estudios han analizado otros medios, como los eventos deportivos, internet o soportes en exteriores, y la cifra aquí se va a mil impactos al mes», precisa. 

Además, también se analizó el impacto según la clase socioeconómica. Encontraron que «los de clase baja recibían el doble al día que los de clase alta». Estos pertenecen a familias con mayor dificultad para adquirir productos saludables, que «son más caros en general». 

Cómo se afronta la obesidad

El abordaje en consulta se divide en dos esferas. Por un lado, «y de forma inicial, consiste en cambios de estilos de vida que incluyen dieta, ejercicio e intervenciones de tipo conductual que ayuden a perpetuar esas nuevas conductas», detalla la experta de la SEEN; mientras que por otro, se pueden recurrir a ciertos fármacos, «si se cumplen unos requisitos». Además, como último recurso, plantea la endocrinóloga, puede llegar a ser necesaria la cirugía bariátrica

Para la doctora, la adaptación del tratamiento de la obesidad a la persona resulta crucial. «Es crónica y su abordaje también, por lo que cuanto más se ajuste, más probabilidades tiene de mantenerse a largo plazo», indica. Por ello, los objetivos deben nacer de un acuerdo entre el paciente y el profesional. 

Si bien la educación nutricional no lo es todo, sí tiene efectos beneficiosos. «Es fundamental para prevenir la obesidad ya que proporciona el conocimiento necesario para saber qué composición tienen los alimentos», indica la doctora Puy Portillo. Esto se traduce en conocer cuáles tienen un aporte energético más bajo o más alto, «que en determinadas cantidades son perjudiciales para nuestra salud como los azúcares, el sodio procedente de la sal y las grasas saturadas», indica la directora científica del Ciberobn.

Eso sí, Royo detalla  que las campañas de educación nutricional son útiles «siempre y cuando se empleen como un apoyo». Por sí solas, explica el experto, «no hacen nada». 

Reclamos

Desde la Seedo, precisa Bustos, reclaman que se combata la desigualdad existente, la diferencia social y de ingresos «y lo que esto supone para el tratamiento de la obesidad». El vocal de la entidad habla de la importancia que tiene la personalización. «Solo entre el 15 y el 25 % de personas que intentan perder peso mediante la reeducación de hábitos lo mantienen», detalla en referencia a que no solo es una cuestión de comer menos y moverse más. «Las adaptaciones personales son fundamentales y el nivel socioeconómico forma parte de ello», concluye.

Para Royo, la forma más efectiva de luchar contra la desigualdad en materia de alimentación es haciendo que la comida saludable sea más barata y la no saludable, más cara: «Esto se consigue con la reducción de impuestos a una y con la imposición de impuestos a otra. Además, para aquellas familias en las que esto no fuese suficiente, se podría recurrir a bonos para ello», detalla el experto. Indica que en España hay más de un millón de familias que padecen inseguridad alimentaria, «lo que significa que no tienen acceso, de forma diaria, a una dieta segura y de calidad nutricional aceptable», detalla.

Además, destaca que en los bancos de alimentos no suelen entregar productos frescos, «lo que condena a las personas a seguir con una alimentación de baja calidad nacional». Así, defiende la utilidad de algún tipo de subsidios para los más vulnerables. 

Los gráficos de este reportaje han sido elaborados por Belén Araujo. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.