La neofobia, el rechazo que explica que un niño sea un comedor selectivo

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

PACO RODRÍGUEZ

Nada de castigos, pantallas en la mesa o tapar el sabor con kétchup, los expertos recomiendan paciencia y exposición a los alimentos que, en un primer momento, el pequeño rechace

14 sep 2023 . Actualizado a las 19:29 h.

Todos los pediatras consultados coinciden al responder una cuestión: «¿Cuál es la duda más frecuente que tienen los padres en consulta?». Que su hijo coma poco sale en todas y cada una de las conversaciones. «Cuando el niño tiene dos, ocho o diez años, las familias vienen, me dicen que no come nada y que le dé vitaminas para que tome más cantidad. Ninguna vitamina abre el apetito», aclara el pediatra Juan Casado en esta entrevista. Una preocupación que, según el experto, se basa en la intención, exclusivamente paternal, de que el niño ingiera mayor cantidad.

¿Es necesario tal punto de control? Como todo, parece que depende. «Los niños comen menos de lo que los padres imaginan. Y mucho menos de lo que unos cuantos médicos o enfermeras recomiendan», precisa el pediatra Carlos González

Las claves que marcan la diferencia se encuentran en el peso y en el estado anímico del pequeño: «Si empieza a bajar el número de la báscula, sería verdad que no come y habría que llevarlo al médico. Si por el contrario, está feliz, juega y salta, y más o menos, va engordando, quiere decir que sí lo hace aunque al padre no le parezca», resume el experto. Las circunstancias del individuo, como ocurre entre adultos, también son un factor fundamental. A la misma edad, algunos niños pueden comer el doble o casi el triple que otros. Así, las dosis recogidas en un libro o guía normalmente «están calculadas para el que más come del mundo», añade. 

Desde el equipo de María Lazo Nutrición, dietistas-nutricionistas pediátricas de Grupo IHP, explican que la cantidad que el menor necesita no solo depende de su edad, sino también de su actividad física: «De igual forma, es normal que en determinadas situaciones el apetito se disminuya como son las enfermedades, situaciones estresantes o cambios en la rutina». 

Más allá del cuánto, también se plantea el qué. Es más, que el niño siga una dieta saludable no solo es materia de interés familiar, sino también médico. Isidro Vitoria, pediatra y jefe de la Unidad de Nutrición y Metabolopatías del Hospital la Fe (Valencia), explica que, parte de su cometido como profesional, es «encauzar y educar en este asunto». Por ello, las expertas del Grupo IHP animan a que las familias no se obsesionen con la dosis de las distintas ingestas, sino con la calidad. 

Precisamente, criar a un buen comedor es tarea posible, siempre y cuando se asuman los gustos y apetencias de cada uno. Ni existe una cantidad universal, ni mucho menos, un niño tiene que comer de todo. «Un menor sano, en principio, se autorregula perfectamente. Eso sí, hay que ponerle comida normal delante, y no solo lo que él quiera como chuches o macarrones con tomate», recuerda el pediatra especializado en nutrición infantil Carlos Casabona. 

Todos los miembros de la familia en la mesa

La base parte de una buena educación alimentaria. «Desde que son pequeñitos y tienen uso de razón, hay que enseñarles cómo debe ser una alimentación saludable de forma práctica», expone Natalia Moragues, dietista-nutricionista especializada en nutrición infantil. Esto no significa que el padre o madre deba explicarle en qué consiste cada macronutriente, pero sí que se acostumbre a ver en el plato alimentos pertenecientes a cada grupo. «Que siempre haya algo de verduras, de hidratos, de grasas y proteínas», detalla. 

La educación también puede pasar por la diversión. «En el parque podemos explicarles que hay unos alimentos que son recomendables para todos los días y otros que se deben reservar a un consumo más esporádico», precisa. Además, la experta apuesta por permitir que acompañen a la familia al mercado o supermercado para que la materia prima saludable no les suene a cosa de otro mundo.

Un retrato de su familia

En materia de alimentación, los niños pequeños aprenden por imitación. Si observan cómo sus padres consumen una dieta variada y saludable, lo más probable es que ellos lo hagan con mayor facilidad. «Lo ideal es que el menú sea el mismo para todos los miembros de la familia, con excepción de si el bebé sigue una alimentación complementaria y hay ciertas cosas que todavía no puede consumir», indica Moragues. En suma, si el tiempo destinado al desayuno, comida o cena, es un momento para pasar en familia, mucho mejor: «De esta forma, lo entienden como una experiencia agradable, de reír, disfrutar y socializar. Como un momento más para estar con papá y mamá», añade la nutricionista. 

De hecho, desde el equipo de nutricionistas pediátricas del grupo IHP recuerdan que hay niños que no sienten atracción por la comida hasta cumplidos unos años. En este caso tampoco habría problema. La actitud de las familias debe ser tranquila y sin enfados: «Lo importante en cualquier situación es que se mantenga una rutina en las horas de comidas. También preparar lo mismo para todos y no comer con distracciones como juguetes o dibujos», indican. 

«A veces, es necesario probar hasta en diez ocasiones el mismo alimento»

Julio Álvarez, coordinador del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría (AEP) y miembro de la Unidad contra la Obesidad y el Riesgo Cardiovascular en el Hospital General de Valencia, señala que hay dos formas de evitar la presencia de ultraprocesados en el día a día de los pequeños. «Unos dicen que hay que vivir en una casa en la que no haya alimentos no saludables para que no tengan acceso a ellos, salvo la exposición que podrían tener en un cumpleaños o si la abuela le da una chuchería», precisa.

La otra opción, y la que mejor funciona según su experiencia, consiste en organizar las comidas en base al plato de Harvard, previo acuerdo con los padres de los niños, «ya que muchas veces, nos encontramos en consulta a familias con hábitos totalmente alterados que son los que les acaban transmitiendo a sus hijos». No es sorpresa que deban ser los progenitores los primeros que aprendan a comer. 

Así que, una vez que el cuidador tiene claras las expectativas, es cuestión de pasar a la acción. El pediatra señala que alimentos como las frutas y verduras son los que más problemas suelen ocasionar, «así que como cualquier otro aprendizaje, aprender a comerlos se basa en favorecer la repetición de la ingesta de manera regular», precisa.

Es posible que el primer día lo rechace, también el segundo y hasta el tercero, «pero llegará un momento en el que decida probarlo y le guste», destaca Moragues. De hecho, anima a que, aunque el pequeño diga que «no», siempre haya uno o dos trozos a su alcance. «Si dejamos de ofrecérselo, perdemos la oportunidad de que un día cambie de opinión», indica la experta. 

La introducción debe ser de menos a más, de forma que las primeras cantidades sean más pequeñas, acompañadas del cariño de sus padres, «lo que provocará un refuerzo positivo», precisa el doctor Álvarez. Así, repetirán la ingesta, incrementarán la cantidad de forma constante y el hábito estará instaurado: «Una inmensa mayoría de niños aprenden de esta manera y hay una serie de estudios que lo demuestran», indica. 

Sin castigos, amenazas o esconder la comida con otro sabor

En cualquier caso, la costumbre nunca irá de la mano de castigos, amenazas o condicionamientos: «Hay muchas cosas que se han visto que no sirven: los castigos, hacer que merienden lo que había en la comida o mezclar alimentos saludables con otros que no lo son», detalla el doctor. Si bien un plato puede hacerse más atractivo, no aconseja esconder o camuflar los sabores: «Estamos enseñando a comer verduras y frutas, no a tomar frutas con nata encima», ejemplifica.

Otra estrategia con la que aproximar una alimentación saludable a los pequeños es ofrecerle porciones pequeñas, de forma atractiva y más apetecible. «Si no le gusta algún alimento, se puede cambiar por un equivalente; por ejemplo carne por pescado. Pasado un tiempo se le puede volver a ofrecer preparado de otra forma, como en forma de caritas o dibujos», indica la AEP.

Disfrazar la verdura en croquetas o albóndigas, cremas o salsas saludables, o mezclar la fruta con yogur o en macedonia puede ser sinónimo de éxito, ya que «a veces, es necesario probar hasta en más de diez ocasiones el mismo alimento para que a un niño le gusta el sabor», añade. 

Dos años: autonomía y nuevos gustos

La marca de los dos años es todo un quebradero de cabeza para las familias. A esta edad, el aparato digestivo del bebé ya ha madurado, «por lo que puede consumir lo mismo que el resto de la familia», precisa la AEP. Es importante que se le anime a probar todo tipo de alimentos y se les recuerde la necesidad de masticar. Además, «conviene permitir que explore la comida con las manos, y no hay que reñirles si se mancha o derrama algunos restos», indica la entidad, que también señala que a esta edad «se bebe en vaso y se comienzan a utilizar los cubiertos». 

Al mismo tiempo que los expertos recomiendan que los padres favorezcan su autonomía, los niños pueden cambiar su apetito. De hecho, «este es muy variable, y es bastante frecuente que consuman poca cantidad y de forma irregular», recuerda la AEP.

La razón la marca la propia fisiología. A partir de los dos años, crecen muy despacio. Vienen de una especie de estirón que se alarga hasta el año, mientras que en esta etapa, la velocidad de crecimiento es más lenta, y las necesidades de alimentos son menores. «Además, a esta edad ya tienen mucha autonomía y estarán más interesados en el mundo que les rodea que en permanecer sentados en la mesa para comer», indica la AEP. 

En este punto, tienen algo más claros sus gustos y la apetencia por ciertas comidas varía. Que un día le guste el brócoli y que, 24 horas después, lo deteste, cae en la más estricta normalidad. Así que más paciencia, y menos kétchup. «A medida que el niño se expone a más sabores, empieza a elegir las comidas que más le apetecen. Normalmente, es todo lo dulce o con un alto contenido graso. Por eso, si los padres permiten cambiar las verduras por patatas fritas, aparece el problema», resume el doctor Álvarez. 

La neofobia, un paladar muy selectivo

De igual forma, y en la misma línea, es probable que el niño se niegue a probar un alimento nuevo. Este rechazo se conoce como neofobia, se produce entre los 2 y 6 años, «y se resuelve con la exposición repetida al alimento», ataja la AEP. Su ingesta es algo más selectiva y se le debe dar tiempo para que la modifique.

Con todo, desde la entidad nacional se plantean una serie de estrategias para que la comida «sea un momento agradable y relajado». Recomiendan explicarle al pequeño que el cuerpo «necesita una alimentación variada para crecer». En la mayoría de los casos, el apetito de los niños es suficiente para responder a sus necesidades, «por lo que no hay que tener preocupación acerca de la cantidad de comida que toman». 

Una buena relación con la comida

La infancia suele sentar las bases de la relación que una persona mantiene con la comida, «por eso es tan importante cultivar una buena conducta desde que son pequeños», precisa Somé. La nutricionista pediátrica indica que nunca se deben prohibir alimentos, «solo explicar que algunos se tienen que comer más a menudo, mientras que otros pueden tomarse en días especiales como un cumpleaños o una fiesta de Navidad». 

Además, es fundamental que se construya un ambiente tranquilo a la hora de sentarse a la mesa. «Si un niño está acostumbrado a que sus padres le obliguen a comer o a que haya enfados, se pondrá nervioso cuando se acerque este momento y cambiará la actitud de forma que será mucho más difícil», describe la experta. Por último, para que resulte más sencillo que el pequeño acepte otros alimentos, recomienda exponerlo a texturas y sabores nuevos desde el inicio de la alimentación complementaria.

De igual forma, la asociación pediátrica insiste en que los gustos y desagrados deben ser respetados dentro de unos límites razonables. Es decir, que no siempre hace falta comer de todo, sino que basta con que se incluyan ciertos alimentos de cada grupo.

En suma, comer estando distraído, conlleva a que el niño ingiera más de lo que necesita. «No contribuye a crear buenos hábitos, sino a que, únicamente, se coma todo lo que le ponemos, lo que puede relacionarse con el desarrollo de obesidad», cuenta la AEP. 

Por el contrario, también existen conductas a evitar. Nada de corretear por casa mientras que los cuidadores lo persiguen con la cuchara, ni forzar a que coma toda la comida del plato. «Si no quiere comer, se le puede dejar sin alimento hasta la siguiente ingesta. No hay que decir que es malo o castigarle, pues simplemente no ha comido y ya lo hará en otra ocasión», dice la AEP mientras le quita hierro al asunto.

«No me gusta»

En la misma línea, si el pequeño entona un «no me gusta» o «no lo quiero» está afirmando su personalidad. Así que los padres, «de forma tranquila», indica la entidad, «le podrán decir que esa opción lo que hay para comer y que no habrá ninguna otra cosa hasta la siguiente toma». Por último, la comunidad pediátrica precisa que las prisas no se pueden sentar a la mesa, pues hay menores que comen con mucha lentitud.

Sin embargo, «es el adulto el que establece qué tiempo se le va a dar al niño para comer». Por lo que una vez que el pequeño lo sabe, si cuando haya pasado ese tiempo prudencial este sigue con el trozo en la boca, «se le retirará el plato sin enfados», detallan. Media hora o 40 minutos son suficientes para cada toma. Es más, si lo excede, es probable que lo dedique al juego. 

Eso sí, si algo deja claro la AEP es que es «preferible que un niño coma poco y variado de alimentos saludables, que mucho de lo mismo con mucha grasa y azúcar». 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.