James Austin fue adicto al porno: «Cada vez necesitas mayor tiempo de exposición o contenido más fuerte para que te dé el mismo subidón»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

James trabaja con la asociación Dale una vuelta para concienciar acerca de la adicción a los contenidos pornográficos.
James trabaja con la asociación Dale una vuelta para concienciar acerca de la adicción a los contenidos pornográficos.

El primer contacto de James con la sexualidad fue a través de la pornografía y esto le llevó a desarrollar una adicción que duró diez años

04 abr 2024 . Actualizado a las 16:10 h.

La pornografía, que antaño se limitaba a imágenes en revistas específicas que solo se vendían a adultos, o a canales de televisión en los que, a altas horas de la noche, se podían encontrar películas eróticas con escenas más o menos explícitas, ha pasado a ser, en la era digital, casi una plaga. Cualquiera que haya utilizado la red social conocida hasta hace poco como Twitter podrá dar cuenta de esta experiencia: el contenido sexual no solamente está a la orden del día, sino que irrumpe en el feed de los usuarios sin que ellos siquiera lo hayan buscado de forma activa.

Con esta barrera de acceso prácticamente inexistente, el consumo de pornografía es una práctica que aumenta en popularidad y los jóvenes se inician en ella a edades cada vez más tempranas. Según los datos publicados por la plataforma PornHub, en el año 2022, España se ubicaba en el puesto número 11 entre los países en los que más se visualizan este tipo de contenidos. Una forma de experimentar la sexualidad que, sin duda, tiene un impacto en la salud mental y en la manera de relacionarse de las personas. Sobre todo, cuando el consumo supone el primer contacto de un individuo joven con la sexualidad.

De las revistas al ordenador

El recorrido de James Austin, español de familia británica, comenzó con la exploración de la sexualidad típica de la adolescencia. «Mi primera interacción con la pornografía fue en el colegio, alrededor de los 14 años. Fue en octavo de EGB. Un chaval de clase trajo una revista en la que había imágenes de mujeres desnudas. En su momento, me llamó la atención. Eso te queda en la mente grabado, es algo que no has visto nunca. Primeramente, te atrae, te genera interés y en casa nadie te ha hablado de eso. Es la primera vez que te encuentras con algo así y poco a poco se va despertando tu curiosidad a una edad que coincide con el desarrollo hormonal», cuenta.

«Cuando tenía 16 años, llegó el primer ordenador a casa y todo cambió. Un día se me ocurrió que podía llegar a encontrar ese tipo de contenidos en internet, aunque la conexión fuera muy limitada en ese momento, porque era telefónica. Descubrí que sí, era posible encontrarlos, y escalé en la manera de exponerme al contenido pornográfico, lo buscaba voluntariamente sin darme cuenta de que entraba en una dinámica que iba a más», dice.

Adicción

La OMS define la adicción como «una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación. Se caracteriza por un conjunto de signos y síntomas, en los que se involucran factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales».

Pero ¿en qué punto la exploración de la sexualidad deja de ser la expresión normal de un joven que empieza a desarrollarse y se convierte en un problema? En muchos casos, la línea puede ser delgada y al principio cuesta darse cuenta.

«El contenido está preparado para producirte excitación y disparar sensaciones placenteras en tu cerebro, con lo cual, siempre quieres volver a ello. Cada vez necesitas mayor tiempo de exposición o contenido más explícito, más fuerte, más potente, para que te dé el mismo subidón. Viví un proceso de pasar de fotos a vídeo y estar realmente enganchado. Podía estar cuatro horas al día consumiéndola», cuenta James.

Para ese entonces, ya estaba estudiando en la universidad. Pero, lamenta, «en vez de estar enfocado en estudiar, pasaba las épocas de exámenes completamente aislado, en el ordenador, consumiendo contenido pornográfico sin atender a nada».

«Esto me llevó a unas situaciones vergonzosas que me dejaron en evidencia y que incluso implicaron a mi familia. En un momento dado, mi hermana descubrió que yo estaba viendo estos contenidos en el ordenador de casa, en otra ocasión fue mi padre y tuvimos una conversación sobre qué estaba pasando, qué era esto, qué posibles consecuencias tendría. A mí no me importaba, quería seguir igualmente», cuenta James.

Perder el control

«Mi familia es inglesa. Nosotros solíamos veranear en Inglaterra cuando éramos pequeños y en una ocasión nos quedamos en la casa de unos amigos. Yo estaba estudiando para los exámenes de septiembre. Prefería quedarme en casa mientras mi familia salía y hacía actividades. Pero en vez de estudiar, me dedicaba a consumir contenidos pornográficos en el ordenador de la casa de esos amigos de mis padres», recuerda James.

«Yo pensé que había borrado todos los historiales para que no quedaran rastros, pero se ve que no lo hice bien y, al mes, el papá de esa familia contactó con mi padre y le dijo que había encontrado eso allí, le preguntó qué podía haber pasado. Mi padre, sabiendo que yo ya había tenido este problema en el pasado, habló conmigo y le confesé que había sido yo», cuenta.

Esa situación fue un punto de quiebre para él. «Me hizo ser más consciente, primero, del riesgo que suponía esta adicción, porque los niños de esa familia eran pequeños y usaban ese ordenador para jugar. Podrían haber sido expuestos a esto y habría sido culpa mía. Y por otro lado, me di cuenta de que al final esto me estaba dominando, que yo no era libre, no era capaz de dejar de consumirlo, recurrentemente tenía que volver a ello», dice.

Fue así como James entró en una nueva fase de su vida, la de la autoconsciencia. Pero haber identificado el problema no era equivalente a haberlo resuelto. Y todas las carencias que James intentaba tapar con la pornografía se hicieron, de pronto, visibles.

«Me di cuenta de esta falta de control y de cómo esto afectaba a otras esferas de mi vida. Encontraba difícil empezar una relación amistosa con otra mujer porque las sexualizaba mucho, me enfocaba solamente en lo físico. Además, tienes un baremo muy similar al que se ve en el porno, con grandes proporciones de pechos y caderas. Ese era mi listón para las mujeres con las que me relacionaba, pensando que tendría una pareja así y haría las prácticas sexuales que había visto en el porno», confiesa.

«No era capaz de hablar con una chica de manera normal. Hoy me choca pensar que yo era así. No tengo dudas de que el porno me hizo ser mucho más introspectivo, sexualizar mucho todo y no construir habilidades sociales para ser abierto a hablar y conocer a una persona sin mayor interés que el de intentar establecer una amistad», reflexiona.

Desintoxicación

Decidir romper con un consumo problemático y llegar a dejarlo son dos instancias totalmente distintas. Para James, esos dos momentos estuvieron separados por un par de años. No recibió ayuda profesional: ni él ni su familia pensaron que hubiese expertos que pudieran echarle una mano con este problema. Era, señala, otra época.

«Decidí que ya no lo quería en mi vida y a partir de ahí empezó un proceso de desintoxicación. No fue de la noche a la mañana ni mucho menos, requirió varios años. Entre los 15 y los 25 estuve consumiendo regularmente. Finalmente, vi que mis estudios no estaban yendo bien y sabía que me estaba afectando en diferentes áreas», cuenta.

El proceso para dejarlo implicó una toma de conciencia más global sobre las prácticas habituales en la industria del porno y sus dilemas éticos. «Empecé a informarme mucho. Empecé a ver el otro lado de la industria, aprendí de gente que contaba lo que había detrás de todo eso, que exponía la explotación que hay. Empecé a leer testimonios de actores, actrices y productores, y esto reforzaba en mí el deseo de no ser parte de esto, porque veía las implicaciones que tenía en las vidas de esas personas», dice James.

«Luego, hablarlo mucho con gente de mi alrededor me hizo darme cuenta de que había colegas que conocía que estaban en lo mismo y que también lo querían dejar y nos apoyamos unos a otros, pudimos establecer más fuerza en el deseo de no estar enganchados a ese consumo. El poder apoyarme en otros que estaban pasando por lo mismo fue fundamental», asegura.

La vida después del porno

A sus 40 años, James está casado y tiene hijos pequeños. Ha encontrado en su pareja un importante apoyo. «Antes de casarnos, en nuestra relación yo le había hablado de la lucha que tenía en este sentido y que tenía que estar alerta de no volver a caer en eso. Ella me apoyó mucho y quiso que tuviéramos conversaciones abiertas sobre el tema», cuenta.

Pero las secuelas de una exposición temprana y prolongada al porno siguen ahí. «A día de hoy sigo descubriendo cosas sobre mí mismo que fueron influenciadas por el porno incluso en mi relación actual. Algo tan sencillo como querer intimar con tu pareja pero que ese día ella no tenga la mente puesta en eso te puede hacer sentir enfado y frustración, porque no obtuviste lo que querías. Durante mucho tiempo has alimentado lo que a ti te apetecía en todo momento y lo habitual para mí era recibir lo que quisiera», señala.

«Al final, te das cuenta de que la pornografía está inventada para tu ego. Su fin último es que disfrutes tú solo. Pero cuando descubres cómo es una relación sexual compartida y consentida, ves que el placer de la otra persona es casi más importante que el tuyo. La pornografía no hace ningún hincapié en eso, es una sexualidad tóxica y egoísta», reflexiona James.

«Las personas en la pantalla están siempre dispuestas para mostrarte lo que tú quieras, inmediatamente, sin ninguna barrera. En ninguna relación real uno se aproxima de cero a cien a alguien de esa manera, sería abuso si hacemos eso. Desde luego, muchas cosas dentro de la manera de relacionarme sexualmente fueron influenciadas por estar acostumbrado a esa gratificación instantánea», admite.

Esto está comprobado a nivel científico: la exposición al porno en la juventud puede alterar los circuitos de recompensa en el cerebro a largo plazo. «Es un estímulo muchísimo más potente del que uno tendría en la vida real. El efecto en el cerebro es descomunal. Esa liberación de dopamina es tan fuerte que llega a cambiar la estructura del cerebro, especialmente el córtex prefrontal, que se sigue desarrollando casi hasta los 25 años», explica James, que colabora con la organización Dale una vuelta, dedicada a investigar los efectos de la pornografía en la salud mental y a concienciar sobre el tema, además de trabajar con la asociación Amar Dragoste, dedicada a luchar contra la trata de personas.

Detonantes del consumo

Una de las claves que ayudaron a James a romper con el consumo de contenidos pornográficos fue tomar consciencia de qué era lo que le llevaba a mirarlos. En este sentido, a nivel psicológico, existen dos tipos de desencadenantes de esta conducta.

«Por un lado, están los detonadores sexuales, que son básicamente cosas en tu vida cotidiana que te excitan sexualmente», explica James. Esta es una reacción a lo erótico que podría ocurrir también en el contacto sexual con otra persona.

«Por otro lado, están los detonantes no sexuales, que son emocionales. Se dice que incluso son más potentes que los sexuales. Existe una estrecha relación entre momentos en los que el sistema psicológico se pone al límite por estrés o ansiedad y el hecho de recurrir a esto; entonces, se genera esta asociación que hace que cada vez que estás mal lo utilices para evadirte de la realidad. Es un patrón adictivo en el que te refugias», señala.

Lo irónico es que este mecanismo defensivo frente a la tensión en muchos casos puede llevar a las personas a aislarse más en sí mismas, encerrarse y no conectar con nadie. «Llega un punto en el que tienes que plantearte qué tipo de relaciones quieres tener, si vas a conformarte con una relación ficticia con un consumo de contenido pornográfico habitual en el que tú eres el centro de todo, sin hablar de todas las consecuencias fisiológicas que esto tiene, o si quieres tener una relación real con otra persona. Debes saber que todo lo que estás sembrando al consumir contenido pornográfico te va a afectar en tu manera de relacionarte», concluye James.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.