Rebeca Pastor, nutricionista pediátrica: «Los niños con rechazo a la comida tienen, al menos, un padre que también es selectivo»

VIDA SALUDABLE

Rebeca Pastor, nutricionista pediátrica.
Rebeca Pastor, nutricionista pediátrica.

La experta, que trata en consulta el rechazo a ciertos alimentos, señala que la familia siempre es el mejor ejemplo en materia de alimentación

05 feb 2024 . Actualizado a las 20:34 h.

Qué comer, cuánto comer y cómo conseguirlo es uno de los principales quebraderos de cabeza de las familias que conviven con un mal comedor. Para ponerle solución, hace falta tiempo y paciencia. Es un trabajo constante de sentarse a la mesa y probar. Para Rebeca Pastor, dietista-nutricionista pediátrica, lo esencial reside en el ejemplo de los adultos: «Muchos padres demandan que sus hijos consuman algo que ellos no toman». Error de manual. Predicar con lo propio es la mejor forma de enseñar a los pequeños de la casa. 

Pastor llegó al mundo de la alimentación infantil tras darse cuenta de que todo lo que explicaba a los padres llegaba a la vida de los pequeños. Es más, reconoce que cuando tuvo hijas, entendió a la perfección qué significa ser el modelo en el que ellas se miran. 

—Usted es nutricionista y madre, ¿resulta difícil encontrar un equilibrio entre que sus hijas coman bien y el entorno que las rodea? 

—Hay una cosa muy importante, y es que pretendemos darle mucho poder a lo que hay fuera, y al final, lo más importante es que nosotros aportemos a nuestros hijos las herramientas necesarias para ser, no para hacer. Muchas veces, a los dietistas-nutricionistas, nos tachan de tener a nuestros hijos en una burbuja y no es así. Como padres, lo que queremos es enseñarles nuestro estilo de vida, pero que ellas sean las responsables de su salud cuando salgan y sepan elegir. También ocurre que esta idea ha condicionado el hecho de que establezcamos un grupo de alimentos saludables y otro de los que no lo son. Creo que eso no debería ser así porque, al final, para el beneficio de la salud, tenemos que encontrar un equilibrio físico y mental. Así que poder se puede, aunque la sociedad lo dificulte bastante, 

—El claro ejemplo son los productos de poca calidad nutricional que llegan a los niños a través de la publicidad con dibujos y a los padres con mensajes como «su primer yogur». 

—Claro. Como dices, los dibujos son el primer atractivo para los peques, pero es que además, son una opción más para el adulto. Y visto así, es normal que tu hijo prefiera la galleta con un dibujo que se le ofrece a una pera, que puede estar muy rica pero no es una galleta. Además, entra en juego la publicidad dirigida a los adultos a la que haces referencia y el desconocimiento nutricional que hay. Es cierto que la educación sobre alimentación está muy generalizada, pero verdaderamente, las familias no tienen claro qué comer. Estamos mirando mucho los etiquetados, leyendo los códigos de barras con las aplicaciones, pero se nos olvidan las bases. Comer de forma saludable y en familia no es tan complicado. 

—¿Lo hacemos muy mal con la alimentación de los pequeños?

—Creo que hay un mayor interés, al menos por parte de los profesionales de la salud, de que esto mejore, porque los niveles de sobrepeso y obesidad son muy elevados. Pero hay un punto que se olvida y es el de que a los niños les cuesta probar nuevos alimentos. Veo a algunos que no experimentan con la comida, que ni la tienen cerca. Al final, eso conlleva a alteraciones en su aprendizaje para comer. 

—¿Qué tienen en común todos los niños con los que trabaja?

—Hay dos cosas. En primer lugar, que los padres no tienen el conocimiento real de cuáles son las bases de una buena alimentación, y en segundo, que al menos uno de ellos tiene algún tipo de selectividad. No quieren comer una cosa, otra les genera rechazo. Tendemos a compartir con los niños las experiencias que hemos vivido en nuestra infancia, el miedo a cómo nos sentimos ante una cierta comida, y eso lo que provoca es que al final, el niño no tenga acceso a ella. Veo que las familias demandan mucho que sus hijos hagan algo que ellos no son. Además, pienso que la preocupación vinculada a la alimentación solo se ve cuando aparece un problema, porque nos fijamos mucho en la parte estética. Hay menores que tienen un porcentaje de grasa en valores normales, pero tienen una dieta de mala calidad nutricional; y otros con un porcentaje mayor, que comen muy bien y que todavía están empezando a hacer actividad física, solo que su cuerpo no está en la situación de mayor beneficio para su salud. 

—¿Podría darme un ejemplo del miedo que un padre pueda tener y que impide que el niño pruebe un alimento?

—En este sentido, hay un pequeño problema que a las familias no les gusta escuchar, y es que somos los adultos los que tenemos que enseñar a los pequeños. Te pongo un ejemplo. En consulta, yo explico que toda la familia tiene que tener un plato de verduras en la comida y en la cena. Entonces, me dicen: «¿En todas las comidas?». Pues sí. Y ahí aparece la duda de si serán capaces, porque en ese momento no lo están haciendo. Esto tiene que ver con las creencias que tenemos, porque cuando hablo de poner verduras, me refiero a un simple tomate cortado en rodajas. Al final, están demandando que sus hijos coman algo que ellos no comen.

—¿Qué grupos de alimentos se deben priorizar en una buena alimentación?

—Cada grupo de alimentos tiene que tener su papel protagonista en la mesa para poder cubrir los nutrientes necesarios. A los peques, les digo que es para cuidar el cuerpo de dentro a fuera. Es fundamental que toda la familia y niños incluidos tengan un plato con verdura, cruda o cocinada, en mayor o menor medida, pero que esté presente, porque así se normaliza y se entiende que tiene que estar. El problema es que la gente no sabe comerlas por sí solas y eso hace que, a la larga, se dejen de consumir, por eso insisto en este primer plato. Después, otro plato, que sería como la comida principal, se debe priorizar para el consumo de legumbres, pescado, huevos y, en menor cantidad, carne. En cuanto a los hidratos de carbono, yo prefiero los tubérculos que los cereales, porque hoy en día se compran opciones muy rápidas —las familias dicen que no tienen tiempo—, que son refinadas y que no son tan beneficiosas, por eso prefiero la patata, el boniato o la yuca. 

—¿Y el postre?

—Siempre fruta. Veo que se están consumiendo demasiados lácteos y muchos niños desplazan el consumo de fruta, o el plato de comida en sí, por ellos. Al final, algunos llevan azúcar y, claro, están más ricos. 

—Si le pidiese dos claves para cambiar la alimentación de un niño, ¿por dónde empezaría?

—Una de las cosas que diría es que toda la familia comiera junta. Hay una frase que me encanta decir: «Nuestros hijos nos recordarán por nuestras comidas». No me refiero a que alguien sea un gran cocinero, sino a que comer es la excusa perfecta para estar juntos y crear una conexión. Si comemos juntos, generamos el hábito de que nuestros niños nos vean; no importa que ellos sigan comiendo una merluza rebozada y nosotros unas lentejas, de primeras ya te están viendo. Esto lo digo porque hay veces que no somos conscientes del aislamiento social que estamos generando en los más pequeños. Estoy cansada de que niños de 3 años no hayan comido ni cenado nunca con sus papás. Y el segundo consejo es que las familias entiendan que, como padres, son los responsables de los alimentos que se ofrecen, pero que los niños eligen la cantidad, solo que para ello, como es lógico, el alimento tiene que estar. Para empezar, no hablo de cambiar opciones alimentarias porque cuando el cambio es muy brusco, tiene que ser paulatino. 

—¿De todos los alimentos cuál es el que más rechazo genera?

—La verdura, sin duda. Una cosa importante que muchos adultos desconocen es que el sabor dulce es innato, algo que no tienen que aprender. Los niños nacen conociéndolo y, además, la leche materna es muy dulce. Ocurre lo contrario con el sabor amargo, que si se tiene que aprender mediante la exposición. Por eso necesitamos que nuestros hijos tengan al alcance ese tipo de sabores. Cuando los rechazan, muchos cuidadores se alarman diciendo que no les gusta. Pues no, es que están aprendiendo. Es interesante que podamos repetir y, sobre todo, que dejemos a los niños experimentar con estos alimentos. Hay una creencia de que a los niños no les gusta la verdura, ¿las han probado todas?,¿los padres se las comen? Ahí puede estar la cuestión. 

—Por seguir el ejemplo, ¿qué pueden hacer las familias para que aumenten su consumo?

—Para que un niño comience a comer necesita ir subiendo diferentes peldaños. Una de las cosas importantes es que los papás lo coman. Pero antes de ingerirlo, tenemos que darnos cuenta de que suceden muchas cosas. Primero hemos pensado que vamos a comer eso, después hemos ido al supermercado a comprarlo, luego lo hemos lavado… Hay que involucrar al niño en todo el proceso, para que sus sentidos estén presentes y generen esas sensaciones de bienestar. Por ejemplo, que colaboren haciendo dibujos en la lista de la compra, que nos pinten un tomate; que tengan la sensación de que conocen ese alimento en muchos contextos y no solo que un adulto se lo quiere meter en la boca. También puede ser útil que nos ayuden a lavar los alimentos, o que, si son algo mayores, se involucren en la cocina. Como es lógico, y si no tenemos tiempo, no vamos a cocinar con los niños todos los días, pero sí nos pueden ayudar a lavar la manzana, aunque se la coma el padre. Por último, también es muy importante que dejemos de mirar a nuestro hijo para ver cómo come. Se siente presionado. 

—¿No se debe insistir?

—La paciencia y la constancia diarias son muy importantes. Es necesario que ese tomate no se ofrezca todos los días con la intención de que se coma, sino para que entiendan que el tomate siempre está presente porque forma parte de nuestra cultura en la mesa. Hay que normalizarlo y si no quiere, no hay problema. Luego, a medida que pasa el tiempo, hay que ir generando cierta curiosidad en él: qué textura tiene, si está caliente o frío, si es duro o blando o de qué color es. 

—¿Qué opinas de que los adultos ofrezcan un producto insano con tal de que ingieran algo?

—Es un sálvese quién pueda, porque ya no saben qué hacer. Es algo que pasa muchísimo. Se alargan los triturados, se ofrecen ultraprocesados a edades muy tempranas porque los padres llegan a desesperarse. Esto no hay que alargarlo, es decir, ahora estamos los dietistas-nutricionistas para poder ayudar. Creo que se tiene que acompañar a los padres y no juzgar, porque también es cierto que hay pocos recursos. El 90 % de nosotros está de forma privada.  Además, las recomendaciones que se hacen en muchos centros de salud de alimentación infantil están obsoletas, hay poca empatía y hay muchas lecciones. Te dicen que le pongas pescado o legumbres en el plato, y tú lo haces pero el pequeño no se lo come. El problema que tenemos ahí es que la población general no sabe cuál es el proceso de aprendizaje que tiene un niño para comer. Así, sin querer ofrecemos alternativas de mala calidad o forzamos las opciones sin que esto sea algo agradable. 

—¿El mal comedor puede convertirse en un buen comedor?

—Claro, hay que tener en cuenta que no sabemos qué es un mal comedor, porque varía según la persona. Lo que sí tenemos que tener claro es que no tiene que gustarnos todo en la vida. Para mí, el ejemplo es el siguiente: si alguien va a comer a casa de un amigo y, en mayor o menor medida, come de todo, no hay nada que discutir. Pero cuando esto no sucede, es un problema. De hecho, ya nos encontramos con adultos que no consumen determinados alimentos 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.