Susana Carmona, neurocientífica: «La maternidad y la adolescencia tienen cambios muy similares a nivel cerebral»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Susana Carmona, neurocientífica, es autora de más de medio centenar de publicaciones científicas en revistas de alto impacto, como «Nature».
Susana Carmona, neurocientífica, es autora de más de medio centenar de publicaciones científicas en revistas de alto impacto, como «Nature».

La experta, reconocida internacionalmente, explica que el sesgo de sexo en la biomedicina ha omitido lo que sucedía en las mujeres durante el embarazo

21 mar 2024 . Actualizado a las 18:49 h.

Todo el mundo ha tenido siempre claro que la mujer cambia al ser madre, pero nadie se había parado a estudiarlo hasta que Susana Carmona (1980, Terrassa) lo hizo. La neurocientífica, una eminencia internacional, dirige el grupo de investigación en neuroimagen Neuromaternal del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Dedica su carrera a profundizar en el cerebro de las madres —ahora también en el de los padres— y a dibujar un mapa de lo que sucede en cada región. 

Le preguntamos sobre sus intenciones, el futuro uso de sus descubrimientos. Lo tiene claro. Primero, «para revertir el sesgo de sexo en biomedicina»; después, para que la maternidad se entienda como un proceso duradero, «que puede impactar en el cuerpo y en el cerebro de la mujer a largo plazo»; y, por último, «para que el conocimiento acerca de lo que sucede en la mamá no esté basado en experiencias o anécdotas, sino en ciencia». Con su nuevo libro, Neuromaternal, editado por Sine qua non, pretende que toda la información pueda llegar a las mamás, «sin ellas, no podríamos hacer nada de esto». 

—¿Es creciente el interés de la ciencia por lo que sucede en el cuerpo de la madre durante el embarazo? Hasta su primer estudio, la literatura científica se centraba en la salud del feto o en la salud física de la madre. 

—Exacto. Tenemos que pensar de dónde venimos, un momento en el que las mujeres eran excluidas de los estudios, por varios motivos, uno de ellos —el cual yo creo que era una excusa—, es que era difícil controlar el ciclo menstrual. Cuando hablo de mujeres me refiero también a las hembras en animales. Así que venimos de una época en la que la mayor parte de sujetos que había en las investigaciones, y en los que se basaban los descubrimientos, eran hombres. Esto es muy importante de cara a los estudios, porque al final, sabemos que las mujeres tienen unos ritmos de estrógenos que fluctúan de una manera determinada y son capaces de modificar muchos sistemas y órganos de su cuerpo, entre ellos, el cerebro. Por eso, ahora hay una serie de iniciativas que se centran en investigar su salud. Por ejemplo, sabemos que los ataques cardíacos de ellas presentan unos síntomas ligeramente diferentes; no saber esto ha llevado a problemas que, exclusivamente, les han afectado a ellas. Dentro de ese contexto, el embarazo se había estudiado de cuello para abajo, sin pensar que durante esta etapa se crea un órgano nuevo, que es la placenta, que emite una serie de hormonas y citoquinas, que hacen que se modifique todo el cuerpo de la mujer pero también el cerebro. Hasta el 2016, que publicamos el primer estudio acerca de lo que sucedía en el cerebro de la mujer durante el embarazo, apenas sabíamos que se modifica. 

—Ahora sí lo saben. 

—Sí, y estamos en el inicio de todo. Hemos hecho descubrimientos muy importantes, porque resulta que estos cambios —que todas las mamás ya percibimos—, están muy marcados, lo que nos permite tener estudios muy sólidos y replicables que podemos observar claramente con neuroimagen. Hay veces que ni siquiera necesitamos estadística, porque se ve claramente cómo se modifica el cerebro. Entonces, pese a que todavía es muy pronto, llevamos un buen ritmo, y creo que estamos en un momento histórico muy interesante de cara la salud de la mujer. 

—Nuevos descubrimientos y, entiendo, nuevas preguntas. 

—Claro, te imaginarás. En el primer estudio que publicamos en el 2016 observamos cambios muy marcados en el cerebro de la mamá que predicen el vínculo con el bebé y que parecen persistir, al menos, dos años. Esto era en un primer embarazo. A partir de aquí, surgen muchas preguntas: ¿Ocurre algo parecido en los papás?, ¿qué sucede en segundos embarazos?, ¿cuánto duran estos cambios?, ¿tienen que ver con las hormonas?, ¿tienen que ver con otros marcadores?, ¿cambia solo la corteza, la parte más humana del cerebro —por decirlo de alguna manera—, o también cambian esas regiones que son subcorticales, muy instintivas y observamos también en mamíferos? Poco a poco, vamos encontrando piezas de un puzle que estamos construyendo ahora. 

—¿Cómo define la «matrescencia»? Es un término que se acuñó a los 70, aunque no es hasta tiempos recientes que se vuelve algo de moda. 

—Así es. Se le atribuye a la antropóloga Dana Raphael, en los años 70, pero después cayó en el olvido. Después, otras psicólogas y psiquiatras como Aurelie Athan o Alexandra Sacks la han vuelto a popularizar. Básicamente, es una manera de definir el proceso de convertirse en madre haciendo un paralelismo con la adolescencia; haciendo un proceso de transformación. De hecho, sabemos que tanto la maternidad, como la adolescencia, tienen aspectos muy similares. 

—¿Qué tiene que ver una etapa con la otra?

—Ambas se acompañan de grandes fluctuaciones hormonales, en los niveles sexuales, que sabemos que pueden modificar el cuerpo, pero también el cerebro. Ambos son procesos en los que hay que adaptarse a nivel biológico, psicológico y social para adquirir unas nuevas funciones, para encontrar tu nuevo yo, una especie de desorientarse y orientarse para asentarse en esa nueva posición;. Con nuestros estudios hemos descubierto que ambos, tanto la adolescencia, como la maternidad, conllevan cambios cerebrales muy similares. En un estudio que publicamos en el 2019, mirábamos la anatomía del cerebro de la mujer antes de quedarse embarazada por primera vez y después del parto, y observábamos a niñas, cómo estaba su cerebro antes de la adolescencia y después; cuantificamos una serie de variables anatómicas del cerebro y vimos que los cambios eran muy similares en magnitud y forma en los dos procesos. Eso es importante porque lo que encontramos en el cerebro de las mamás son reducciones en el volumen de sustancia gris. 

—Reducciones que no son negativas. 

—Así es. La gente, cuando escucha la palabra reducción, automáticamente piensa en atrofia o degeneración. Teníamos que hacer este estudio para demostrar que aunque esto es lo que se conoce a nivel popular, sabemos que no siempre es así, que hay ciertos períodos, como por ejemplo la adolescencia, en el que el volumen de sustancia gris también disminuye y lo hace para optimizar una serie de funciones, dejando otras a un lado. 

—¿En qué se materializan estos cambios a nivel cognitivo?

—Esta respuesta tiene dos aproximaciones. Por un lado, con resonancia magnética, tenemos una especie de píxeles —podemos ver gris o blanco—, pero no llegamos al nivel de las células. Y por otra, tenemos las consecuencias. Aquí, en lo que nos basamos, es en los estudios en modelos animales. En ellos se sabe que las hormonas, especialmente los estrógenos y progestágenos, cruzan la barrera hematoencefálica, se unen a ciertos receptores cerebrales y modifican el cerebro de la mamá para que el bebé sea extremadamente llamativo para la madre. Una vez el bebé lo consigue, la clave pasa a ser la interacción entre ellos. 

—Pero eso es en animales. 

—Sí, pero podemos asumir que en humanos puede pasar algo parecido, porque las regiones que cambian son regiones muy subcorticales, muy básicas por así decirlo, y que compartimos con el resto de mamíferos. En nuestro estudio hemos visto que cuanto más cambia el cerebro, más puntúan las mamás en vínculo. Dicho esto, está claro que somos seres sociales, y que la conducta maternal varía en función de la época en la que seas madre. 

—Cuando dice que el bebé es capaz de captar la atención de su madre, se me viene a la cabeza la imagen de la típica mamá que, de lo cansada que está, duerme con todo el ruido del mundo, pero es capaz de escuchar el mínimo sonido que hace su hijo. 

—Sí, es como que, de repente, el bebé tiene la capacidad de secuestrar nuestra atención. Aquí también es importante tener esto en cuenta cuando estamos evaluando ciertas pruebas de memoria y atención. Tenemos una serie de recursos y estos, como es lógico, son limitados. Yo siempre pongo el ejemplo de un pastel: si los recursos mentales que tenemos son un bizcocho, que estamos dividiendo en porciones de cosas que tenemos que hacer, cuando el bebé llega y tiene la capacidad de comerse la mitad, debemos repartir el resto de trocitos en el resto de cosas que seguiríamos haciendo. Es importante que seamos conscientes de esto de cara a cuando juzguemos cómo han cambiado nuestras capacidades cognitivas con la maternidad. 

—Injustamente, siempre se ha dicho que las embarazadas son presas de sus hormonas. ¿Es así como la cultura popular ha resumido los cambios en el cerebro? 

—Claro, has dado con el problema principal: cómo la maternidad o el embarazo afecta a la mamá se basa más en anécdotas y en chascarrillos que en ciencia, por eso es importante que la sigamos haciendo y veamos exactamente qué pasa. La gente se queda con esta idea de: «Estáis hormonadas»; «estáis que no os enteráis de nada», y se pierde toda la magnitud de lo que tiene que aprender una madre en tan poco tiempo para que un ser humano sobreviva. No solo se pone en el centro al bebé y ella pasa a un segundo plano, sino que casi se ridiculiza su papel. No se le da la importancia que merece a algo tan profundo como es la esencia de la supervivencia de la especie, al menos, desde mi punto de vista. 

—Pocas crías pueden valerse sin su madre al nacer. 

—Exacto, y de eso, parece que nos olvidamos. Nos olvidamos de que no estaríamos aquí si no fuese por las madres. 

—¿Cómo va cambiando la plasticidad del cerebro? Explicas que hay períodos especialmente sensibles y la maternidad es uno de ellos. 

—Sí, por eso te decía que es importante estudiar la salud de las mujeres. El cerebro es plástico, aprende, y hay ciertos cambios de mayor plasticidad, y otros que son más de organización. Por simplificarlo mucho, cuando hay pequeños cambios o aprendizajes, el cerebro se va adaptando poco a poco, pero hay períodos en la vida en los que el cerebro se tiene que adaptar muchísimo, y estos coinciden con grandes fluctuaciones hormonales. Tenemos la adolescencia, tenemos la maternidad y la menopausia, períodos que exigen mucha adaptación pero que también son especialmente vulnerables para la salud mental. Al final, si se trastoca demasiado, tienes más riesgo de que haya algo que se quede mal puesto, por decirlo de alguna manera. Es importante reconocerlos como lo que son: períodos de gran plasticidad cerebral y de gran potencial vulnerabilidad. 

—¿Cómo de importante es el primer contacto entre la madre y el bebé, o la madre y la cría?

—De estudios hechos en animales sabemos que es mucho. Pero aquí quiero ser cauta, porque sabemos que el embarazo, el parto y la lactancia no siempre salen como nosotros deseamos. Por eso, también tenemos que saber que el cerebro es resiliente y que, incluso, los mecanismos epigenéticos lo son porque son reversibles. 

—¿Podría darme un ejemplo de cómo cambia el cerebro en el embarazo y una vez nace el bebé?

—Claro. Una de los circuitos cerebrales que sabemos que más cambia durante el embarazo y la maternidad, y que lo hace de una manera muy especial, es un conjunto de regiones que recibe el nombre de red por defecto, en inglés default mode network. Se descubrió casi por accidente y está implicada en todas esas cosas que hacen las personas cuando nos dicen que no hagamos nada: en pensar en nosotros mismos, en utilizar nuestro yo como una especie de aproximación para conocer los estados mentales de los demás, o para proyectarnos en el futuro o en el pasado. Es ensimismarse. Sabemos que esta red es esencial para la empatía, el altruismo o para percibirnos a nosotros mismos y es, precisamente, la que más se modifica durante el embarazo. Creemos que está relacionado con esta reconstrucción del yo, y al integrar al bebé como parte de tu yo, se facilita la conducta altruista que es necesaria durante el posparto

—¿Es posible hablar de que exista un instinto maternal?

—En algún momento pensé en incorporar un capítulo extra acerca de esto, porque hay mucho debate, y creo que el problema de la discusión viene de cómo definamos instinto maternal. Cuando hablo de instinto, no me refiero al deseo de ser madre, sino a una especie de respuesta, más o menos automática, y presente en la mayor parte de los seres humanos cuando nace un bebé. Para mí, sí existe y es esa motivación que busca que el bebé esté bien una vez nace. Eso no quiere decir que la mamá sea la única que sepa cuidarlo, porque es ahí cuando se empieza a pervertir todo esto. Cómo se manifiesta este deseo dependerá del contexto sociocultural en el que vivamos. Antes, dejar llorar al bebé era bueno para él, ahora sabemos que no. También es importante saber que los humanos somos capaces de modular nuestros instintos. En cualquier caso, para mí, la prueba más clara de que el instinto maternal existe es que, si no lo hiciese, nos hubiéramos extinguido. 

—De animales como las ratas se sabe que, una vez son madre, siempre lo serán.  En los humanos, los cambios en el cerebro se observaron, como mínimo, dos años. ¿Creen que pueden alargarse?

—Sí. En un estudio vimos que eran seis años. Luego, hay otros investigadores que comparan el cerebro de mujeres de 70 años y lo dividen en función de si han sido madres o no, y ven que es diferente, por lo que parece ser que persisten de por vida.

—¿Qué pasa en el cerebro de la madre cuando ve a su hijo?

—Es muy interesante. Se activan una serie de regiones subcorticales, relacionadas con el deseo, la motivación, pero también con la alerta. Encontramos que regiones como el hipotálamo, que están implicadas en recibir la información del cuerpo y nos da la sensación de estar en alerta, también se activa al ver al bebé, y eso nos hace estar hipervigilantes. También hay otras regiones más corticales, relacionadas con la atención, y estas áreas implicadas en el estar en nosotros mismos o ensimismarnos, las cuales también se activan. 

—¿Y qué sucede en el cerebro del padre? Vamos a responder una de sus preguntas. 

—Sí. Voy a empezar contestándote en base a lo que sabemos sobre modelos animales. Sabemos que las hormonas del embarazo preparan a la mamá para responder rápidamente al estímulo del bebé, pero luego es el bebé y la interacción con él lo que modula el cerebro y la conducta maternal. Esto se ha visto también en los papás. Es decir, no tienen las hormonas del embarazo, pero si luego interactúan con el bebé, son capaces de poner en marcha la conducta maternal, solo que tardan un poquito más. En humanos hemos realizado algunos estudios comparando antes del embarazo con los primeros meses posparto. Lo que te puedo decir es que observamos que ellos cambian un poquito, se quedan entremedias de los grupos controles —las mujeres que no han tenido hijos— y de las mamás. Estás últimas tienen un cambio muy marcado, los controles tienen cero cambio y los papás uno a mitad de camino, algunos cambian y otros no. Esto es coherente con respecto a lo que te decía de la literatura en animales. Es probable que factores como la interacción con el bebé estén modulándolos, y otras variables hormonales, como la testosterona, o la oxitocina, también. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.