«Sigo con miedo al contacto con personas, incluso con mis padres», el testimonio de una persona con sarna

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

La sarna causa un picor distinto a todos los demás.
La sarna causa un picor distinto a todos los demás. La Voz de la Salud | iStock

Javier y su familia llevan cinco meses conviviendo con el ácaro sarcoptes scabiei, responsable de la sarna

29 mar 2022 . Actualizado a las 17:56 h.

Una picazón que no deja dormir a niños ni a adultos. Ocho lavados de ropa al día. Poner hasta las almohadas en cuarentena y manipularlo todo con guantes especiales. Y, cuando por fin el tema parece superado, volverse a contagiar. Así ha sido la experiencia de Javier, cuyo nombre real ha sido modificado para respetar su anonimato. Él y su familia (su esposa y sus dos hijas de 7 y 3 años, respectivamente) llevan desde noviembre combatiendo a un enemigo microscópico y tenaz: la sarna.

Provocada por el ácaro sarcoptes scabiei, la sarna está viviendo un nuevo momento de fama o, mejor dicho, de mala fama, tras su repunte en los últimos tiempos a raíz del confinamiento por la pandemia del covid-19. Esta situación dificultó el acceso de muchas personas a los servicios de atención primaria, lo que, sumado al aumento de las reuniones sociales en domicilios particulares, desencadenó el repunte, según los dermatólogos.

«Yo me contagié en el trabajo, soy monitor en un centro sociosanitario y se confirmó que uno de los usuarios del centro tenía la enfermedad. A partir de ahí, pensamos que la podíamos tener. Pero no hubo ninguna prueba ni consulta con el dermatólogo, ni nada. El diagnóstico fue privado. Al final, pagamos un dermatólogo privado y fuimos», cuenta Javier.

Tras el diagnóstico, se inicia un protocolo destinado a frenar la propagación del ácaro, ya que la sarna es una enfermedad altamente contagiosa y, en muchos casos, puede ser difícil de controlar. En el caso de Javier, el protocolo alcanzó a siete personas de su familia.

«Empezamos el protocolo que nos mandan y, en mi caso, falló. Estuvimos cinco meses con la sarna por recontagios, fue mucho tiempo. Empezó en noviembre y acabamos esta semana oficialmente. En teoría, todo el mundo que tiene contacto con una persona que tiene sarna, o se sospecha de ello, tiene que hacer el mismo tratamiento. Porque la sarna tiene un período de incubación muy largo, puede llegar a cinco o seis semanas. Entonces, en mi caso, yo hice el protocolo que mandaron y no hubo problema, pero el médico de mi mujer y la pediatra de mis niñas valoraron que no lo debían hacer. Entonces, no sabemos si ellas estaban contagiadas o estaban incubando», cuenta.

«El criterio del dermatólogo es que las personas convivientes tienen que hacer tratamiento. Ese mismo criterio no lo tuvieron en el centro de salud, porque obviamente no es echarse una crema hidratante. Es un tratamiento que al final te deja secuelas. Te tardas en recuperar. Entonces, los pediatras son un poquito reacios a indicarlo. La pediatra valoró que las niñas no tenían que hacer tratamiento si no tenían lesión. Y esa diferencia de criterios hizo que todo esto se dilatara en el tiempo», detalla Javier.

En total, se contagiaron siete personas cercanas a Javier: «Confirmados fuimos todos en mi casa, que somos cuatro, los padrinos de las niñas y mi madre. Pero el tratamiento lo tuvo que hacer mucha más gente de mi entorno», explica.

Un picor que anula

La parte más dura de sobrellevar fueron, para Javier y su familia, los primeros días de síntomas. «La sensación es una mezcla entre quemazón y picor. Pero es un tipo de picor desconocido. Es distinto, no es como cuando te tocan ortigas. Es un picor continuo y por la noche va a más. Te anula, llega un momento en que te anula. Los primeros días te anula completamente, porque todo gira en torno a eso. Mis niñas son pequeñas y estaban sin dormir, se despertaban rascando. Sufrimos todo lo que conlleva no dormir un niño y no descansar, rascarse, hacerse heridas, de todo», relata Javier.

Los síntomas en la piel se notan en áreas puntuales. «A mí me afectó sobre todo la zona del pecho, las axilas, la espalda y la zona genital. Y a mi mujer, parecido, también. A las niñas, las piernas, los brazos, muñecas y en su caso estuvo más repartido por todo el cuerpo», cuenta Javier.

Pese a todo, Javier destaca que la sarna no es una enfermedad difícil de atravesar desde el punto de vista del dolor o la afección física. El problema, señala, está en cómo impacta el contagio sobre la calidad de vida de las familias afectadas. No solo por el tratamiento, sino por las dificultades que supone, en el día a día, el protocolo. «A nivel físico, no es que sea algo grave. A nivel social y personal, sí que es complicado. No puedes quedar, las niñas pierden colegio, tu calidad de vida se va y el proceso de lavado de ropa, todo con guantes, todo con cuidado, es muy laborioso. Poner ocho lavadoras al día, el coste económico que eso supone, las visitas a dermatólogos. Es muy estresante. Las niñas estaban dormidas todo el día, porque no descansaban bien», detalla.

El largo camino para eliminar la sarna

En total, la familia atravesó unos cinco meses de tratamiento. «Se aplica una crema que se llama permetrina y se la echa por todo el cuerpo por la noche, se duerme con ella, y al día siguiente se aclara en la ducha. A los siete días, se repite. Son dos veces. Yo ese tratamiento lo hice, en total, ocho veces. Te quedan secuelas en la piel. Ahora estamos con dermatitis por todo eso. No es que sea muy agresivo, pero al hacer el tratamiento tantas veces, al final, se daña la piel», describe Javier.

El tratamiento no acaba ahí. Lo crucial para desterrar de manera definitiva la sarna es eliminar el ácaro que la causa. «Después, tienes que hacer todo un proceso de lavado de ropa a 60 grados. En nuestra casa, la última vez, tuvimos que vaciar armarios, echar un acaricida por los sofás, por los colchones, por todos lados. Aún estamos sacando en bolsas la ropa de todos los armarios para que el ácaro muera y eso lo vamos lavando otra vez. Todos los armarios son todos los armarios. Hacer cuarentena de ropa, armarios y almohadas es un trabajo pesado», dice.

«Una vez que te contagias, el recontagio ya no tiene período de incubación. Sale en uno o dos días», cuenta Javier. Con los recontagios, el ácaro se vuelve resistente al tratamiento y este deja de ser efectivo. «Hubo varios recontagios. Y el tratamiento estándar no funciona. El bicho se hace resistente y, en nuestro caso, no nos funcionó. Repetimos el tratamiento varias veces con la permetrina y la última vez fue un tratamiento con vaselina azufrada y con pastillas, que fue lo que funcionó. Son unas pastillas de ivermectina que se toman una única vez. La vaselina la tuvimos que echar 3 días seguidos por la noche, dormir con ella, descansar una semana, y luego otros tres días. Y también hicimos el proceso de limpieza y secado a 60 grados de la ropa, que es tan importante como la propia aplicación del tratamiento», señala.

«Lo peor es a nivel personal. El machaque, el ver que no te curas, que lo haces todo bien y no te curas, y el contagio afecta a más gente de tu entorno. Eso es lo peor con diferencia. A nivel familiar afecta mucho. Desde no tener relaciones sexuales con tu pareja a estar preocupado y sentirte mal, ver que no duermes por culpa de esto y ver que no lo has solucionado es lo peor. La sarna, en sí, son picores que se van. No tiene más», insiste.

«Cuando este último tratamiento nos funcionó, al segundo día ya mejoró todo. Ya dormimos bien, todo fue mejor. Nos sentimos aliviados. Era lo último que podíamos hacer. Seguramente habría más tratamientos, pero mentalmente, es algo que te machaca. Físicamente, no es grave, pero mentalmente, todo lo que conlleva es complicado», relata Javier.

Secuelas

Tras la infección y los tratamientos, la piel puede quedar resentida. «Te queda la piel con la sensación de estar quemada al sol. Muy seca, de hecho tenemos que estar echando cremas hidratantes ahora por una temporada. Los picores no desaparecen del todo, pero cambian. Son más suaves, no tienen nada que ver con los del contagio», cuenta.

Sin embargo, la secuela más profunda es la que deja la sarna a nivel psicológico. «Luego ya tienes miedo de volver a pasar todo esto de nuevo. No tenemos problemas de higiene, entonces no entiendes cómo te ha podido pasar. Si se complica, sigues en un bucle de tratamientos, no curas, tratamientos, no curas, te quedan picores, vuelves, hasta que no tienes la confirmación de que siguen los ácaros activos y los matan, no para», describe Javier.

«También hay mucha desinformación acerca de lo que es la sarna. Lo cuentas y te dicen "Ah, vigila a tu perro", porque no saben que no es la misma enfermedad la que tiene un perro o un gato a los humanos. Ese desconocimiento hace que mucha gente se extrañe. Muchas personas se creen que ya no existe la sarna», observa. De todos modos, aclara, en su círculo no ha percibido, afortunadamente, un estigma al respecto. «Ahora que, en nuestro entorno, lo dijimos, comenzaron a contar muchas personas cosas del estilo "Mi madre fue al hospital y se contagió"», dice.

Ahora, a Javier le toca superar los temores que la enfermedad ha traído consigo. «Laboralmente yo tuve que coger una baja por ansiedad. No era capaz de trabajar. Ahora mismo ya estoy trabajando, pero sigo con miedo. Va a menos y es algo que tengo que trabajar, pero sigo con miedo al contacto con personas, incluso con mis padres. Soy un poco más reacio al tacto. Pero se va, se acaba», rescata.

Cuando no hay complicaciones, dice, la enfermedad no tiene por qué llegar a ser el calvario que él atravesó. «La sarna es súper fácil de curar, con el tratamiento adecuado y todo el mundo haciéndolo bien. Lo importante es que todo el mundo haga el tratamiento y el protocolo de limpieza», insiste Javier.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.