Sandra Dubra, farmacéutica: «Muchísimos productos de pérdida de peso se basan en impedir la absorción de nutrientes»

VIDA SALUDABLE

Sandra Dubra en su farmacia de A Coruña.
Sandra Dubra en su farmacia de A Coruña. Marcos Miguez

La coruñesa combina su labor tras el mostrador con la divulgación sanitaria desde las redes sociales desde la popular cuenta @farmatiks

06 feb 2024 . Actualizado a las 19:55 h.

Una década tras el mostrador de su farmacia, sirvió a Sandra Dubra (A Coruña, 1988) para sacar conclusiones: era necesario trascender del barrio, mostrarse a otras caras más allá de su código postal. No es que el trabajo fuese poco en la oficina de farmacia, el tiempo nunca sobra, casi podría decirse que fue una inversión. Divulgar para ayudar; para otros: «Surge a raíz de la pandemia y empieza por necesidad. Veía que estaba repitiendo constantemente las mismas cosas. Éramos un disco rayado. Surgió la necesidad de decir lo mismo a través de un altavoz lo suficientemente grande para reducir la frecuencia de esas preguntas». Pero para ella también. Porque pasar de Sandra a @farmatiks le ha llevado a mantener viva la llama por su profesión.

—¿Cuál es la duda que más veces le ha tocado responder a lo largo de su carrera? Por la que sería millonaria si recibiera un euro cada vez que se la han hecho. 

—Hay preguntas relacionadas con tratamientos que parecen superadas y que siguen siendo muy recurrentes. Por ejemplo, tratar de conseguir antibióticos cuando el paciente tiene una mínima molestia. Sigue siendo uno de los grandes caballos de batalla en la farmacia. También responder a todo tipo de mitos. 

—¿Qué mitos?

—De todo. Hoy mismo me volvieron a repetir los beneficios de dejar una cebolla en la habitación por la noche cuando tienes mocos. O la costumbre de usar analgésicos a dosis altísimas. 

—Divulga mucho sobre productos que todos tenemos en nuestro botiquín.

—De todo, pero muchas veces las ideas me vienen trabajando. Por ejemplo, el tema de la Fluidasa, que es un jarabe que damos muchísimo en el invierno. Por cómo suena su nombre, mucha gente piensa que es un jarabe expectorante. No es un fármaco expectorante, sino un broncodilatador que tiene unas consecuencias distintas a lo que el nombre te pueda hacer pensar. O el omeprazol, al que todo el mundo llama «protector de estómago» y no funciona así. Pero también hablo sobre alzhéimer, inmunoterapia en cáncer o cosas sobre las que no trabajaría en mi día a día en el mostrador. 

—Supongo que, a la hora de ponerle un nombre a un medicamento, los laboratorios jugarán con lo que a la gente le pueda evocar.

—Puede que sea casual y que simplemente se genere confusión. El Flutox, por ejemplo, es un fármaco antitusivo, pero su nombre puede invitarte a pensar que es un fluidificante del moco. O el Fluidasa, que es un fármaco con prescripción médica que funciona como un Ventolin. No tiene ninguna repercusión en la flema o en la tos, pero la gente lo toma con toda la tranquilidad. Y luego pasa que, cuando una persona ha tenido una neumonía y le han dado este fármaco mezclado con otros, al año siguiente vuelven a la farmacia por un catarro y te lo piden «porque el año pasado me fue muy bien». A veces la gente asume cosas que hay que explicar. 

—¿Y pasan por el aro o insisten en que quieren ese jarabe en concreto?

—Suele surtir efecto. Nuestro trabajo consiste también en pararnos a explicarlo bien, a detectar que una persona trae una idea equivocada del uso de un fármaco y a lograr, de manera sutil, sacar el tema. «Oye, ¿sabes que esto no fluidifica el moco, verdad?». Muchas veces les ves en la cara que no lo sabían. Y se entabla esa conversación en la que la persona te acaba preguntando qué crees tú que le va a ir bien. Ahí ya has ganado esa confianza y esa consulta que, a lo mejor inicialmente, no tenía pensada hacer. Detectando errores en la automedicación e interviniendo, te ganas la confianza. Pero es un trabajo mucho más sutil que el que tiene el médico, a donde las personas ya llegan preguntándole qué necesita para tal cosa. Aquí muchas veces te llegan diciendo que un vecino le recomendó algo y toca imponer tu criterio al de su vecina. Y no es nada fácil a veces.

—Lleva doce años tras el mostrador, ¿cómo ha cambiado la atención farmacéutica en esos años?

—En algunas cosas ha cambiado para bien; en otras, para mal. Veo cada vez más esa necesidad de los farmacéuticos de tener una formación continuada. Cuando empecé a trabajar, veía que la gente estaba muy estancada, que hacía algún curso de vez en cuando, pero que había decaído en esa búsqueda de la excelencia en el día a día, de esforzarte en lo que haces tras el mostrador o mantenerte actualizado. Ni la gente lo demandaba ni los profesionales sentían esa necesidad. En los años que llevo ejerciendo y tras cierta renovación generacional, esto ha cambiado y la farmacia es cada vez más un punto de referencia de servicios de salud. Por otro lado, veo un cambio en la actitud de los pacientes. Hace diez años, los medicamentos que hoy requieren receta ya la requerían entonces, pero se hacía la vista gorda o se dispensaba igualmente el fármaco y la persona traía la receta a posteriori. Ahora tenemos claro que hay cosas que no se pueden dar y que el paciente tiene que pasar por el médico sí o sí. Y cuando dices que no, esas personas se lo toman muy mal. Esto antes no se veía, pero como nos hemos vuelto mucho más exigentes, se ha visto el ramalazo impositivo de algunas personas. 

—¿Haber cedido ese terreno en el pasado ha contribuido a ver al farmacéutico como un simple eslabón de una cadena comercial?

—Totalmente. Reivindicar la figura del farmacéutico implica definir que tenemos criterio sanitario, no un criterio arbitrario de «si tú lo quieres yo te lo doy», porque eso lo puede hacer cualquiera. Intento trabajar mucho con la gente para que entiendan que su médico y yo estamos en el mismo equipo; que yo puedo llegar hasta un punto y que, a partir de ahí, tiene que entrar su médico. Eso es ser profesional. Y así, el día que acudas a mí por algo en lo que sí te pueda ayudar, sabrás que puedes confiar y que no te voy a dar algo por el mero hecho de facturar. Eso es reivindicar la profesión, aunque el paciente se te ponga bravo. Pero tendríamos que tener todo más uniformado, que el paciente no vaya después a otra farmacia en la que le den el medicamento que yo le he negado. Si no, nos desacreditamos unos a otros.

—Y en cuanto a dispensación de medicamentos, ¿en estos doce años se ha notado ese incremento de venta de psicofármacos que reflejan las estadísticas?

—Desde que yo llevo ejerciendo, los psicofármacos han estado en auge. El auge de los psicofármacos forma parte de mi generación. Yo empecé a trabajar en un momento en el que el incremento ya estaba disparado. Pero cada vez es más claro. Y es una de las consultas frecuentes, que te pregunten por temas de ansiedad o sobre si creo que deberían ir al médico para, en definitiva, soportar la vida. Nos pasa muchísimo. 

Sandra es @farmatiks en sus redes sociales, donde hace divulgación sanitaria.
Sandra es @farmatiks en sus redes sociales, donde hace divulgación sanitaria. Marcos Miguez

—Antes decía que le gente tiene que entender que hay cosas que no puede dar, ¿en qué «cosas» estaba pensando?

—Desde los antimicrobianos a los corticoides. Es súper común que ante una alergia leve, un eccema o un picor quieran un corticoide. Que pidan un antibiótico para la garganta o se quieran llevar cosas porque se van de viaje. Por ejemplo, antes se daba mucho algo que ahora tenemos súper capado: el Primperan, un jarabe para cortar el vómito. Antes ibas a una farmacia con una gastroenteritis y es probable que te soltaran un Primperan, que es un fármaco que precisa receta médica y que tiene unos efectos adversos muy gordos. Ahora, la gente cuando se abre a vómitos, no hay ninguna herramienta para cortar el vómito que sea sin receta. El Motilium o el Primperan actúan sobre el sistema nervioso central, no sobre el estómago como se piensa alguna gente. Requieren receta y el médico tendrá que ver qué tipo de gastroenteritis tiene para saber si está indicado su uso. Que tú no le puedas dar un fármaco para cortar los vómitos a alguien que está sufriendo esos síntomas es algo que llevan fatal. «Me estoy muriendo y no me das lo que necesito», te dicen. Es muy difícil trasladar que antes sí se daba, pero que ahora, gracias a la farmacovigilancia, se sabe que el Primperan tiene unos posibles efectos adversos graves que antes se pasaban por alto. Es que el Primperan ahora se reserva exclusivamente para vómitos por quimioterapia. Todo ese conocimiento, que es lo que justifica que un fármaco no se pueda dar a la ligera, lo sé yo, pero el paciente no lo tiene porque saber. Pero al final nuestra interacción se reduce a un minuto hablando en el mostrador y es fácil pensar que no dárselo es un capricho que yo tengo.

—Ha estudiado nutrición y ejercido como nutricionista, ¿un terreno donde se corre el riesgo de entrar en una espiral de violencia diagnóstica y de tratamientos innecesarios?

—Personalmente, cuando tuve la consulta, lo planteaba de manera independiente a la venta de artículos. Cobraba la consulta, elaboraba un menú personalizado, pero no recomendaba productos complementarios. A nivel ético, me lo planteé en contraposición a eso. Es que si no caemos en una espiral en la que el beneficio de asesorar nutricionalmente a alguien implica venderle productos complementarios. Para cortar eso, decidí que el lucro de mi asesoramiento profesional iba a ser cobrar por mi consejo y no por vender productos. Pero sí que hay muchos sitios en los que estos circuitos de asesoramiento gratuito que se realizan acaban llevando a la venta de productos a mayores. Ya sea en dermocostmética, nutrición o directamente pérdida de peso. El lucro viene de ahí y es una manera de pervetirlo. Si tú cobras por tu consejo y tu asesoramiento profesional, no vendas productos a mayores.

—¿Asesoramiento gratuito es una red flag?

—Claro. Yo quiero ponerle un precio a las cosas, esto es lo que te cobro y esto es lo que te vendo. Nada más. Diría que nunca tuve productos de pérdida de peso en la farmacia. Como nutricionista no me gustan. Muchas veces me piden cosas como un líquido drenante y yo no lo tengo en la farmacia.

—No la tendrá, pero sabe que existen. ¿Tienen riesgos?

—Es que en general, es brutal. El otro día hice un vídeo con unas infusiones para el control de lo que se llama «control de la línea». Muchos productos se basan en eso: infusión de control de línea, barriga plana o pérdida de peso. Y lo que llevan es laxantes irritativos. Esto es como si le vendiésemos a una persona un producto para vomitar después de comer. Y le ponemos a la caja «control línea». Es brutal que esto esté permitido, yo veo en mi mano la infusión y me quedo patidifusa de que se pueda utilizar ese márketing con un producto que utiliza las mismas estrategias que usa un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Vomitar y el uso de laxantes está muy vinculado. Muchísimos productos de pérdida de peso juegan con eso. Si te pones a pensar en el mecanismo de acción y el claim publicitario te das cuenta que se basan en impedir la absorción de nutrientes, la metabolización de cosas que comemos, son cosas muy heavys. Estás interviniendo en tu metabolismo a nivel digestivo. Estás impidiendo que tu cuerpo funcione normal para perder peso. Todo eso está rodeado de red flags

—¿De qué tipo de reclamos publicitarios debemos huir?

—Recientemente he tratado de los cosméticos que, supuestamente, contienen probióticos. Es algo que me tiene loca. Muchísimas cremas que veo dicen llevar probióticos, cuando un cosmético no puede llevar bacterias vivas añadidas artificialmente; es una mentira. Lo que pasa es que se utiliza toda esta connotación positiva que, por la importancia que tiene en nuestro cuerpo la microbiota, el término probiótico ha ido adquiriendo. Y eso se ha aplicado a los cosméticos cuando directamente es mentira. No llevan bacterias vivas, es imposible. Y si algún día se consiguiese que un producto llevase bacterias vivas para reparar la flora de la piel, ese producto no será un cosmético. Será otra cosa, un producto sanitario o lo que sea, pero no un cosmético. Hay cosas que chirrían y yo como farmacéutica marco muy clara en la línea. Esto es como el tema del cannabis. En mi farmacia no voy a poner ningún producto que contenga la imagen de la planta. Puede llevar CBD, pero si utliza la imagen de la planta en la carterlería, aunque luego no se incluyan los compuestos psicoactivos en el producto, está utilizando esa imagen para su márketing y está contribuyendo a un blanqueamiento. Creo que hay que tener una responsabilidad y tener una conciencia absoluta del papel que desempeñamos y de los productos que dejamos entrar en nuestras farmacias. 

—Siempre se dice que el alcohol provoca cáncer, pero pocas veces se explica cómo. En su cuenta he encontrado ejemplos bastante reveladores. 

—Es muy sencillo. Hay cosas que no se disuelven en agua, pero que en alcohol sí se disuelven. Parte de algunos tóxicos que contiene la alimentación, ya sean aditivos o producto del procesado del alimento como esas partes excesivamente tostadas que podemos ver en un churrasco, no son solubres en agua, pero sí en alcohol. Si acompañamos nuestras comidas con alcohol, estamos aumentando la penetración de esos carcinógenos que, con agua, hubiesen sido expulsados a través de las heces. Desde el punto de vista de la salud general es una aberración decir que una copa de vino con la comida no pasa nada. Entiéndeme, pero casi sería mejor recomendarla en ayunas que durante la comida. Se sabe que el alcohol puede inducir mutaciones, que por sí mismo tiene poder carcinogénico, pero es que además aumenta mucho la presentación de otros carcinógenos. Por eso la recomendación es alcohol cero. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.