Dos mujeres con vidas totalmente diferentes, pero el mismo cáncer: «Fue al salir de la ducha, cuando me echaba la crema hidratante»

ENFERMEDADES

A la izquierda, Carolina Pan, a la derecha, Vanessa Marzabal.
A la izquierda, Carolina Pan, a la derecha, Vanessa Marzabal.

Bajo los focos de La Voz de la Salud, Carolina y Vanessa han charlado sobre su proceso de diagnóstico, los tratamientos, sus efectos secundarios y las secuelas. Porque después de padecer esta enfermedad, nada vuelve a ser igual

05 feb 2024 . Actualizado a las 10:09 h.

Carolina María Pan y María Vanessa Marzábal no se conocían de nada hasta que las hicimos coincidir en el plató.

—¡Hola! ¿Qué tal? Yo soy Vanessa. 

—Yo Carolina, encantada. 

Dos vidas completamente diferentes. Dos historias que se cruzan en un punto en común: un bulto en el pecho. «Me lo encuentro cuando estoy en la ducha. Era bastante contundente. De esto que te quedas totalmente en shock, pálida», comienza relatando Carolina. En urgencias, le dijeron que no era nada, solo «temas hormonales». «Soy muy cabezota. Tenía 35 años, me había bajado la regla a los 14 y en mi vida me había pasado algo así. Sabía que no era normal. Fui al médico de cabecera y ya me derivó a la Unidad de Mama en Coruña. Ecografía, biopsia y.... ya sabemos el desenlace». 

«Mi caso fue un poco parecido al tuyo», prosigue Vanesa. «Fue al salir de la ducha. Me estaba echando la crema hidratante y me noté en el pecho un bulto que no era muy grande, como un callo. Dependiendo de cómo pusiera el pecho, lo notaba o no. En mi familia no había antecedentes de cáncer, por lo que pensé que no era nada. Y no dije nada. Seguí con él hasta que se lo comenté a mi madre y me dijo que tenía que ir al médico. Me mandaron ecografía urgente, biopsia y diagnóstico». 

En ese momento, Carolina, da otro de los puntos que tiene en común con Vanessa: «Además las triple negativo solemos tener la proliferación de las células tan alta que nos crece el tumor una barbaridad». El cáncer de mama de este tipo se considera agresivo al ser de rápido desarrollo. Esto lo hace más propenso a recidivas tras el tratamiento, en comparación con otros tipos de tumores en el seno. Y por esa razón, las tasas de supervivencia son más bajas. Carolina lo ha superado y se encuentra en remisión. Por su parte, Vanessa, en el momento de esta conversación, también estaba a las puertas de conseguirlo. Llevaba pocas semanas reincorporada en su puesto de trabajo y estaba la espera de resultados definitivos. Todo salió bien. 

Pinchazo de burbuja 

En un primer momento, a Carolina le dijeron que tenía un cáncer de mama, pero «los apellidos» de este, llegaron semanas después. «Me hicieron la biopsia y me dijeron que a los quince días, me daban los resultados. Me cogió Semana Santa y estaba desquiciada, por lo que hablé con un amigo enfermero que me dijo: "Tranquila, si no te han llamado, es que no tienes nada". Ese día llegué a consulta pensando eso, que me iban a decir que no era nada. Cuando entro y me sueltan la bomba...». 

«En cambio lo mío fue todo a la vez, al momento», comenta Vanessa mientras se ríe. «Me dijeron que en diez días o así me avisaban para ir a buscar los resultados. Cuál fue mi sorpresa cuando a los dos días de hacerla o así, me llamaron por teléfono de mi ginecólogo. Pensé que era porque se iba a ir de vacaciones (era un 14 de julio). De hecho me fui yo sola, apurada, porque estaba trabajando». Confiesa que hasta ese momento vivía en un mundo de estrés y las prisas del día a día. «Pero ahí, es como si se pinchara la burbuja: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?». Al poco tiempo, estaba entrando en quirófano. 

Carolina se ve representada en sus palabras. «En ese momento también pensé: tengo 35 años, cáncer. A lo mejor me muero y no he hecho nada en la vida más que trabajar. No he hecho muchas cosas por miedo. Se pincha la burbuja. Todo cambia. Siempre preocupada por esto y por lo otro, todo son dramas. Perder el bus es un drama, que se rompa una uña, otro». 

  • El cáncer de mama es el más frecuente en las mujeres españolas: se calcula que 1 de cada 8 mujeres españolas lo tendrá en algún momento de su vida.
  • La edad de máxima incidencia está por encima de los 50 años, pero aproximadamente un 10% se diagnostica en mujeres menores de 40 años.

Fuente: Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM)

Ponerse mal para estar bien y el síndrome de Estocolmo

«De repente me veo desnuda de cintura para arriba, un montón de médicos encima mía. Solo pensaba: pero si hoy por la mañana me levanté, hice mi vida normal y ahora estoy mirando el techo del quirófano. Ganglios, grapas, medida de tumor… Ahora lo entiendo todo, pero en aquel momento me hablaban japonés», relata Carolina. «Nunca tuve ningún dolor. Me imagino que tú tampoco», comenta Vanessa. «No, ninguno», concuerda. «Y piensas: ‘‘Es difícil de entender, pero me van a poner mal para estar bien'' —añade—. Al final lo que sufres, son los efectos del tratamiento».

La primera vez que Carolina entró en quirófano fue para llevar a cabo una tumorectomía. La segunda, para una mastectomía. «Ahí venía de la quimioterapia y tenía las defensas muy bajas. Entré sabiendo que iba a hacerse una reconstrucción, pero que había una pequeña probabilidad de que no pudiera llevarse a cabo y me quedase sin pecho. Lo primero que hice al despertarme, fue tocarme y comprobar que todo seguía correcto. Pasé un duelo y fue duro. Me despedí de él pensando que había que desactivar las bombas. Y ahora estoy pasando otro porque me tienen que quitar los ovarios y las trompas de Falopio». Vanessa, añade: «No deja de ser una parte tuya que se va». 

«En mi caso, el cirujano dijo que lo mejor era que me dieran primero la quimioterapia. Estuve seis meses con ella. Además, tenía que ponerme unas inyecciones porque me bajaron las defensas al principio», señala Vanessa. «Horribles esas. Suben las defensas, pero físicamente...», comenta Carolina. «Sí, unas inyecciones de glóbulos blancos que me ponían peor que la quimioterapia. Estuve meses mareándome como si fuese un coche. Pasado ese tiempo, me operaron. Sí que es verdad que yo les dije que si tenían que quitármelo todo, que lo hicieran. No me apetecía, pero si era necesario... Con la tumorectomía en principio llegaba y el agobio que tuve es que, cuando me iban a operar, cogí el covid. Me tuvieron que retrasar la operación y yo estaba de los nervios», amplía.

«Me pasó algo que creo que le sucede a mucha gente: el síndrome de Estocolmo. Cuando ves que se está acabando, te da miedo. Quieres tomar más pastillas, que te hagan más cosas. Los últimos meses tomaba ocho pastillas y me lo tuvieron que bajar  cinco porque durante dos meses, no podía tomarlas, mogollón de infecciones. Y cuando me las bajaron, le dije al oncólogo: "Pero ¿llegan cinco?". Quería seguir tomándolas porque me daba miedo», explica Vanessa. 

Lo que no se ve

Ambas consideran que existe un punto de inflexión en el que la gente presupone que ya todo está superado: el crecimiento del pelo. Pero nada más lejos de la realidad. «Siempre pienso que si supieran los dolores que tengo a diario y el cansancio...», lamenta Carolina. «El ''quimiocerebro''. A mí me afectó mucho. Y uno de los grandes problemas que veía para volver al trabajo era ese. No podía seguir una conversación normal. La gente debía de pensar que me tomaba algo. Tienes que pensar la palabra. Me sigue pasando de vez en cuando», comenta entre risas Vanessa. «¡Sí! Que no te acuerdes de lo que estás hablando o que te hagan una pregunta que sea demasiado larga y tú: "¿Me la puedes volver a repetir?"», escenifica Carolina. 

Estos efectos secundarios son los grandes desconocidos por el ojo ajeno. «Los pies que se queman, las uñas negras. No puedes utilizar las manos. Son muchos los médicos a los que tienes que ir y mina la moral», expone Vanessa. A lo que Carolina, amplía: «Que además muchos no entran en la Seguridad social. Llegaba a la oncóloga diciéndole que me dolía esto y lo otro. Me recetaba tal crema o medicamento y ella misma se disculpaba porque no entraba en la Seguridad Social. Cada vez que iba a la farmacia: veinte, treinta, cuarenta euros. Y a la semana siguiente, otro tanto». 

«En mi caso, estoy muy agradecida a la Asociación Española Contra el Cáncer (Aecc). De hecho, sigo yendo. No quería ir a la psicóloga porque siempre pensamos que con la familia y los amigos nos llega. Pero hablas con una persona que entiende tu mismo idioma. Y cuando tuve la operación, también fui a rehabilitación. Dan servicios sin ser necesidad de ser socia, es una maravilla», apunta Vanessa.

«Igual que la Asociación Cáncer de Mama Triple Negativo, que empezaron hace poquito. Las triple no tenemos tratamiento hormonal. Por un lado mejor, pero por el otro... Ellas son una entidad pequeña pero están haciendo un montón porque todo lo que se les dona a ellas va al estudio de tratamientos, porque están estudiando un fármaco para que las triple tengamos otra solución», añade Carolina. 

—Todo el mundo se piensa que cáncer de mama, solo hay uno —dice entre risas Vanesa. 

—Yo también lo pensaba —contesta Carolina. 

—Y la gente te dice: "Claro, tomas las pastillas esas durante cinco años". 

—¡Que para nosotras no sirven!  

  • Entre los pacientes con cáncer de mama, entre el 15 y el 20 % de las mujeres recibieron un diagnóstico de triple negativo.
  • El cáncer de mama triple negativo es cualquier cáncer de mama que no expresa los genes del receptor de estrógeno (ER), el receptor de progesterona (PR) y HER2.
  • Esto hace que sea más difícil de tratar, ya que la mayoría de las terapias hormonales se dirigen a uno de los tres receptores, por lo que los cánceres triple negativos a menudo requieren terapias combinadas.
  • Algunos tipos de cáncer de mama triple negativo son más agresivos y tienen un pronóstico precario, mientras que otros tipos tienen un pronóstico muy similar o mejor que los cánceres de mama con receptores hormonales positivos.

¿Pero esta soy yo?

No resulta fácil mirarse en el espejo y no reconocer a la persona reflejada. «Ese día que a lo mejor salías a la calle porque te encontrabas bien, pero te mirabas y te venías abajo. Ese color pálido, de cera. Sin cejas. Me acuerdo que salí en una revista de la asociación con otras chicas del grupo y no me reconocía en la fotografía. Es duro», explica Vanessa. 

«Si a una persona le duele la pérdida del pelo, no debes decirle que este crece. Porque ese palo de verte sin él...», considera Carolina. Confiesa que en su caso, antes de que llegase el diagnóstico, utilizaba una talla 36 y que ahora, ha pasado a una 42. «Y estoy acostumbrando a mi cuerpo a lo que viene, porque me quitan los ovarios y las trompas de Falopio. Me quedo menopáusica y sé que mi cuerpo va a cambiar. Por eso me estoy preparando». 

Los apoyos 

Carolina traga saliva cuando recuerda a la primera chica que conoció, que también padecía un cáncer triple negativo. «Mi querida Thais. Ella me enseñó a ponerme los pañuelos. Fue como mi luz, le debo mucho. Se el fue el 4 de diciembre del 2022. Recayó con metástasis, no había tratamiento. Pruebas con la quimioterapia, porque no tenemos otra cosa...», recuerda Carolina.

Mientras, Vanessa asiente con la cabeza. «El miedo que tenemos todas», le dice. «Se fue apagando poco a poco. Cuando me enteré de que se estaba quedando sin pelo, le mandé mis pañuelos. Fue una maravilla encontrarla. En mi caso, tengo mucha gente que está bien, eso quiero dejarlo claro, pero mis compañeras más fieles las tengo que mirar a la estrella. Mi Paula (se emociona). El miedo del espejo. Ves a gente con mucha vida irse», lamenta Carolina. 

«Incluso cuando te enteras de alguien que no conoces, es como si conocieras a esa persona», reconoce Vanessa. Y Carolina arroja luz a ese sentimiento de unión que siente con otras compañeras: «Ahora mismo formo parte de una red, ''Revienta el Rosa, Lazo Boca Abajo''. Da igual que sea aquí, en Coruña, Valencia o Madrid. Aunque hables con tu familia no es lo mismo. Por eso cuando encuentras a alguien que te entiende...».

Y ahora qué

Las dos se encuentran en remisión. «No es todo tan bonito. Tienes dolores, arritmias. A lo mejor estás tranquilamente tomando algo y tienes que salir», indica Carolina. «Ansiedad», expresa Vanessa. «Sí. No lo estás pensando constantemente, pero en algún momento del día, siempre piensas: ''¿Y si recaigo?''. Nunca vuelves a ser la misma persona». 

Carolina cuenta con una incapacidad laboral, lo que considera un «mazazo». Vanessa, en el momento de la conversación, llevaba pocos días reincorporada en su puesto laboral: «Tenía un poco de miedo, porque entre que trabajo en seguros y el quimiocerebro...». Y en el medio de la exposición sobre su vuelta, pierde el hilo. Es una de las secuelas de la quimioterapia, esa que justo acababa de decir que le provoca temor. Pero Carolina recoge el cable de su compañera, mientras le dice que no se preocupe, que entre ellas se entienden. «Te mandan a tu vida, pero la vida ya no es normal», le dice. Y Vanessa, vuelve: «Exacto. Ya no te preocupas por las cosas que no tienen importancia, pero lo haces el doble por las que sí la tienen. Sigues estando preocupada igual, pero de otra manera (ríe). Sufres más si alguien cercano a ti está enfermo. Tengo mucho más miedo que antes de que le pase algo a los que están a mi alrededor». 

Un cambio de paradigma que también percibe Carolina. Cada mes, le pregunta a sus amigas si se han autoexplorado. «Soy muy pesada, me preocupo más de lo normal». Pero las dos confiesan apreciar mucho más las «cosas pequeñas»: tomar un café a solas, una puesta de sol, un paseo.

—Pero aquí estamos, así de bien —dice Vanessa. 

—Y así seguiremos. Vamos, lo tengo clarísimo. 

—Lo que necesites, cuando quieras. Para mí ha sido un placer conocerte, poder charlar contigo. 

—En el mismo idioma (ríen). Lo mismo digo. En este Día Contra el Cáncer, que nos vean a nosotras. Hay esperanzas.